26 de octubre de 2010

Non tamen ita difficile

Odio traducir. Siempre lo he odiado. Parte de ese odio me viene, creo, de haber estudiado una carrera en la que te obligaban a traducir textos que, por tu nivel, estaban fuera de tu alcance, y un tanto sin ton ni son: lo mismo traducías un texto del siglo XIII que las notas que lo acompañaban a pie de página, del editor, redactadas en pleno siglo XX. No se hacían distingos entre épocas o registros, no había técnicas, recursos ni conocimientos que aplicar: o traducías bien o traducías mal, y era el profesor el que lo decía, no porque demostrara ser mejor traductor, o siquiera porque sus versiones tuvieran mucho más sentido que las nuestras, sino tal vez, como sospechábamos, porque se valía de una traducción previa, que era la que utilizaba para corregirnos, aunque la idea era que a traducir se aprende traduciendo, así sin más.

Traducir, así pues, consistía en rellenar una quiniela cuyos partidos se jugaban entre el equipo del diccionario y el de la gramática, con resultados a menudo imprevisibles, ya que, en definitiva, era la traducción la que hacía los textos legibles en su idioma original y no al revés como cabría esperar, de modo incluso que traducir en este caso equivale más bien a descifrar, puesto que no hay lectura previa: el traductor traduce en primer lugar para sí mismo, para entender el original, y una vez que lo ha entendido (o que cree haberlo hecho), adecenta un poco la traducción para sus lectores. De ahí tal vez que el bueno de Roger Bacon, hablando de grados en el conocimiento de los idiomas y después de tratar la lectura, distinguiera perfectamente en su Opus tertium entre ser capaz de traducir, que es difícil pero no tanto como se cree, y ser capaz de hablar, enseñar, predicar y perorar en una lengua extranjera como en la materna, que es lo más difícil de todo:
[...] Aliud est in linguarum cognitione, scilicet ut homo sit ita peritus quod sciat transferre. Certe hoc est difficilius; non tamen ita difficile sicut homines aestimant. Tertium vero est difficilius utroque, scilicet quod homo loquatur linguam alienam sicut suam; et doceat, et praedicet, et peroret quaecunque, sicut in lingua materna.
Pero es que, aparte de haber padecido ese particular modo de entender la didáctica de la traducción (o la traducción como didáctica), se da la circunstancia, y no necesariamente resultante de lo anterior, de que al traducir caigo constantemente en la cuenta de mis limitaciones: para empezar, en la lengua extranjera, pero también, y lo que es peor, en la propia; porque si ya es frustrante no entender algo en el texto original, más lo es aún entenderlo y no dar con la forma idónea de expresarlo en la lengua de destino, sobre todo cuando sabes a ciencia cierta que la hay, que existe y que encajaría a la perfección en ese contexto. En ese momento te dices a ti mismo: "Árabe no sabré, pero español... tampoco." Y a continuación, la serendipia (sí, de سرنديب): a traducir no se aprenderá traduciendo, pero es que a traducir bien... sencillamente no se aprende. Hace falta una cierta inspiración, probablemente de ésa que ha de pillarte trabajando, como la que se le atribuye a Picasso, pero inspiración al fin y al cabo. Yo lo creo así, y pocos traductores negarán, sospecho, que ante un mismo texto hay días que han estado mucho más inspirados (o atinados, o acertados, o como se quiera decir) que otros. Que esa iluminación pueda explicarse como el resultado de una coincidencia pasajera de circunstancias favorables, es lo de menos mientras siga siendo inopinada e impredecible.

A veces, sin embargo, no hay inspiración posible; o para mí, al menos, no puede haberla. Es el caso de esos (con-)textos a los que uno preferiría no tener que enfrentarse. Una antigua alumna mía, que terminó Traducción e Interpretación hace un par de años, hablaba hace poco en su blog, El arte de traducir, de encargos escabrosos. Yo, ejerciendo como traductor jurado, sólo me he topado, por fortuna, con dos que lo fueran verdaderamente: el primero, un atestado policial sobre los abusos sexuales de que había sido víctima una menor, presuntamente a manos de su padrastro; y el segundo, la nota manuscrita de un suicida; salvo que en esas condiciones, la propia gravedad de las circunstancias te anestesia y te inviste de una responsabilidad adicional, siendo así que pueden resultar lecturas penosas, pero no necesariamente traducciones difíciles.

