31 de diciembre de 2014

Paso de año

Hay años o períodos de la vida que pasan rápido y casi inadvertidos, como cruzan algunos animales en libertad las carreteras, y otros que lo intentan y acaban atropellados.

De atropellos y de atropellamientos, no de años ni de animales, pero sí, de algún modo, de personas y de ideas, fundamentalmente en el ámbito de la enseñanza del árabe como lengua extranjera, es de lo que suele dar cuenta este blog, y en este 2014 que se va no sólo no han faltado, sino que han adquirido además una especial significación, como dejan entrever algunas de sus entradas, porque no es ya que entre colisión y colisión hayamos dejado de avanzar, cosa que tampoco veníamos haciendo: es que vamos, como rebotados, para atrás.

Visto desde fuera, este ámbito docente, parte a su vez, todavía, de otro "tan escaso y apartadizo, desasistido por lo común de la atención pública", como es el arabismo en la ya célebre descripción de Emilio García Gómez (en É. Lévi-Provençal, España musulmana hasta la caída del Califato de Córdoba, Madrid, 1950, p. x), podría pasar por un patio de colegio más, de los muchos en que se libran querellas intestinas sin otro fuste que el choque de distintos egos e intereses personales, y de hecho así es a veces, pero también puede suceder que en ese patio de colegio, dejado de la mano de Dios, se estén dirimiendo, a pequeña escala, cuestiones de justicia, eficacia, transparencia, etc., no muy diferentes de las que preocupan a buena parte de la sociedad, cobrando sentido a aquello de think globally, act locally, si bien es cierto que aún habría, con cierta seguridad, una parte interesada en disfrazarlas de rencillas, malquerencias o trastornos personales.

Está previsto que a finales del año que entra, como muy tarde, se celebren las duodécimas elecciones generales de la democracia española y, a poco que se observe, se apreciará que en el gremio del arabismo, o al menos entre los más jóvenes de la corporación, ha irrumpido con fuerza, como en el resto de la sociedad, el discurso regenerador de Podemos, esa "iniciativa ciudadana", según se dice en su sitio web, "que abarca mucho más que el partido político registrado con el mismo nombre el 11 de marzo de 2014"; y no, desde luego, porque una de sus eurodiputadas sea licenciada en Filología Árabe, porque la mano derecha de Pablo Iglesias en Bruselas sea marroquí, o porque el propio nombre de la iniciativa parezca la respuesta al "panfleto en sí menor" de Santiago Alba Rico (¿Podemos seguir siendo de izquierdas?, Barcelona, 2013), filósofo cercano al arabismo y residente en Túnez, cuna (y tumba, según él mismo) de la llamada Primavera Árabe, referente a su vez del movimiento 15M. Hay sencillamente, como en buena parte de la sociedad española, una sensación de hartazgo ante la injusticia y el denominado déficit democrático: lo que no está tan claro es si los arabistas, simpatizantes o no de Podemos, que despotrican de ésos y otros males afines, como la corrupción, el amiguismo, la incompetencia, etc., son conscientes de que no sólo nos rodean como sociedad, sino mucho más de cerca, como profesionales, en nuestro propio ámbito de trabajo y estudio, donde mejor podemos actuar, lo que no significa, como algunos querrían, que seamos los únicos o los que mejor podamos hacerlo. Tengo a este respecto la impresión, quizá por la experiencia de algún que otro atropello, pero sobre todo ante la evidencia de que, de otro modo, no estaríamos como estamos, de que el arabista que piense globalmente y quiera actuar localmente, obrando no ya guiado por un programa político sino por una mínima honestidad personal e intelectual, hallará más respaldo fuera que dentro del gremio, salvo, tal vez, que sus acciones no comporten crítica ni compromiso alguno para éste.

Al socaire del caso Errejón, que unos consideran un chanchullo y otros la excusa para urdir una campaña de difamación (cuando bien podría tratarse o haber algo de ambas cosas), Podemos ha sido descrito por Félix de Azúa, peyorativamente, como "un partido de profesores" (El País, 01.12.2014), y no ha pasado inadvertida la respuesta de su secretario general a la pregunta que le hacía el periodista Antonio Papell en el programa La noche en 24 horas (05.12.2014) a este respecto: "¿Por qué no han empezado a hacer la revolución en la universidad, para cambiarla?", a lo que Iglesias, que no se la esperaba según advierte él mismo, responde:
Nosotros en la universidad no hacíamos revoluciones: nos dedicábamos a estudiar y a trabajar. [...] Claro que nos gustaría que la universidad fuera de otra manera, pero eso se cambia con responsabilidades de gobierno, y nosotros no estamos haciendo una revolución, estamos haciendo algo mucho más modesto: que la gente se empodere políticamente para tener un país un poquito mejor, y en la universidad, a estudiar, que es lo que toca hacer.
Contestación esta que yo, personalmente, no sé muy bien cómo interpretar, pero que no parece, de entrada, una invitación a cambiar las universidades desde dentro, a pesar de la autonomía que les reconoce la Constitución del 78 en su artículo 27.10, limitada, bien es verdad, por "los términos que la ley establezca". Por su parte, el Manifiesto por una Universidad Pública de Podemos aspira a transformar "todo el esfuerzo individual realizado de manera silenciosa, profesional y entregada por parte de quienes no querían que la Universidad desapareciera" (?) en "una nueva «marea» que aspire a conseguir en la Universidad la misma regeneración que se exige al resto de nuestras instituciones políticas, sociales, económicas y culturales", pero no hace la menor alusión a ninguno de los males internos que suelen atribuírsele, al contrario, p. ej., que Rafael Escudero, quien en su defensa de la universidad pública desde El diario habla sin paliativos de cómo "el control ideológico de antaño se acentúa hoy bajo la fórmula del poder de contratación" (02.03.2014), o de "la casta universitaria" (01.10.2014), aprovechando el remoquete que han hecho célebre los de Podemos y que otros esgrimen ahora en su contra con más o menos fortuna y credibilidad.

Ignoro, por ir recapitulando, aunque no dejo de preguntármelo, qué puede esperar la universidad, el arabismo español y, más en particular, la enseñanza del árabe como lengua extranjera de Podemos u otros partidos. (En Francia, por cierto, la asociación nacional de arabistas, AFDA, llegó a dirigir incluso, en 2007, un cuestionario a los candidatos a la presidencia de la República "sur la relance de l'enseignement de l'arabe", obteniendo respuesta tanto de Nicolas Sarkozy como de Ségolène Royal.) Sí he de decir, no obstante, que cuando lancé a finales de 2011 la Campaña para la acreditación y uso del árabe (que espero comience a aplicarse en mi universidad en breve), alguien del grupo parlamentario IU-ICV-EUiA-CHA (Izquierda Plural) se interesó anónimamente por ella. Y no puedo olvidar tampoco que la docencia del árabe no sólo se enfrenta a contradicciones internas, aunque sean éstas, a mi modesto entender, las que mejor podemos y antes deberíamos solventar. Es por todo lo anterior por lo que del nuevo año espero que nos pille a todos, tanto a los seguidores de Anís del moro (detractores incluidos) como a su autor, más sensatos, generosos y justos que éste que ahora finaliza, si no en pro del máximo bien común, cada cual por el de su conciencia y decoro, el que los tenga, y el que no, por parecerlo acaso.

سنة ميلادية سعيدة وكل عام وأنتم وذووكم بخير.

13 de noviembre de 2014

A fin de excitar más

201. Pasemos ahora a la traducción de Las mil y una noches. La encontramos ahora a usted en una traducción "a cuatro manos" con Juan Antonio G. Larraya. ¿De dónde surge el proyecto de traducir Las mil y una noches? ¿Por qué una traducción en equipo? ¿Siguieron algún criterio para la distribución del trabajo?

El proyecto de traducción de esta obra surgió del editor. Vernet se negó a colaborar puesto que que ya había terminado su propia traducción. Recomendó al profesor Larraya y a mí misma para la traducción y él sólo escribió un breve prólogo. [...]

204. Su versión de Las mil y una noches aparece poco después de la de su marido, el Prof. Vernet. ¿Por qué una nueva versión en tan poco tiempo? ¿Qué querían ofrecer de diferente? ¿Se trataba de otra sensibilidad o de otra manera de entender la traducción?

Nada de lo que preguntan se corresponde con la historia de la política de las editoriales. Empezaron con la "moda" de traducciones de Coranes, siguieron con las de Las mil y una noches, luego vino la da las enciclopedias y ahora estamos en la de los fascículos.
---Juan Pablo Arias, Manuel C. Feria y Salvador Peña, "Leonor Martínez Martín. Entrevista mediante cuestionario escrito enviado en julio de 2000", Arabismo y traducción, Madrid, 2003, p. 121.

"Vuelven Las mil y una noches", dice un titular de ABC (09.11.2014) anunciando la recuperación de la traducción que Juan Antonio Gutiérrez Larraya y Leonor Martínez publicaron en la editorial Vergara en 1964-1965; y la vuelta coincide con la publicación en El Trujamán de "Shahrazad y los arabistas" (15.10.2014) , una entrada en la que Salvador Peña aborda "el escaso entusiasmo que el arabismo oficial hispano ha venido mostrando por las Noches", partiendo del ejemplo de la célebre Crestomatía de árabe literal con glosario y elementos de Gramática (Madrid-Beirut, 1936). "Por extraño que parezca", dice Peña, ninguno de los textos contenidos en la obra procede de Las mil y una noches, como tampoco se encuentran en su sucesora, la Antología árabe para principiantes de Emilio García Gómez (Madrid, 1944), aun cuando en ambos, añadiría yo, sí hay cabida para una cierta dosis de fantasía (o fantasmagoría, más bien) en forma, como señalé hace tiempo, de calaveras parlantes, manos amputadas, gatos de bigotes ensangrentados y lavadores de cadáveres.

