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26 de julio de 2020

Tangencial a nuestro arabismo

«À ce propos, sache que dans son cours sur la philologie des langues sémitiques —tu ne peux t'en souvenir, nous n'avons pas fait les mêmes études— Monsieur C., un arabisant espagnol, a déclaré que la langue arabe est, de toutes les langues sémitiques, la plus proche de la langue-mère. Silence dans la salle de classe : notre langue, exact reflet de la lumière inaugurale ! Nous savourions la joie d'être si proches de la langue originelle, vérité confirmée par un professeur dont la compétence était largement reconnue, étranger de surcroît, ce qui rendait son témoignage d'autant plus précieux. Quoique a'jami, Monsieur C. parlait un arabe parfait, et les plus grammairiens parmi ses étudiants n'étaient jamais parvenus à le prendre en faute.»
---Abdelfattah Kilito, Le cheval de Nietzsche, 2007, p. 163-164.
Un viejecillo de tierras de Mequinez canta por los zocos:
«¿Qué se me da de la gente, y a la gente, qué se le da de mí?
¿Qué se me da, amigo, de todas las criaturas?
Haz el bien, te salvarás, y sigue a los de las verdades;
no digas, hijo mío, palabra en que no seas sincero:
toma mis palabras en un pergamino, y escríbelas de amuleto.
Se cumplen hoy cuarenta días de la muerte de Federico Corriente, al que tanto he citado dentro y fuera de este blog, y he creído oportuno dedicarle este recuerdo. Vaya por delante que si revelo aquí parte de nuestra correspondencia, es porque él mismo me manifestó, desde un primer momento y en más de una ocasión, que no tenía inconveniente en que así fuera. A veces, es más, sobre todo cuando la conversación venía de algún tema tratado en SEEA-L, la lista de correo electrónico de la Sociedad Española de Estudios Árabes, de la que era socio de honor, he tenido la impresión de que esperaba que así lo hiciera: "Por supuesto que lo que yo diga puede siempre ser repetido, sin que yo me responsabilice de cómo se transmite, o si gusta o no gusta. En fin, lo normal en este oficio" (19.12.2006). "Yo no tengo secretos", me decía en otra ocasión, "y hace años que ni siquiera echo la llave al archivador que contiene mi correo personal, donde hay algunas piezas arqueológicas de personajes famosos, en cinco o seis lenguas, etc., todo lo cual no destruyo (casi nunca), porque pienso que a alguien le podrá interesar o, al menos, divertir algún día" (13.12.2011). Sobra decir que puntualmente él mismo me pedía reserva, más respecto de algunas chanzas que de sus meridianas opiniones, expuestas ya, además, en algunas de sus obras, y que he procurado pecar de discreto y de prudente antes que de lo contrario. Estoy convencido de que, de poder leerme aún, tendría qué objetar, pero no, desde luego, que haya desvirtuado sus palabras o intenciones. Alguno, en el extremo contrario, opinará tal vez que con esta entrada caigo en ese género tan grato al arabismo, el hagiográfico, que siempre he criticado. Sería la primera vez, pero también, intuyo, la última, porque como dice Juan Pedro Monferrer, experto, miren por dónde, en literatura árabe cristiana, el difunto "era, es, único, insustituible, irrepetible" y "tardará, si es que llega, otro u otra como él".
Yo a Corriente lo conocí en diccionario en 1990, en 1º de Filología Árabe, y en persona en un simposio de la Sociedad Española de Estudios Árabes celebrado en Tenerife a finales de octubre de 2006, siendo ya devoto suyo (de hecho me presenté como "un fan"), y aunque no volvimos a coincidir en el espacio geográfico, fue a partir de entonces cuando comenzamos a hacerlo en el cibernético, a través de una correspondencia electrónica en la que dominaban a partes iguales el tema del arabismo español, el de la enseñanza del árabe y el de las etimologías. "Del árabe, el arabismo y los arabistas podríamos hablar hasta caérsenos las orejas" (26.10.2012); mientras que "la etimología", me decía, tiene de bueno "que si no eres un fatuo que sufre cuando le hacen ver que se ha equivocado, te diviertes mucho con las rarezas menos dañinas de la naturaleza humana, las lingüísticas" (22.01.2013). Con todo (19.03.2010):
En esto de las etimologías hay que ser terco, o al menos constante, porque requieren mucho tiempo, y no siempre hay que soltar la presa a la primera contradicción, lúdico y curioso, porque sin gana de juego y sentido del humor no se llega lejos en casi nada, e inasequible al miedo al ridículo, porque en cada cien etimologías suele haber unos diez fallos susceptibles de alfonseo, y quién no tiene algún enemigo con ganas de ponernos en la picota.
Y así, de gandulear, pasamos a alcatra (que resultó no ser tan termo chulo o tabuísmo, ni en Portugal ni en Brasil, como para huir del homófono Al-Qatra), a fer arca, a su Alandalús (forma esta empleada ya ocasionalmente por Codera, p. ej., en sus Estudios críticos de Historia árabe española, Zaragoza, 1903; pero que no cuadraba mucho, tenía yo la impresión, con algunos reflejos en la toponimia y antroponimia norteafricana —Landoulsi, Landoulssi, Landalsi, Landelsi—) y su (muy discutible y peregrino, en mi opinión) "verdadero étimo egipcio"; a zutano, a musulmán, a alhadra, a Marjaladar, a la remolacha, a Alcorrucén, a coracha, al magarefe portugués, a Almonga, etc., etc. Por una parte me apuraba robarle un tiempo que, de seguro, tenía a qué mejor dedicar y con más provecho; por otra, he de admitir que disfrutaba, ufano, sintiéndome o creyéndome a su altura, aunque fuera muy de puntillas o más bien porque él se agachaba para facilitar el entendimiento, siempre escurridizo, pese a mi "bendita curiosidad lingüística" (11.01.2016) o interés en la intrahistoria del gremio: "No sé si me explico", remataba una vez un mensaje y después de aludir a su exilio zaragocí, "ni si lo que te cuento te servirá de algo, pero es un alivio hablar con alguien que nos entienda" (25.10.2012), desahogo este que yo mismo echaba y voy a echar cada vez más en falta. "Harta pena es que [los compañeros] nos comuniquemos tan poco" (08.01.2016), se dolía cuando me disculpaba, por enésima vez, por robarle su tiempo.
No obstante, si hay un Corriente del que yo puedo, y casi que debo decir algo, y con el que me siento identificado, es el que sostenía (06.02.2012), p. ej., que:
El problema del árabe en España no es tanto que la docencia haya sido equivocada, sino que hay una mayoría de «docentes» cómodamente instalados en su burbuja, que no quieren que cambie nada, y los pocos que sí quieren, tampoco tienen todos los datos necesarios, ni excesiva gana de entrar en todas las complejidades del asunto. Dicho sea de paso, la situación en otros países occidentales es similar, aunque no tan extrema. Pero aquí tenemos algo muy peligroso, como dices, y son los pedagogos que, aunque no sepan lo que han de enseñar, proclaman su exclusiva habilidad para hacerlo, porque son expertos en enseñar: yo los temo porque, como los fanáticos religiosos, para ellos no hay salvación extra Ecclesiam.
Fueron, de hecho, sus opiniones al respecto, que conocía desde mucho antes por "esos ácidos prólogos donde no deja títere con cabeza" (M.J. Cervera y Á. Vicente, "Federico Corriente: Trayectoria académica de un arabista singular", Aragón en la Edad Media, 26, 2015, p. 23) y que el lector de este blog encontrará citadas aquí y allá, las que me empujaron a pedirle, a finales de 2011, que encabezara una "quijotada" (así se la definí) como la Campaña para la acreditación y uso del árabe en los concursos de selección del profesorado universitario (CAUA), a lo que accedió con una humildad digna del verso árabe:


Y que exhibía a menudo, como hacen quienes saben, valga la redundancia, ser sabios: "De la discrepancia y la consulta sale la luz" (18.02.2009) era la frase, p. ej., con que zanjaba en cierta ocasión una controversia fonética que nos traíamos y que dirimimos, por indicación suya, acudiendo a la autoridad de un tercero. Volviendo a la campaña, "conseguir que se exija un nivel de árabe como de inglés va para largo", respondía, "aunque a mí me parece irrenunciable y hasta urgente, para no seguir haciendo el ridículo, y he contribuido a ello lo que he podido con la lengua y la pluma [...]. De manera que de acuerdo, ponme en la lista", terminaba diciendo, "en el sitio que te parezca mejor, primero, último o en medio" (21.11.2011). El suyo y el de Aram Hamparzoumian, a continuación, fueron los únicos ofrecidos y reservados. Bien es verdad que a Corriente, a diferencia del segundo y a pesar de sus descomunales aportaciones como lingüista, no se le puede tener por un experto en la didáctica del árabe como lengua extranjera, ni teórico ni práctico: un aventajado alumno suyo me confiaba, hace ya varios lustros, que el caso de este "gigante" del arabismo era el mejor indicio de que una cosa es la ciencia, saber, y otra la docencia, enseñar (véanse, a propósito, las reflexiones y recuerdos del profesor Ignacio Ferrando en كيف نشرت العربية؟ تجارب لأعلام من المختصين الناطقين بغيرها في أوروبا وأفريقيا، ت. بدر بن ناصر الجبر، ٢٠١٩، ص. ١١-٢٩); pero la finalidad de la campaña no era superar ese dilema, sino "pedir", para empezar, "que los que enseñen una lengua demuestren saberla, o sea, leerla, hablarla y escribirla decentemente" (ídem). A tal efecto, elucubraba (12.11.2011):
Tal vez tendríamos que «refundarnos» en un congreso, que empezara con una confesión general de nuestros pecados, que todos los tenemos, [...] pero no tengo mucha fe en que la gente tenga tanta conciencia de lo que nos estamos jugando todos, o sea, la supervivencia del ramo, si no de todas las humanidades. Después de la conciencia, haría falta decencia, mucha decencia, y tampoco ahí puede uno hacerse ilusiones, pues casi nadie está dispuesto a cerrar la tienda de la que come.
Nueve años han transcurrido desde el lanzamiento de esta iniciativa y nada hace presagiar que siquiera aquel objetivo básico, parcial e insuficiente se alcance a medio o corto plazo, o que su único logro hasta la fecha, la prueba práctica que la Universidad de Murcia exige en sus convocatorias desde 2016, sobreviva a mi desempeño como profesor en la misma o al extraño desequilibrio de fuerzas que vienen haciéndola posible. No cabe duda de que esta adhesión de Corriente a mi ocurrencia es poco menos que una anécdota en su trayectoria, pero contemplada desde el páramo desolador que es la enseñanza del árabe en la universidad española adquiere cierta relevancia. "También yo dudo", me confiaba apenas un año después de pedirle su apoyo, "que se haga efectiva la exigencia tan lógica de que el arabista sepa árabe, pero de un tiempo a esta parte lo que más deseo es equivocarme en muchas cosas" (22.10.2012).
Como docente, no se puede decir, de ninguna de las maneras, que Corriente no tuviera claro qué árabe es menester enseñar y por qué (13.12.2010):
La decisión del futuro del árabe la tienen que tomar los árabes, no los arabistas, que no debemos ser profetas, ni apuntarnos a ninguna profecía. Hoy por hoy, los árabes cultos y no cantamañanas prefieren no perder su lengua clásica, aunque falten medios para enseñarla bien a todos, y creo que llevan mucha razón porque se quedarían sin pasado, a cambio de una jaimitada, o una imbecilidad como la que hicimos los europeos al abandonar el latín, al precio que estamos viendo, a la hora de intentar cualquier tipo de unión, aunque sea sólo económica. Lo que quiere decir a efectos de enseñar árabe que, como siempre, primero hay que aprenderlo como es, con su diglosia y consecuencias, que no nos toca a nosotros arreglar, y enseñarlo con honradez, como es lógico, sin fabricar «realidades».
Y cuál no, siguiendo el mismo criterio (29.11.2011):
Claro está que el estándar moderno tiende a ser un continuo en degradación hacia el dialecto, dentro del cual está lo que se llama lughah mutawassiTah [لغة متوسطة], pero sigue siendo evidente que una clase o conferencia debe darse en un registro cuanto más clásico mejor, para no hacer el ridículo, y que en cambio, las patatas se compran y los chistes se cuentan en dialecto. Nuestros arabistas han tenido y siguen teniendo grandes problemas con esa situación, que intentan resolver como pueden, creo que casi siempre mal, porque los maestros de la vieja escuela no tenían práctica oral ni sabían lingüística, sobre todo, el postulado básico de que el lingüista describe, y no prescribe, pues esto es función de los nativos que, en el caso del árabe, claramente mantienen la diglosia y sus registros.
De ahí que criticara, no sin razón, el enfoque de un material como ¡Alatul! (Madrid, 2010), en el que servidor había colaborado antes de comprender, o aceptar, que ése no era, realmente, el modo de proceder "derecho" como anunciaba el título (y siguen haciendo sus secuelas). "Con este método", me advertía, "desde luego los estudiantes no podrán leer un periódico al acabar el primer curso, pero tampoco mantener un diálogo que se salga de las cuatro primeras lecciones del Ollendorf, y eso buscando interlocutores escogidos, de manera que ¿qué hemos ganado? ¿Parecer «modernos»?" (13.12.2011).
Si en algo relativo a la enseñanza del árabe creo que andaba desatinado (en ilustre compañía, bien es cierto) no es, por tanto, en el qué y el por qué, sino en el procedimiento a seguir (01.02.2012):
Casi nadie se plantea las cosas como son, es decir que en la universidad debemos conseguir que el alumno lea en un plazo razonable el periódico y la prosa fácil de cualquier época y, si es posible y hay horas, tener acceso a formas orales, como el interdialecto oriental, incluso el interárabe, pero teniendo muy claro que eso no es árabe estándar en ningún sitio, sino el registro bajo, por otra parte, imprescindible para la comunicación oral.
Incurriendo en ese reverse privileging (o perverse, según se mire), expresión acuñada por Karin Ryding, del que ya he hablado aquí y allá a menudo, y en virtud del cual la importancia de esa comunicación oral pasa a un segundo o tercer plano, cuando no se relega de manera indefinida. Corriente, como anunciaba ya en el prefacio de su Gramática árabe (Madrid, 1980), parecía convencido de que "es aconsejable comenzar por el aprendizaje de la lengua clásica, como base de partida más amplia", para "posteriormente, como es natural, desarrollar la capacidad de hablar la variedad de árabe que las circunstancias particulares hagan aconsejable en cada caso" (p. 10). Así lo repite en el de Introducción a la gramática y textos árabes (Madrid, 1986), no sin renunciar primero a sentar cátedra y alertando de lo verde, y a la vez desértico, del terreno (p. i-ii):
Hemos hecho algunos esfuerzos, tal vez agotadores y no totalmente acertados en razón de nuestras limitaciones, pero es infinitamente más lo que queda por hacer en este campo de la docencia de la lengua árabe, que tan poco parece atraer a nuestros compañeros.
Creemos erróneo el antiguo sistema de aprender superficialmente los esquemas gramaticales de la lengua, y confiar en que el manejo de los textos haga el resto. No hay atajo que evite un conocimiento detallado de la estructura gramatical y el léxico de una lengua, sin perjuicio, desde luego, de vivificar dicho conocimiento por el contacto con los textos y, a ser posible, con las formas orales de la lengua.
No es, cabe suponer, que Corriente, que había enseñado en EE.UU. (The Dropsie University, donde debió coincidir con el padre de Noam Chomsky) a finales de los 60 y principios de los 70, fuera ajeno a la efervescencia que vivía la enseñanza del árabe como lengua extranjera allí (cf. Aleya Rouchdy, The Arabic Language in America, Wayne State U. Press, 1992), con la publicación en 1968, p. ej., del célebre Elementary Modern Standard Arabic de P. Abboud et alii, adaptado y adoptado en mi alma máter (C.M. Thomas de Antonio, Lengua Árabe I. Apuntes para seguir el E.M.S.A., Sevilla, 2001)... ¡treinta y tres años después! Ocurre, más bien, que estaba en contra, como se verá, de convertir ese árabe estándar moderno (que "no es una lengua real", 13.12.2011) en lengua meta u objeto de aprendizaje, aunque "en tiempos", me confesaba una vez, había preparado "un método de «tercera lengua», que se usó en el IHAC durante años, pero que no había querido publicar, "porque eso tiene algo de prescriptivo, impropio de un lingüista, cuando los mismos nativos no lo hacen" (22.11.2011). Sería interesante, con todo, poder echar un vistazo a un "1974 proposal by Professor Federico Corriente for improvements in the areas of Arabic and Islamic Studies" que se conserva en los archivos de David M. Goldenberg y ver cuáles eran esas mejoras que proponía en Dropsie. "En cuanto a los rusos, cuando yo fui la primera vez", recordaba al comentarle que en mi escasa experiencia pasaban por ser los arabistas más arabófonos, "vi que en la especialidad de árabe, profesores y estudiantes, unos mejor otros peor, podían expresarse en árabe estándar, o sea, clásico moderno, y que sólo los dialectólogos sabían un dialecto moderno, lo que me pareció bastante soviético, pero mucho mejor que lo nuestro" (29.11.2011).
Lamentablemente, alguna vez que le manifesté mis discrepancias, o no atrajeron su atención o se perdieron entre otros asuntos que andábamos discutiendo. Mejor así, tal vez, porque no era fácil que diera su brazo a torcer: "Como partícula, sólo momentáneamente suelta del Uno, soy más soberbio que vanidoso" (20.01.2016); y en términos parecidos se expresaba algo más de un año después, cuando, a modo de broma, le consultaba si era a él o a la RAE a quien había que felicitar por su entrada en la corporación: "En el reparto de la soberbia y la vanidad no hubo equidad, y sólo algunos salimos beneficiados con una inmensa tajada de la primera y poquísima de la segunda... En mi caso, sin mérito ni merecimiento, porque los sufíes somos así: al creer en el ser único, todo queda en casa" (07.09.2017).
"Hoy nadie serio", le decía yo, en fin, "cuestionaría que son dos, al menos, los árabes que hay que aprender [...]. Lo que algunos nos preguntamos es cómo facilitar al máximo lo uno y lo otro" (26.10.2012). "Comenzar por el árabe clásico", le insistía pocos días después, "como recomendabas en tu Gramática árabe, tiene diversos inconvenientes, principalmente relacionados con la motivación de los alumnos, de una parte, y con el desarrollo de las destrezas orales por otro. Y simultanearlo con algún dialecto pero en asignaturas independientes sería, repeticiones aparte, exponerlos sin más a la diglosia, sin ayudarles a digerirla. Hay", añadía, "quien es partidario de una enseñanza conjunta (integrated approach, lo llama su principal defensor), pero ésta", opinaba entonces, dos años antes de comenzar a aplicarla, y me sorprendo ahora al leer, cinco y medio después, "dista mucho aún de ser una práctica viable" (01.11.2012), cosa que, al menos en materia de recursos humanos, sigue siendo cierta. Y por último le sacaba a colación el colloquial first de Manfred Woidich en la Universidad de Ámsterdam.
De Corriente, obertura triunfante, y no sé si de algún modo coda, al mismo tiempo, del estudio del árabe andalusí, y patrono de nuestra dialectología norteafricana, tampoco conseguí entender nunca muy bien que recomendara "tradicionalmente [...] un dialecto difundido, mejor oriental que occidental, salvo situaciones peculiares" (22.11.2011), tanto más cuanto que eso, para quien aprende árabe en España, casi supone nadar a contracorriente, si se me permite el guiño. "En mi propio caso", recordaba (13.12.2011):
