Señores:---E. García Gómez, "Les études aviceniennes en Espagne par le Professeur García Gómez", Ligue des États Arabes, Millénaire d'Avicenne. Congrès de Bagdad. 20-28 Mars 1952, El Cairo, 1952, p. 81 («أسبانيا ودراسة ابن سينا للأستاذ جارسيا جوميز»، جامعة الدول العربية، الكتاب الذهبي للمهرجان الألفي لذكرى ابن سينا، بغداد من 20 إلى 28 مارس 1952، القاهرة، 1952، ص. ٨١).
Me ha encargado el Sr. profesor Ibrahim Madkour que les presente a Vds. un resumen de los estudios dedicados a Avicena en España, y no he podido contrariarle, pese a que hay una serie de razones que hacen difícil acceder a su amable petición, que sólo puede deberse al buen concepto que tiene de mi persona; a saber:
1º —Que he venido al congreso sin las obras ni las referencias avicenianas.
2º —Que, como es sabido, no soy un experto en estudios filosóficos, ni avicenianos... ni de otro tipo.
3º —Mi falta de dominio del árabe, en especial ante quienes lo tienen como lengua materna.
En una entrada publicada aquí hace ya cuatro años y dedicada a "Quirós y el tercer árabe", me refería ya a la coincidencia entre la publicación, en el mismo volumen XVII de la revista Al-Andalus (1952), de la réplica de Emilio García Gómez a la célebre reseña de Quirós, aparecida en Arbor en diciembre del mismo año, y la de una noticia que informaba de la participación del primero como delegado español en un congreso sobre Avicena en Bagdad.
"Subrayemos", dice la nota publicada en la sección de noticias del primer fascículo, "como dato curioso —sintomático de los tiempos— que, salvo alguna rarísima excepción, todos los congresistas hablaron en árabe". No en balde, "el sábado 22 de marzo", prosigue la nota, García Gómez "hizo en árabe una breve comunicación sobre Los estudios avicenianos en España", mientras que en la sesión de clausura le "cupo el honor de hablar, también en árabe, en nombre de las delegaciones europeas" (p. 245). Salvo que se halle algún testimonio al respecto, es difícil saber si esa referencia al síntoma (o signo) de los tiempos y tan sospechosa insistencia en la lengua empleada van dirigidos a Quirós, quien reprochaba nada soterradamente a García Gómez y a su escuela en general la invención de "un tercer árabe", distinto del "literal y el vulgar", "ciertas posturas cómodas, reñidas con una adecuada selección y preparación de los candidatos al árabe", la preponderancia en la enseñanza de "métodos anticuados y rutinarios" y hasta la carencia de "una pronunciación aceptable" ("Una reciente traducción de 'El collar de la paloma' de Ibn Hazm, de Córdoba", Arbor, 84, 1952, p. 461). Dice el propio García Gómez que, "apenas enterada" de la publicación de la reseña, "la más alta autoridad" del CSIC decidió paralizar la distribución del número en que aparecía, todo ello mientras él "andaba en largo viaje por el Norte de África", y que ya de vuelta, el 3 de enero de 1953, rogó al presidente del organismo que "dejara sin efecto la medida en cuestión" ("En torno a mi traducción de El collar de la paloma", Al-Andalus, 17, 2, 1952, p. 459), lo que no impidió, sin embargo, que Quirós fuera expulsado de la Escuela de Estudios Árabes y de la Universidad de Madrid (cf. la introducción de M.E. Prado Cueva a El libro del Yihad, Oviedo, 2009, p. 10). Pero resta por averiguar si el fascículo primero de aquel volumen, el que contiene la noticia, se publicó antes o al mismo tiempo que el segundo, el que contiene la réplica, que García Gómez "obliga a reproducir", según Gregorio Morán (El maestro en el erial. Ortega y Gasset y la cultura del franquismo, Barcelona, 1998, p. 365), en la propia Arbor (nº 87, marzo del 53), "hecho sin precedentes" en la historia de la revista, continúa el periodista, quien sin embargo hace suyo, inopinadamente, el discurso de la réplica al referirse él mismo a "las pretensiones de arabista" de Quirós (ibídem), que, para ser justos, lo era como el que más: "D. Carlos fue un hombre formado en la escuela de Asín, aunque luego, por las disputas que mantuvo con García Gómez, pudiera haber dado la impresión de haberse formado en el arabismo desde otra posición. Pero él era de la Escuela", según el testimonio de Miguel Cruz Hernández (en J.P. Arias, M.C. Feria y S. Peña, Arabismo y traducción, Madrid, 2003, p. 82), nada sospechoso en este sentido, ya que en otro lugar considera que la "pintoresca salida de tono" y "sedicente crítica" del que había sido su maestro "era el escabel para arremeter contra don Emilio, contra la herencia de los Beni Codera, con la Escuela de Estudios Árabes y con la enseñanza universitaria" (cf. "El profesor García Gómez y la creación del Instituto Hispano-Árabe de Cultura", Revista del Instituto Egipcio de Estudios Islámicos, 28, 1996, p. 22).