Concluye Peña que es posible que esa falta de entusiasmo se deba "al deslenguado erotismo que de vez en cuando aflora en la obra", argumento este en favor del cual podría aducirse el hecho de que aquel arabismo era tan conservador que había quien lo consideraba "cosa de curas". Con posterioridad, en cambio, Francisco Ruiz Girela y Mahmud Sobh publicarán la antología Cuentos eróticos de Las Mil y Una Noches (Madrid, 1996). Con todo, "la verdadera razón", cree Peña, "es otra": el arabismo español, con su desinterés por Las mil y una noches, no habría hecho sino seguir el criterio de "un sector importante de las elites árabes de siempre", que arranca en el siglo X con la opinión que Ibn al-Nadim (ابن النديم) vertía en su Índice (كتاب الفهرست) a propósito de Las mil historias («هزار افسان») persas: "Varias veces lo he visto completo y es, a decir verdad, un libro sin enjundia y de estilo desabrido" («رأيته بتمامه دفعات وهو بالحقيقة كتاب غث بارد الحديث»). Quizá este aspecto, el lingüístico, al ser la obra un claro ejemplo del denominado Middle Arabic o árabe medio (cf., p. ej., la edición de Muhsin S. Mahdi, The Thousand and One Nights, Leiden, 2014), la hacían también desaconsejable a ojos de "la Escuela", afincada hasta hoy en un culto a la corrección normativa desmedido y a veces malintencionado para con los nativos, pero no siempre congruente: cf. Federico Corriente, "Las etimologías árabes en la obra de Joan Coromines", L’obra de Joan Coromines, Sabadell, 1999, pp. 67-88, a propósito de las "deficiencias" y "falta de calidad lingüística" observables en la edición de 1959 de la Crestomatía, así como en la Antología árabe para principiantes de García Gómez, que contiene, de nuevo según Corriente, "demasiados vulgarismos y faltas de lenguaje sin corrección ni advertencia, y precisamente también en su glosario" (p. 72, 74, 86).

Mi opinión al respecto es que Asín, como explica él mismo en el prólogo a la edición corregida de su Crestomatía (Madrid, 1959), escogía textos "de obras manuscritas e impresas que, ya por el autor, ya por el asunto, tienen relación con la historia política o cultural del islam español, a fin de excitar más el interés y la curiosidad de los estudiantes". No en balde el título de la obra en árabe es «نخبة الحكايات العربية والأخبار الأندلسية» (Flor de historias árabes y noticias andalusíes). Unos pocos textos (5 de 36, para ser precisos) "que no tienen ese carácter" se incluyen no obstante, añade el arabista, "porque su estilo llano y narrativo los hacía más recomendables para la iniciación" (p. 5). Puesto que las referencias a Al-Andalus en Las mil y una noches son mínimas si se exceptúa el material legendario (cf. J. Hernández Juberías, La península imaginaria. Mitos y leyendas sobre al-Andalus, Madrid, 1996), no es de extrañar en absoluto que la obra, de por sí denostada por vulgar y procaz, como arguye Peña, atrajera poco a los arabistas españoles de la época, como en general, dicho sea de paso, el resto de la literatura clásica oriental: las traducciones de Vernet, Martínez y compañía responderán de hecho, como se ha visto, a encargos editoriales, como lo serían también las del Corán del primero (1953, 1963) y la posterior de Julio Cortés (1979). La censura, dirá Vernet, no se metió con su traducción del Corán. Sí lo intentó con sus Mil y una noches, "pero el editor, Lara (Planeta), lo impidió" (cf. Arias et alii, p. 110, pássim).

Encargos también, tal vez, fueron los cuentos de los que Ángel González Palencia hizo "traducción directa del árabe" para la Biblioteca Perla de Saturnino Calleja (Abdalá el del mar y Abdalá el de la tierra, 1930; El califa ladrón y otros, 1931; La cierva blanca, 1941); pero si este arabista, fallecido en accidente de automóvil en 1949, merece una mención especial aquí es porque gracias a él y a su condiscípulo, García Gómez, sabemos del lugar que Asín reservaba a Las mil y una noches, si no en su crestomatía, sí en su docencia. En la necrológica que González Palencia le dedica en Arbor (4-5, 1944, p. 178-206) saca a relucir, entre otros recuerdos de estudiante, sus "traducciones de Las mil y una noches, ejercicio que [...] había de continuar en las vacaciones, alternándolo con el estudio de las materias del cuarto y último curso en la sección de Letras"; y que Maximiliano Alarcón, alumno también de Asín, "había de ser quien rectificara" (p. 181), en lo que parece un acto de delegación, por parte del maestro, en el condiscípulo más aventajado. A este testimonio, como adelantaba, hay que unir el de García Gómez unos años antes ("En la jubilación de don Miguel Asín", Al-Andalus, 6:2, 1941, p. 268):
Seguí progresando, y un día, al término de la lección, Asín nos llamó a Eugenio Frutos y a mí. Se ofreció, con gran contento, a darnos clase especial, al terminar la de todos, y nos confío a cada uno un tomo de Las mil y una noches en la edición de Bayrut. Uno de nosotros —no me acuerdo ya cuál— se embarcó en la cáscara de nuez de Sindbad para acompañarlo en sus arriscadas mercaderías; el otro se engolfó en los callejones orientales donde se devana la madeja de las picardías de Abu Qir y Abu Sir.
Portada de R. de Penagos para El califa ladrón
Y del que se deduce que estos tomos eran una asignación extra, destinada a las jóvenes promesas y fuera del currículo oficial. Con "la edición de Bayrut", hay que hacer notar, García Gómez se refiere probablemente a la "corregida y expurgada", ad usum delphini, del jesuita Antoine Salhani (أنطوان صالحاني).

Fruto quizá de esta experiencia discente es la solución de compromiso a la que García Gómez parece haber llegado en su Antología árabe para principiantes, incluyendo "historias jocosas" y "sales y donaires", pero sólo de autores andalusíes como el malagueño ابن الشيخ البلوي o el granadino ابن عاصم, que "reflejan, en un estilo sencillo", en opinión de Arturo Ponce Guadián, traductor de algunos de ellos ("Cuentos y rarezas de Ibn 'Âsim el Andalusí"Estudios de Asia y África, 30:3, 1995, p. 590), "el espíritu del pueblo musulmán a través de su peculiar humorismo": reflejar "con exactitud y relieve las características más profundas y arraigadas de la vida y de la cultura musulmanas", a través de "textos llanos en su estilo, amenos en su asunto", es el propósito de la obra según el propio antologista, que, como su antecesor, siente igualmente la necesidad de justificar que la "parte central y principal" de la misma, una selección de relatos ascéticos de un sufí yemení, اليافعي, "es el único texto no español o de asunto no hispánico de la Antología; pero tuvo enorme difusión en la España musulmana, como en todo el resto del mundo árabe". Todo ello al tiempo que pretende, extrañamente, que no es su objeto "limitarse a una época determinada o a un género o país en particular", sino mantenerse "en un terreno elemental y previo a toda especialización futura" (Madrid, 1972, 6ª ed., p. vii-viii), lo que da idea de hasta qué punto la dedicación a Al-Andalus se asume como indeclinable.

Volviendo a Asín, tengo mis dudas acerca de qué habrían encontrado sus alumnos más excitante como ejercicio de análisis gramatical y traducción: si "la historia política o cultural del islam español" o la procacidad miliunanochesca, completamente desbastada, ni que decir tiene, en la versión del padre Salhani. Pero no puede haberlas, como hemos visto, de que algún trato con Shahrazad, aunque fuera con una bastante más púdica que la original, sí que mantenían tanto el veterano arabista como sus discípulos. El testimonio, así, de estos últimos parece contradecir a Peña, pero en cuanto a que "el arabismo oficial hispano", como dice en El Trujamán, no ha hecho, "en general, muy buenas migas con Shahrazad por fidelidad a las «buenas letras» árabes", quizá la mejor réplica posible sea el escaso número de estudios y traducciones al español de obras consideradas canónicas (véase a este respecto la introducción de Jaime Sánchez Ratia a sus Treinta poemas árabes en su contexto, Madrid, 1998, p.7-13).

Cierto es, con todo, que tampoco otras crestomatías, como la de Hartwig Derenbourg y Jean Spiro (París, 1885), deudora de las de Sacy (1826-7), Kosegarten (1828), Freytag (1834), Wright (1870) y Girgas y Rozen (1875-6), y que García Gómez recordaba haber seguido siendo estudiante ("En la jubilación de don Miguel Asín", Al-Andalus, 6:2, 1941, p. 266-270), reservaban lugar alguno a Las mil y una noches. Y las similitudes, por descontado, no terminan ahí: "A nos yeux, la seule méthode pratique pour aborder l'étude d'un idiome, c'est de prendre un morceau écrit dans la langue que l'on veut apprendre, et de chercher à le traduire, avant même de savoir bien le déchiffrer", confiesan Derenbourg y Spiro, cuyo objetivo era "retenir les esprits hésitants" de una "élite de jeunesse, qui se sent entraînée vers les études orientales comme vers une terre inconnue", y visto que "à cet enthousiasme irréfléchi succède parfois un découragement prématuré" (p. v-vi).