Mientras estuve de profesor en Rabat [1964-68], me negué a recuperar y perfeccionar el marroquí, que fue el primer dialecto que aprendí, pero se me había estropeado totalmente al acostumbrarme al egipcio [1961-64], porque prefería conservar éste en buenas condiciones, al serme más útil, de manera que, no para comprar patatas, pero sí con mis colegas hablaba levantino, inteligible para casi todos, gracias al cine. Las clases, por supuesto, siempre en clásico, y a quien no le guste la diglosia, que se dedique a otra cosa.
Aludiendo así a una complicación para el aprendizaje del árabe mucho mayor, en mi opinión, aunque igual de desatendida, que esa diglosia: su gran variedad diatópica, sólo salvable, como sucede con la diaglósica (entre diamésica y diastrática), si se apuesta por emular la competencia nativa: activa en un solo dialecto, por lo general, y pasiva en los más cercanos y populares.
En su reseña del Diccionario avanzado árabe de Corriente y Ferrando (Barcelona, 2005), publicada en Collectanea Christiana Orientalia (3, 2006, p. 412-417), Salvador Peña habla del "daño causado por unas circunstancias" que desconoce y "que motivaron la interrupción del magisterio del Profesor Corriente en la Universidad Complutense, desde donde podría haber ejercido una influencia eficaz para que el estudio de la lengua árabe alcanzara una posición aventajada entre los intereses del arabismo"; y más adelante precisa (p. 412-413):
Por aquel entonces se demostraba una y otra vez que eran amplios los campos del arabismo universitario español donde se podía investigar sin depender sustancialmente de fuentes y documentos en lengua árabe, en ninguna de las variedades de ésta. A ello venían a unirse, desde fuera de los ámbitos estrictamente académicos, un estructuralismo mal entendido y una pésima digestión de los avances en didáctica del inglés, que llevaron a la difusión de la idea de que se puede aprender árabe por procedimientos exclusivamente lúdicos. Y el resultado es que los esfuerzos del Profesor Corriente encontraron una respuesta poco favorable por parte de algunos sectores implicados en el proceso de la docencia del árabe, entre quienes se diría que no resultaba descabellada la idea de que se podía también saber árabe sin conocer el árabe.
Yo, sin embargo, y aun conociendo la universidad española menos que el profesor Peña, o por menos tiempo, siempre he pensado que, ejercida desde Madrid o desde Zaragoza, la influencia de Corriente, tan catedrático a su llegada como a su marcha, ha sido toda la que académica y humanamente (y a sus destinatarios me refiero) podía ser. Habría dispuesto, qué duda cabe, de más alumnos sobre los que influir, pero no forzosamente del ascendiente necesario para introducir cambios administrativos indispensables, p. ej., en la selección del profesorado, los planes de estudio y demás. Quizá la supresión del Instituto de Estudios Islámicos y del Oriente Próximo (IEIOP), que tanto disgusto le causó (véase, p. ej., su "Humanismo semítico en España. Relato de un desencuentro", en A. Egido y J.E. Laplana, Saberes humanísticos y formas de vida, Zaragoza, 2012, p. 82, n. 5), sirva de ilustración de esto que digo. "Patriae quis exsul se quoque fugit?", se preguntaba Horacio (Carmina, 2, 16), y otra influencia, más decisiva, habría requerido también, creo yo, a otro Federico. "Ahora que me acerco a la igualación universal subterránea", me confesaba hace seis años, "creo que lo que más me ha perjudicado ha sido no hacer nada para ser temido, [...] pero nunca lo pude remediar: el poder me da asco" (04.02.2014). No en vano a la ANECA la llamaba «أنيكها». Tampoco creo, dicho sea de paso, que la Complutense de los 80 fuera, en lo que al árabe respecta, el escenario de una contienda metodológica entre un docere delectando, por seguir con el poeta latino, y un docere cruciendo, habida cuenta de la tradicional aversión del arabismo hacia la pedagogía, calificada de superstición y alquimia por el sucesor de Codera:
Todo el mundo tiene virtud intrínseca para ser maestro; el único que carece de virtud directa y positiva para enseñar algún oficio útil o profesión es, precisamente, el pedagogo. [...]
La pedagogía, hablando en plata, parece que se inventó para que unos tontos enseñasen a otros tontos. ¡Y con esta alquimia se figura el mundo que salen listos!
---Julián Ribera, La superstición pedagógica, Madrid, 1910, I, p. 17, 69, n.1.
Que se puede "saber árabe sin conocer [a la manera del filólogo] el árabe" es obvio: de otro modo no habría hablantes nativos. Y también que se puede conocer el árabe sin saber árabe: de otro modo, si se me permite la broma, no habría arabistas. Lo que era y sigue siendo motivo de desencuentro, pienso yo, es si estos últimos deben o no reunir ambos conocimientos: el procedimental (saber hacer, en este caso, hablar árabe) y el proposicional (conocer hechos). Ribera, que parecía creerlo necesario, aún podía permitirse, sin embargo, pontificar que "lo que no se sabe, no se puede enseñar directamente: uno que no sepa hablar es imposible que pueda presentarse como ejemplo y modelo de oradores parlamentarios" (p. 17) o alegar que si cristianos como él no aprendían árabe era por culpa del carácter de los moros, idea, la verdad sea dicha, aparentemente común en la época:
Los moros cuando no se les pronuncia bien, no entienden o fingen no entender o corrigen en tono despectivo porque hay todavía muchos que creen que su idioma es inabordable para los cristianos. [...]
He de advertir a los alumnos que aun cuando después de alguna práctica se encuentren con un moro a quien no entiendan bien o que no le entiendan nada, que no se desanimen, pues esto no significa retraso alguno ni que saben menos de lo que creían, sino que los hay que suprimen muchas letras o que ligan mucho y muy deprisa unas con otras y que todos los moros, cuando hablan de cualquier asunto (sobre todo si les interesa a ellos), lo hacen como si su interlocutor tuviese obligación de estar perfectamente enterado de él y esto da lugar a que no se sepa lo que dicen aun entendiendo perfectamente las palabras.
---Mariano Fernández Berbiela, Ensayo de gramática de árabe vulgar con aplicación al dialecto marroquí, Ceuta, 1911?, p. ix-x.
Poco a poco, sin embargo, los arabistas españoles, yo diría que a partir de García Gómez, se verán obligados a ser políticamente correctos y fingir, con más o menos convicción o voluntad, que saben árabe. A Corriente, espectador y a la vez protagonista de ese arabismo que yo no he conocido, no podía dejar de preguntarle (07.11.2011):
La pregunta que me haces sobre si García Gómez, que sabía mucha historia y otras cosas y hacía traducciones bastante buenas y elegantes, dominaba el árabe hablado, o era capaz de escribir en él correctamente y calamo currente, sólo tiene una respuesta: nadie de la generación anterior a Granja, Fórneas y Cortés había adquirido algo de eso. [...] Generaciones posteriores no siempre superaron ese nivel: si aprendían algo, lo olvidaban pronto, porque aquí no se llevaba, ni estaba bien hacer gala de más. No te creas ninguna otra cosa que te cuenten, porque la historia para no ser repetida, debe ser contada como fue, y la lección, aprendida. Por lo demás, los alumnos siempre reaccionaron bastante bien a mis intentos de enseñar el árabe como lengua viva; eran los colegas los que me miraban mal, como dice el poeta: maa baalu ahliki, yaa rabaabuu/ khuzran ka'annahumuu ghiDaabuu [ما بال أهلك يا رباب / خزرًا كأنهم غضاب].
Aunque era un tema que no le agradaba tratar: "Las anécdotas sobre arabistas tradicionales tratando de fingir que sí hablaban árabe son inacabables y a mí hace tiempo que dejaron de hacerme gracia, porque las consecuencias han sido más trágicas que cómicas" (12.12.2011).
No creo, por retomar la cuestión, que de Corriente disgustara tanto su metodología, más rigurosa o exhaustiva que novedosa o efectiva respecto de la imperante, como su objetivo; ni parece que ese "estructuralismo mal entendido" y ludopático en boga, según Peña, produjera materiales didácticos, ni semejantes ni distintos de los suyos, que se emplearan en lugar de éstos y puedan evaluarse ahora. Lo que Corriente denunciaba en el célebre prefacio de su Gramática es que se pretendiera "segregar una «lengua árabe moderna» que podría estudiarse, con independencia de la «antigua» y de los dialectos, y que sería la lengua que realmente hablarían y escribirían los árabes de hoy" (p. 10), un presunto "«árabe moderno hablado», el cual, hoy por hoy, sin referirse a los dialectos, no existe" (p. 11). Así se aprecia también, o tal vez mejor, en varios de los mensajes suyos que conservo, donde se hace patente que no era cómo, ni qué siquiera, sino para qué enseñaba lo que le reprochaban: "En la UCM [...] intenté elevar el nivel de los alumnos, con listas de vocabulario básico, que utilizaba en ejercicios y dando alguna clase en árabe, como la de dialectología, lo que no parecía mal a los estudiantes, pero sí a algunos colegas, alguno tan necio que dijo que no teníamos que ser la Escuela Berlitz" (29.11.2011). "Ya sabes", insistía un año después, "que yo intenté en la UCM dar clases en clásico para que los alumnos se acostumbraran a la lengua de registro alto [...] y que la asignatura llamada «árabe vulgar» fuese realmente un curso de dialecto, pero me lo recibieron tan mal que tuve que hacer las maletas" (26.10.2012). A poco que se considere se verá, y en esto creo que el profesor Peña podrá estar de acuerdo conmigo, que Corriente no pretendía nada que no se hubiera tratado de poner en práctica, treinta o cuarenta años antes, en la formación de traductores e intérpretes para el Protectorado de Marruecos. "El árabe es una lengua extranjera un tanto peculiar", opinaba, "y también requiere una pedagogía realista, o sea, con resultados que mejoren la mala prensa que tienen los arabistas de no estar muy enterados de lo suyo" (01.02.2012); pero jamás me hizo la menor observación o comentario acerca de cómo, en su opinión, se podían obtener esos resultados, y está de más indicar que a base de gramáticas, diccionarios o listas de vocabulario y crestomatías no se sale del denostado método gramática-traducción, sino más bien lo contrario. Contemplada en su conjunto y en mi humilde opinión, la obra didáctica de Corriente describe más que enseña el árabe, permite conocerlo más que utilizarlo, traducirlo a tientas más que hablarlo; y aunque el propósito de su autor no hubiera sido ése, sí que es, de cualquiera de las maneras, el uso que se le ha dado. De ahí que a algunos estudiantes Corriente nos sonara a muermo y a otros más jóvenes les siga ocurriendo.
Recapitulando, yo diría que "aquel «falso amanecer»", en la expresión de Peña (p. 413), que alude al nombre de la luz zodiacal en la tradición islámica (الفجر الكاذب) y al título de Naguib Mahfuz [نجيب محفوظ], era tan inevitable como su protagonista singular, por no decir sideral, y que un amanecer de verdad no lo para nadie. Entiéndaseme bien: siempre he sido partidario de que cada palo aguante su vela, pero me parece un error y un engaño esperar, primero, "un cambio inminente" salvífico y casi que mesiánico, y contentarse, después, con señalar al Judas, Pilatos o Barrabás de turno para seguir como estábamos. Esas "razones que algún historiógrafo del arabismo español", augura Peña, "tal vez llegue a desvelar" (p. 412) puede que susciten morbo, pero entrañan poco misterio. "Ocurrió hace mucho tiempo porque tenía que ocurrir", consideraba el propio Corriente, "y lo triste es que la gente no piense en las consecuencias de sus acciones, ni en corregir lo que está mal, sino en encontrar culpables" (29.11.2011). Bastante más dificultad, creo yo, hallaría ese historiador (que haría bien en tener algo de sociólogo) en explicar que desde entonces a esta parte hayamos avanzado tan poco y siga siendo posible, y hasta común, "no aprender demasiado árabe, ni a hablarlo, ni escribirlo, ni permitir que otro lo intente, y otras muchas cosas que, si las dices en voz alta, te salen enemigos debajo de las piedras" (25.10.2012).


