Hace cosa de medio año se divulgó la noticia de que la Universidad de Oviedo barajaba excluir el árabe de su nuevo plan docente y muchos interpretaron que una terrible amenaza se cernía sobre los estudios árabes e islámicos en España, coincidiendo con las reformas derivadas del llamado Proceso de Bolonia y la creación del Espacio Europeo de Educación Superior (EEES). No en balde dichos ajustes han conducido a una pérdida general de créditos y asignaturas relacionados con el árabe, aunque en ningún caso a la desaparición completa, como podía ocurrir en Oviedo.
A propósito de todo esto publiqué una entrada en el blog que mantengo en la red de mi universidad, donde exponía cuáles eran mis principales preocupaciones: ante todo, que los universitarios ovetenses perdieran esta oportunidad de iniciarse en el estudio del árabe (donde no abundan otras) y que, a la larga, no sólo se desaproveche sino se pierda también la de acometer una reforma seria de la enseñanza del árabe en la universidad española. Reforma que (añado ahora) haría bien en comenzar por una evaluación rigurosa de la competencia comunicativa y pedagógica del profesorado, formado a la sombra (nunca mejor dicho) de una tradición cargada de prejuicios y de taras lingüísticas, sobrado de relojería y falto de hora, con lo cual muy en la línea de ese lugar tranquilo donde enseñar ("a quite place to teach"), entregarse a la erudición pausada y contemplar el universo, que era según Downer y Thornhill (y sigue siendo, sospecho) la universidad anterior a Bolonia. En definitiva, reforma sí, pero en serio, y que cada palo aguante su vela, aunque mucho me temo que no van por ahí los tiros.
En Oviedo, decía anteayer La Nueva España, la propuesta de prescindir del árabe partió de la Comisión de Docencia de la Facultad donde se imparte, pero la "intervención favorable del rector" in extremis habría permitido, añade este medio, que el árabe se mantenga finalmente en el plan de estudios, gracias a los seis créditos liberados por el nuevo grado en Estudios Clásicos y Románicos. En esto de los créditos, y no en una cuestión de calidad, interés o número de alumnos, residía el problema: en que ninguna de las nuevas titulaciones de la Facultad de Filología estaba dispuesta a hacer un hueco al árabe en su plan de estudios (a cederle 6 de los 1.200 créditos con que contaban).
Visto lo visto, podría decirse que con el paso al nuevo sistema de grados se ha abierto la veda para moverle al vecino los hitos, las lindes, y ganarle terreno. Donde había algo, ahora hay menos, y donde había poco, acabará por no haber, y no porque se esté enseñando mal o falten alumnos (en cuyo caso habría que preguntarse por qué faltan donde faltan, siendo el árabe, como suele repetirse, una lengua estratégica; y si la solución es cortar por lo sano).
"Los españoles", titulaba ayer el diario La Verdad de Murcia, "ni dominan ni estudian idiomas, pero defienden su importancia", haciéndose de este modo eco, como otros medios, del avance provisional del último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), según el cual un 91,1% de los encuestados considera que conocer idiomas extranjeros tiene mucha o bastante importancia, pero un 73,9 declara no haberse sentido perjudicado jamás en su vida laboral o en sus estudios por no hablar uno, y del 8,3 que está estudiándolo en la actualidad, sólo un 1,9% ha elegido el árabe, es decir: un 0,15% del total de los encuestados, aunque a un 0,8 le gustaría aprenderlo si tuviera oportunidad.
La cuestión es a quién corresponde dar esa oportunidad, dentro o fuera de la Universidad: en las Palmas de Gran Canaria los alumnos de árabe de la EOI se movilizan ante el rumor de que el próximo año no haya cuarto curso de este idioma, que ya de por sí, comenta una de ellos, fue implantado en condiciones precarias desde el punto de vista de los materiales didácticos. Y en Andalucía, como ya apunté en su momento, un posible incremento del árabe como segunda lengua extranjera en el bachillerato produce urticaria con sólo mencionarlo, y hasta se llega al extremo de que algunos arabistas prefieran que, más que árabe, se enseñe una especie de Filología Árabe ad usum Delphini, centrada, cómo no, en la historia de Al-Ándalus.