A esa tierra desconocida por la que otros, a los que luego conviene serenar y retener, se sienten atraídos de un modo entusiasta e irreflexivo, le corresponderá "nuestro Oriente doméstico":
El arabismo español, a diferencia de lo que ocurre en muchas naciones de Europa, ni es para nosotros una pura curiosidad científica, sin contacto con el medio ambiente y desarraigada de todo interés humano, ni enlaza el fervor espiritual con conveniencias mercantiles o imperialistas. Los estudios árabes son, para nosotros, una necesidad íntima y entrañable, puesto que [...] se anudan con muchas páginas de nuestra historia, revelan valiosas características de nuestra literatura, nuestro pensamiento y nuestro arte, se adentran en nuestro idioma y hasta, tal vez, más o menos, en nuestra vida.
---M. Asín Palacios y E. García Gómez, "Nota preliminar", Al-Andalus, 1, 1933, p. 3.

Es por ello por lo que tiendo a creer que, de haber sido Shahrazad hispana, goda, mozárabe, etc., o de haber servido sus relatos, en general, al discurso redentor de aquel arabismo, sí se habrían incorporado a ese currículo básico que representan las crestomatías, aunque a tal fin hubieran sido necesarios expurgos como el de Salhani. Piénsese que "el tercio de los arabistas modernos" al que "hubo de afiliarse" Codera, siguiendo sus investigaciones sobre los reinos de Aragón y Navarra, era ya en sí mismo poco menos que un contradiós para muchos de sus contemporáneos, a uno de los cuales merece la pena citar in extenso:
La escuela tradicionalista mira todavía algo de reojo a estos, y quizá no le falta motivo. De un siglo a esta parte, así que se ha hecho algún descubrimiento científico o histórico, lo primero que se ha intentado ha sido abofetear a Dios con él, en vez de darle gracias por el favor de habernos otorgado su hallazgo o su descubrimiento. Así que casi todos los enemigos de Dios, de la Iglesia católica, de la tradición, de la antigüedad y del principio de autoridad, se han venido en pos de los arabistas, no para reforzarlos, pues sus bríos, saber y talento no eran para tanto, sino para ver la pelea desde seguro, azuzar a los arabistas, como quien dice a los moros, contra los monumentos de la antigüedad, como quien dice contra los católicos, y dar vaya y grita a estos si en alguna cuestión histórica quedaban al parecer mal parados. Merced a la vocería de este clac (con perdón sea soltada esta palabra), el arabismo llegó casi a ser tan mal mirado como el estudio del hebreo a fines del siglo XVI, cuando Fray Luis de León, Arias Montano y otros eran denunciados por los helenistas como judaizantes.

Afortunadamente, pasados esos primeros momentos de perturbación y mala fe, las cosas van siendo lo que deben ser, y España cuenta hoy dia con arabistas distinguidos y a la vez buenos católicos: entre estos se halla el Sr. Codera. [...] Mas afortunadamente los defensores del elemento tradicional no escasean en España y los conocedores del árabe no abundan. [...]

Cuando un escritor cristiano, monje u obispo, como el Pacense, el Silense, Sampiro, Sebastián de Salamanca o Jiménez de Rada nos dicen que una batalla la ganaron los cristianos, y por otra Aben Jaldún, Aben Al-Kotiya, Al-Makkari u otro escritor musulmán asegura que la ganaron los moros, ¿a quién vamos a creer?

La escuela moderna y racionalista ya se sabe que está por el moro, o como ahora se dice por el árabe; pues este, que en su tierra y en la Argelia es perezoso, holgazán, embustero, ladrón y taimado, en España es de rigor ahora el pintarlo muy caballero, galán, verídico, trovador, músico, poeta, artista, agricultor y hasta teólogo, por supuesto de la teología sui generis.
---"Contestación del Ilmo. Señor don Vicente Lafuente", Discursos leídos ante la Real Academia de la Historia en la recepción pública de D. Francisco Codera y Zaidín el día 20 de abril de 1879, Madrid, 1879, p. 84-85, 87-88.

Con su omisión de Las mil y una noches, no curricular, como ha quedado patente, sino más bien editorial, aquellos "arabistas distinguidos y a la vez buenos católicos", aunque nunca del todo libres de sospecha, seguían un canon, en efecto, pero no, opino yo, el de las bellas letras árabes, sino el del orientalismo europeo. Que entre ambos existen coincidencias es innegable, pero no todas tienen por qué responder a un mismo criterio, ideología, etc. (lo que a veces puede hacerlas irrelevantes).

3 de noviembre de 2014

Beating a dead horse


Quienes no tuvieron oportunidad de asistir al I Seminario internacional sobre los retos de la enseñanza del árabe integrado, celebrado los pasados días 16 y 17 de octubre en la Universidad de Murcia, pueden ahora ver el vídeo de la primera sesión del mismo, que la organización ha hecho público, y que incluye la conferencia inaugural del profesor Munther Younes, bajo el título "Una o dos lenguas: cómo resolver el problema de la diglosia en clase de árabe". Yo que la tenía, pero no en cambio mejor manera de distanciarme de los organizadores que hacer deliberado y público acto de ausencia, he estado viéndolo y tomando algunas notas que dan cuerpo a esta entrada. Vaya por delante mi mayor respeto hacia quienes hacen de la didáctica del árabe un tema serio, sugestivo y digno de discusión, como es el caso del protagonista de este seminario, pero también mi mayor desprecio por quienes hacen todo lo contrario y creen, como el del dicho marroquí, que «فلوسي كيغسلوا لي كفوسي».

Al profesor Younes, a juzgar por las intervenciones de algunos asistentes, se diría que lo han invitado a Murcia para convencerlo de que marroquí y árabe normativo no pueden enseñarse integradamente, como hace él con el árabe levantino; para convencerlo a él o para justificar más bien la convicción, quizá no muy sincera, de otros. Es digno de ver como por un momento todo parece girar en torno a la dificultad de escribir el árabe marroquí, hasta el punto de que incluso a quien me ve hacerlo todos los martes y jueves con toda sencillez, siguiendo el mismo criterio ortográfico de Younes (que es, básicamente, el de Buckwalter y Maamouri, o el del novelista marroquí Youssef Fadel), le parece imposible. Poco importa que la escritura del dialecto no desempeñe función alguna en este enfoque, donde se reserva para las anotaciones dirigidas al profesorado, como advierte Younes (min. 1:24:00; 1:27:00): ya el programa del seminario, como adelantaba en mi acta de ausencia, pontifica, ignoro sobre qué interpretación del enfoque integral, que una de las dos dificultades "más importantes", de entre las "muchas" que hay para implantarlo en España, es "que el árabe marroquí todavía [sic] no ha normalizado su escritura". De ahí a querer ver entre éste y el árabe normativo una diferencia tal que imposibilitaría la aplicación del enfoque integral (de lo que el propio Younes no parece muy convencido), sólo hay un paso: un paso atrás, a mi modo de ver, en la línea de tantos otros que veo últimamente a mi alrededor. Porque si hay algo que algunos de los asistentes parecen no querer entender, por más que el conferenciante se esfuerza en ilustrar, es que las dimensiones de la diglosia, aunque sólo se alude a las léxicas, pueden agravar o aligerar su aplicación, pero no invalidan ninguno de los principios del enfoque.
The percentage of cognation between the varieties and Cb [Casablancan Arabic, 68%] is below the 70% requirement for the two to be still considered varieties of the same language; this is not to say that they are different languages but rather separate languages.
---Frederic J. Cadora, "Lexical Relationships among Arabic Dialects and the Swadesh List", Anthropological Linguistics, 18:6 (1976), p. 254.

Tampoco el árabe levantino (شامي), huelga recordar, goza de una ortografía normativa y ello no le ha impedido a Younes desarrollar y llevar a la práctica su propuesta. En cuanto a la segunda gran "dificultad" a la que alude el programa, la necesidad de "una urgente formación del profesorado", ya en la presentación de la conferencia el profesor Waleed Saleh nos invita a "entender las circunstancias" de los partidarios del método de "Lectura [sic, por Gramática]-Traducción", hoy, en su opinión, prácticamente extinguidos, y que "no tuvieron oportunidad de convivir en países árabes, con el pueblo árabe, con las sociedades árabes", por lo que "de alguna manera [...] hay una justificación para ello". Lo cierto, sin embargo, es que décadas y décadas de oportunidades (que siempre han existido, no nos engañemos) no sólo no han traído consigo los resultados que dicha relación entre convivencia y renovación metodológica haría esperar, sino que han demostrado además que, en gran medida, la enseñanza del árabe sigue siendo la misma bajo el barniz de las distintas metodologías de moda, y no porque no haya cambiado el perfil del estudiante, que lo ha hecho, sino porque el del profesorado le va muy a la zaga, como va, y no por casualidad, a la zaga del de otras lenguas extranjeras, particularmente en formación, pero también en vocación. En definitiva, cuando no se quiere buscar ni encontrar, no ya responsables con nombres y apellidos, que es al fin y al cabo lo de menos, sino las verdaderas causas de una situación, se apela a las socorridas e ineluctables circunstancias, aun cuando, salvo que entremos en las estrictamente personales, no expliquen, p. ej., por qué Codera y Lerchundi, ambos nacidos en 1836, uno en Huesca y el otro en Guipúzcoa, y que coincidían de un modo u otro en que "es muy raro el moro que se presta a enseñar a un cristiano", desembocaron sin embargo en un conocimiento y una pedagogía del árabe muy distintos.

