«À ce propos, sache que dans son cours sur la philologie des langues sémitiques —tu ne peux t'en souvenir, nous n'avons pas fait les mêmes études— Monsieur C., un arabisant espagnol, a déclaré que la langue arabe est, de toutes les langues sémitiques, la plus proche de la langue-mère. Silence dans la salle de classe : notre langue, exact reflet de la lumière inaugurale ! Nous savourions la joie d'être si proches de la langue originelle, vérité confirmée par un professeur dont la compétence était largement reconnue, étranger de surcroît, ce qui rendait son témoignage d'autant plus précieux. Quoique a'jami, Monsieur C. parlait un arabe parfait, et les plus grammairiens parmi ses étudiants n'étaient jamais parvenus à le prendre en faute.»
---Abdelfattah Kilito, Le cheval de Nietzsche, 2007, p. 163-164.
Un viejecillo de tierras de Mequinez canta por los zocos:
«¿Qué se me da de la gente, y a la gente, qué se le da de mí?
¿Qué se me da, amigo, de todas las criaturas?
Haz el bien, te salvarás, y sigue a los de las verdades;
no digas, hijo mío, palabra en que no seas sincero:
toma mis palabras en un pergamino, y escríbelas de amuleto.
Se cumplen hoy cuarenta días de la muerte de Federico Corriente, al que tanto he citado dentro y fuera de este blog, y he creído oportuno dedicarle este recuerdo. Vaya por delante que si revelo aquí parte de nuestra correspondencia, es porque él mismo me manifestó, desde un primer momento y en más de una ocasión, que no tenía inconveniente en que así fuera. A veces, es más, sobre todo cuando la conversación venía de algún tema tratado en SEEA-L, la lista de correo electrónico de la Sociedad Española de Estudios Árabes, de la que era socio de honor, he tenido la impresión de que esperaba que así lo hiciera: "Por supuesto que lo que yo diga puede siempre ser repetido, sin que yo me responsabilice de cómo se transmite, o si gusta o no gusta. En fin, lo normal en este oficio" (19.12.2006). "Yo no tengo secretos", me decía en otra ocasión, "y hace años que ni siquiera echo la llave al archivador que contiene mi correo personal, donde hay algunas piezas arqueológicas de personajes famosos, en cinco o seis lenguas, etc., todo lo cual no destruyo (casi nunca), porque pienso que a alguien le podrá interesar o, al menos, divertir algún día" (13.12.2011). Sobra decir que puntualmente él mismo me pedía reserva, más respecto de algunas chanzas que de sus meridianas opiniones, expuestas ya, además, en algunas de sus obras, y que he procurado pecar de discreto y de prudente antes que de lo contrario. Estoy convencido de que, de poder leerme aún, tendría qué objetar, pero no, desde luego, que haya desvirtuado sus palabras o intenciones. Alguno, en el extremo contrario, opinará tal vez que con esta entrada caigo en ese género tan grato al arabismo, el hagiográfico, que siempre he criticado. Sería la primera vez, pero también, intuyo, la última, porque como dice Juan Pedro Monferrer, experto, miren por dónde, en literatura árabe cristiana, el difunto "era, es, único, insustituible, irrepetible" y "tardará, si es que llega, otro u otra como él".
Yo a Corriente lo conocí en diccionario en 1990, en 1º de Filología Árabe, y en persona en un simposio de la Sociedad Española de Estudios Árabes celebrado en Tenerife a finales de octubre de 2006, siendo ya devoto suyo (de hecho me presenté como "un fan"), y aunque no volvimos a coincidir en el espacio geográfico, fue a partir de entonces cuando comenzamos a hacerlo en el cibernético, a través de una correspondencia electrónica en la que dominaban a partes iguales el tema del arabismo español, el de la enseñanza del árabe y el de las etimologías. "Del árabe, el arabismo y los arabistas podríamos hablar hasta caérsenos las orejas" (26.10.2012); mientras que "la etimología", me decía, tiene de bueno "que si no eres un fatuo que sufre cuando le hacen ver que se ha equivocado, te diviertes mucho con las rarezas menos dañinas de la naturaleza humana, las lingüísticas" (22.01.2013). Con todo (19.03.2010):
En esto de las etimologías hay que ser terco, o al menos constante, porque requieren mucho tiempo, y no siempre hay que soltar la presa a la primera contradicción, lúdico y curioso, porque sin gana de juego y sentido del humor no se llega lejos en casi nada, e inasequible al miedo al ridículo, porque en cada cien etimologías suele haber unos diez fallos susceptibles de alfonseo, y quién no tiene algún enemigo con ganas de ponernos en la picota.
