Ya es público el acuerdo de provisión de la plaza docente que motivaba la entrada anterior de este blog, y el listado de personas admitidas, junto con sus puntuaciones, me recuerda inevitablemente a este tuit que había publicado un par de semanas antes, a propósito de la escasa representación de hablantes nativos entre las filas del profesorado público de árabe como lengua extranjera en España, al menos si se compara con una actividad como la traducción y la interpretación, donde son legión (al tiempo que los no nativos rara avis), por una parte, y con la propia docencia de otras lenguas comúnmente menos enseñadas (el chino y el ruso, en este caso), habida cuenta, además, de lo verdaderamente inusual que es encontrar estudiantes de esta lengua (¡y profesores!) que hayan alcanzado la competencia que cabe esperar en quienes trabajan con ella:
Supongo que una imagen vale más que equis hablantes nativos.https://t.co/J32HJGFQgg pic.twitter.com/pVtBorj487
— Anís del moro (@anisdelmoro) December 2, 2024
El tuit, aunque haya quien lo ha (mal)interpretado así, no pretendía señalar ni poner en tela de juicio la capacidad de nadie con nombre y apellidos, sino valerse de esa "onomástica", tan poco árabe a simple vista, para suscitar la cuestión, que entronca con lo que es, a mi juicio, una tradición de "parasitismo", como decía en un tuit posterior:
Poco ha cambiado desde 1958, comprueba uno a menudo, por desgracia, la naturaleza esencial y voluntariamente parasitaria del arabismo español respecto del árabe y quienes lo hablan (salvo quizá en que raro será hoy el arabista que no se diga "arabófono" ni entre comillas). pic.twitter.com/PuuQiNyl3g
— Anís del moro (@anisdelmoro) January 9, 2025
Y a la que alguna vez me he referido parafraseando la máxima absolutista: "Tout pour l'arabe, rien par l'arabe". De esta desigualdad he hablado también al reflexionar en "Seamos más lectores" (24.05.2011) sobre cómo a cualquier auxiliar de conversación, nativo por definición, se le pide no sólo dicha competencia lingüística y la propia de un universitario en la lengua normativa, sino a menudo también una didáctica, ninguna de las cuales se le suele requerir al profesorado, aun cuando la función del lector es más ayudar a enseñar que enseñar. (Y no ha de extrañar, con ello, que algún profesor haya creído que el de turno está no sólo para ayudarle a enseñar el árabe, sino también para ayudarle a él mismo a aprenderlo, a modo de profesor particular improvisado.)
Volviendo al asunto de la plaza, puede calificarse de providencial, diría yo, que sea una candidata calificada inicialmente como no apta en la prueba lingüística, y la primera sin nombre ni apellidos árabes que la salva al final, con mi voto particular en contra y subsiguiente renuncia como miembro del tribunal (aún pendiente de confirmación, por cierto), la que haya obtenido la puntuación más alta en el concurso de méritos. No diré que me sorprenda, porque ya lo había predicho en privado, ni otras cosas que podría decir (y acabaré diciendo, sospecho —omnia tempus habent—) o predecir, pero sí que detrás de estos nombres y apellidos podrían estar otras personas y el motivo de reflexión sería el mismo.
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