Confiesa Younes al final de su exposición (min. 1:54:58), consciente de que sus palabras pueden incomodar a muchos, que él "personalmente, como lingüista", cree que la diglosia no es una situación sana ni natural, que es pésima, dañina, y que confía en que no se prolongue mucho más. El árabe normativo (الفصحى) cuenta con un respaldo económico, político, religioso e histórico, pero está muerto, añade, e identifica a quienes tratan de resucitarlo sin cesar con un dicho en inglés: "Beating a dead horse". No tienen en cuenta el daño que causan imponiendo esta lengua: destruyendo, p. ej., el sistema educativo y acabando con la creatividad de la gente, que por su parte asume los prejuicios lingüísticos sin discusión y se suma a una vorágine sin resultado. Alguien en la primera fila, entre el público, asiente satisfecho, pero nadie advierte que la lengua normativa no sólo lleva siglos expirando, sino que en los últimos hasta parece haber recuperado el pulso, y sobre todo que no basta con desahuciarla (éste sí un fenómeno reciente) para que la familia se incline por la eutanasia. En su ubicuo y seminal "Diglossia" (Word, 15, 1959, p. 325-340), Charles Ferguson pronosticaba "[a] slow development toward several standard languages, each based on an L[ow] variety with heavy admixture of H[igh] vocabulary" (p. 340), pero dicho desarrollo sería tan lento que abarcaría al menos dos siglos, hasta el año 2150. Entretanto, que sepamos, el único proceso histórico que ha disuelto la diglosia árabe ha sido la conversión al cristianismo, aunque la rama árabe oriental de éste, como en cierto modo trataron de argumentar, en balde, Ignacio de las Casas o Nuñez Muley, es la mejor prueba de que no existe un verdadero, o al menos insalvable, antagonismo. De hecho, el árabe normativo debe una buena parte de la reanimación que experimenta desde finales del XIX a autores cristianos.

La sinceridad de Younes es de agradecer, aunque la suya en este caso sea realmente una opinión más personal que de lingüista. Habrá no obstante una vez más, y pese a la paridad que él mismo concede en su enfoque a ambos tipos de árabe, quien asocie la promoción, en este caso didáctica, del árabe dialectal con un menoscabo del normativo, con una falta de soltura en él (el propio Younes —min. 1:10:00— pone a Waleed Saleh, a su derecha, como ejemplo contrario al de una mayoría del profesorado en EE.UU., nativo pero educado en inglés o en francés, que no la tiene); e incluso, como comentaba en la primera entrada a propósito de este seminario y menciona el propio Younes durante la charla, con toda clase de conspiraciones neocolonialistas. De esa asociación, por descontado, no se puede responsabilizar a Younes, pero sí sería un tanto irresponsable, desde mi punto de vista, ignorarla. Cuando él mismo afirma (min. 1:56:32) que el árabe normativo se va a quedar como está hasta que la gente encuentre "una solución razonable", algo que surja de ellos mismos y no sea una imposición u obligación, parece querer decir, y no es el único, que la diglosia es ante todo el resultado de "una situación de opresión", lo que desde un punto de vista sociolingüístico resulta, en mi humilde opinión, algo más que discutible. Que las élites, casi siempre hipócritas en sus afectos y desprecios, arrimen el ascua de la diglosia a su sardina, o la aparten según convenga, no convierte el fenómeno en un artilugio de su invención, ajeno al resto de la sociedad, y buena prueba de ello es que esas asociaciones o percepciones de amenaza, no siempre desencaminadas, no sólo operan de arriba a abajo.

En este mismo sentido, es interesante, como señalé ya hace tiempo en otra entrada, que para Younes la causa principal de que la enseñanza del árabe como lengua extranjera haya desatendido el dialecto (min. 27:50) sea el prejuicio lingüístico de sus hablantes. Y es interesante, digo, porque Younes parece obviar el hecho de que dicha enseñanza surge y se desarrolla en Europa, desde al menos el s. XIII, al margen de la ideología que alimenta ese prejuicio, pero no de otras que tienen hoy cierto eco en esa desconfianza. Hasta tal punto es así que la primera gramática conocida de un dialecto árabe, el granadino, se publica en aquella ciudad a comienzos del s. XVI con la voluntad expresa de "que cualquiera que tenga aún mediano entendimiento, [...] pueda alcanzar noticia de ella" (Pedro de Alcalá, Arte para saber ligeramente la lengua arábiga, Granada, 1501, p. 4) con el fin de ayudar a evangelizar a los musulmanes del reino. No en balde, ya en uno de los primeros episodios conocidos de esta actividad, la polémica de Ibn Rashiq (ابن رشيق) con un religioso cristiano en la Murcia de la primera mitad del XIII, recogida por Al-Wansharisi (الونشريسي) en su Piedra de toque diserta (المعيار المعرب), el cura de la anécdota, que en mi opinión podría identificarse con el dominico Domingo Marroquí, profesor de árabe de Rufino de Alessandria (cf. A. Giménez Reíllo, "El árabe como lengua extranjera en el s. XIII: medicina para convertir", en Clara Mª Thomas y Antonio Giménez, eds., El saber en al-Ándalus. Textos y estudios IV, Sevilla, Universidad de Sevilla, 2006, p. 184), aparece tratando de rebatir la milagrosa inimitabilidad del estilo coránico, lo que le lleva a señalar a un joven Ibn Rashiq cómo desde los tiempos del célebre Al-Hariri (الحريري), "pasados los años y los siglos, la correcta lengua de los árabes se ha ido extinguiendo y viéndose corrompida" («ثم مضت السنون والأحقاب، وانقرض لسان العرب الصحيح، واستولى عليه الفساد»), en una clara alusión, qué duda cabe, al fenómeno de la diglosia. El tema se repetirá en el célebre Vocabulista in arabico y en una ilustración del Breviculum de Tomás Le Myésier, protagonizada por Ramón Llull y su esclavo y profesor de árabe, quien acabaría, según la tradición, atacando a su amo después de que éste lo golpeara por blasfemar, y finalmente ahorcado en su celda (viñetas 2ª y 3ª):

Pero no es necesario, sin embargo, remontarse tan atrás para comprender que las cortapisas ideológicas de orientalistas, arabistas, etc., en cuyas manos se ha encontrado y se encuentra aún en gran medida la enseñanza del árabe como lengua extranjera, han sido y siguen siendo una causa tanto o más relevante que la aducida por Younes, y es que el árabe dialectal, eminentemente oral y práctico, nunca ha podido, resumiendo mucho, adquirirse ni enseñarse de un modo tan libresco como el normativo. Exige una proximidad, una mezcla que ya los padres del arabismo español, Codera y Ribera, sentenciaron imposible pese a la abundancia de evidencias y antecedentes en contra (como el de Clenardo y otros), y a la que generaciones posteriores se han prestado, es cierto, gracias a un aumento del número de becas, pero a menudo con una actitud no muy distinta de la del turista con ínfulas de aventurero, cuando no teñida aún de la aversión de García Gómez o el recelo de sus maestros, como deja entrever la relación directamente desproporcionada entre los resultados y el incremento exponencial de las oportunidades de comunicarse, a las que se refería Waleed Saleh (y sin salir de España, donde en 2013 vivían más de 829.000 árabes, según datos de Eurostat).

Azotar a un caballo muerto no es menos inútil que lo que algunos venimos haciendo en el terreno de la enseñanza del árabe como lengua extranjera en España: "predicar en desierto y majar en hierro frío"; salvo que ni la prédica ni el mazo son los mismos, y que al Estado, también dicho sea de paso, unos le salimos bastante más económicos, honestos y sensatos que otros.

Munther Younes ha publicado recientemente The Integrated Approach to Arabic Instruction (Routledge, 2015), en cuyas 66 páginas aborda, como en trabajos anteriores, la situación sociolingüística de los países árabes, los cambios en el perfil y necesidades del alumnado, y cómo se ha respondido hasta ahora a los mismos, para exponer a continuación los fundamentos de su enfoque integral, concebido a lo largo de las discusiones que mantuvo a finales de los 80 con Michel Nicola, del Defense Language Institute de Monterrey, según desvela en la tábula gratulatoria de la obra; y examinar y discutir, por último, las objeciones que suelen planteársele, dos fundamentalmente: qué dialecto elegir y la confusión que la exposición a la diglosia crea en los alumnos. A ellas tal vez convendría añadir ahora una tercera: hay dialectos tan diferentes del árabe normativo, como supuestamente el marroquí, que hacen la integración imposible. Younes, en repetidas ocasiones a lo largo de su conferencia, se manifiesta incapaz, por su desconocimiento del árabe magrebí, de formarse un juicio al respecto. Yo a quienes creen encontrarse en mejor posición que él los invitaría a considerar cómo se cuenta del uno al veinte y cómo se dice 'puerta', 'libro', 'estudiante' y 'patata', o el nombre de los países árabes (el contenido y objetivo básico de sus primeras clases, según refiere él mismo) en marroquí o en cualquier otro dialecto norteafricano.

24 de octubre de 2014

Especialistas de irreconocible competencia

 A teacher can only teach what he is - he teaches himself.
---C. J. Brumfit, "The Role of the Methodology Component in the Training of Teachers of English as a Second or Foreign Language", ELT Documents, 76/1, (1976), p. 3.

Dice Jordi Matas Dalmases en un artículo suyo de opinión, publicado en la edición catalana de El País el 16 de junio de este año y titulado "Profesores asociados y... precarios", que:
Hay muchos profesores en formación, es decir, sin una actividad profesional reconocida, que, ante la inexistencia de una política efectiva para iniciar la carrera académica, se acogen a un contrato de asociado como única opción. Son los llamados falsos asociados: un fraude de ley permitido y fomentado por las universidades. Por otro lado, también hay asociados que trabajan fuera de la universidad pero que o bien no son especialistas de reconocida competencia o bien no desarrollan una actividad laboral relacionada con sus asignaturas.
Pero hay seguramente también, aunque él no lo menciona, quienes no saben, no pueden o no quieren cometer ese fraude de ley, que es tanto como decir quienes no saben, no pueden o no quieren aportar una acreditación fraudulenta de "estar en activo, ejerciendo la actividad profesional concreta que en su caso se indique para cada plaza, fuera del ámbito académico universitario, como especialista de reconocida competencia en la materia en la que se vaya a ejercer la docencia", según se requiere, p. ej., en una convocatoria reciente de la Universidad de Murcia (R-622/2014 de 10 de septiembre, p. 33792).