Y así, de gandulear, pasamos a alcatra (que resultó no ser tan termo chulo o tabuísmo, ni en Portugal ni en Brasil, como para huir del homófono Al-Qatra), a fer arca, a su Alandalús (forma esta empleada ya ocasionalmente por Codera, p. ej., en sus Estudios críticos de Historia árabe española, Zaragoza, 1903; pero que no cuadraba mucho, tenía yo la impresión, con algunos reflejos en la toponimia y antroponimia norteafricana —Landoulsi, Landoulssi, Landalsi, Landelsi—) y su (muy discutible y peregrino, en mi opinión) "verdadero étimo egipcio"; a zutano, a musulmán, a alhadra, a Marjaladar, a la remolacha, a Alcorrucén, a coracha, al magarefe portugués, a Almonga, etc., etc. Por una parte me apuraba robarle un tiempo que, de seguro, tenía a qué mejor dedicar y con más provecho; por otra, he de admitir que disfrutaba, ufano, sintiéndome o creyéndome a su altura, aunque fuera muy de puntillas o más bien porque él se agachaba para facilitar el entendimiento, siempre escurridizo, pese a mi "bendita curiosidad lingüística" (11.01.2016) o interés en la intrahistoria del gremio: "No sé si me explico", remataba una vez un mensaje y después de aludir a su exilio zaragocí, "ni si lo que te cuento te servirá de algo, pero es un alivio hablar con alguien que nos entienda" (25.10.2012), desahogo este que yo mismo echaba y voy a echar cada vez más en falta. "Harta pena es que [los compañeros] nos comuniquemos tan poco" (08.01.2016), se dolía cuando me disculpaba, por enésima vez, por robarle su tiempo.
No obstante, si hay un Corriente del que yo puedo, y casi que debo decir algo, y con el que me siento identificado, es el que sostenía (06.02.2012), p. ej., que:
El problema del árabe en España no es tanto que la docencia haya sido equivocada, sino que hay una mayoría de «docentes» cómodamente instalados en su burbuja, que no quieren que cambie nada, y los pocos que sí quieren, tampoco tienen todos los datos necesarios, ni excesiva gana de entrar en todas las complejidades del asunto. Dicho sea de paso, la situación en otros países occidentales es similar, aunque no tan extrema. Pero aquí tenemos algo muy peligroso, como dices, y son los pedagogos que, aunque no sepan lo que han de enseñar, proclaman su exclusiva habilidad para hacerlo, porque son expertos en enseñar: yo los temo porque, como los fanáticos religiosos, para ellos no hay salvación extra Ecclesiam.
Fueron, de hecho, sus opiniones al respecto, que conocía desde mucho antes por "esos ácidos prólogos donde no deja títere con cabeza" (M.J. Cervera y Á. Vicente, "Federico Corriente: Trayectoria académica de un arabista singular", Aragón en la Edad Media, 26, 2015, p. 23) y que el lector de este blog encontrará citadas aquí y allá, las que me empujaron a pedirle, a finales de 2011, que encabezara una "quijotada" (así se la definí) como la Campaña para la acreditación y uso del árabe en los concursos de selección del profesorado universitario (CAUA), a lo que accedió con una humildad digna del verso árabe:
Y que exhibía a menudo, como hacen quienes saben, valga la redundancia, ser sabios: "De la discrepancia y la consulta sale la luz" (18.02.2009) era la frase, p. ej.,
con que zanjaba en cierta ocasión una controversia fonética que nos traíamos y
que dirimimos, por indicación suya, acudiendo a la autoridad de un tercero. Volviendo a la campaña, "conseguir que se exija un nivel de árabe como de inglés va para largo", respondía, "aunque a mí me parece irrenunciable y hasta urgente, para no seguir haciendo el ridículo, y he contribuido a ello lo que he podido con la lengua y la pluma [...]. De manera que de acuerdo, ponme en la lista", terminaba diciendo, "en el sitio que te parezca mejor, primero, último o en medio" (21.11.2011). El suyo y el de Aram Hamparzoumian, a continuación, fueron los únicos ofrecidos y reservados. Bien es verdad que a Corriente, a diferencia del segundo y a pesar de sus descomunales aportaciones como lingüista, no se le puede tener por un experto en la didáctica del árabe como lengua extranjera, ni teórico ni práctico: un aventajado alumno suyo me confiaba, hace ya varios lustros, que el caso de este "gigante" del arabismo era el mejor indicio de que una cosa es la ciencia, saber, y otra la docencia, enseñar (véanse, a propósito, las reflexiones y recuerdos del profesor Ignacio Ferrando en كيف نشرت العربية؟ تجارب لأعلام من المختصين الناطقين بغيرها في أوروبا وأفريقيا، ت. بدر بن ناصر الجبر، ٢٠١٩، ص. ١١-٢٩); pero la finalidad de la campaña no era superar ese dilema, sino "pedir", para empezar, "que los que enseñen una lengua demuestren saberla, o sea, leerla, hablarla y escribirla decentemente" (ídem). A tal efecto, elucubraba (12.11.2011):
Tal vez tendríamos que «refundarnos» en un congreso, que empezara con una confesión general de nuestros pecados, que todos los tenemos, [...] pero no tengo mucha fe en que la gente tenga tanta conciencia de lo que nos estamos jugando todos, o sea, la supervivencia del ramo, si no de todas las humanidades. Después de la conciencia, haría falta decencia, mucha decencia, y tampoco ahí puede uno hacerse ilusiones, pues casi nadie está dispuesto a cerrar la tienda de la que come.