Del mismo modo cabría preguntarse ahora, a la luz de la intervención de García Gómez en aquel congreso, si parte de la crítica de Quirós pudo estar, de algún modo, animada por ella. A esa "falta de dominio del árabe, en especial ante quienes lo tienen como lengua materna", a medio camino entre la modestia y la captatio benevolentiae habituales en estas circunstancias, se suman después las propias palabras del delegado español (si es que son realmente suyas) en el discurso de clausura:
Nada más recibir de la invitación de Vds., la acepté, y dejé en Madrid toda tarea y labor para asistir a su conmemoración y volar a su lado. Apenas pisé su amada tierra iraquí, me encontré en mi casa, en familia y entre mi gente. Todo esto era como un sueño delicioso para mí, pero ahora me despierta de él el eco de mi voz y me descubro sorprendido de mi propia osadía: hablando ante ustedes, ante profesores y eminencias, cuando yo soy el último de los discípulos; y hablando en esta querida lengua árabe que no dejo de estudiar y nunca llego a dominar. ¡Mis disculpas!---"Allocution du Professeur García Gómez, délégué de l'Espagne", p. 392-3 («كلمة مندوب أسبانيا الأستاذ جارسيا جوميز»، ص. ٣٩٢-٣٩٣).
Les pido disculpas y espero que tengan la bondad de perdonarme, porque la intención es lo que cuenta, y la mía es buena. He venido a Bagdad desde Madrid, como vinieron multitudes innumerables en el pasado, en pos de la ciencia. He venido desde Al-Andalus, la tierra donde el árabe siempre se pronunció "con un deje extranjero", como dijo Ibn Shuhayd en tiempos del califato cordobés.

Sea como fuere, todo apunta a que García Gómez, como es habitual en las situaciones más solemnes, y más aún cuando la lengua no es la materna (como es siempre el caso del árabe normativo —paterno a lo sumo— para los propios árabes), no improvisó, por supuesto, sino que leyó al público los textos que se reprodujeron después en las actas del congreso. La cuestión, ahora bien, es: 1) si el público lo entendió y 2) si lo que leyó lo había escrito él mismo o con ayuda, y en este supuesto, con cuánta y de qué tipo.
Los arabistas, por razones que serán ya de sobra conocidas para quienes frecuentan este blog, somos poco dados a reflexionar en público sobre nuestra competencia lingüística, es decir, la del gremio en general, y menos aún sobre la propia y personal. Hacer lo primero, como lleva años haciéndolo Federico Corriente y más tímida u ocasionalmente algún otro, sólo es posible, suele sobreentenderse, si uno está o cree estar a salvo, y el objetivo de la reflexión ha de ser por necesidad retorcido: chinchar, darse pisto, saldar cuentas pendientes, etc. García Gómez no sólo no es una excepción, sino más bien la regla, pero, que yo sepa, hizo en dos ocasiones lo segundo: la primera, admitiendo sin complejos que su "conocimiento del árabe y el conocimiento del árabe que tradicionalmente se enseña en las Universidades de España desde los tiempos de Codera, y gracias al cual ha habido arabismo en nuestra patria, es diferente" del que tenía su objetante, Quirós (p. 519), en lo que parece una reivindicación de aquel tercer árabe, en la línea de otras similares: "no somos arabófonos, sino arabistas españoles" (1958), "siempre ha habido arabistas y arabófonos" (1977), etc. Y la segunda, bastante menos equívoca, "en una entrevista al semanario Al Ahad el 8 de enero de 1961", según refiere Ramón Villanueva ("Perfil y andanzas diplomáticas del embajador don Emilio García Gómez", Awraq, 17, 1996, p. 137):
Siento haber aprendido el árabe como se aprende el griego clásico o el latín. Ello quiere decir que lo leo con toda facilidad, pero que en la conversación necesito práctica, ya que entre la lengua literal y la hablada hay muchas diferencias; y, hasta ahora, las mismas lenguas habladas difieren de un país a otro y hasta de una región a otra. Yo aprendí el vulgar egipcio y después de mi regreso a España lo olvidé. También aprendí el vulgar marroquí, pero lo olvidé también... Yo me entiendo con todos en árabe clásico.