"No sé", se pregunta Luz Gómez en Twitter, a raíz del obituario que dedica a nuestro colega en El País, "si era muy consciente de cómo nos ha marcado como arabistas. Igual hasta renegaría de much@s de nosotr@s". A mí, en cambio, siempre me extrañó que renegara tan poco del gremio, y no ya en comparación conmigo mismo (que quizá no lo hago mucho más que otros, pero sí a los cuatro vientos), sino estando en mejor posición que nadie para hacerlo. "Déjalo estar así, no lo publiques", me pedía una vez al señalarle que cierto mensaje suyo dirigido a SEEA-L lo había recibido sólo yo, "que a mí sólo me interesaba la comunicación contigo, y no es que no tenga otros colegas muy apreciados en el oficio, seguramente la mayoría, pero hay otro sector enloquecido [...] que es mejor que ni se acuerden del santo de tu nombre" (31.01.2014). Justo es decir que él, por su parte, nunca me mentó los de estos exotófilos autonfalólatras, al contrario que los de sus amigos y llorados maestros, lo que obligaba a mi curiosidad malsana a hacer cábalas para tratar de identificarlos, siguiendo las pistas que me dejaba.
La clave de la magnanimidad de Corriente está, tal vez, en lo que denominaba su iluminación shushtariana (19.01.2016):
Hace muchos años, aproximadamente desde que me iluminó Ashshushtari [الششتري], que me importan más las verdades y los hechos que las personas y sus opiniones, y el problema es distinguir unos de otros. Trabajo en ese sentido todo lo que puedo, me equivoco con la frecuencia estadísticamente inevitable en la aparente carne, y agradezco a quien me corrija bona fide, que es lo más frecuente afortunadamente.
O en esta otra observación que me hacía tiempo atrás (23.10.2012):
Ya hace años dije en el prólogo de mi Gramática que no me hacía ilusiones de ser considerado sino tangencial a nuestro arabismo porque, habiendo tenido una formación y vida distintas, por circunstancias que no empeño, no era fácil ser aceptado sin fastidio, y así ha sido, y la verdad es que me importa poquito, porque yo sólo me preocupo de trabajar y ver si puedo descubrir cosas.
Y que remite a ese prefacio, en el que se decía "dolorosamente consciente del escaso eco que tiene su voz entre los más de los arabistas españoles, entre los que sabe no poder contarse" (p. 12-13), y a la propia incertidumbre de Luz Gómez. A este respecto, alguna vez tuve el descaro de referir a su autor cómo algunos compañeros míos de carrera y éste que escribe "nos representábamos a Corriente como una especie de criatura diabólica, que había forjado el diccionario con el que nos torturaban nuestros profesores" (24.10.2012), y cómo había descubierto, hacía poco, que el abuso que hacen algunos colegas de ciertas obras suyas seguía provocando un efecto parecido en los alumnos: "F. Corriente, cuánto daño has hecho", llegué a ver un día escrito en la pizarra de un aula compartida. "No ignoro", replicaba, "que mi docencia del árabe y obras para ese fin me dieron mala fama entre algunos alumnos, incluso los míos, con o sin incitación de algunos colegas molestos con mis propósitos, [...] pero es que yo aterricé aquí en una situación terrible, con la Crestomatía de Asín por toda gramática, llena de disparates, de lengua y pedagogía, y el Belot como diccionario, para lo cual había que saber bastante francés, y las lenguas extranjeras nunca fueron nuestro fuerte" (25.10.2012). Y continuaba en estos términos:
De manera que me lancé a ayudar, rompiendo ciertas reglas y creando confusión, que algunos no han perdonado y aún dura. Pero me daba y me da vergüenza el nivel de árabe en nuestras universidades, y que una vez me dijera el Director del Instituto Egipcio que allí no se recibían otras cartas en árabe, en respuesta a las que ellos mandaban a los colegas, que las mías [cf. "Tres mitos contemporáneos frente a la realidad de Alandalús", en M.C. Feria y G. Parrilla, Orientalismo, exotismo y traducción, 2000, p. 41]. Y ahora en vez de hacer las cosas bien con el material disponible, que es mucho, incluso grabaciones, andamos enseñando «interárabe», que no sirve para entender el periódico, ni para comprar patatas, sino sólo para hablar con algunos árabes cultos que lo han aprendido a su vez, como lengua extranjera, y todo por no reconocer que el árabe es diglótico, y hay que saber el clásico, para no ser un burro bilingüe, y algún dialecto, el que a cada cual le interese más por las circunstancias. (Ídem)
"Por cierto", añadía un día después, "que nunca pretendí que mi Gramática se usara con los alumnos, sino que fuera un «libro del maestro», para que los docentes supieran lo que no debían ignorar: para los alumnos hice los «Elementos y ejercicios», tan mal recibido que va a ser difícil reimprimirlo" (26.10.2012); refiriéndose aquí, imagino, a su Introducción a la gramática y textos árabes (Madrid, 1986), reeditada como Gramática y textos árabes elementales (Madrid, 1990); lo que me recuerda al Vocabulario árabe graduado (Barcelona, 2013) que publicó junto a Monferrer y A.S. Ould Mohamed Baba, y al que dedicó una alumna mía su trabajo de fin de grado, que consistía, básicamente, en comparar la obra con el diccionario de frecuencias de Buckwalter y Parkinson (A Frequency Dictionary of Arabic, 2011) y tratar de averiguar qué procedimiento, ya que no lo mencionaban, habían seguido Corriente y compañía para seleccionar y graduar su vocabulario. Cierto murmurador, ahora que recuerdo, se preguntaba en un grupo privado de Facebook cómo era yo "capaz de ver las virtudes" de esta obra (y no las de otras que él vendía), cuando jamás lo he hecho ni dicho en ninguna parte. Y si bien es cierto que a Corriente no llegué a importunarle con mi parecer, no lo es menos que, entre etimología y topónimo, sí le hablé de mi alumna y del objeto de su trabajo, convencido de que la atendería como a mí mismo. Devoción, sí; ciega, no.
Tiendo a pensar, en definitiva, que Corriente, que más que tocar la circunferencia del arabismo en un punto, cual tangente, la atravesó como una secante, era consciente de la impronta de sus obras en varias generaciones de arabistas, sí, pero también de no haber conseguido dejarla en otros aspectos, incluidos los más prácticos. "El gran fracaso de mi labor", se lamentaba, "una enciclopedia toponímica hispánica enfocada a los arabismos, es irrenunciable y la debierais emprender los suficientemente jóvenes y capaces [...]: no será fácil conseguirlo, pero es el único camino. Por ahora sólo se hacen estudios muy parciales y con metodología tirando a floja, y así no se va muy lejos" (06.02.2014). Un par de años más tarde, y a raíz de una crítica sobre su tratamiento de los berberismos en el andalusí que le había hecho llegar, me comentaba que, más que el volumen IV de su Encyclopédie linguistique d'Al-Andalus, que acaba de ver la luz, le preocupaba el V, "el de la toponimia, porque es el gran punto flaco de todos nosotros, por descuido secular y pérdida de información, y además llegaré muy viejecito, si es que llego" (08.01.2016). Ignoro, porque su último mensaje es de enero de 2018, en qué punto andaba del proyecto y cuándo verá la luz, después de haberse cumplido, tristemente, el segundo de sus pronósticos.
Debe ser porque me voy haciendo yo también mayor que cada vez aprecio más a menos gente, si se me permite la ¿lítote? Pero no es porque aprecie a Federico, que lo hago y bastante, o porque me crea una especie de albacea o apóstol suyo, por lo que he querido verter aquí, literalmente, fragmentos de los mensajes que me dirigía desde su Eudora, sino porque pienso que ilustran bien y complementan esa conciencia y compromiso deontológicos con que salpimentaba prólogos, prefacios y notas a pie de página, y pueden ser de algún interés para colegas más jóvenes con inquietudes similares.
Quisiera, para terminar, por una vez y sin que sirva de precedente, no haber disgustado ni incomodado a nadie, pero eso me expondría, tal vez, a traicionar su memoria. "Veo que tú también has sido iluminado místicamente" (21.01.2016), bromeaba una vez que me dio por señalarle que "centellitas de la esencia del Uno" las hay "que iluminan el cielo nocturno y otras que incordian como pavesa en la ropa" (20.01.2006). A él, que se extinguía hace una cuarentena, ya no le puedo desear nada, aunque una vez me dijo que contaba con tener cerca un teléfono "como los de toda la vida" (01.02.2012). A las centellitas que quedamos, luz de esa shushtariana.