En España, por ir a la situación que yo mejor conozco, apenas habrá, para empezar, uno o dos especialistas "de reconocida competencia" en la enseñanza del árabe como lengua extranjera, si por tal se entiende a personas que han recibido una formación específica en esta materia o sobresalen de algún modo por su dedicación a la misma, pese a que es por número de créditos, sin duda, en la que más ejercen su docencia los profesores de las distintas áreas y departamentos de Estudios Árabes e Islámicos, y con frecuencia la única, como es mi caso y el de mis colegas en la U. de Murcia. Pero siendo ésta una opinión mía que muchos no compartirán y a algunos hasta les ofenderá, supongamos no sólo que hubiera más, sino que además ejercieran, como requiere la convocatoria, "fuera del ámbito académico universitario": tendrían que ser profesores de Escuela Oficial de Idiomas o de algún otro tipo de centro con cierto prestigio (el suficiente, al menos, como para darles nombre) para que su acreditación tuviera algún valor, aunque a este respecto hay que hacer notar que normalmente no es el tribunal de la plaza el que juzga si la actividad alegada es la idónea y si viene o no debidamente acreditada, sino el personal administrativo de la universidad, ignoro, por el momento, con qué criterio o conocimiento de causa. Porque, seamos serios, ninguna otra actividad relacionada con la enseñanza del árabe, por cuenta ajena o propia, y ello contando con que sea verídica y no una triquiñuela para eludir el requisito (de ahí, también, lo de "falsos asociados"), puede ser una prueba de especialización o competencia en la materia. No basta además, conviene tener presente, e imagino que la universidad lo hace, con haber sido profesor de árabe alguna vez, por mucho tiempo o en un centro de reconocido prestigio: hay que serlo en "la fecha de inicio del contrato y durante todo el período de duración del mismo", según la convocatoria que he mencionado. El futuro profesor asociado, dicho de otro modo, ha de estar enseñando árabe fuera de la universidad y seguir haciéndolo mientras que lo enseña en ella, con lo que el requisito es aún más difícil de cumplir de lo que parece, sobre todo en lugares donde la enseñanza pública acapara una demanda de por sí discreta.

Añádanse a todo lo anterior "las retribuciones misérrimas que cobran los asociados", como dice Matas, y dar con alguno que lo sea de verdad parecerá el resultado de una milagrosa conjunción astral. Sin embargo, las plazas de asociado no sólo se cubren, sino que además suelen ser varios los candidatos que reúnen los requisitos y concurren a ellas. Si cotejáramos, es más, distintas relaciones de admitidos y excluidos, resoluciones, etc., podríamos comprobar, estoy convencido, que el mismo candidato que no ha superado o ha obtenido una puntuación muy baja en unas oposiciones a profesor de Escuela Oficial de Idiomas o similar puede convertirse no obstante, en el espacio de unos meses, en profesor asociado en una universidad pública, por más que su función, enseñar el árabe como lengua extranjera, sea la misma.

A la pregunta que cabría hacerse (¿son todos, entonces, unos farsantes?), yo respondería con el artículo de Jordi Matas, pero sobre todo con lo evidente: habrá quien sí, habrá quien no, habrá quien más y habrá quien menos, mas el farsante mayor, sin duda alguna, es la universidad, que es la que tolera y alienta esta situación.

En el caso que nos ocupa, hay que advertir, en primer lugar, que siendo la enseñanza del árabe como lengua extranjera la materia que concentra el mayor número de créditos de cuantas imparten las áreas y departamentos de Estudios Árabes e Islámicos, como objeto de estudio ésta se encuentra paradójicamente ausente, sin embargo, de los planes académicos, si se exceptúa una asignatura optativa de 4 créditos en el máster Culturas árabe y hebrea de la U. de Granada. Dicho de otro modo: la universidad en teoría, es decir, atendiendo a su propia oferta académica, necesita más profesores de árabe que especialistas en otros terrenos del arabismo y sin embargo no los forma, con lo que es a estos últimos a los que contrata para enseñarlo, consagrando así una tradición ya centenaria de paradójico "desinterés por la lingüística y por la lengua árabe", que es causa y consecuencia interminable de esta situación. Confiar en que alguien admita motu proprio que la materia que va a abrirle las puertas de la docencia universitaria no es realmente lo suyo, cuando sabe que nunca ha sido realmente lo de nadie, es encomendarse a una fe que se ha demostrado inútil. Formar y reclutar a un verdadero profesorado universitario de árabe como lengua extranjera, competente tanto en ésta como en su estudio y didáctica, requiere voluntad institucional y, sobre todo, una normativa acorde que ponga coto a la complicidad y la picaresca actuales.

Un buen punto de partida sería convencer a rectores, vicerrectores, etc., de que estas plazas, siendo honestos, tendrían que quedar las más de las veces desiertas por falta de candidatos que sean no ya "especialistas de reconocida competencia", que casi no los hay, sino verdaderos profesores de árabe en activo; y convencerlos también de que, por consiguiente, harían mejor en convocar otras que puedan proveerse con menos hipocresía y mayores garantías de que los seleccionados, aunque no reúnan esas condiciones en tiempo o forma, sí pueden ser, no obstante, los más idóneos para enseñar el árabe a universitarios y convertirse en esos especialistas en la materia que tanto necesitamos y que algunos creen ser ya, casi que in péctore y por ciencia infusa, en la que, además, ordenan a su vez a otros por imposición de manos, si se me permite el sarcasmo, y es que un erial como éste de la didáctica del árabe, que apenas comienza a desbrozarse, ni puede convertirse en el cortijo del primero que lo reclame ni en una almazuela de minifundios, baldíos pero con dueño. Dar clases de árabe por cuenta propia o ajena, una actividad que la mayoría emprendemos sin una formación específica (difícil de adquirir, como ya se ha dicho) ni experiencia, no nos convierte, a ninguno de los que lo hacemos, en especialistas en la materia, pero todos, y en particular los que enseñamos en la universidad, deberíamos aspirar a serlo lo más posible, y a que nuestros centros velen porque esta aspiración prime sobre el oportunismo y el inoportunismo.

Hay algo de ambos, p. ej., en mi humilde opinión, en lanzar una encuesta como la que criticaba recientemente en Facebook, bajo los auspicios de un proyecto de I+D (aunque por el diseño no lo parezca), para llegar a conclusiones como que los participantes son sinceros (!) y la lengua árabe les apasiona "por las respuestas y por el hecho de haberse tomado la molestia de cumplimentar la encuesta y de volver hacia atrás" (?); o a otras a las que ya han llegado trabajos anteriores a partir de muestras similares, como que los alumnos aspiran a "poder comunicarse con nativos", pero que raramente lo consiguen, con lo que hay una "necesidad de mejora en la metodología y materiales empleados", mientras que no se precisa si también la hay de mejorar el profesorado (aunque los participantes lo estiman tan necesario como "la formación en árabe dialectal" —demanda esta que es, entiendo, la que se pretende avalar con la encuesta—; y también, en su defecto, un inconveniente para la enseñanza del dialecto); un profesorado, dicho sea de paso, del que tampoco se indica en qué porcentaje "ha estudiado sólo árabe estándar" como "la mayoría de los encuestados"; al tiempo que un verdadero hallazgo (que la universidad es, con diferencia, el centro de enseñanza peor valorado —quizá porque es donde ha estudiado esa mayoría de encuestados—) se pasa por alto en las conclusiones. Sin descartar que una exploración posterior de los datos arroje algún hallazgo más pese a las deficiencias metodológicas de la iniciativa, yo diría, como en Facebook, que para este viaje no hacían falta alforjas.

Que una mayoría de estudiantes de árabe desea comunicarse en la lengua que está aprendiendo, de viva voz y por escrito, como pretenden los de cualquier otro idioma extranjero, lo sabíamos ya, por sentido común y por encuestas previas de cuya validez no hay por qué dudar, pero que para eso necesitan estudiar el árabe normativo y al menos un dialecto no es algo con lo que ellos tengan o no que estar de acuerdo, o aceptar de mejor o peor grado. Semejante consulta resultaría impensable, intuyo, en el caso de otras lenguas, porque son los responsables de la docencia y los planes de estudio quienes toman esas decisiones, supuestamente en beneficio de los alumnos, pero también, ya lo presumimos, en función de sus propios intereses (cf. Sarah Benesch, "ESL, Ideology, and the Politics of Pragmatism", TESOL Quarterly, 27:4, 1993, p. 705-717), como de hecho viene haciendo el arabismo universitario desde su aparición, de espaldas, a veces, a los de sus patrocinadores, aunque no por discrepancias ideológicas o de otro tipo, sino por incapacidad y afán de "nadar y guardar la ropa".

En el caso que nos ocupa se diría que con la opinión de los encuestados, por más que "no todos", según se dice, "son conscientes de la naturaleza diglósica de la lengua", lo cual ya es alarmante, se pretende convencer a dichos responsables, supuestamente receptivos, de la conveniencia de enseñar el árabe dialectal. La cuestión aquí, por supuesto, es qué docentes son éstos que no saben aún, al cabo de décadas, o tal vez no les importa, lo que quieren y necesitan sus estudiantes, y qué esperanza cabe albergar de que una encuesta les abra los ojos. ¿Será que son todos, me pregunto, destinatarios y encuestadores, "especialistas de reconocida competencia"?

28 de septiembre de 2014

Acto de ausencia

Los próximos días 16 y 17 de octubre tendrá lugar en la Universidad de Murcia el I Seminario internacional sobre los retos de la enseñanza del árabe integrado, en referencia al conocido integrated approach del profesor Munther Younes (منذر يونس), quien disertará sobre la teoría y la aplicación de su enfoque integral en la primera y quinta sesión del seminario, pero será obligadamente, supongo, el protagonista de todas.