A la pregunta, es más, de si García Gómez hablaba el árabe o era capaz de escribirlo "correctamente y cálamo currente", me respondía hace unos años Corriente, quien lo trató y presenció en acción, que "nadie de la generación anterior a Granja, Fórneas y Cortés había adquirido algo de eso" y que "generaciones posteriores no siempre superaron ese nivel: si aprendían algo, lo olvidaban pronto", como el propio maestro, "porque aquí no se llevaba, ni estaba bien hacer gala de más" (comunicación personal, 07.12.2011). Pero entonces, ¿quién redactó o tradujo las palabras del arabista en Bagdad o la réplica que había publicado un año antes, también en árabe, en una revista egipcia? En ésta (cf. «تعقيب على نقد كتاب رايات المبرزين بقلم اميليو غرسيه غومس»، مجلة كلية الآداب، 1951، ص. ٢١٧-٢٢٣), donde respondía a las observaciones de Shawqi Dayf (شوقي ضيف) acerca de su edición de El libro de las banderas de los campeones (Madrid, 1942), hace alarde de una prosa que, de ser realmente suya, desmentiría a Corriente, como podría hacerlo, a ojos del profano, la propia "actividad internacional" de García Gómez durante aquellos años (cf. L. Beccaría, "Bibliografía de don Emilio García Gómez", Boletín de la Real Academia de la Historia, 196:2, 1999, p. 226-7), en que llega a ser nombrado miembro correspondiente de la Academia Árabe de Damasco (1948) y de la de Iraq (1954).

Monés volvería a complacer a su amigo en el prefacio a su traducción de la Historia de la literatura arábigo-española (2ª ed., Madrid, 1945) de Ángel González Palencia (آنخل جنثالث بالنثيا، تاريخ الفكر الأندلسي، القاهرة، 1955، ص. ط), de cuyo prólogo en español es autor el propio García Gómez, quien confiaba, dicho sea de paso, en que el empeño hiciera ver a "los actuales eruditos del Próximo Oriente musulmán cómo [...] al-Andalus y su cultura no son simples apéndices de la general civilización árabe, sino un mundo, no diré del todo aparte, pero sí con peculiaridades muy señaladas y reacciones espirituales y raciales muy singulares en muchos aspectos con frecuencia olvidados" (p. viii).
Sirva este largo excurso sobre la transcripción de los apellidos de García Gómez, tanto en el árabe de su propio puño como en el de las traducciones de Monés, para situarlos a ambos en su contexto, que es el del inicio de relaciones entre la España de los 50, aislada internacionalmente, y un Egipto a caballo entre la monarquía y la república. "Una profunda compenetración entre los elementos diplomáticos y arabistas universitarios", según su mejor representante, era la base para "una acción continua y progresiva de infiltración cultural" [y política] "de España en Oriente", y el régimen de Franco no escatimará esfuerzos para conseguirlo (cf. María Dolores Algora, "Homenaje a don Emilio García Gómez", Revista del Instituto Egipcio de Estudios Islámicos, 28, 1996, p. 7). Cumplida la misión que se le había encomendado en 1947, el que fuera más tarde embajador en Bagdad, Beirut, etc., no volverá a dar a la imprenta, que yo sepa, ningún texto suyo redactado en este idioma.