Nueve años han transcurrido desde el lanzamiento de esta iniciativa y nada hace presagiar que siquiera aquel objetivo básico, parcial e insuficiente se alcance a medio o corto plazo, o que su único logro hasta la fecha, la prueba práctica que la Universidad de Murcia exige en sus convocatorias desde 2016, sobreviva a mi desempeño como profesor en la misma o al extraño desequilibrio de fuerzas que vienen haciéndola posible. No cabe duda de que esta adhesión de Corriente a mi ocurrencia es poco menos que una anécdota en su trayectoria, pero contemplada desde el páramo desolador que es la enseñanza del árabe en la universidad española adquiere cierta relevancia. "También yo dudo", me confiaba apenas un año después de pedirle su apoyo, "que se haga efectiva la exigencia tan lógica de que el arabista sepa árabe, pero de un tiempo a esta parte lo que más deseo es equivocarme en muchas cosas" (22.10.2012).
Como docente, no se puede decir, de ninguna de las maneras, que Corriente no tuviera claro qué árabe es menester enseñar y por qué (13.12.2010):
La decisión del futuro del árabe la tienen que tomar los árabes, no los arabistas, que no debemos ser profetas, ni apuntarnos a ninguna profecía. Hoy por hoy, los árabes cultos y no cantamañanas prefieren no perder su lengua clásica, aunque falten medios para enseñarla bien a todos, y creo que llevan mucha razón porque se quedarían sin pasado, a cambio de una jaimitada, o una imbecilidad como la que hicimos los europeos al abandonar el latín, al precio que estamos viendo, a la hora de intentar cualquier tipo de unión, aunque sea sólo económica. Lo que quiere decir a efectos de enseñar árabe que, como siempre, primero hay que aprenderlo como es, con su diglosia y consecuencias, que no nos toca a nosotros arreglar, y enseñarlo con honradez, como es lógico, sin fabricar «realidades».
Y cuál no, siguiendo el mismo criterio (29.11.2011):
Claro está que el estándar moderno tiende a ser un continuo en degradación hacia el dialecto, dentro del cual está lo que se llama lughah mutawassiTah [لغة متوسطة], pero sigue siendo evidente que una clase o conferencia debe darse en un registro cuanto más clásico mejor, para no hacer el ridículo, y que en cambio, las patatas se compran y los chistes se cuentan en dialecto. Nuestros arabistas han tenido y siguen teniendo grandes problemas con esa situación, que intentan resolver como pueden, creo que casi siempre mal, porque los maestros de la vieja escuela no tenían práctica oral ni sabían lingüística, sobre todo, el postulado básico de que el lingüista describe, y no prescribe, pues esto es función de los nativos que, en el caso del árabe, claramente mantienen la diglosia y sus registros.
De ahí que criticara, no sin razón, el enfoque de un material como ¡Alatul! (Madrid, 2010), en el que servidor había colaborado antes de comprender, o aceptar, que ése no era, realmente, el modo de proceder "derecho" como anunciaba el título (y siguen haciendo sus secuelas). "Con este método", me advertía, "desde luego los estudiantes no podrán leer un periódico al acabar
el primer curso, pero tampoco mantener un diálogo que se salga de las
cuatro primeras lecciones del Ollendorf, y eso buscando interlocutores
escogidos, de manera que ¿qué hemos ganado? ¿Parecer «modernos»?" (13.12.2011).
Si en algo relativo a la enseñanza del árabe creo que andaba desatinado (en ilustre compañía, bien es cierto) no es, por tanto, en el qué y el por qué, sino en el procedimiento a seguir (01.02.2012):
Casi nadie se plantea las cosas como son, es decir que en la universidad debemos conseguir que el alumno lea en un plazo razonable el periódico y la prosa fácil de cualquier época y, si es posible y hay horas, tener acceso a formas orales, como el interdialecto oriental, incluso el interárabe, pero teniendo muy claro que eso no es árabe estándar en ningún sitio, sino el registro bajo, por otra parte, imprescindible para la comunicación oral.Incurriendo en ese reverse privileging (o perverse, según se mire), expresión acuñada por Karin Ryding, del que ya he hablado aquí y allá a menudo, y en virtud del cual la importancia de esa comunicación oral pasa a un segundo o tercer plano, cuando no se relega de manera indefinida. Corriente, como anunciaba ya en el prefacio de su Gramática árabe (Madrid, 1980), parecía convencido de que "es aconsejable comenzar por el aprendizaje de la lengua clásica, como base de partida más amplia", para "posteriormente, como es natural, desarrollar la capacidad de hablar la variedad de árabe que las circunstancias particulares hagan aconsejable en cada caso" (p. 10). Así lo repite en el de Introducción a la gramática y textos árabes (Madrid, 1986), no sin renunciar primero a sentar cátedra y alertando de lo verde, y a la vez desértico, del terreno (p. i-ii):
Hemos hecho algunos esfuerzos, tal vez agotadores y no totalmente acertados en razón de nuestras limitaciones, pero es infinitamente más lo que queda por hacer en este campo de la docencia de la lengua árabe, que tan poco parece atraer a nuestros compañeros.
