31 de diciembre de 2013

Feliz año-taxi

Toca despedir, una vez más, un año ميلادي (natalicio, de la era cristiana) y dar la bienvenida a otro, y Anís del moro lo hace, como no podía ser menos, deseando a sus lectores, como suele hacerse en árabe, que "cada año que pase estén bien", como se lee (gracias a Photoshop) en el maletero del taxi que aparece en la imagen.

Este año-taxi que se va no ha sido muy fecundo para el blog, siguiendo una sucesión anual decreciente que, de confirmarse, me llevaría a no publicar ni una sola entrada en todo 2014. Quiero creer, no obstante, que no tiene por qué ser así: si bien la inspiración o los temas pueden faltar, como apuntaba ya a comienzos del verano con motivo de otra felicitación, raro sería que dieran en hacerlo durante tanto tiempo. Lo que a nadie debería extrañar, en cambio, es que siga repitiéndome cual ajo porro como hasta ahora, para azote de colegas biempensantes. Decía una reseña publicada en las páginas de la desaparecida mediateca de Casa Árabe que en este blog un servidor "reflexiona en voz alta sobre lo que a su modo de ver es o tiene que ser el arabismo o la enseñanza del árabe" (con la esperanza, me gustaría añadir, de hacer reflexionar a otros) y lo cierto es que pocas novedades cabe esperar a este respecto, pues pocas son asimismo las que observo y, de éstas, menos aún las que mueven al optimismo. En el caso de la enseñanza del árabe, p. ej., y me refiero ahora a una cuestión que no he llegado a tratar aquí y agotada ya, espero, es desolador, por más que ande uno curado de espanto, asistir a la promoción, en buena medida publicitaria, de fórmulas pretenciosas, extravagantes y ajenas al verdadero problema del sector: una formación y selección del profesorado más que deficientes. Desolador, decía, pero ante todo sintomático, y es que dicha actividad didáctica, lejos de normalizarse efectivamente, parece condenada a la improvisación, en consonancia con la idea, más o menos encubierta pero cardinal, de que el arabismo es una disciplina a título propio y capaz de contender, lo que es más grave, con las ciencias humanas y sociales convencionales. El riesgo, para más inri, de salir mal parado de dicha contienda cuando se libra en un terreno como el de la enseñanza del árabe, recóndito para propios y extraños, es aún menor que en otros, fronterizos y más concurridos, como el de la historia, la ciencia política o la sociología; y sin embargo, ninguno de estos últimos merece como el primero, en mi opinión, la consideración de piedra de toque del arabismo.

Echada la perorata de turno y ante la nueva, inminente y figurada bajada de bandera, sólo me queda desear a todos, también a los que preferirían no estar leyéndome, un plácido y cómodo trayecto hasta su próximo destino.

20 de diciembre de 2013

La tergiversación del pasado

A propósito de lecturas recomendables pero en un orden de cosas distinto al de la última entrada (o, bien mirado, quizá no tanto), hace varios días que comencé a devorar también, gracias a un buen amigo que ha tenido el detalle de regalármelo, un libro de ésos que, por desgracia, había que escribir y que, por fortuna, ha habido quien ha escrito: me refiero a La conquista islámica de la península Ibérica y la tergiversación del pasado (Madrid, 2013), de Alejandro García Sanjuán, profesor de Historia Medieval de la Universidad de Huelva, en el que revisa y refuta impecablemente los sofismas ("razón o argumento aparente", dice el DRAE, "con que se quiere defender o persuadir lo que es falso") de quienes niegan la conquista del 711 y todo cuanto, antes o después, la rodea.

No es éste, la historia de Al-Andalus en general y la conquista del territorio en particular, un tema del que yo sepa gran cosa, pero no es menos cierto que, si bien una refutación en regla como ésta sólo puede acometerla un especialista, cualquiera que haya estudiado una carrera (con más motivo si es Filología Árabe) debería estar capacitado para reconocer el fraude y denunciarlo, sobre todo porque no hay negacionista, ni grande ni pequeño, que pueda pasar por historiador y, mucho menos, por uno especializado, como yo mismo he podido comprobar repetidamente en el caso de González Ferrín, tanto si se trata de "tayikos", de Juan Damasceno, de numismática, de frescos palaciegos, crónicas chinas o de enterramientos en decúbito lateral derecho; todo ello, dicho sea de paso, antes de que aquel "animado grupo de Facebook" del que hablaba a mediados de año, Arabistas por el mundo, barómetro de un arabismo en ciernes y de otro tal vez perdido, comenzara a no registrar apenas más que bajas presiones.