8 de octubre de 2015

Translitera que algo oblitera

Caligrafía árabe de Haji Noor Deen
(أسماء الله الحسنى)
Leyendo el artículo póstumo de Jerry Norman sobre "Inner Asian Words for Paper and Silk" (Journal of the American Oriental Society, 135:2, 2015, p. 309-317) que menciona Lameen Souag en la última entrada de su blog sobre los orígenes históricos del árabe argelino, dedicada al papel (الكاغط), caigo en la cuenta de que todas las palabras y expresiones en chino del mismo aparecen tanto transcritas en caracteres latinos como en su escritura original, al menos la primera vez que se mencionan. Me pregunto si es decisión personal del autor o editores, Tsu-lin Mei y W. South Coblin, y acudo a las normas para la presentación de originales de la revista, donde compruebo que no, que lo hacen siguiendo dichas instrucciones:
For the East Asia section, transliteration—at first occurrence together with original script for disambiguation—is required for proper names, titles, and terms used within the English texts. Bibliographies should use both transliteration and original script for authors, editors, titles; not for place of publication and publisher. For quotations, on the other hand, original script alone will suffice.
Aunque antes de llegar a este párrafo, dedicado a la sección de Asia oriental, paso por el de la sección islámica:
For the Islamic section, all non-Latin scripts should be fully transliterated, using a standard method. The only exception would be block text accompanied by a full translation.
Y no puedo evitar preguntarme, de nuevo, por qué el criterio no es el mismo. Siguiendo la explicación que se ofrece, infiero, porque ni sé chino ni gran cosa de sinología, que los sistemas de transliteración al uso, el gwoyeu romatzyh en este caso, si no me equivoco, lo son más bien de transcripción fonética, de tal manera que facilitan (representan, en realidad) la pronunciación, pero no permiten necesariamente reconstruir la ortografía de la palabra: así, p. ej., si estoy en lo cierto, hay un jyy que se escribe 紙 ('papel') y un jyy que se escribe 枳 ('naranjo espinoso'). La transliteración del árabe, en cambio, salvo en sistemas como el estándar DIN 31635, que no distingue entre ألف y ألف مقصورة, raramente es ambigua en este sentido. No hay que perder de vista, por otra parte, que si bien los primeros sistemas de transcripción del chino fueron lógicamente obra de extranjeros, hoy en día en la sinología internacional predominan los ideados por nativos, otrora considerados políticamente incorrectos (cf. J. Wiedenhof, "Purpose and effect in the transcription of Mandarin", Proceedings of the International Conference on Chinese Studies, Touliu, 2005, p. 387-402; 390) e inexistentes, sin embargo, en el caso del árabe y otras lenguas islámicas (exceptuándose, por supuesto, iniciativas de reforma ortográfica, como la turca, cuyo objetivo no era estandarizar la transcripción del alifato, sino desterrar el uso de éste).

Con todo, dejando de lado ya las particularidades de cada "sección", ¿no sería recomendable, siquiera por deferencia a quienes saben leer el árabe pero no su transliteración, seguir este mismo criterio de la sinología actual y dar un mayor protagonismo a la escritura original, dejándola convivir, aunque no sea más, con su sucedáneo? ¿no serviría para despejar, también, algo de ambigüedad?


29 de abril de 2014

Dios provea quien nos entienda

Hace escasos días recibía de una colega una noticia de lo más inesperado: Aram Hamparzoumian le había comentado que dejaba la Escuela Oficial de Idiomas de Málaga, de la que ha sido profesor de árabe durante las últimas décadas, y se retiraba de la docencia. De entrada no supe muy bien cómo interpretarlo: por un lado, pensé que se jubilaba sin más, como anuncia el propio sitio de la EOI; por otro, tenía constancia de que Aram mantenía desde hace tiempo algunas discrepancias con el centro: de hecho, en febrero de 2012 me pidió una carta, destinada al director del mismo, en apoyo del enfoque integral que había comenzado a poner en práctica dos años antes, al término de una licencia de estudios en Marruecos, y que no consiste, como al parecer le reprochaban ("desde la más absoluta ignorancia", me atreví entonces a afirmar), en "enseñar un dialecto", sino en conjugar su aprendizaje y el del árabe normativo en un mismo marco docente. Ignoro si ha sido ésta o alguna relacionada la causa de su ruptura con el centro, pero sí que, de un modo u otro, la disconformidad y las desavenencias han derivado en una situación insostenible para él, hasta el punto de liquidar cuantos recursos, y no eran pocos, mantenía o había publicado en la red, salvo alguno premonitorio, y de cancelar incluso sus cuentas en algunas redes sociales.

Fue en Internet, en el foro del pionero Arabismo.com, donde coincidí con Aram por primera vez, si no me equivoco, en mayo de 2001, y ha sido principalmente por correo electrónico y a través de algunos otros foros, como el también desaparecido de Aldadis, como hemos venido manteniendo un nutrido intercambio profesional, cuyo extravagante origen, digno del célebre óleo de Gustave Corbet, fue un hilo acerca de la expresión marroquí «طبّون ديمّاك» (lit., "el coño de tu madre") que derivó luego en un cruce de mensajes en privado, a propósito, entre otras cosas, de una posible etimología española del núcleo del sintagma, presente ya, por cierto, en el glosario bereber de Georg Hoest (Nachrichten von Marokos und Fes, Copenhague, 1781, p. 137). Yo aproveché entonces para presentarle Algarabia2 (léase "algarabiados"), un sitio con el que pretendía organizar mis ideas acerca de la didáctica del árabe en España, contactar con otros interesados en el tema y aprender, al mismo tiempo, algo de HTML y diseño de páginas web. El nombre entroncaba con el de la primera revista española dedicada al tema, de la que él había sido director, aunque mi intención, al elegir este adjetivo en plural, no era lanzar una segunda Algarabía, sino hacer hincapié en que eran los protagonistas de esta actividad, profesores y alumnos, los que más me interesaban, antes que otros aspectos teóricos o prácticos de la misma. Esa nueva Algarabía, de hecho, aparecería años más tarde en formato electrónico, pero tendría una existencia aún más efímera y menos prolífica que la de su antecesora en papel (1993-1995), en lo que es tal vez un ejemplo de la escasa atención que recibe este ámbito en el arabismo español, aun siendo con toda probabilidad el que más y mejor justifica su financiación pública: una atención escasa y, quizá por esa misma razón, no siempre del todo sincera u honesta.

A Aram lo conocí en persona una tarde tormentosa y en compañía de unos colegas cuya actitud (hacia los marroquíes para empezar: "perros y malos" vociferaba uno del grupo en lo que era, al parecer, sólo una forma de hablar entre arabistas) me causó, escaso como ando de espíritu gregario, la peor de las impresiones. Que los arabistas no están libres de prejuicios, a veces extremos, no es ninguna novedad. Que se manifiesten de manera tan zafia, en cambio, nunca deja de sorprender.

Del escenario de nuestro siguiente encuentro, unos dos meses después, guardo por fortuna mucho mejor recuerdo: fue con motivo de la primera mesa redonda sobre didáctica de la lengua árabe que se celebró en la Universidad de Murcia en diciembre de 2004, y en la que ambos participábamos. De entonces a esta parte hemos coincidido otra vez, si la memoria no me falla, en Málaga, pero sobre todo en el terreno de la enseñanza del árabe como lengua extranjera (EALE) en general y, más en particular, en el diagnóstico y tratamiento de sus males. Yo diría que hemos coincidido, incluso, en la vehemencia con que hemos discrepado a veces, las menos, y que siempre he preferido, desde luego, a la tibieza y lenidad de otros colegas, más comprometidos, suelo pensar, consigo mismos y con su capital simbólico que con la discusión de los problemas. Con Aram no hay medias tintas, y eso en un gremio tradicionalmente bienmandado y autocomplaciente no tarda en cerrarte puertas, aun siendo él mismo la que mejor comunicaba al arabismo universitario con el de las EOI, hoy presente, si mi información es correcta, en al menos 24 de ellas (contando con la de Pamplona, donde no es oficial), y que se se remonta de algún modo a la introducción del árabe vulgar en la Escuela Central de Idiomas de Madrid en 1911 (Gaceta de Madrid, nº 177, 26.06.1911, p. 859). Es a este arabismo, no universitario pero vinculado en gran medida al de la universidad, al que Aram se incorpora a mediados de los 80, momento en que se hace expresa la necesidad de que "en las disciplinas de idiomas modernos" la fase de oposición se desarrolle "íntegramente en el idioma correspondiente" (cf. la Orden de 21 de marzo de 1986, BOE nº 77, 31.03.1986, base 6.9). Durante años Aram insistirá en la conveniencia de introducir ese mismo requisito en los procedimientos de selección del profesorado universitario, tal y como recogería después la Campaña para la acreditación y uso del árabe, y es que rara será la propuesta o iniciativa en pro de arabizar el arabismo de la que Aram no pueda considerarse antecedente o precursor, como sucede con otra campaña, anterior a la mencionada, que lancé a finales de 2003 y cuyo objetivo, como el de muchas entradas de este blog, era denunciar el estancamiento de la EALE en España y abogar por su refundación, digámoslo así, desde dentro. A este respecto conviene advertir que cuanto tienen de bueno las oposiciones a profesor de EOI, por retomar el tema, se debe a la existencia de una normativa común a todos los idiomas, mientras que los temarios, p. ej., en cuanto competen a la especialidad de árabe, delatan esa vinculación, de la que hablaba más arriba, con el arabismo universitario, trasnochado, por lo general, en esta materia. Otro tanto podría decirse de la aplicación del Marco común europeo de referencia para las lenguas, obligada en el caso de las EOI.