Creemos erróneo el antiguo sistema de aprender superficialmente los esquemas gramaticales de la lengua, y confiar en que el manejo de los textos haga el resto. No hay atajo que evite un conocimiento detallado de la estructura gramatical y el léxico de una lengua, sin perjuicio, desde luego, de vivificar dicho conocimiento por el contacto con los textos y, a ser posible, con las formas orales de la lengua.
No es, cabe suponer, que Corriente, que había enseñado en EE.UU. (The Dropsie University, donde debió coincidir con el padre de Noam Chomsky) a finales de los 60 y principios de los 70, fuera ajeno a la efervescencia que vivía la enseñanza del árabe como lengua extranjera allí (cf. Aleya Rouchdy, The Arabic Language in America, Wayne State U. Press, 1992), con la publicación en 1968, p. ej., del célebre Elementary Modern Standard Arabic de P. Abboud et alii, adaptado y adoptado en mi alma máter (C.M. Thomas de Antonio, Lengua Árabe I. Apuntes para seguir el E.M.S.A., Sevilla, 2001)... ¡treinta y tres años después! Ocurre, más bien, que estaba en contra, como se verá, de convertir ese árabe estándar moderno (que "no es una lengua real", 13.12.2011) en lengua meta u objeto de aprendizaje, aunque "en tiempos", me confesaba una vez, había preparado "un método de «tercera lengua», que se usó en el IHAC durante años, pero que no había querido publicar, "porque eso tiene algo de prescriptivo, impropio de un lingüista, cuando los mismos nativos no lo hacen" (22.11.2011). Sería interesante, con todo, poder echar un vistazo a un "1974 proposal by Professor Federico Corriente for improvements in the areas of Arabic and Islamic Studies" que se conserva en los archivos de David M. Goldenberg y ver cuáles eran esas mejoras que proponía en Dropsie. "En cuanto a los rusos, cuando yo fui la primera vez", recordaba al comentarle que en mi escasa experiencia pasaban por ser los arabistas más arabófonos, "vi
que en la especialidad de árabe, profesores y estudiantes, unos mejor otros
peor, podían expresarse en árabe estándar, o sea, clásico moderno, y que
sólo los dialectólogos sabían un dialecto moderno, lo que me pareció
bastante soviético, pero mucho mejor que lo nuestro" (29.11.2011).
Lamentablemente, alguna vez que le manifesté mis discrepancias, o no atrajeron su atención o se perdieron entre otros asuntos que andábamos discutiendo. Mejor así, tal vez, porque no era fácil que diera su brazo a torcer: "Como partícula, sólo momentáneamente suelta del Uno, soy más soberbio que vanidoso" (20.01.2016); y en términos parecidos se expresaba algo más de un año después, cuando, a modo de broma, le consultaba si era a él o a la RAE a quien había que felicitar por su entrada en la corporación: "En el reparto de la soberbia y la vanidad no hubo equidad, y sólo algunos salimos beneficiados con una inmensa tajada de la primera y poquísima de la segunda... En mi caso, sin mérito ni merecimiento, porque los sufíes somos así: al creer en el ser único, todo queda en casa" (07.09.2017).
"Hoy nadie serio", le decía yo, en fin, "cuestionaría que son dos, al menos, los árabes que hay que aprender [...]. Lo que algunos nos preguntamos es cómo facilitar al máximo lo uno y lo otro" (26.10.2012). "Comenzar por el árabe clásico", le insistía pocos días después, "como recomendabas en tu Gramática árabe, tiene diversos inconvenientes, principalmente relacionados con la motivación de los alumnos, de una parte, y con el desarrollo de las destrezas orales por otro. Y simultanearlo con algún dialecto pero en asignaturas independientes sería, repeticiones aparte, exponerlos sin más a la diglosia, sin ayudarles a digerirla. Hay", añadía, "quien es partidario de una enseñanza conjunta (integrated approach, lo llama su principal defensor), pero ésta", opinaba entonces, dos años antes de comenzar a aplicarla, y me sorprendo ahora al leer, cinco y medio después, "dista mucho aún de ser una práctica viable" (01.11.2012), cosa que, al menos en materia de recursos humanos, sigue siendo cierta. Y por último le sacaba a colación el colloquial first de Manfred Woidich en la Universidad de Ámsterdam.