A mí, en realidad, lo que más me desagrada traducir es la palabrería. Me refiero a esos originales cuyo autor o no sabe muy bien qué es lo que quiere decir, o no sabe decirlo, o sencillamente no tiene nada que decir pero sí mucho espacio que rellenar. ¿Un ejemplo? Ahí va éste:
La biblioteca es una unidad funcional que ofrece servicios al conjunto de la comunidad.
No es, naturalmente, que en árabe no se pueda decir "unidad funcional" (وحدة وظيفية —hasta el traductor de Google se lo sabe—), sino qué significa y de qué sirve decirlo. ¿Puede haber alguien que lea el texto en español o su traducción al árabe sin saber de antemano lo que es una biblioteca? Y en el supuesto de que hubiera quien no lo supiese, ¿conseguiría enterarse a partir de esta definición?

La Administración Pública en general, tengo la impresión, es muy dada a este tipo de palabrería, a no decir nada, o a decir poco, pero con muchas palabras. Bien es verdad que palabras, y cuantas más mejor, es lo que le interesa reunir al traductor que las tiene como unidad de tarificación, pero (y nunca mejor dicho), ¿a qué precio?

23 de octubre de 2010

Cerdos, monos, burros y otros animales

Un arabista o un islamólogo, piensa mucha gente, es alguien al que deben caerle bien los árabes y los musulmanes, puesto que se dedica a estudiarlos (es decir, en la creencia, trasnochada desde hace décadas, de que se les puede estudiar aparte, y de que "es el objeto de estudio y no el método lo que da lugar a una ciencia", como dice J.M. Ridao). Ayer por la tarde le comentaba a Tabti, que ya anda por aquí, que los españoles que estudiamos árabe y lo enseñamos no estamos necesariamente a salvo de muchos de los prejuicios que tiene el resto de la sociedad española, y que es precisamente entre especialistas como nosotros, a los que se nos supone, en efecto, una afinidad, una sensibilidad especial, donde mejor se aprecia (y más choca, sin duda) el arraigo de algunos de esos prejuicios, por más que el refinamiento con que se manifiestan pueda ser extremo.

Lo que no es tan habitual es que un arabista o un islamólogo haga profesión pública de dichos prejuicios, camuflados bajo un supuesto conocimiento científico de la materia, avalado a su vez por la consabida jerga académica. Leo en El País que "el proceso contra el líder islamófobo holandés Wilders tendrá que repetirse por falta de imparcialidad del tribunal" porque "la sala ha impedido la declaración de un arabista, testigo de la defensa" (es decir, de Wilders). El arabista en cuestión no es otro que Hans Jansen, que se presenta en su sitio web (al menos en la versión neerlandesa) como uno de los pocos "Islam watchers" de los Países Bajos que se atreve a contemplarlo sin gafas de color rosa ("zonder roze bril")...

Que un arabista comparezca como testigo ante un tribunal, en calidad de experto, no es nuevo: aquí en España lo hicieron varios, también de parte de la defensa, durante el juicio contra el célebre imán de Fuengirola, celebrado en Barcelona en 2003, pero el caso era muy distinto. También lo hizo, pero no ante un tribunal sino ante una comisión, la de investigación de los atentados del 11 de marzo de 2004, la arabista Gema Martín Muñoz.

Releyendo ahora la traducción al inglés del artículo que le dedicó Michel Hoebink, del servicio árabe de Radio Nederland, a Jansen en 2008, con motivo de la irritación que éste había causado entre sus colegas con la publicación de su Islam voor varkens, apen, ezels en andere beesten (El Islam para cerdos, monos, burros y otras bestias), he reparado en este último párrafo, en el que Hoebink, él mismo arabista de formación, se pregunta:
But if Dutch Islam experts have so many objections to Dr Jansen's statements, why is there so little opposition to what he says?
A lo que uno de sus entrevistados, el profesor Martin van Bruinessen, responde que:
Most Arabists are just too busy with their own research and with writing scientific papers. Dr Jansen, who for several years now has only written populist pieces, is never actually taken seriously by his peers. "They have failed to realise for too long now that the media do take him seriously."
Vayan, vayan Vds. apostando quién va a ser nuestro Wilders, quién nuestro Jansen y cuál la (o-)posición del gremio.