Se da la coincidencia, además, de que Younes hablará de su tratamiento de la diglosia, según está previsto, en la misma sala donde lo hice yo hace casi diez años, durante mi intervención en la Primera mesa redonda sobre didáctica de la lengua árabe, celebrada también en la U. de Murcia. Corría el mes de diciembre de 2004 y pocas semanas antes había participado en un simposio organizado en su universidad, Cornell, con una conferencia sobre el estudio de árabe en la Edad Media, pero no tuve entonces ocasión de conocerlo. Tres años después e incorporado yo mismo a la docencia del árabe en la primera, le escribí tanteando la posibilidad de implantar su enfoque en ella, para lo cual podía serme de gran ayuda su experiencia. Mi consulta, decía, le había dado la idea de grabar en vídeo algunas clases de distintos niveles, tanto para demostrar la aplicación de su metodología como para formar a los profesores que se iban incorporando a su programa. Más tarde, en septiembre de 2009, el grupo de investigación del que he formado parte desde 2003 y hasta abril de este año, a través de sucesivos proyectos de I+D, organizó un congreso en Madrid que contó con su presencia, pero no con la mía. Éste de 2009 fue el primer o segundo acto de ausencia de una lista no muy larga, pero sí lo bastante gruesa como para suscitar la curiosidad de quienes saben que me intereso, y con fruición, por estos temas. A aquel "primer congreso celebrado en España en el siglo XXI sobre la enseñanza del árabe como lengua extranjera", según reza la cubierta de sus actas (primero también y único, si se me permite la ironía, de la década, pero segundo si se cuenta el de 1959 en el Instituto Egipcio de Estudios Islámicos), le siguió ARABELE 2012, celebrado también en la sede de Casa Árabe en Madrid, y le seguirá ahora este seminario de octubre, al que tampoco voy a asistir, aunque me encuentre, literalmente, en la otra esquina del campus.

En previsión de que mi ausencia vuelva ahora a extrañar, aunque llego ya algo tarde, adelantaré que una definitiva objeción de conciencia, motivo principal también de mi salida del grupo de investigación, ha venido a sumarse al malestar y desánimo de entonces, cuyas causas, aunque intrincadas, bien podrían ser materia de comentario en este blog, ya que ilustran muy bien hasta qué punto es vano e inconsecuente, pero no desinteresado, cierto discurso contemporizador sobre la renovación de la enseñanza del árabe en España. (Como además tengo entendido que hay incluso quien ha renunciado a asistir con tal de no toparse conmigo, confío en no dejar mi sitio vacío.)

Lo que sí dejo aquí, en compensación, son algunas preguntas que me habría gustado formular a Younes, por si algún asistente las considera oportunas (o inoportunas pero sugerentes): para empezar, la resistencia a enseñar u oficializar el árabe dialectal suele asociarse, y con razón, a la consagración de la lengua coránica como norma lingüística única, mientras que en el empeño contrario se ha querido ver el de facilitar la evangelización de los musulmanes, la penetración (neo-)colonial, etc. Las investigaciones de Younes en el ámbito de la crítica textual del Corán y en la línea de Lüling, Luxemberg y David S. Powers, y su aparición, más aún, en un canal como Al Hayat TV, claramente concebido con el primero de aquellos objetivos, podrían invocarse a favor de esta dicotomía y en perjuicio de su enfoque, por más que pertenezcan a ámbitos distintos de su actividad académica. ¿Es consciente el profesor de este riesgo? ¿está cualquier opción en el tratamiento de la diglosia abocada a ser malinterpretada desde una u otra parte? En este sentido, ¿son los prejuicios de los hablantes y profesores nativos el único obstáculo, como parecía dar a entender en Arabele 2009? ¿conoce el caso de Aram Hamparzoumian, exprofesor de árabe de la Escuela Oficial de Idiomas de Málaga y primer y único importador, que yo sepa, de su enfoque integral en España?

Desoladora, dicho sea de paso, fue mi impresión cuando el año pasado, por estas mismas fechas, participé en un webinario organizado por Routledge con motivo de la publicación de Arabiyyat al-Naas (عربية الناس), y pude comprobar que entre los veintitantos asistentes, en apariencia todos árabes, ninguno de los que intervenían parecía conocer el enfoque de su autor, lo que le obligó a dedicar la mayor parte de la sesión a exponer sus principios básicos, para acabar arrastrado a una discusión sobre la propia conveniencia de enseñar un dialecto (!). Pero cuando Younes escuche de la organización del seminario que entre las dificultades más importantes a las que se enfrenta su enfoque en España está la de "una urgente formación del profesorado", y no "de un profesorado" (nuevo, se entiende), ¿imaginará que se cuenta con reciclar, poco menos que por ciencia infusa, al presente, que en gran número está tan ayuno de didáctica como de árabe? ¿se le explicará, me pregunto, quién lo va a hacer y cómo, o descubrirá por sí solo que tan necesitados o comprometidos están los formadores como los formandos? Ya en aquel webinario de hace un año y respondiendo a una pregunta mía al respecto, Younes observó que su enfoque requiere innegablemente de los profesores no nativos "a lot of strength and confidence", por lo que muchos pueden mostrarse reacios a aplicarlo, aunque su experiencia en Cornell era satisfactoria (refiriéndose, supongo, a Jeremy Palmer, profesor allí en 2009-2010).

La falta de solidez y seguridad suficientes es sin duda el motivo de que, inspirados por el integrated approach de Younes, surjan sucedáneos a medio camino, pero también a contramano, como el que preconiza Victoria Aguilar ("Enseñanza conjunta del árabe normativo y el marroquí", en P. Santillán, L.M. Pérez Cañada y F. Moscoso, Árabe marroquí: de la oralidad a la enseñanza, Cuenca, 2013, p. 305-324) y que bajo el epígrafe "Árabe moderno y marroquí en el aula en un enfoque integrado" (sic, p. 314) apuesta en realidad, paradójicamente, por desintegrar la enseñanza en "dos programas diferenciados", dos horarios distintos y "dos profesores diferentes", todo ello partiendo "de la propuesta de que las dos lenguas funcionan como dos sistemas diferentes" (p. 317). La integración que persigue la propuesta de Aguilar, a poco que se considere, no es la de ambas variedades de árabe en un mismo programa y con un mismo profesor, como defiende Younes (y defendía ya Bresnier, de algún modo, en 1838), sino más bien la de dos tipos de profesorado, lo que sin ser, quiero pensar, su intención, contribuiría a prolongar la supervivencia del que en la actualidad no quiere, no se atreve o no puede enseñar ningún árabe dialectal, mayoritario, a costa de otro, previsiblemente igual de capacitado, si no más que aquel, para enseñar también la lengua normativa, y tan dispuesto como Younes a hacerlo sin desdobles innecesarios, pero lamentablemente minoritario. "Although a number of teachers use the integrated approach in their instruction", me decía en un mensaje suyo, "only a couple both really understand it and are genuinely interested in it" (comunicación personal, 07.08.2007). Es abundar, de algún modo, en la inconsistencia del tándem profesor-lector a la que ya he aludido en alguna ocasión.

Y por último, que el árabe marroquí no haya normalizado "todavía [...] su escritura", como sostiene la publicidad del seminario (convencida, es de suponer, de que lo hará tarde o temprano, en un ejercicio de lo que he denominado lingüística lampiña), ¿es realmente un impedimento para la enseñanza integral, cuando sabemos que tampoco el árabe levantino en el que se apoya Younes lo ha hecho, y que es el clásico el que domina el espacio de la lectoescritura, no ya en el mundo real sino en sus propios materiales didácticos? Mas aún, si uno u otro adquirieran el rango de lenguas escritas, oficiales, normativas, etc., ¿seguiría teniendo sentido esa integración? ¿no sería éste el fin de la propia diglosia?

19 de septiembre de 2014

En especial ante quienes lo tienen como lengua materna


Señores:

Me ha encargado el Sr. profesor Ibrahim Madkour que les presente a Vds. un resumen de los estudios dedicados a Avicena en España, y no he podido contrariarle, pese a que hay una serie de razones que hacen difícil acceder a su amable petición, que sólo puede deberse al buen concepto que tiene de mi persona; a saber:

1º —Que he venido al congreso sin las obras ni las referencias avicenianas.
2º —Que, como es sabido, no soy un experto en estudios filosóficos, ni avicenianos... ni de otro tipo.
3º —Mi falta de dominio del árabe, en especial ante quienes lo tienen como lengua materna.
---E. García Gómez, "Les études aviceniennes en Espagne par le Professeur García Gómez", Ligue des États Arabes, Millénaire d'Avicenne. Congrès de Bagdad. 20-28 Mars 1952, El Cairo, 1952, p. 81 (‏«أسبانيا ودراسة ابن سينا للأستاذ جارسيا جوميز»، جامعة الدول العربية، الكتاب الذهبي للمهرجان الألفي لذكرى ابن سينا، بغداد من 20 إلى 28 مارس 1952، القاهرة، 1952، ص. ٨١).

En una entrada publicada aquí hace ya cuatro años y dedicada a "Quirós y el tercer árabe", me refería ya a la coincidencia entre la publicación, en el mismo volumen XVII de la revista Al-Andalus (1952), de la réplica de Emilio García Gómez a la célebre reseña de Quirós, aparecida en Arbor en diciembre del mismo año, y la de una noticia que informaba de la participación del primero como delegado español en un congreso sobre Avicena en Bagdad.