De Corriente, obertura triunfante, y no sé si de algún modo coda, al mismo tiempo, del estudio del árabe andalusí, y patrono de nuestra dialectología norteafricana, tampoco conseguí entender nunca muy bien que recomendara "tradicionalmente [...] un dialecto difundido, mejor oriental que occidental, salvo situaciones peculiares" (22.11.2011), tanto más cuanto que eso, para quien aprende árabe en España, casi supone nadar a contracorriente, si se me permite el guiño. "En mi propio caso", recordaba (13.12.2011):
Aludiendo así a una complicación para el aprendizaje del árabe mucho mayor, en mi opinión, aunque igual de desatendida, que esa diglosia: su gran variedad diatópica, sólo salvable, como sucede con la diaglósica (entre diamésica y diastrática), si se apuesta por emular la competencia nativa: activa en un solo dialecto, por lo general, y pasiva en los más cercanos y populares.Mientras estuve de profesor en Rabat [1964-68], me negué a recuperar y perfeccionar el marroquí, que fue el primer dialecto que aprendí, pero se me había estropeado totalmente al acostumbrarme al egipcio [1961-64], porque prefería conservar éste en buenas condiciones, al serme más útil, de manera que, no para comprar patatas, pero sí con mis colegas hablaba levantino, inteligible para casi todos, gracias al cine. Las clases, por supuesto, siempre en clásico, y a quien no le guste la diglosia, que se dedique a otra cosa.
En su reseña del Diccionario avanzado árabe de Corriente y Ferrando (Barcelona, 2005), publicada en Collectanea Christiana Orientalia (3, 2006, p. 412-417), Salvador Peña habla del "daño causado por unas circunstancias" que desconoce y "que motivaron la interrupción del magisterio del Profesor Corriente en la Universidad Complutense, desde donde podría haber ejercido una influencia eficaz para que el estudio de la lengua árabe alcanzara una posición aventajada entre los intereses del arabismo"; y más adelante precisa (p. 412-413):
Por aquel entonces se demostraba una y otra vez que eran amplios los campos del arabismo universitario español donde se podía investigar sin depender sustancialmente de fuentes y documentos en lengua árabe, en ninguna de las variedades de ésta. A ello venían a unirse, desde fuera de los ámbitos estrictamente académicos, un estructuralismo mal entendido y una pésima digestión de los avances en didáctica del inglés, que llevaron a la difusión de la idea de que se puede aprender árabe por procedimientos exclusivamente lúdicos. Y el resultado es que los esfuerzos del Profesor Corriente encontraron una respuesta poco favorable por parte de algunos sectores implicados en el proceso de la docencia del árabe, entre quienes se diría que no resultaba descabellada la idea de que se podía también saber árabe sin conocer el árabe.
Yo, sin embargo, y aun conociendo la universidad española menos que el profesor Peña, o por menos tiempo, siempre he pensado que, ejercida desde Madrid o desde Zaragoza, la influencia de Corriente, tan catedrático a su llegada como a su marcha, ha sido toda la que académica y humanamente (y a sus destinatarios me refiero) podía ser. Habría dispuesto, qué duda cabe, de más alumnos sobre los que influir, pero no forzosamente del ascendiente necesario para introducir cambios administrativos indispensables, p. ej., en la selección del profesorado, los planes de estudio y demás. Quizá la supresión del Instituto de Estudios Islámicos y del Oriente Próximo (IEIOP), que tanto disgusto le causó (véase, p. ej., su "Humanismo semítico en España. Relato de un desencuentro", en A. Egido y J.E. Laplana, Saberes humanísticos y formas de vida, Zaragoza, 2012, p. 82, n. 5), sirva de ilustración de esto que digo. "Patriae quis exsul se quoque fugit?", se preguntaba Horacio (Carmina, 2, 16), y otra influencia, más decisiva, habría requerido también, creo yo, a otro Federico. "Ahora que me acerco a la igualación universal subterránea", me confesaba hace seis años, "creo que lo que más me ha perjudicado ha sido no hacer nada para ser temido, [...] pero nunca lo pude remediar: el poder me da asco" (04.02.2014). No en vano a la ANECA la llamaba «أنيكها». Tampoco creo, dicho sea de paso, que la Complutense de los 80 fuera, en lo que al árabe respecta, el escenario de una contienda metodológica entre un docere delectando, por seguir con el poeta latino, y un docere cruciendo, habida cuenta de la tradicional aversión del arabismo hacia la pedagogía, calificada de superstición y alquimia por el sucesor de Codera:
Todo el mundo tiene virtud intrínseca para ser maestro; el único que carece de virtud directa y positiva para enseñar algún oficio útil o profesión es, precisamente, el pedagogo. [...]
La pedagogía, hablando en plata, parece que se inventó para que unos tontos enseñasen a otros tontos. ¡Y con esta alquimia se figura el mundo que salen listos!
---Julián Ribera, La superstición pedagógica, Madrid, 1910, I, p. 17, 69, n.1.