Vuelvo ahora sobre estos años de correspondencia electrónica con Aram, que he procurado conservar bien archivada, y veo que no hay probablemente asunto relativo a la EALE que no hayamos tratado, coincidiendo nuestras opiniones, además, muchas veces, aunque por mi parte no es el simple hecho de que Aram me diera la razón lo que voy a echar de menos, sino el de que me entendiera: "Dios provea quien nos entienda, aunque no sea más", dice un refrán («الله يجيب اللي يفهمنا وما يعطينا والو» en una de sus versiones marroquíes) al que hemos recurrido más de una vez. Porque colegas que te den la razón en esto de cómo enseñar el árabe los hay (también, sospecho, los que se limitan a seguirte la corriente), pero que sientas que te comprenden de veras, pocos: los mismos, por lo general, que no ven en cada discrepancia una ofensa.

Yo confío aún en que Aram reconsidere parte de su decisión y distinga entre dejar su puesto en la EOI de Málaga y abandonar el que ocupaba en el terreno de la EALE en España, aunque si los sinsabores del primero apenas alcanzo a intuirlos, porque he preferido redactar esta entrada sin consultarle al respecto, de los del segundo, por el contrario, tengo demasiada constancia como para animarle a seguir dando voces al viento, que es lo que nos hemos descubierto haciendo en más de un momento de lucidez.

Bromeaba Aram hace un mes en Facebook (aunque sus comentarios ya no son visibles) acerca de retirarse a vivir junto a la cascada del río Aggay (وادي أݣاي), en las inmediaciones de la ciudad de Sefrou (صفرو), en Marruecos. Bromeaba, digo, quizá acariciando ya la idea del retiro, pero no se me ocurre, en cualquier caso, qué mejor deseo expresarle en su jubilación que el de que la disfrute mucho: si no allí, entre cerezos, sí al menos cerca del árabe y lejos del mundanal ruido.

20 de abril de 2014

Uso de alcuñas

Publicada en el Bulletin des lois de la République française el 24 de marzo de 1882, la Loi qui constitue l'État civil des Indigènes musulmanes de l'Algérie obligaba a "chaque indigène n'ayant ni ascendant mâle dans la ligne paternelle, ni oncle paternel, ni frère aîné", en virtud de su art.º 3, a "choisir un nom patronymique", un apellido con el que figurar en el incipiente registro civil del lugar. "En cas de refus ou d'abstention", añade el art.º 5, "[...] ou de persistance dans l'adoption du nom précédemment choisi par un ou plusieurs individus" (del mismo municipio pero distinta familia, se entiende), la decisión había de recaer en el funcionario de turno. Al final de este onomacide sémantique, como lo ha descrito Farid Benramdane, "une carte d'identité [...] indiquant le nom et les prénoms qui y seront portés" le sería entregada "sans frais à chaque indigène", conforme explica el artículo siguiente.

En la Argelia occidental, para referirse a ese nom patronymique en árabe se recurrirá a la voz نكوة (nekoua en la transcripción de la época), que hasta entonces tenía únicamente el sentido de 'mote', 'apodo', y que pasará también, por extensión, a designar al propio documento de identidad. En la Argelia oriental el término elegido será نقمة (nekma) que también tenía hasta entonces el único significado de 'sobrenombre' (cf. C. Kehl, "L'état civil des indigènes en Algérie", Bulletin de la Société de géographie et d'archéologie de la province d'Oran, 52, 1931, p. 173-212; 182). "Les mots nekoua et nekma", advierte Kehl, "n'existent pas dans la langue arabe" (la normativa, se entiende), y no va muy descaminado al ver en en la primera "la corruption du mot Kounia (كنية) qui signifie surnom, sobriquet" (ibídem), aunque نكوة, en realidad, es corrupción (metátesis) de كنوة, variante clásica de كنية (étimo de nuestros 'alcurnia' y 'alcuña'; sobrenombre, patronímico, tecnónimo, etc., según el uso) empleada no sólo en Argelia sino también en Marruecos (cf. G.S. Colin, Le dictionnaire Colin d'Arabe Dialectal Marocain, Rabat, 1993-7, VII, p. 1706). En mi caso, de hecho, el testimonio de esta evolución lo he encontrado en Victorien Loubignac, quien recoge ambas formas en sus Textes arabes des Zaër (París, 1952), recopilados entre 1915 y 1916 en la región que ocupaba esta tribu al sur de Rabat (p. 550, cf. 574):
كنّى · كنو .— Faire suivre le nom de qq'un de celui de son père, p. ex. طوطو العياشي .— Toto, fille d'El Ayachi.
كنوة .— Surnom, sobriquet (récent, on disait نكوة).
Y en cuya definición puede apreciarse la prolongación de un uso antiguo, ya que la كنية expresa también, aunque suela obviarse, filiación y otros tipos de parentesco, no sólo paternidad o maternidad, puesto que puede comenzar tanto por أب o أم como por ابن، أخ, etc.: refiriéndose a finales del s. XVI al "usso de alcuñas" entre los mozárabes, Jerónimo Román de la Higuera indica "que es el nombre del padre por sobrenombre del hijo" (Tratado del linaje de Higuera, RAH, mss. 9-5566, f. 13r, apud M. García-Arenal y F. Rodríguez Mediano, The Orient in Spain, Leiden, 2013, p. 209, n. 40, quienes consideran, quizá precipitadamente, que "Higuera actually has the kunya backward"). En el árabe marroquí, كنية pasará a significar 'apellido', mientras que el lenguaje administrativo optará por la expresión normativa اسم عائلي ("nombre familiar"; cf. el art.º 6 del dahír del 08.03.1950), llegándose a la contradicción, al menos aparente, de que según el mismo artículo de un segundo dahír que modifica al anterior, el nº 1.63.240, "el nombre familiar sobre el que recaiga la elección no ha de ser", entre otras cosas, una كنية, "un mote" («وينبغي ألا يكون الاسم العائلي الواقع عليه الاختيار كنية»), sobriquet en la versión francesa. Hojeando el boletín oficial marroquí se puede encontrar, en cambio, al menos un caso en que la palabra se emplea extrañamente como traducción de dénomination (قرار من وزير التهذيب الوطني بتاريخ 29 أكتوبر سنة 1957 بشأن اعطاء الكنية لبعض مؤسسات التعليم الثانوي الأروبي، الجريدة الرسمية، عدد 2365، ص. 432; cf. Bulletin officiel, nº 2353, p. 1510), pero más recientemente aparece como equivalente del francés surnom. En la Argelia francesa nom patronymique se traducirá oficialmente por اسم نسبي ("nombre genealógico"), como aparece en los carnés de identidad de la época, siguiendo este modelo:

E. Cornu, Guide pratique pour la constitution de l'état civil des indigènes, Argel, 1889, p. 98
Pero tras la independencia será el término لقب ("mote" propiamente dicho en la lengua clásica), como en otros países árabes el sinónimo شهرة, el que sustituya de un modo oficial a ese اسم نسبي, pese a tener en el Corán (49:11) una connotación peyorativa, si bien نكوة continuará empleándose popularmente, como sucede hasta hoy en la zona oriental de Marruecos e incluso en bereber rifeño, donde existe el préstamo ناكواث / ⵏⴰⴽⵡⴰⵜ con el sentido de carné de identidad (cf., p. ej., بوزيان موساوي، كتاب تعليم الأمازيغية للمبتدئين، وجدة، 2002، ص. 15). Nada que ver, a propósito, salvo que la similitud le haya jugado una mala pasada, con el neologismo que el autoproclamado Gobierno provisional cabileño emplea en su modelo de carné de identidad (takarda —cf. el árabe كارطة— n tnekkit) en lugar del común tamagit (ⵜⴰⵎⴰⴳⵉⵜ) o del timant de Mouloud Mammeri (Lexique de berbère moderne, Argel, 2008, p. 41, 107), y que parece mal traído del también neológico tinekkit ('egoísmo', de ⵏⴻⴽⴽ, nekk, 'yo'), propuesto por Mohamed Idir Ait Amrane (A sidder d wesgam n tamazight, Argel, 1997, p. 67) a renglón seguido de tinettit ('identidad', de ⵏⴻⵜⵜⴰ, netta, 'él'), siguiendo respectivamente el ejemplo de أنا > أنانية y el de هو > هوية en árabe.

19 de enero de 2014

A más moros, más ganancia

Inf.b —Este niño es moro. O sea, aparte de ser..., de ser moro, es moro, o sea en toda la extensión de la palabra y...

Inf.a —Bueno, se puede... se puede decir que es un defecto como otro cualquiera... ¡je, je!

Inf.b —Bueno, pero aparte de todo eso ¡je, je!, el chiquillo es árabe ¡je!

Inf.a —Más... más motivo, en la situación actual ¡je, je!
---Mark Davies, "Habla Culta: Madrid: M18", Corpus del Español: 100 million words, 1200s-1900s, 2002.

Me he referido a ello en Facebook, pero he pensado que ya simplemente el nombre de este blog y la profesión de morería de su autor justificaba de sobra dedicarle un espacio, también aquí, a la cuestión: un abogado de Reus, según publica la agencia EFE, ha pedido a la Real Academia Española que su diccionario recoja "la acepción racista" de la palabra 'moro' y no descarta además, según informa Cadena Ser, hacer lo propio con el Institut d'Estudis Catalans, cuyo diccionario tampoco la incluye.

Es de suponer que el letrado de la noticia, Hilal Tarkou, presidente de Watani (Asociación de Ciudadanos para la Convivencia y el Desarrollo —distinta de su homónima "para la Libertad y la Justicia", con sede en Lérida—), aspira a que el DRAE incluya una acepción similar a la que tenía 'judío' en anteriores ediciones del mismo, como en la de 1918 ("voz injuriosa que suele usar el vulgo"), o como aparece, aunque tímida, en el Diccionario de uso del español de María Moliner, donde se tiene por un sinónimo "algo despectivo" de musulmán, como 'yanqui' lo es de estadounidense, pero no tanto como 'gringo' o como 'franchute' o 'gabacho' lo son de francés. Tarkou, según se desprende de la carta que dirige al director de la RAE, parece confiar en que de ese modo prosperarían denuncias por injurias y otros delitos tipificados en el Código Penal como las que él ha formulado contra algunos caudillos de la ultraderecha local.