A propósito de todo esto publiqué una entrada en el blog que mantengo en la red de mi universidad, donde exponía cuáles eran mis principales preocupaciones: ante todo, que los universitarios ovetenses perdieran esta oportunidad de iniciarse en el estudio del árabe (donde no abundan otras) y que, a la larga, no sólo se desaproveche sino se pierda también la de acometer una reforma seria de la enseñanza del árabe en la universidad española. Reforma que (añado ahora) haría bien en comenzar por una evaluación rigurosa de la competencia comunicativa y pedagógica del profesorado, formado a la sombra (nunca mejor dicho) de una tradición cargada de prejuicios y de taras lingüísticas, sobrado de relojería y falto de hora, con lo cual muy en la línea de ese lugar tranquilo donde enseñar ("a quite place to teach"), entregarse a la erudición pausada y contemplar el universo, que era según Downer y Thornhill (y sigue siendo, sospecho) la universidad anterior a Bolonia. En definitiva, reforma sí, pero en serio, y que cada palo aguante su vela, aunque mucho me temo que no van por ahí los tiros.
En Oviedo, decía anteayer La Nueva España, la propuesta de prescindir del árabe partió de la Comisión de Docencia de la Facultad donde se imparte, pero la "intervención favorable del rector" in extremis habría permitido, añade este medio, que el árabe se mantenga finalmente en el plan de estudios, gracias a los seis créditos liberados por el nuevo grado en Estudios Clásicos y Románicos. En esto de los créditos, y no en una cuestión de calidad, interés o número de alumnos, residía el problema: en que ninguna de las nuevas titulaciones de la Facultad de Filología estaba dispuesta a hacer un hueco al árabe en su plan de estudios (a cederle 6 de los 1.200 créditos con que contaban).
Visto lo visto, podría decirse que con el paso al nuevo sistema de grados se ha abierto la veda para moverle al vecino los hitos, las lindes, y ganarle terreno. Donde había algo, ahora hay menos, y donde había poco, acabará por no haber, y no porque se esté enseñando mal o falten alumnos (en cuyo caso habría que preguntarse por qué faltan donde faltan, siendo el árabe, como suele repetirse, una lengua estratégica; y si la solución es cortar por lo sano).
"Los españoles", titulaba ayer el diario La Verdad de Murcia, "ni dominan ni estudian idiomas, pero defienden su importancia", haciéndose de este modo eco, como otros medios, del avance provisional del último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), según el cual un 91,1% de los encuestados considera que conocer idiomas extranjeros tiene mucha o bastante importancia, pero un 73,9 declara no haberse sentido perjudicado jamás en su vida laboral o en sus estudios por no hablar uno, y del 8,3 que está estudiándolo en la actualidad, sólo un 1,9% ha elegido el árabe, es decir: un 0,15% del total de los encuestados, aunque a un 0,8 le gustaría aprenderlo si tuviera oportunidad.
La cuestión es a quién corresponde dar esa oportunidad, dentro o fuera de la Universidad: en las Palmas de Gran Canaria los alumnos de árabe de la EOI se movilizan ante el rumor de que el próximo año no haya cuarto curso de este idioma, que ya de por sí, comenta una de ellos, fue implantado en condiciones precarias desde el punto de vista de los materiales didácticos. Y en Andalucía, como ya apunté en su momento, un posible incremento del árabe como segunda lengua extranjera en el bachillerato produce urticaria con sólo mencionarlo, y hasta se llega al extremo de que algunos arabistas prefieran que, más que árabe, se enseñe una especie de Filología Árabe ad usum Delphini, centrada, cómo no, en la historia de Al-Ándalus.
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