"Subrayemos", dice la nota publicada en la sección de noticias del primer fascículo, "como dato curioso —sintomático de los tiempos— que, salvo alguna rarísima excepción, todos los congresistas hablaron en árabe". No en balde, "el sábado 22 de marzo", prosigue la nota, García Gómez "hizo en árabe una breve comunicación sobre Los estudios avicenianos en España", mientras que en la sesión de clausura le "cupo el honor de hablar, también en árabe, en nombre de las delegaciones europeas" (p. 245). Salvo que se halle algún testimonio al respecto, es difícil saber si esa referencia al síntoma (o signo) de los tiempos y tan sospechosa insistencia en la lengua empleada van dirigidos a Quirós, quien reprochaba nada soterradamente a García Gómez y a su escuela en general la invención de "un tercer árabe", distinto del "literal y el vulgar", "ciertas posturas cómodas, reñidas con una adecuada selección y preparación de los candidatos al árabe", la preponderancia en la enseñanza de "métodos anticuados y rutinarios" y hasta la carencia de "una pronunciación aceptable" ("Una reciente traducción de 'El collar de la paloma' de Ibn Hazm, de Córdoba", Arbor, 84, 1952, p. 461). Dice el propio García Gómez que, "apenas enterada" de la publicación de la reseña, "la más alta autoridad" del CSIC decidió paralizar la distribución del número en que aparecía, todo ello mientras él "andaba en largo viaje por el Norte de África", y que ya de vuelta, el 3 de enero de 1953, rogó al presidente del organismo que "dejara sin efecto la medida en cuestión" ("En torno a mi traducción de El collar de la paloma", Al-Andalus, 17, 2, 1952, p. 459), lo que no impidió, sin embargo, que Quirós fuera expulsado de la Escuela de Estudios Árabes y de la Universidad de Madrid (cf. la introducción de M.E. Prado Cueva a El libro del Yihad, Oviedo, 2009, p. 10). Pero resta por averiguar si el fascículo primero de aquel volumen, el que contiene la noticia, se publicó antes o al mismo tiempo que el segundo, el que contiene la réplica, que García Gómez "obliga a reproducir", según Gregorio Morán (El maestro en el erial. Ortega y Gasset y la cultura del franquismo, Barcelona, 1998, p. 365), en la propia Arbor (nº 87, marzo del 53), "hecho sin precedentes" en la historia de la revista, continúa el periodista, quien sin embargo hace suyo, inopinadamente, el discurso de la réplica al referirse él mismo a "las pretensiones de arabista" de Quirós (ibídem), que, para ser justos, lo era como el que más: "D. Carlos fue un hombre formado en la escuela de Asín, aunque luego, por las disputas que mantuvo con García Gómez, pudiera haber dado la impresión de haberse formado en el arabismo desde otra posición. Pero él era de la Escuela", según el testimonio de Miguel Cruz Hernández (en J.P. Arias, M.C. Feria y S. Peña, Arabismo y traducción, Madrid, 2003, p. 82), nada sospechoso en este sentido, ya que en otro lugar considera que la "pintoresca salida de tono" y "sedicente crítica" del que había sido su maestro "era el escabel para arremeter contra don Emilio, contra la herencia de los Beni Codera, con la Escuela de Estudios Árabes y con la enseñanza universitaria" (cf. "El profesor García Gómez y la creación del Instituto Hispano-Árabe de Cultura", Revista del Instituto Egipcio de Estudios Islámicos, 28, 1996, p. 22).

Del mismo modo cabría preguntarse ahora, a la luz de la intervención de García Gómez en aquel congreso, si parte de la crítica de Quirós pudo estar, de algún modo, animada por ella. A esa "falta de dominio del árabe, en especial ante quienes lo tienen como lengua materna", a medio camino entre la modestia y la captatio benevolentiae habituales en estas circunstancias, se suman después las propias palabras del delegado español (si es que son realmente suyas) en el discurso de clausura:

Nada más recibir de la invitación de Vds., la acepté, y dejé en Madrid toda tarea y labor para asistir a su conmemoración y volar a su lado. Apenas pisé su amada tierra iraquí, me encontré en mi casa, en familia y entre mi gente. Todo esto era como un sueño delicioso para mí, pero ahora me despierta de él el eco de mi voz y me descubro sorprendido de mi propia osadía: hablando ante ustedes, ante profesores y eminencias, cuando yo soy el último de los discípulos; y hablando en esta querida lengua árabe que no dejo de estudiar y nunca llego a dominar. ¡Mis disculpas!

Les pido disculpas y espero que tengan la bondad de perdonarme, porque la intención es lo que cuenta, y la mía es buena. He venido a Bagdad desde Madrid, como vinieron multitudes innumerables en el pasado, en pos de la ciencia. He venido desde Al-Andalus, la tierra donde el árabe siempre se pronunció "con un deje extranjero", como dijo Ibn Shuhayd en tiempos del califato cordobés.
---"Allocution du Professeur García Gómez, délégué de l'Espagne", p. 392-3 (‏«كلمة مندوب أسبانيا الأستاذ جارسيا جوميز»، ص. ٣٩٢-٣٩٣).

Es complicado, si no imposible, establecer ahora si el eco aquel de su voz, de su deje en árabe, llegó a oídos de Quirós, que en cualquier caso aparece mencionado, junto a Asín Palacios, Cruz Hernández y Darío Cabanelas, en la propia comunicación de García Gómez, en calidad de colaborador de Manuel Alonso en una traducción de El libro de la curación (كتاب الشفاء) de Avicena (p. 82), que ha debido quedar inédita. Este "capellán castrense retirado", como lo denomina el director de Al-Andalus en su réplica (p. 457), mantenía además quizá contactos con especialistas y responsables culturales de la zona, como el sirio Salah al-Din al-Munajjid (صلاح الدين المنجد), que dos años después, en 1954, se deshace en elogios hacia su árabe y su condición de "arabista de un estilo nuevo" (cf. F. Escobar García, "Un arabista asturiano: Don Carlos Quirós", Boletín del Real Instituto de Estudios Asturianos, 77, 1972, p. 717-9). No en vano será Quirós, p. ej., con su versión del relato Taha (طه) de Ahmed el Hassan Escuri (أحمد الحسن السكوري), premiado por el Instituto General Franco e incluido en Cuentos marroquíes (Larache, 1941), y no García Gómez con la de Los días (الأيام) de Taha Husayn (طه حسين), trece años después, quien dé el primer paso del arabismo español en la traducción de literatura árabe contemporánea al castellano (cf. حسن الوراكلي، «الأدب المغربي الحديث في اللغة الاسبانية»، عالم الفكر، 17-1، 1986، ص. ١٧٠); por no decir que cuantos males denunciaba en su reseña siguen sin resolver y aquejando a la enseñanza del árabe en la universidad española.

Sea como fuere, todo apunta a que García Gómez, como es habitual en las situaciones más solemnes, y más aún cuando la lengua no es la materna (como es siempre el caso del árabe normativo —paterno a lo sumo— para los propios árabes), no improvisó, por supuesto, sino que leyó al público los textos que se reprodujeron después en las actas del congreso. La cuestión, ahora bien, es: 1) si el público lo entendió y 2) si lo que leyó lo había escrito él mismo o con ayuda, y en este supuesto, con cuánta y de qué tipo.

Los arabistas, por razones que serán ya de sobra conocidas para quienes frecuentan este blog, somos poco dados a reflexionar en público sobre nuestra competencia lingüística, es decir, la del gremio en general, y menos aún sobre la propia y personal. Hacer lo primero, como lleva años haciéndolo Federico Corriente y más tímida u ocasionalmente algún otro, sólo es posible, suele sobreentenderse, si uno está o cree estar a salvo, y el objetivo de la reflexión ha de ser por necesidad retorcido: chinchar, darse pisto, saldar cuentas pendientes, etc. García Gómez no sólo no es una excepción, sino más bien la regla, pero, que yo sepa, hizo en dos ocasiones lo segundo: la primera, admitiendo sin complejos que su "conocimiento del árabe y el conocimiento del árabe que tradicionalmente se enseña en las Universidades de España desde los tiempos de Codera, y gracias al cual ha habido arabismo en nuestra patria, es diferente" del que tenía su objetante, Quirós (p. 519), en lo que parece una reivindicación de aquel tercer árabe, en la línea de otras similares: "no somos arabófonos, sino arabistas españoles" (1958), "siempre ha habido arabistas y arabófonos" (1977), etc. Y la segunda, bastante menos equívoca, "en una entrevista al semanario Al Ahad el 8 de enero de 1961", según refiere Ramón Villanueva ("Perfil y andanzas diplomáticas del embajador don Emilio García Gómez", Awraq, 17, 1996, p. 137):
Siento haber aprendido el árabe como se aprende el griego clásico o el latín. Ello quiere decir que lo leo con toda facilidad, pero que en la conversación necesito práctica, ya que entre la lengua literal y la hablada hay muchas diferencias; y, hasta ahora, las mismas lenguas habladas difieren de un país a otro y hasta de una región a otra. Yo aprendí el vulgar egipcio y después de mi regreso a España lo olvidé. También aprendí el vulgar marroquí, pero lo olvidé también... Yo me entiendo con todos en árabe clásico.
Confidencia esta ante la cual uno sólo puede admirarse de la capacidad de este maestro de arabistas para aprender dialectos árabes (el egipcio, es de suponer, en los cuatro meses que pasó como becario en El Cairo) y olvidarlos después; o la de entenderse "con todos en árabe clásico" pese a necesitar "práctica" en la conversación. Creer así, además, como pretende Miguel Cruz Hernández (op. cit., p. 21) o publicaba La Vanguardia (06.09.1949, p. 1), que "nuestro primer arabista [...] había de llenar las funciones de intérprete" entre Franco y Abdullah I de Jordania, durante la visita de éste a España, requiere no menos facilidad para el olvido, sobre todo porque hoy sabemos que fue Alfredo Bustani, de origen libanés, quien realmente ofició como tal (cf. J.P. Arias y M.C. Feria, Los traductores de árabe del Estado español, Barcelona, 2012, p. 241), según se puede apreciar, incluso, en fotografías de la época.