La contundencia y exhaustividad con que García Sanjuán va desarmando las fabulaciones de Olagüe y González Ferrín deberían hacer del todo innecesaria cualquier impugnación adicional y, a este respecto, sólo cabe desear que sean muchas las inteligencias que se dejen apelar por La conquista islámica de la península Ibérica y la tergiversación del pasado, sobre todo entre quienes, por falta de criterio y exceso de credulidad, han venido dando pábulo a esta forma de negacionismo. Qué menos que desearlo, aunque en el fondo uno opine lo que el propio autor, cuando confiesa saber que "en buena medida [...] constituye una tarea vana" (p. 23) y tener "pocas esperanzas, o ninguna" de que su estudio sirva para erradicarlo (p. 25); y es que si por una parte "resulta imposible sustraerse a la inquietante sensación de lo fácil que puede ser engañar a algunos periodistas" (p. 109 —y a muchos otros que no lo son, añadiría yo—), tanto como "grave y preocupante resulta constatar que el principal promotor actual del fraude encuentre acogida en significadas instancias y foros académicos" (p. 125) o aleccione "a través de su actividad docente" a "decenas o cientos de futuros arabistas" (p. 127 —cosa que debe hacer, en efecto, a juzgar por la cantidad de admiradores que tiene entre ellos—); por otra resulta inevitable preguntarse cómo es todo esto posible: cómo lo es, p. ej., que González Ferrín dirija desde 2009, tres años después de la publicación de su Historia General, una "Cátedra al-Andalus" creada y patrocinada por una fundación pública. Porque, en principio, no debería ser necesario que "en España existiese una gestión verdaderamente seria y rigurosa de la investigación" que excluyese a "quienes incurren en estas conductas anticientíficas [...] de los medios académicos" (p. 252). Debería haberla, opino yo, de la docencia, por razones obvias, pero de la mala praxis científica debería bastar con no hacer aprecio o con reseñarla por los cauces habituales, para que no quede rastro.

El "notable éxito", como dice Eduardo Manzano ("Algunas reflexiones sobre el 711", Awraq, 3, 2011, p. 10), el eco y la atención que obtienen negacionistas consagrados como Olagüe y González Ferrín, al igual que sucede, inexplicablemente en apariencia, con algunos colegas mediocres e incompetentes a más no poder, se debe tanto a la existencia de un determinado caldo de cultivo (llámese españolismo, andalucismo, maurofobia, etc., en el caso que nos ocupa) e intereses creados, como a sus habilidades y activos sociales.

Evitables en cambio, quiero creer, por más que comprensibles, son ciertos juicios de intenciones, como en los que incurre García Sanjuán no ya al hablar de "ventajistas y tramposos" difícilmente anónimos, sino al atribuirles de plano, sin mayor explicación ni muestra de conocimiento de causa, la voluntad de "medrar, obtener prebendas, satisfacer egos desmedidos o defender determinados proyectos ideológicos, parapetados en la credibilidad que otorga el marchamo académico". Si se trata, como parece, de una sospecha motivada por la "indignación" (p. 25), más que de una certeza, convendría haberla presentado como tal o haber dejado, incluso, que se insinuara en el lector por sí sola.

Al menos en el caso de González Ferrín, en el que "asistimos", reafirma el medievalista, "a una clara improvisación oportunista, destinada a satisfacer inconfesables ambiciones personales" (p. 121), yo que he polemizado al respecto con él, en público y en privado, no me atrevería a poner la mano en el fuego, aunque en mis adentros pueda ser tan malpensado como el que más. Sí tengo la impresión, no obstante, de que si detrás de sus "tiempos convulsos", de sus "consecuencias tomadas como causas" y "decantaciones", etc., hay un proyecto ideológico, éste es de una sinuosidad y sofistería que lo hacen inaprensible, incluso para sus adeptos. Por lo demás, su evolución posterior, de epígono cada vez menos entusiasta de Olagüe a pretendido apóstol en España de ese revisionismo académico que según García Sanjuán ignoraba en 2006 (p. 119), tendría tanto de consecuente (cf. p. 256 y ss.) como podría tenerlo de ardid para mantenerse en el candelero, pero también de desvelo, me atrevería a decir, ante la indiferencia o rechazo de quienes, en el fondo, considera competentes y autorizados. No es que arribismo y amor propio estén reñidos, pero en según qué dosis terminan siendo contraproducentes.

Salvo que se intuyan ideológicas, vengo a decir, en cuyo caso poseen una relevancia evidente, las intenciones aquí (también las de García Sanjuán, que ideológicas no son —y en eso sí que pongo la mano en el fuego—) son lo de menos.