Que se puede "saber árabe sin conocer [a la manera del filólogo] el árabe" es obvio: de otro modo no habría hablantes nativos. Y también que se puede conocer el árabe sin saber árabe: de otro modo, si se me permite la broma, no habría arabistas. Lo que era y sigue siendo motivo de desencuentro, pienso yo, es si estos últimos deben o no reunir ambos conocimientos: el procedimental (saber hacer, en este caso, hablar árabe) y el proposicional (conocer hechos). Ribera, que parecía creerlo necesario, aún podía permitirse, sin embargo, pontificar que "lo que no se sabe, no se puede enseñar directamente: uno que no sepa hablar es imposible que pueda presentarse como ejemplo y modelo de oradores parlamentarios" (p. 17) o alegar que si cristianos como él no aprendían árabe era por culpa del carácter de los moros, idea, la verdad sea dicha, aparentemente común en la época:Los moros cuando no se les pronuncia bien, no entienden o fingen no entender o corrigen en tono despectivo porque hay todavía muchos que creen que su idioma es inabordable para los cristianos. [...]---Mariano Fernández Berbiela, Ensayo de gramática de árabe vulgar con aplicación al dialecto marroquí, Ceuta, 1911?, p. ix-x.
He de advertir a los alumnos que aun cuando después de alguna práctica se encuentren con un moro a quien no entiendan bien o que no le entiendan nada, que no se desanimen, pues esto no significa retraso alguno ni que saben menos de lo que creían, sino que los hay que suprimen muchas letras o que ligan mucho y muy deprisa unas con otras y que todos los moros, cuando hablan de cualquier asunto (sobre todo si les interesa a ellos), lo hacen como si su interlocutor tuviese obligación de estar perfectamente enterado de él y esto da lugar a que no se sepa lo que dicen aun entendiendo perfectamente las palabras.
Poco a poco, sin embargo, los arabistas españoles, yo diría que a partir de García Gómez, se verán obligados a ser políticamente correctos y fingir, con más o menos convicción o voluntad, que saben árabe. A Corriente, espectador y a la vez protagonista de ese arabismo que yo no he conocido, no podía dejar de preguntarle (07.11.2011):
La pregunta que me haces sobre si García Gómez, que sabía mucha historia y otras cosas y hacía traducciones bastante buenas y elegantes, dominaba el árabe hablado, o era capaz de escribir en él correctamente y calamo currente, sólo tiene una respuesta: nadie de la generación anterior a Granja, Fórneas y Cortés había adquirido algo de eso. [...] Generaciones posteriores no siempre superaron ese nivel: si aprendían algo, lo olvidaban pronto, porque aquí no se llevaba, ni estaba bien hacer gala de más. No te creas ninguna otra cosa que te cuenten, porque la historia para no ser repetida, debe ser contada como fue, y la lección, aprendida. Por lo demás, los alumnos siempre reaccionaron bastante bien a mis intentos de enseñar el árabe como lengua viva; eran los colegas los que me miraban mal, como dice el poeta: maa baalu ahliki, yaa rabaabuu/ khuzran ka'annahumuu ghiDaabuu [ما بال أهلك يا رباب / خزرًا كأنهم غضاب].
Aunque era un tema que no le agradaba tratar: "Las anécdotas sobre arabistas tradicionales
tratando de fingir que sí hablaban árabe son inacabables y a mí hace tiempo
que dejaron de hacerme gracia, porque las consecuencias han sido más
trágicas que cómicas" (12.12.2011).
No creo, por retomar la cuestión, que de Corriente disgustara tanto su metodología, más rigurosa o exhaustiva que novedosa o efectiva respecto de la imperante, como su objetivo; ni parece que ese "estructuralismo mal entendido" y ludopático en boga, según Peña, produjera materiales didácticos, ni semejantes ni distintos de los suyos, que se emplearan en lugar de éstos y puedan evaluarse ahora. Lo que Corriente denunciaba en el célebre prefacio de su Gramática es que se pretendiera "segregar una «lengua árabe moderna» que podría estudiarse, con independencia de la «antigua» y de los dialectos, y que sería la lengua que realmente hablarían y escribirían los árabes de hoy" (p. 10), un presunto "«árabe moderno hablado», el cual, hoy por hoy, sin referirse a los dialectos, no existe" (p. 11). Así se aprecia también, o tal vez mejor, en varios de los mensajes suyos que conservo, donde se hace patente que no era cómo, ni qué siquiera, sino para qué enseñaba lo que le reprochaban: "En la UCM [...] intenté elevar el nivel de los alumnos, con
listas de vocabulario básico, que utilizaba en ejercicios y dando alguna
clase en árabe, como la de dialectología, lo que no parecía mal a los
estudiantes, pero sí a algunos colegas, alguno tan necio que dijo que no
teníamos que ser la Escuela Berlitz" (29.11.2011). "Ya sabes", insistía un año después, "que yo intenté en la UCM dar clases en clásico para que los alumnos se acostumbraran a la lengua de registro alto [...] y que la asignatura llamada «árabe vulgar» fuese realmente un curso de dialecto, pero me lo recibieron tan mal que tuve que hacer las maletas" (26.10.2012). A poco que se considere se verá, y en esto creo que el profesor Peña podrá estar de acuerdo conmigo, que Corriente no pretendía nada que no se hubiera tratado de poner en práctica, treinta o cuarenta años antes, en la formación de traductores e intérpretes para el Protectorado de Marruecos. "El árabe es una lengua extranjera un tanto peculiar", opinaba, "y también requiere una pedagogía realista, o sea, con resultados que mejoren la mala prensa que tienen los arabistas de no estar muy enterados de lo suyo" (01.02.2012); pero jamás me hizo la menor observación o comentario acerca de cómo, en su opinión, se podían obtener esos resultados, y está de más indicar que a base de gramáticas, diccionarios o listas de vocabulario y crestomatías no se sale del denostado método gramática-traducción, sino más bien lo contrario. Contemplada en su conjunto y en mi humilde opinión, la obra didáctica de Corriente describe más que enseña el árabe, permite conocerlo más que utilizarlo, traducirlo a tientas más que hablarlo; y aunque el propósito de su autor no hubiera sido ése, sí que es, de cualquiera de las maneras, el uso que se le ha dado. De ahí que a algunos estudiantes Corriente nos sonara a muermo y a otros más jóvenes les siga ocurriendo.