La primera duda que se plantea uno al respecto es, naturalmente, si llamar 'moro' a alguien, así a secas, entraña en efecto una injuria y, en particular, de aquellas que pueden "ser tenidas en el concepto público por graves", que son las únicas que constituyen delito según el art.º 208 del código vigente. En principio ninguna de las acepciones recogidas por el diccionario de la Academia, relativas a la procedencia geográfica o a la religión del individuo al que se aplica, hace pensarlo así, tanto más cuanto que la única claramente peyorativa que tiene la palabra en la actualidad, la de hombre celoso y posesivo, no figura entre ellas, quizá por ser en exceso reciente o debido a la propia tendencia de la Academia a ignorar las que tienen su origen en prejuicios (como la de "avaro, usurero" o la de "que se da maña para engañar a los demás" que tenían, respectivamente, las entradas 'judío' y 'gitano'). Distinto es, por supuesto, que haya quien considere que el hecho de ser "natural del África septentrional frontera a España" (1ª) o más bien el de profesar la religión islámica (3ª) son, en sí mismos, dignos de oprobio. Sucedería así con 'moro' lo que sucede con 'rojo' en su 4ª y 5ª acepción ("izquierdista, especialmente comunista"; "en la guerra civil española de 1936-39, republicano"): se trata, a diferencia de 'sudaca' o de 'facha', que el DRAE marca inequívocamente como despectivos, de palabras cuya capacidad de ofender reside no en su forma o significado, sino en que hay quien las emplea con dicha intención, como disfemismos, aunque existan otras derivadas y en nada ambiguas: moraco, moranco, moráncano, etc. "Moraco asqueroso", p. ej., era la expresión con que una voz en off se refería al premio Nobel egipcio Naguib Mahfouz (نجيب محفوظ) en el spot de una célebre campaña organizada en 1993 por once ONG y el Ministerio de Asuntos Sociales, bajo el lema "Democracia es igualdad". En el extremo contrario, el de la hipocresía y la pacatería, se encontraría el supuestamente atenuado pero no menos disfemístico morito, aplicado a adultos.

La propia etimología de la palabra es un buen ejemplo de esa connotación añadida. A decir de Stéphane Gsell (Histoire ancienne de l'Afrique du nord, V, París, 1927, p. 89), "il faut [...] rejeter l'étymologie qu'on a tirée du mot grec μαῦρος (pour ἀμαυρός), « obscur », et qu'on a prétendu expliquer par le teint foncé des indigénes", presente ya en un autor del s. I d.C. como Marco Manilio (Astronomicon Liber IV, v. 729-730) y recuperada más tarde por san Isidoro (Etymologiae, XIV, V, 10). "Sans avoir besoin d'autres arguments", prosigue el arqueólogo e historiador, "constatons que les Grecs disaient Μαυρούσιοι; ils n'ont adopté que par exception la forme Μαῦροι, d'après l'usage latin" (que retuvo, no obstante, la forma Maurusii). Un pasaje de Plinio el Viejo (Naturalis historia, V, 17) permite suponer que tanto una forma como la otra designaban a una tribu de la provincia tingitana que, al ser la principal en otro tiempo, había dado nombre a toda la región.

Con todo, que el término 'moro' no sea peyorativo sensu stricto no debería hacernos perder de vista que sí es, en cambio, bastante voluble, y que ni su uso es por fuerza inocuo (antes bien lo contrario), ni está siempre justificado, ni es preferible a otros o está a salvo de quedar obsoleto, como parece pensar Pérez-Reverte ("Los moros de la profesora", XL Semanal, 25.10.2010), en lo que resulta un llamamiento, entre epatante y cuartelero, al casticismo lingüístico y a formar el espíritu nacional (también, es de suponer, el de los otros "moros de la profesora", sus posibles alumnos de origen magrebí) en lugar de enseñar Historia. "Lo despectivo", dice este académico de la RAE, "no está en las palabras, sino en la intención con que éstas se utilizan", y si puede estar en lo cierto en el caso de 'moro', olvida que el propio diccionario de la Academia marca expresamente muchas otras como despectivas, dando por sentado que suele ser ésa, y no otra, "la intención del hablante"; pero sobre todo obvia que son las palabras, con más motivo en un texto, las que revelan las intenciones, y no al revés, aspecto en que el escritor se contradice: "Lo que va, por ejemplo, de decir español a decir español de mierda" es, ante todo, un sintagma nominal de más y, sólo a partir de ahí, "la buena o mala leche del usuario". Lo paradójico de quienes más defienden la idoneidad y, con bastante menos convicción, la inocuidad de la palabra es que suelen aportar, al mismo tiempo, los mejores ejemplos en contra. "No hay nadie en España, en una conversación normal", sentencia Pérez-Reverte, "excepto que sea político o sea gilipollas [...], que no llame moros a los moros", y poco importa, se nos viene a decir, que el término pueda ser, en el mejor de los casos, "algo despectivo", tal y como se indica, ya lo mencionaba arriba, en el diccionario de Moliner, o suene a tal, como observa la Fundación del Español Urgente, al menos en el español de España (no así en el de América, donde el moro, dice Hernán G.H. Taboada —"La sombra del Oriente en la independencia americana", en Silvia Nagy-Zekmi, Moros en la costa: orientalismo en Latinoamérica, Madrid, p. 25— "había desaparecido del imaginario" ya a comienzos del XIX, cuando Humboldt, en su Voyage aux régions équinoxiales du Nouveau Continent —París, 1814-1825, I, p. 349—, advierte que "les souvenirs nationaux s'éffacent insensiblement", y que aquellos que se conservan, como los de don Pelayo o El Cid Campeador, "semblables aux fantômes de l'imagination, ne se rattachent plus ni à un temps, ni à un lieu déterminé" y pertenecen "au vague des temps fabuleux"). Poco importa, en fin, puesto que el DRAE da carta blanca y las intenciones son, a lo que se ve, lingüísticamente insondables. Cuando al prójimo se le distancia adrede, tildándolo de irrecíproco, atávico, etc., molestarle gratuitamente es, habrá que concluir, un derecho casi constitucional, un ejercicio de libertad irrenunciable.
Uso de 'musulmán', 'moro', etc., en textos en español entre 1800 y 2000 - Google Ngram Viewer
¿Qué hacer, en definitiva, con 'moro'? ¿serviría de algo, salvo para cumplir mejor con su misión, que la Real Academia, desdiciendo al titular de su sillón T (y quién sabe a cuántos más), admitiera que en España tiene un uso coloquial despectivo en grado por determinar?

En mi opinión, y el nombre de este blog es un ejemplo de ello, 'moro' es una voz de la que conviene reapropiarse:
By taking a formerly negative group label, a label used by advantaged out-groups to demean and derogate the stigmatized in-group, and by using it to refer positively to one's self and one's group, the connotative meaning of the label is challenged. It is this challenge to the status quo, the renegotiation of meaning, that is at the heart of social creativity and reappropriation. While this challenge may deflect the sting of the label on an individual basis, the true power of reappropriation can be shown when the group at large reappropriates a label, potentially forcing a larger cultural shift in the meaning of the label, and potentially in the social standing of the group. Reappropriation may not only allow groups to revalue stigmatizing labels and ultimately their social identities, but also to retain one of the benefits of stigma, namely a sense of distinctiveness; thus, reappropriation can maximize both relative status and relative distinctiveness.
---A.D. Galinsky, K. Hugenberg, C. Groom y G. Bodenhausen, "The Reappropiation of Stigmatizing Labels: Implications for Social Identity", Research on Managing Groups and Teams, 5, 2003, p. 221-256, p. 251.

Una voz que conviene asumir, es decir, siquiera a modo de quiebro ante el ánimo de ofender, de resistencia sociolingüística, sin desentenderse por ello de una pedagogía que enseñe a emplearla con conocimiento de causa y disipe la tentación, no ya de "desterrarla de nuestra lengua" como teme Pérez-Reverte, harto improbable, sino de disfrazarla; pedagogía de la que, obviamente, se es incapaz desde una percepción retrógrada de lo que es ser y hablar español. Se me dirá, y con razón, que no es fácil, pero quién mejor que una persona pública como Tarkou para tratar de dar ejemplo, aparte de que "a más moros, más ganancia", como dice el DRAE.

12 de enero de 2013

Eti(sla)mología popular

Para Khavakin (خواكين), que me enseñó más persa del que sé.

Ojeando hoy un artículo de José Bellver "sobre el significado de la palabra islam", me he topado por enésima vez con la etimología propuesta habitualmente para la voz "musulmán" (p. 3), que según el autor y siguiendo a Federico Corriente (Diccionario de arabismos y voces afines en iberorromance, Madrid, 1999, p. 398, s.v. moslém) "proviene de la adición del sufijo de plural farsi +ān (muslim + ān)". Del persa ("del farsi", según Bellver) "pasó al francés y de ahí al castellano" (p. 3).