16 de diciembre de 2013

Lingüística barbuda, lingüística afeitada y lingüística lampiña

Ilustración de Landysh Akhmetzyanova
Se aproxima el Día Mundial de la Lengua Árabe, que comenzó a celebrarse el año pasado y está previsto que siga festejándose cada 18 de diciembre, y desde el gremio, aunque tímidamente aún (en consonancia, imagino, con el interés escaso y marginal que tradicionalmente ha despertado el árabe entre los arabistas españoles), comienzan a hacerse públicas distintas propuestas de celebración (alguna, incluso, con mejor voluntad que gramática y ortografía). La mía personal, íntima y modesta donde las haya, consistirá en devorar algún capítulo más de los veinticuatro que forman The Oxford Handbook of Arabic Linguistics, un manual editado por Jonathan Owens, publicado hace poco más de un par de meses y de lectura obligada para cualquiera que se interese, con más motivo si es profesionalmente, por el árabe.

A medida que avanzo en la lectura, ciertos pasajes me catapultan una y otra vez a un tema que lleva camino de convertirse en habitual en este blog: los alegatos (porque difícilmente pueden verse como otra cosa) del profesor Francisco Moscoso en pro de la normativización y oficialización del árabe, marroquí en Marruecos y ceutí en Ceuta, que yo, para entendernos, denomino nativo, frente al árabe normativo, aprendido formalmente. Esto coincide con la publicación de nuevos alegatos de este tipo, como éste ("El programa hispano-marroquí de enseñanza de Lengua Árabe y Cultura Marroquí (LACM) sometido a revisión", Anaquel de Estudios Árabes, 24, 2013, p. 119-135) en el que su autor habla de "terminar con una situación de opresión que el poder educativo monolingüe mantiene como garante de sus intereses frente a los grupos más desprotegidos" (p. 135), o este otro que se anuncia en preparación ("El basilecto árabe de Ceuta. Bilingüismo y conciencia lingüística"), en el que se afirma que "si se interrumpe el desarrollo de la lengua nativa antes de que" [niños y niñas arabófonos] "adquieran las competencias necesarias en español, es probable que ambas lenguas se vean seriamente dañadas", sin precisar a qué tipo de daño se refiere o aducir evidencia alguna al respecto, y en contra, sin embargo, de las que ofrece la simple observación (a menos que media población de Ceuta, aparte de cuadriplicar la tasa de pobreza de la otra media, padezca algún tipo de afasia bilingüe que sólo él ha sido capaz de detectar).

La reivindicación de Moscoso va tan lejos que se extiende incluso a un manual para el aprendizaje del marroquí publicado por éste junto a Nadi Hamdi Nouaouri y Óscar Rodríguez (B chuiya b chuiya, Almería, 2013), y que, según se nos dice en la presentación, "sienta [...] las bases para la adaptación de la lengua árabe marroquí a los niveles de referencia que propone el Consejo de Europa y", he aquí lo más llamativo, "para su futura estandarización" (p. 1). Dicho de otra manera, en la ¿humilde? opinión de sus autores, la creación de un árabe marroquí normativo tendría en este manual para (y por) extranjeros un modelo a seguir, por más que no falten en él incoherencias ortográficas, de transcripción y etimológicas que remiten en apariencia a un conocimiento deficiente de la lengua normativa (al interpretar, p. ej., بارك الله فيك como بركة لله فيك, p. 254) y recuerdan a algunos deslices antológicos de Moscoso, como el de confundir la voz الحياء, 'vergüenza', con اللحية, 'barba' (v. su Diccionario español-árabe marroquí, Junta de Andalucía, 2005, p. 62, sin corregir en la reedición de 2007, p. 59); aparte de un título que resulta poco natural y de una extraña concepción del bilingüismo árabe-bereber en Marruecos: los hablantes de árabe marroquí, se nos dice, "representan el 65% de la población" del país, "frente al 35% cuya lengua materna es el amazige" (sic, p. 3) y que al parecer no son también, en su mayoría, arabófonos, ni cuentan como tales (?). Aunque mucho menos comprensible, desde luego, es que revistas científicas que someten sus contenidos a una doble evaluación por pares den cabida a artículos más cercanos al ensayo, la prédica o el periodismo de opinión que a cualquier rama de la lingüística.