Recapitulando, yo diría que "aquel «falso amanecer»", en la expresión de Peña (p. 413), que alude al nombre de la luz zodiacal en la tradición islámica (الفجر الكاذب) y al título de Naguib Mahfuz [نجيب محفوظ], era tan inevitable como su protagonista singular, por no decir sideral, y que un amanecer de verdad no lo para nadie. Entiéndaseme bien: siempre he sido partidario de que cada palo aguante su vela, pero me parece un error y un engaño esperar, primero, "un cambio inminente" salvífico y casi que mesiánico, y contentarse, después, con señalar al Judas, Pilatos o Barrabás de turno para seguir como estábamos. Esas "razones que algún historiógrafo del arabismo español", augura Peña, "tal vez llegue a desvelar" (p. 412) puede que susciten morbo, pero entrañan poco misterio. "Ocurrió hace mucho tiempo porque tenía que ocurrir", consideraba el propio Corriente, "y lo triste es que la gente no piense en las
consecuencias de sus acciones, ni en corregir lo que está mal, sino en
encontrar culpables" (29.11.2011). Bastante más dificultad, creo yo, hallaría ese historiador (que haría bien en tener algo de sociólogo) en explicar que desde entonces a esta parte hayamos avanzado tan poco y siga siendo posible, y hasta común, "no aprender demasiado árabe, ni a hablarlo, ni escribirlo, ni permitir
que otro lo intente, y otras muchas cosas que, si las dices en voz alta,
te salen enemigos debajo de las piedras" (25.10.2012).
"No sé", se pregunta Luz Gómez en Twitter, a raíz del obituario que dedica a nuestro colega en El País, "si era muy consciente de cómo nos ha marcado como arabistas. Igual hasta renegaría de much@s de nosotr@s". A mí, en cambio, siempre me extrañó que renegara tan poco del gremio, y no ya en comparación conmigo mismo (que quizá no lo hago mucho más que otros, pero sí a los cuatro vientos), sino estando en mejor posición que nadie para hacerlo. "Déjalo estar así, no lo publiques", me pedía una vez al señalarle que cierto mensaje suyo dirigido a SEEA-L lo había recibido sólo yo, "que a mí sólo me interesaba la comunicación contigo, y no es que no tenga otros colegas muy apreciados en el oficio, seguramente la mayoría, pero hay otro sector enloquecido [...] que es mejor que ni se acuerden del santo de tu nombre" (31.01.2014). Justo es decir que él, por su parte, nunca me mentó los de estos exotófilos autonfalólatras, al contrario que los de sus amigos y llorados maestros, lo que obligaba a mi curiosidad malsana a hacer cábalas para tratar de identificarlos, siguiendo las pistas que me dejaba.
La clave de la magnanimidad de Corriente está, tal vez, en lo que denominaba su iluminación shushtariana (19.01.2016):
Hace muchos años, aproximadamente desde que me iluminó Ashshushtari [الششتري], que me importan más las verdades y los hechos que las personas y sus opiniones, y el problema es distinguir unos de otros. Trabajo en ese sentido todo lo que puedo, me equivoco con la frecuencia estadísticamente inevitable en la aparente carne, y agradezco a quien me corrija bona fide, que es lo más frecuente afortunadamente.
O en esta otra observación que me hacía tiempo atrás (23.10.2012):
Ya hace años dije en el prólogo de mi Gramática que no me hacía ilusiones de ser considerado sino tangencial a nuestro arabismo porque, habiendo tenido una formación y vida distintas, por circunstancias que no empeño, no era fácil ser aceptado sin fastidio, y así ha sido, y la verdad es que me importa poquito, porque yo sólo me preocupo de trabajar y ver si puedo descubrir cosas.