Lo que no suele mencionarse al proponer esta etimología es que la palabra مُسَلمان en persa (pron. mosalmán, diga lo que diga Steingass) no es el plural de مسلم, sino un singular, al que se le añade ان, de hecho, para formar su plural más habitual: مسلمانان (mosalmanán). Como un singular, además, es tratado desde su primera mención en francés (1551), bajo la forma "Montssolimans", así como en la segunda ("Mussulmans", 1553) y la tercera ("musulmans", 1562), que además coinciden con el patrón silábico del persa y difieren del árabe. Es esta disparidad (moslem / mosalm-), que va más allá de la simple metátesis, la que lleva al monumento de la lexicografía persa, el célebre diccionario de Dehkhoda (لغت‌نامهٔ دهخدا), a considerar sin fundamento esta hipótesis del plural (s.v. مسلمان):
این که مسلمان جمع مسلم است و الف و نون آن علامت جمع فارسی نیز استوار نیست ، زیرا در این حال و نیز در فرض اول باید حرف سین کلمه ساکن بیاید و چنین نیست.
Aunque al hacerlo se obvia un hecho a tener en cuenta: que en turco, como préstamo, presenta el patrón del árabe (Müsliman, Müslüman; cf. Müslim), y no el del persa y el francés; si bien pudiera tratarse de una ultracorrección que مسلمان habría evitado en el caso, como sostiene John R. Perry (inclinado, en parte, a la hipótesis habitual), de que se encontrara entre los pocos arabismos del persa que tienen una forma y origen vernáculos, y no librescos como la gran mayoría (Encyclopaedia Iranica, s.v. "Arabic Elements in Persian"):
The nature of Islam encouraged a rapid social as well as geographical expansion of literacy in Arabic, so it is quite possible that newly literate converts, or at least the children of converts, were already writing Persian in Arabic characters in the second generation of Iranian Islam. Even before this, they were learning to speak Arabic, and many became bilingual. Persian preserves traces of this "vernacular stage" in a few early Arabic borrowings that were phonetically assimilated to Persian, and have survived subsequent orthographic normalization: e.g., mosalmān 'Muslim' (by metathesis, and perhaps modification of a plural, from Ar. moslem); the onomastic bu (< abu), mir (< amir) 'commander' and its compounds mir-āb, mir-āḵor, mir-zā, which parallel a tendency to apheresis in native Persian words at this time, as (a)yār,(a)bā, (a)bar, (a)nāhid, etc. Thereafter, the bulk of Arabic loanwords entered Persian as learned words in the writings of bilingual poets and scholars, most of them trickling down into spoken usage in due course (Telegdi).
El plural al que se refiere aquí este especialista, dicho sea de paso, no es el persa indicado por el sufıjo ان, sino el árabe sano masculino (جمع المذكر السالم), como se advierte en su imprescindible "Persian-Arabic Bilingualism In the Evolution of New Persian" (1992, p. 1): "mosalmân (< ? muslim[in])"; e igualmente en "Lexical Areas and Semantic Fields of Arabic Loanwords in Persian and Beyond" (2005, p. 99).

Para concluir con esta hipótesis, dos observaciones, me parece, son pertinentes: primero, que la metátesis (de por sí "not a productive process in Modern Persian", como indica Shahrzad Mahootian en Persian, 2012, p. 328) de un étimo árabe no es precisamente usual, y cuando se produce (كتف > كفت؛ قفل > قلف؛ كبريت > كربيت؛ عكس > عسك —la primero de ellas presente ya en el célebre شاهنامه, Libro de los reyes—) no comporta desplazamiento ni cambio vocálico, sino exclusivamente consonántico; y segundo, que es la vocal árabe فتحة, /a/, la que suele transformarse en una كسرة, /e/, persa y no al contrario (مَنارة > مِناره؛ حَرَكة > حَرِكت؛ مُقابَلة > مقابِله, etc.).

Sea como fuere, tanto en el Dehkhoda como en el otro gran diccionario persa, el de su colaborador Mohammad Mo'in (محمد معين، فرهنگ فارسى، تهران، ۱۳۷۱، جلد سوم، ص. ۴۱۱۷), el étimo que se da como más probable, siguiendo ambos al célebre Ghazvini el Sabio (علامه قزوينى), es el árabe مسلماني, que era, según dice Ibn Abd Rabbih (ابن عبد ربه) en El collar único (العقد الفريد، تحقيق مفيد محمد قميحة، ١٩٨٣، ج. ٧، ص. ١٤٠), como llamaban los árabes, de un modo peyorativo, a quienes (no siéndolo, se entiende) se convertían al islam («العرب تسمي العجمي إذا أسلم: المسلماني؛ ويقال منه: مسالمة السواد»), si bien el cordobés distingue a renglón seguido ese العجمي de الأعجمي; es decir, el cristiano, etc., aunque domine el árabe, de quien no lo domina aunque sea musulmán. Con el paso del tiempo, el término habría perdido su connotación negativa y quedado ya, sin ella, el solo sentido de 'musulmán', al menos en persa, porque en el s. XVII el egipcio al-Buhuti (البهوتي) aún considera que es digno de reprensión quien rebaja a un musulmán, que lo es y bueno, tildándolo de مسلماني (v. كشاف القناع عن متن الاقناع، كتاب الحدود، باب التعزير، فصل في حكم القوادة).

La hipótesis, además, resulta bastante plausible desde un punto de vista lingüístico, ya que esa ي final de مسلماني se habría analizado (y elidido) en persa como morfema de indeterminación, pero resta por saber cómo se pronunciaba (en árabe sería مُسلِمانيّ, según Dozy, Supplément, I, p. 679) y a partir de ahí si ha habido o no metátesis; y si en el origen de este مسلماني, en apariencia un adjetivo de relación (نسبة) derivado de مسلمان, no está, después de todo, el "musulmanes", en plural, que los árabes oían de los persas; o si la terminación اني, por el contrario, indica aquí un refuerzo de la relación o تأكيد النسبة (cf. طمطماني, "dícese del que tiene deje extranjero"). Partidario de ella es también Fouad Ephrem al-Boustany (فؤاد أفرام البستاني، «دور النصارى في إقرار الخلافة الأموية»، المشرق. مجلة ثقافية جامعة، 36 / 1938، ص. 73):
ويعني بالمسلماني الذمي الذي انتحل الاسلام. ومنه ولا شك أخذت لفظة musulman وهم يجمعونه على مُسالِمة. وكان هذا الاصطلاح شائعاً بين المشارقة والمغاربة.
E igualmente Mohammad Peyman (محمد پیمان، «نگاهی دیگر به فرهنگ معین»، آينده، سال نوزدهم، مهر تا آذر 1372 - شماره 7-9، ص. 730-737), quien, al subrayar el valor de la información etimológica que contiene la obra de Mo'in, se detiene ampliamente en la entrada مسلمان, dando respuesta a las críticas de Hashem Dehghan (هاشم دهقان، «نگاهی دیگر به فرهنگ معین»، آينده، سال نوزدهم، فروردین تا خرداد 1372 - شماره 1-3، ص. 107-115), partidario de la hipótesis del plural hasta el punto de afear al lexicógrafo que incluya en la entrada el auténtico de la palabra (mosalmanán), creyéndolo redundante (p. 111):
مسلمان: به آنکه (بدین اسلام متدین است) معنى شده، سپس با الف و نون جمع بسته شده: مسلمانان در صورتى كه مسلمان خود جمع مسلم است.
Siendo así que para Peyman, por el contrario, "sentenciar tajantemente que مسلمان es el plural de مسلم se aleja de la precaución y escrúpulo propios de las labores de investigación" («بدين ترتيت حكم قطعى صادر كه ’مسلمان‘ جمع ’مسلمان‘ است دور از احتياط و وسواس خاص كارهاى تحقيقى است», p. 735).

En definitiva, la hipótesis que ve en el مسلماني árabe el origen del مسلمان persa es tal vez la más plausible, pero dista de ser, desde luego, la más ocurrente. De entre las que saca a colación el diccionario de Dehkhoda destaca, sin duda, la de Sayyed Mohammad Ali Da'i-ol-Eslam (سيد محمد على داعى الاسلام) en su Farhang-e Nezam (فرهنگ نظام), "the first Persian etymological work", sostiene M. Saleem Akhtar en la Encyclopaedia Iranica (s.v. Da'i-al-Eslam...), "that approximated in format and range of information comparable dictionaries in European languages":
این لفظ ساخته از لفظ سلمان است به اضافهٔ میم مفعولی عربی و به معنی سلمان داشته و مانند سلمان مثل مششدر که از اضافهٔ میم مفعولی عربی به ششدر فارسی ساخته شده ، جهت ساختن مسلمان از سلمان دست و پا کردن ایرانیها بوده برای فضیلت خود در مقابل تعصب عربها که به ایرانیها موالی میگفتند، یعنی غلامهای آزاده کرده ، و ایرانیها هم خود را مسلمان یعنی مانند سلمان پارسی که از اصحاب بزرگ پیغمبر بود و از اهل بیت نبی شمرده شد گفتند، ولفظ مذکور در همان اوایل اسلام ساخته شد که در قدیم ترین متون ادبیات فارسی مثل ترجمهٔ تاریخ طبری هم بسیار استعمال شده است.
El ingenioso Da'i-ol-Eslam
Esta voz, afirma Da'i-ol-Eslam, está formada a partir de Salmán, con la adición de la eme del participio pasado árabe y el sentido de asalmanado o salmanáceo, y pone como ejemplo moshashdar (مششدر, "bloqueado, sin escapatoria, puesto en un brete"), formado del mismo modo a partir del persa sheshdar (ششدر, lit., "seis-puertas", en referencia a las seis casillas de las tablas reales que, una vez ocupadas, impiden a otra pieza desplazarse). En opinión de este erudito a caballo entre los siglos XIX y XX, la razón estaría en que los iraníes hacían (o más bien decían) lo indecible por demostrar su superioridad frente al fanatismo de los árabes, que los trataban de libertos, y que ellos, los iraníes, también se decían musulmanes, es decir, semejantes a Salmán el Persa, que había sido uno de los compañeros del Profeta y hasta considerado de su casa. Dicho vocablo, continúa Da'i-ol-Eslam, se habría forjado en los mismos comienzos del islam, ya que en los textos más antiguos de la literatura persa, como la traducción de la Historia de Tabarí, se le da ya mucho uso (tanto en singular, cabría añadir, como en plural).

Que "musulmán" pueda tener su origen en un disfemismo resulta curioso, pero en absoluto fuera de lo común. Respondería a un proceso de reapropiación similar al seguido por Yankee, "jesuita" e incluso "cristiano": hay a este respecto quienes han conjeturado, como H. Leclerc (Dictionnaire d'archéologie chrétienne et de liturgie, III,1, 1913, s.v., "Chrétien"), H. B. Mattingly ("The Origin of the Name Christiani", Journal of Theological Studies, 9, 1958, p. 26-37) y otros, que este apelativo, acuñado en la mordaz Antioquía, era en principio despectivo y burlesco, lo cual explicaría su escaso uso en el Nuevo Testamento (Act, 11,26; 26,28; 1 Pe 16) y en las fuentes del s. I. Visto así, atribuir el origen de "musulmán" a Salmán el Persa no es sino el corolario de dicho proceso de reclamación.