14 de octubre de 2010

Entre pitos y flautas

En España no hay, que yo sepa, ninguna asociación cuyos fines sean "facilitar la comunicación y la colaboración entre profesores de árabe, y promover el estudio, la crítica, la investigación y la formación en el ámbito de la didáctica del árabe como lengua extranjera" a la manera en que lo hace, p. ej., la American Association of Teachers of Arabic (AATA). Es decir, una asociación que agrupe a quienes enseñamos árabe en España, que somos profesores universitarios, de Escuela Oficial de Idiomas y de otro tipo de centros públicos y academias privadas. De hecho, sólo hay una que guarde alguna relación con este terreno, la Sociedad Española de Estudios Árabes (SEEA), que es "una asociación científica creada en 1993 que agrupa a profesores e investigadores interesados en el desarrollo, promoción y difusión de los estudios árabes en España". Hasta hace unos años la actividad de la SEEA consistía básicamente en la organización de simposios anuales, pero coincidiendo con mi incorporación a la Universidad de Murcia en 2006, el que ha sido presidente de la asociación hasta el pasado día 3, Alfonso Carmona, me pidió que creara una lista de correo electrónico en la que los socios y otras personas interesadas en los estudios árabes pudieran intercambiar información, debatir cuestiones de interés, etc. Así, y gracias a los medios técnicos que ponía a nuestra disposición la U. de Murcia, nació SEEA-L a comienzos de junio de 2006.

Cuatro años después, podría decirse que SEEA-L ha cumplido con sus objetivos iniciales. Aunque la participación es más bien baja (o poco diversa) si se tiene en cuenta que el número de suscriptores ronda los 200, la lista se ha convertido en el lugar idóneo para cualquier tipo de intercambio relacionado con los estudios árabes: noticias, enlaces, opiniones, etc. Además, unos nueve meses después de su lanzamiento desaparecía ARABIYYA, la lista promovida por los creadores del primer Arabismo.com (1999-2006), sitio del que fui colaborador ("ocasional", según uno de ellos, artífice del segundo). ARABIYYA, albergada en RedIRIS y activa desde 2002, pretendía en cierto modo ser la versión profesional, bajo suscripción, del foro de Arabismo.com, que había sido el primer espacio en la red donde se había discutido la situación de la enseñanza del árabe en España (con hilos del tipo "¿Por qué los licenciados no sabemos hablar árabe?", "¿Filología Árabe como el resto de las filologías?" o "Sobre la calidad del profesorado de árabe", por mencionar sólo algunos ejemplos), y en ocasiones demasiado abiertamente, lo que llevó incluso a la eliminación, en marzo de ese mismo año, de una serie de mensajes anónimos que contenían al parecer (yo no llegué a verlos) alusiones a profesores con nombres y apellidos.

El caso es que así, entre pitos (los más) y flautas (las menos), llevo ya casi diez años abordando el tema de la enseñanza del árabe en foros de este tipo, donde coincidimos profesores y alumnos, y desde entonces llevo escuchando prácticamente los mismos argumentos, repetidos casi palabra por palabra y todos con un mismo y único objetivo: quitarle hierro al asunto, maquillarlo o, directamente, escamotearlo. Pero no piense el lector que se trata de debates multitudinarios ni nada por el estilo: son pocos, muy pocos realmente los que se toman la molestia de negar o edulcorar la evidencia. La inmensa mayoría, ya sea por hastío, indiferencia, prudencia, disimulo o una mezcla de todo lo anterior, calla y, en cierto sentido, otorga, consciente tal vez de que abordar el tema no lleva en sí a ninguna parte, salvo a significarse. Yo por mi parte, si hablo, no es confiando en convencer a nadie (y menos a los que no otorgan), sino en que alguien de la misma opinión que yo, o al menos con la misma inquietud, recoja el testigo, si no ahora tal vez en un futuro cercano, y se sienta algo menos solo de lo que otros nos hemos sentido. No creo pecar de profesor-amigo-de-sus-alumnos (el equivalente en el terreno de la docencia a esos padres que se dicen amigos de sus hijos), si digo que es la formación a la que tienen derecho lo único que me interesa y me preocupa, porque el resto, las lecciones que se puedan extraer de este tout pour l'arabe; rien par l'arabe ya hace tiempo que las extraje.

3 de octubre de 2010

El capacho, aunque sea sin uvas



De la página web del nuevo Grado en Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Granada cuelga este vídeo promocional, muy en la línea, podría decirse, del espíritu boloñés: con la reforma en marcha, las universidades públicas han de vender lo mejor posible sus títulos, ahora propios, y para ello se publicitan como hasta ahora sólo hacían las privadas: becas, prácticas, salidas laborales para todos los gustos, etc. Dicha publicidad no sólo atañe a la calidad y utilidad de los estudios, como podemos ver, sino también a la idoneidad del entorno, en este caso la ciudad de Granada (min. 11:36).