De manera que me lancé a ayudar, rompiendo ciertas reglas y creando confusión, que algunos no han perdonado y aún dura. Pero me daba y me da vergüenza el nivel de árabe en nuestras universidades, y que una vez me dijera el Director del Instituto Egipcio que allí no se recibían otras cartas en árabe, en respuesta a las que ellos mandaban a los colegas, que las mías [cf. "Tres mitos contemporáneos frente a la realidad de Alandalús", en M.C. Feria y G. Parrilla, Orientalismo, exotismo y traducción, 2000, p. 41]. Y ahora en vez de hacer las cosas bien con el material disponible, que es mucho, incluso grabaciones, andamos enseñando «interárabe», que no sirve para entender el periódico, ni para comprar patatas, sino sólo para hablar con algunos árabes cultos que lo han aprendido a su vez, como lengua extranjera, y todo por no reconocer que el árabe es diglótico, y hay que saber el clásico, para no ser un burro bilingüe, y algún dialecto, el que a cada cual le interese más por las circunstancias. (Ídem)
"Por cierto", añadía un día después, "que nunca pretendí que mi Gramática se usara con los alumnos, sino que fuera un «libro del maestro», para que los docentes supieran lo que no debían ignorar: para los alumnos hice los «Elementos y ejercicios», tan mal recibido que va a ser difícil reimprimirlo" (26.10.2012); refiriéndose aquí, imagino, a su Introducción a la gramática y textos árabes (Madrid, 1986), reeditada como Gramática y textos árabes elementales (Madrid, 1990); lo que me recuerda al Vocabulario árabe graduado (Barcelona, 2013) que publicó junto a Monferrer y A.S. Ould Mohamed Baba, y al que dedicó una alumna mía su trabajo de fin de grado, que consistía, básicamente, en comparar la obra con el diccionario de frecuencias de Buckwalter y Parkinson (A Frequency Dictionary of Arabic, 2011) y tratar de averiguar qué procedimiento, ya que no lo mencionaban, habían seguido Corriente y compañía para seleccionar y graduar su vocabulario. Cierto murmurador, ahora que recuerdo, se preguntaba en un grupo privado de Facebook cómo era yo "capaz de ver las virtudes" de esta obra (y no las de otras que él vendía), cuando jamás lo he hecho ni dicho en ninguna parte. Y si bien es cierto que a Corriente no llegué a importunarle con mi parecer, no lo es menos que, entre etimología y topónimo, sí le hablé de mi alumna y del objeto de su trabajo, convencido de que la atendería como a mí mismo. Devoción, sí; ciega, no.
Tiendo a pensar, en definitiva, que Corriente, que más que tocar la circunferencia del arabismo en un punto, cual tangente, la atravesó como una secante, era consciente de la impronta de sus obras en varias generaciones de arabistas, sí, pero también de no haber conseguido dejarla en otros aspectos, incluidos los más prácticos. "El gran fracaso de mi labor", se lamentaba, "una enciclopedia toponímica hispánica enfocada a los arabismos, es irrenunciable y la debierais emprender los suficientemente jóvenes y capaces [...]: no será fácil conseguirlo, pero es el único camino. Por ahora sólo se hacen estudios muy parciales y con metodología tirando a floja, y así no se va muy lejos" (06.02.2014). Un par de años más tarde, y a raíz de una crítica sobre su tratamiento de los berberismos en el andalusí que le había hecho llegar, me comentaba que, más que el volumen IV de su Encyclopédie linguistique d'Al-Andalus, que acaba de ver la luz, le preocupaba el V, "el de la toponimia, porque es el gran punto flaco de todos nosotros, por descuido secular y pérdida de información, y además llegaré muy viejecito, si es que llego" (08.01.2016). Ignoro, porque su último mensaje es de enero de 2018, en qué punto andaba del proyecto y cuándo verá la luz, después de haberse cumplido, tristemente, el segundo de sus pronósticos.
Debe ser porque me voy haciendo yo también mayor que cada vez aprecio más a menos gente, si se me permite la ¿lítote? Pero no es porque aprecie a Federico, que lo hago y bastante, o porque me crea una especie de albacea o apóstol suyo, por lo que he querido verter aquí, literalmente, fragmentos de los mensajes que me dirigía desde su Eudora, sino porque pienso que ilustran bien y complementan esa conciencia y compromiso deontológicos con que salpimentaba prólogos, prefacios y notas a pie de página, y pueden ser de algún interés para colegas más jóvenes con inquietudes similares.
Quisiera, para terminar, por una vez y sin que sirva de precedente, no haber disgustado ni incomodado a nadie, pero eso me expondría, tal vez, a traicionar su memoria. "Veo que tú también has sido iluminado místicamente" (21.01.2016), bromeaba una vez que me dio por señalarle que "centellitas de la esencia del Uno" las hay "que iluminan el cielo nocturno y otras que incordian como pavesa en la ropa" (20.01.2006). A él, que se extinguía hace una cuarentena, ya no le puedo desear nada, aunque una vez me dijo que contaba con tener cerca un teléfono "como los de toda la vida" (01.02.2012). A las centellitas que quedamos, luz de esa shushtariana.