A la espera de que algún hallazgo, p. ej., en el legado del que también fue director de la Real Academia de la Historia, arroje tal vez alguna clave al respecto, yo me inclino a pensar, como sugieren las críticas de Quirós y el testimonio de Corriente, que "la brillante coda de los Beni Codera" recurrió, sin querer admitirlo, al auxilio fundamental de algún arabófono culto, tal y como supone el mismo Corriente que hizo Asín Palacios para vocalizar los textos de su Crestomatía (Madrid, 1959), sin que haya que ver en ello una "mera maledicencia trasnochada". Yo mismo tengo constancia de cómo en la actualidad colegas de generaciones más jóvenes, incapaces, p. ej., de redactar o leer un mensaje en árabe, se atribuyen, sin embargo, trabajos académicos publicados en este idioma o hazañas similares, con lo que no se trata, por descontado, de remover gratuitamente el pasado o ensuciar la memoria de quienes nos precedieron con gran mérito en muchos aspectos (pero no en todos, como a veces se pretende), sino de ubicar el origen y la trayectoria de actitudes como ésta que han marcado y siguen marcando, he ahí el problema, nuestra actividad.
Cuando García Gómez aduce su "falta de dominio del árabe, en especial ante quienes lo tienen como lengua materna", está de algún modo dando a entender que es el mayor o menor dominio de la audiencia el que determina el propio, cuando es obvio que el grado de competencia de una persona en un idioma extranjero no varía en función de ante quién se exhibe. Lo que varía, por supuesto, es la impresión que causa, y el árabe de arabista, aquel "tercer árabe" del que hablaba Quirós y que no consiste en cuánto se sabe, sino en qué y cómo (lo que lo diferencia sustancialmente de la interlingua de un principiante), no puede dejar a ninguno en muy buen lugar a ojos de un arabohablante que tenga un mínimo de mundo, y no me refiero, por si cupiera duda, al efecto que provoca, inevitablemente, un barbarismo o un fuerte acento extranjero, como el que, según cuenta el célebre Taha Husayn en la 3ª parte de Los días (طه حسين، الأيام، الكتاب الثالث، القاهرة، 1992، ص. ٣٥٩), tenían algunos profesores italianos y alemanes en árabe, engolado, y era motivo de guasa entre los estudiantes egipcios.
Cierto es que hay colegas cuyo único conocimiento del árabe es ese mismo "gracias al cual ha habido arabismo en nuestra patria", pero que no se avergüenzan en absoluto (o no son del todo conscientes) de ello. Otros, sin embargo, acaban desarrollando una fobia al nativo que les lleva a rehuir en la medida de lo posible cualquier contacto (lingüístico, se entiende), en particular cuando hay testigos u otro riesgo de quedar en evidencia. Me viene ahora a la mente la anécdota que el profesor Sabry Hafez (صبري حافظ) contó al término de mi intervención en un congreso celebrado en SOAS hace ya unos años, acerca de cómo, recién llegado al Reino Unido, si mal no recuerdo, tuvo la torpeza de dirigirse a uno de sus profesores en árabe, lo que provocó que éste comenzara a evitarlo por los pasillos; pero ésta no es, desde luego, la única que conozco. A estos colegas la presencia en nuestras aulas, cada vez más frecuente, de estudiantes araboparlantes, sobre todo de origen magrebí, les pone, como quien dice, entre la espada y la pared, porque aparentar que se domina el árabe ante quienes lo tienen como lengua materna puede llegar a ser tan ridículo como lejos se esté de conseguirlo, pero el resultado es muy diferente según se trate o no de un público cautivo, como lo era de seguro el de García Gómez y suele serlo, en general, el de los actos oficiales y académicos. A esto se añade, además, esa ley no escrita de la glotofagia, en virtud de la cual no hay mérito alguno en que un profesor o diplomático árabe hable muy bien español, p. ej., pero sí lo es, y mucho, que uno español chapurree el árabe.
1 comentarios :
"Al arabista García Gómez le hicieron embajador en El Cairo, y decían las lenguas de los viboreznos que los árabes de ahora no le entendían ni una palabra, ni él entendía las de ellos." (Jaime Campmany, "Los plurales", ABC, 10.10.2001.)
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