A la pregunta, es más, de si García Gómez hablaba el árabe o era capaz de escribirlo "correctamente y cálamo currente", me respondía hace unos años Corriente, quien lo trató y presenció en acción, que "nadie de la generación anterior a Granja, Fórneas y Cortés había adquirido algo de eso" y que "generaciones posteriores no siempre superaron ese nivel: si aprendían algo, lo olvidaban pronto", como el propio maestro, "porque aquí no se llevaba, ni estaba bien hacer gala de más" (comunicación personal, 07.12.2011). Pero entonces, ¿quién redactó o tradujo las palabras del arabista en Bagdad o la réplica que había publicado un año antes, también en árabe, en una revista egipcia? En ésta (cf. ‏«تعقيب على نقد كتاب رايات المبرزين بقلم اميليو غرسيه غومس»، مجلة كلية الآداب، 1951، ص. ٢١٧-٢٢٣‏‏), donde respondía a las observaciones de Shawqi Dayf (شوقي ضيف) acerca de su edición de El libro de las banderas de los campeones (Madrid, 1942), hace alarde de una prosa que, de ser realmente suya, desmentiría a Corriente, como podría hacerlo, a ojos del profano, la propia "actividad internacional" de García Gómez durante aquellos años (cf. L. Beccaría, "Bibliografía de don Emilio García Gómez", Boletín de la Real Academia de la Historia, 196:2, 1999, p. 226-7), en que llega a ser nombrado miembro correspondiente de la Academia Árabe de Damasco (1948) y de la de Iraq (1954).

En el caso de esta otra réplica, su autor llega a manifestar, en nota al pie en la primera página, su preferencia por la forma en que ha transcrito sus apellidos en árabe (غرسيه غومس, "Gharsiyah Ghumes"), que es, dice, con la que figuran "en los antiguos textos árabes andalusíes" (p. 217), y que coincide en un curioso seseo final con la empleada en sus intervenciones en el congreso de Bagdad , no así en los títulos, donde la transcripción de sus apellidos (جارسيا جوميز) parece obra de un egipcio sin conocimientos de español, sino en el cuerpo (كروس هرننديس, "Crus Hernándes"). Es bajo esa misma forma arcaizante como aparecen sus apellidos, de nuevo, en la traducción de sus Poemas arábigo-andaluces (2ª ed., Buenos Aires, 1942) que Hussein Monés (حسين مؤنس) publica en 1952 (إميليو غرسيه غومس، الشعر العربي: بحث في تطوره وخصائصه), aunque en una nota biográfica final (p. 149-152) se alterna extrañamente, incluso de un párrafo a otro, con la más fonética جارثيا جوميث. Este historiador egipcio, formado en París y en Zúrich, y a la sazón profesor ayudante en la Facultad de Letras de la Universidad Fuad I (جامعة فؤاد الأول, luego de El Cairo), había visitado España en el verano de 1940 y fue posteriormente director del Instituto Egipcio de Estudios Islámicos de Madrid, primero en 1954, y luego entre 1959 y 1969. Que estaba al tanto de la preferencia de García Gómez, bien por indicación expresa de éste, con el que había coincidido mientras trabajaba en la traducción (ibídem, p. vi), bien por haber leído su réplica, es evidente. Invitado por aquella universidad con motivo de sus bodas de plata, el arabista había recibido un doctorado honoris causa e impartido clases en ella los meses de febrero y abril de 1951 (ibídem, p. 151-2). Según la misma nota, "su completo dominio del árabe" (تمكنه التام من اللغة العربية) le venía de su etapa de becario, aunque no es cierto que pasara "los años 1922 y 1923 en El Cairo, salvo por una breve temporada que estuvo en Beirut y Damasco" (p. 149), sino sólo unos meses, como se ha dicho, entre el 28 de noviembre de 1927 y el 13 de mayo de 1928, abandonando la capital egipcia a comienzos de abril (cf. Emilio García Gómez, Viaje a Egipto, Palestina y Siria. (1927-1928): Cartas a Don Miguel Asín Palacios, Madrid, 2007).

Monés volvería a complacer a su amigo en el prefacio a su traducción de la Historia de la literatura arábigo-española (2ª ed., Madrid, 1945) de Ángel González Palencia (آنخل جنثالث بالنثيا، تاريخ الفكر الأندلسي، القاهرة، 1955، ص. ط), de cuyo prólogo en español es autor el propio García Gómez, quien confiaba, dicho sea de paso, en que el empeño hiciera ver a "los actuales eruditos del Próximo Oriente musulmán cómo [...] al-Andalus y su cultura no son simples apéndices de la general civilización árabe, sino un mundo, no diré del todo aparte, pero sí con peculiaridades muy señaladas y reacciones espirituales y raciales muy singulares en muchos aspectos con frecuencia olvidados" (p. viii).

Sirva este largo excurso sobre la transcripción de los apellidos de García Gómez, tanto en el árabe de su propio puño como en el de las traducciones de Monés, para situarlos a ambos en su contexto, que es el del inicio de relaciones entre la España de los 50, aislada internacionalmente, y un Egipto a caballo entre la monarquía y la república. "Una profunda compenetración entre los elementos diplomáticos y arabistas universitarios", según su mejor representante, era la base para "una acción continua y progresiva de infiltración cultural" [y política] "de España en Oriente", y el régimen de Franco no escatimará esfuerzos para conseguirlo (cf. María Dolores Algora, "Homenaje a don Emilio García Gómez", Revista del Instituto Egipcio de Estudios Islámicos, 28, 1996, p. 7). Cumplida la misión que se le había encomendado en 1947, el que fuera más tarde embajador en Bagdad, Beirut, etc., no volverá a dar a la imprenta, que yo sepa, ningún texto suyo redactado en este idioma.

A la espera de que algún hallazgo, p. ej., en el legado del que también fue director de la Real Academia de la Historia, arroje tal vez alguna clave al respecto, yo me inclino a pensar, como sugieren las críticas de Quirós y el testimonio de Corriente, que "la brillante coda de los Beni Codera" recurrió, sin querer admitirlo, al auxilio fundamental de algún arabófono culto, tal y como supone el mismo Corriente que hizo Asín Palacios para vocalizar los textos de su Crestomatía (Madrid, 1959), sin que haya que ver en ello una "mera maledicencia trasnochada". Yo mismo tengo constancia de cómo en la actualidad colegas de generaciones más jóvenes, incapaces, p. ej., de redactar o leer un mensaje en árabe, se atribuyen, sin embargo, trabajos académicos publicados en este idioma o hazañas similares, con lo que no se trata, por descontado, de remover gratuitamente el pasado o ensuciar la memoria de quienes nos precedieron con gran mérito en muchos aspectos (pero no en todos, como a veces se pretende), sino de ubicar el origen y la trayectoria de actitudes como ésta que han marcado y siguen marcando, he ahí el problema, nuestra actividad.

Cuando García Gómez aduce su "falta de dominio del árabe, en especial ante quienes lo tienen como lengua materna", está de algún modo dando a entender que es el mayor o menor dominio de la audiencia el que determina el propio, cuando es obvio que el grado de competencia de una persona en un idioma extranjero no varía en función de ante quién se exhibe. Lo que varía, por supuesto, es la impresión que causa, y el árabe de arabista, aquel "tercer árabe" del que hablaba Quirós y que no consiste en cuánto se sabe, sino en qué y cómo (lo que lo diferencia sustancialmente de la interlingua de un principiante), no puede dejar a ninguno en muy buen lugar a ojos de un arabohablante que tenga un mínimo de mundo, y no me refiero, por si cupiera duda, al efecto que provoca, inevitablemente, un barbarismo o un fuerte acento extranjero, como el que, según cuenta el célebre Taha Husayn en la 3ª parte de Los días (طه حسين، الأيام، الكتاب الثالث، القاهرة، 1992، ص. ٣٥٩), tenían algunos profesores italianos y alemanes en árabe, engolado, y era motivo de guasa entre los estudiantes egipcios.

Cierto es que hay colegas cuyo único conocimiento del árabe es ese mismo "gracias al cual ha habido arabismo en nuestra patria", pero que no se avergüenzan en absoluto (o no son del todo conscientes) de ello. Otros, sin embargo, acaban desarrollando una fobia al nativo que les lleva a rehuir en la medida de lo posible cualquier contacto (lingüístico, se entiende), en particular cuando hay testigos u otro riesgo de quedar en evidencia. Me viene ahora a la mente la anécdota que el profesor Sabry Hafez (صبري حافظ) contó al término de mi intervención en un congreso celebrado en SOAS hace ya unos años, acerca de cómo, recién llegado al Reino Unido, si mal no recuerdo, tuvo la torpeza de dirigirse a uno de sus profesores en árabe, lo que provocó que éste comenzara a evitarlo por los pasillos; pero ésta no es, desde luego, la única que conozco. A estos colegas la presencia en nuestras aulas, cada vez más frecuente, de estudiantes araboparlantes, sobre todo de origen magrebí, les pone, como quien dice, entre la espada y la pared, porque aparentar que se domina el árabe ante quienes lo tienen como lengua materna puede llegar a ser tan ridículo como lejos se esté de conseguirlo, pero el resultado es muy diferente según se trate o no de un público cautivo, como lo era de seguro el de García Gómez y suele serlo, en general, el de los actos oficiales y académicos. A esto se añade, además, esa ley no escrita de la glotofagia, en virtud de la cual no hay mérito alguno en que un profesor o diplomático árabe hable muy bien español, p. ej., pero sí lo es, y mucho, que uno español chapurree el árabe.