Coincide todo esto también con la polémica generada en Marruecos por el último congreso internacional organizado por la Fundación Zakoura Education, acerca de la función del árabe nativo en la enseñanza, y que si tiene algún interés para el lingüista es el de confirmar predicciones como ésta de Yasir Suleiman en el citado Handbook, que desmienten, tanto como la experiencia, la suposición de que es un indeterminado "poder educativo monolingüe" el que impone la lengua normativa a la sociedad:
First, some Arabic speakers will read vernacularization sociopolitically as an attempt to weaken the cultural and political ties among the Arabic speaking countries. Vernacularization will, more importantly, be further read as a sinister attack whose aim is to undermine the ties which Arab Muslims have with the text of the Quran and the cultural edifice it has given rise to and continues to underpin. These readings will, in turn, raise the issue, at a heightened level in society, as to whether the benefits that may accrue from vernacularization would justify the social and political upheaval it is bound to create. Second, vernacularization will raise extremely divisive issues in status and corpus planning terms (Cooper 1989). These will include the selection of the base variety or varieties for constructing the new vernaculars in Arabic speaking countries; the choice of scripts for rendering the vernaculars in writing; the authoring of new grammars, lexica, style manuals and spelling rules; the production of new curricula for schools and institutions of higher education; and teacher training programs to equip the teachers with the skills of teaching the new languages to students. Finally, the corpus planning consequences of vernacularization will not be cost free: they will require substantial investment in time and effort that may not be justified by the benefits promised by the vernacularizers.
---Y. Suleiman, "Arabic folk linguistics between mother tongue and native language", J. Owens (ed.), The Oxford Handbook of Arabic Linguistics, 2013, p. 279.

También tiene Suleiman, como en trabajos suyos anteriores, palabras para quienes podrían verse tentados de suplantar a los hablantes nativos, avaladas además por las de otros especialistas (p. 269):
Whether a spoken form or variety of Arabic is a language or not is not [...] an issue which can be decided by modern linguistics on behalf of those whose medium of communication it is. As Davies rightly reminds us "on sociolinguistic grounds... dialects are dialects of the same language because their speakers claim them to be so, and they are distinguished from languages in terms of power" (2003:58).
Como las hay igualmente, conviene avisar, tanto en el suyo como en otros capítulos, para quienes den en malinterpretar que la relevancia que este investigador concede a la lingüística árabe popular ("Arabic folk linguistics") conduce a que los hablantes nativos suplanten a los lingüistas o a hacer del árabe normativo lo que no es. Con respecto a lo primero, hay que reconocer, advierte Suleiman, que "an insider understanding of the language [...] may be at odds with the findings of modern linguistics". Sin embargo, desarrollar dicho conocimiento (y lo que sigue parece escrito pensando expresamente en Moscoso) es importante en dos sentidos: por una parte, "it enables to understand the deployment of language as a cultural asset in society, together with the structure of feelings and attitudes that inform and accompany this deployment" (p. 278). Por otra, puede evitar, siempre que exista la voluntad, que en ciertos temas se entre como un elefante en una cacharrería, más que como un especialista (ídem):
We can use folk linguistic views to understand the limits of language modernization or, even, to predict the obstacles that may face this modernization in the educational sphere, how to negotiate these obstacles and the ways and means that may be adopted to soften up societal resistance to educational reform.
Con respecto a los límites del árabe normativo, un ejemplo interesante es la conclusión a la que llega Enam Al-Wer ("Sociolinguistics", p. 253) en cuanto al efecto de éste en la variación lingüística, nulo a la luz de los datos, pese al prestigio que se le supone:
Standard Arabic clearly has a function in Arabic-speaking societies, as the norm used in formal written and spoken domains; it undoubtedly also has a psychological claim on native speakers of Arabic. But it does not play a role, nor does it have a normative effect on the structure of variation in the core domains of phonology, morphology, and syntax [...]
Parece, en definitiva, que si algunos pasaremos el próximo 18 de diciembre preguntándonos qué es el árabe, como reza el título del sugestivo capítulo del Handbook que firma Jan Retsö ("What is Arabic?", p. 433-450), o en el mejor de los casos qué más es el árabe, otros lo harán dictando en apariencia, no ya al común de sus hablantes, reducidos a simples convidados de piedra, sino a los poderes fácticos que los sojuzgan, cómo deben conducirse en materia de política lingüística. Aunque a mí el objetivo inmediato de este dictado velis nolis se me escapa, opino no obstante que buena parte de la argumentación que lo acompaña, sin fundamento alguno en la lingüística barbuda ni en la afeitada, constituye por sí sola un mal ejemplo.

A quienes no necesitan etiquetarlo para celebrarlo, a los amantes del árabe a secas, feliz día.