El día 8 hice el último examen del curso, y con él me despedí de una promoción de estudiantes que en breve, confío, serán todos licenciados. Es la primera promoción, y tal vez la penúltima, a la que le he dado clase durante cuatro años seguidos, desde que en 1º eligieron el árabe como lengua C. Cuatro años académicos que en la práctica se quedan en algo menos de 330 horas lectivas, 16 lecciones del ubicuo Al-Kitaab (الكتاب في تعلم العربية) y la impresión de haberse dejado mucho en el tintero, pero sobre todo la esperanza de no haberlo hecho demasiado mal, y de que el árabe, como les decía en un mensaje, les dé tantas satisfacciones como lleva dándome a mí desde hace veinte años.
El fin de curso este año ha coincidido con una noticia luctuosa: la del fallecimiento, el pasado día 6, de Eugenia Gálvez, que fue mi profesora de Lengua árabe en 1º de Filología, y de Gramática y lexicografía árabe en 4º. El recuerdo que mejor conservo de ella es tal vez el de la primera conversación que mantuvimos: me preguntó, al ver mi letra, si había estudiado árabe antes. "Algo por mi cuenta", le respondí, "y ahora que estoy en el Instituto de Idiomas". Entonces me sugirió que hiciera la especialidad de Filología Árabe, y le dije que ésa era mi intención desde un primer momento, lo cual pareció sorprenderle. Sería ella misma quien me aconsejara más tarde, poco antes del verano, matricularme en un curso intensivo que organizaba el entonces Centro Cultural Español, hoy Instituto Cervantes, de Tetuán. Eugenia, que había sido alumna de García Gómez, era consciente de haber inaugurado, junto con otros arabistas de su generación, una nueva etapa en el arabismo español:
Con especial agrado recuerdo sus clases de Gramática y lexicografía árabe I, que en la práctica consistían en traducir y comentar algunas azoras del Corán, con la ayuda de Penrice. Eran, si mal no recuerdo, a primera hora de la tarde, y entre el claroscuro del aula, iluminada por unos grandes ventanales translúcidos, y el sopor que arrastrábamos, no era difícil sentirse trasladado a una escuela coránica mientras leíamos la azora de turno, aleya tras aleya, y su traducción en voz alta. Bastante menos grata, en cambio, era la tarea de entregar a final de curso 200 o 300 fichas que contenían una exégesis o tafsir (تفسير) de las azoras estudiadas y su correspondiente traducción al español; sobre todo si uno se tomaba, como yo, que ya era dado a teclear en árabe, la molestia de pasarlas a máquina, una Erika 50/60 que me había traído de Marruecos.
Hojeo el programa de Lengua árabe I, que aún conservo junto a mis apuntes y dos exámenes parciales, y tanto los contenidos (4 lecciones de fonética y 16 de morfosintaxis) como los objetivos ("lograr la comprensión de los textos" y el "manejo de los útiles necesarios para la traducción") están claramente inspirados en el método al uso, aunque una vez en clase, por lo que recuerdo y revelan algunos de mis apuntes, tanta gramática se hacía bastante llevadera, tal vez porque entre explicación y explicación se dejaban entreoír, de tanto en tanto, los ecos de aquella estancia de Eugenia en el Egipto de finales de los 50 y comienzos de los 60, o de sus visitas posteriores. No en balde ella misma bromeaba a veces a propósito de algunos ejemplos que nos ponía, de ésos tan habituales en el estudio de la gramática a palo seco, típicamente irrelevantes y en ocasiones absurdos, que suponían, p. ej., que "los musulmanes" y "las musulmanas de la ciudad" entraran y salieran de "la mezquita" sin parar, en aras de la concordancia sujeto-verbo.
De lo anterior se comprenderá que Eugenia, en lo relativo a la didáctica del árabe, pertenecía aún a la vieja escuela, aunque en justicia hay que decir que, el que más y el que menos, todos cargamos de algún modo con ese lastre, nos pese o no; y más aún: que no son pocos los colegas de generaciones mucho más recientes varados no ya en ese tiempo pasado, sino en un pretérito anterior (por no decir pluscuamimperfecto), con veinte o treinta años de docencia por delante que sumar a las siete décadas de caducidad, como poco, que arrastra ya dicho método:
En árabe suele decirse, citando fuera de contexto al "príncipe de los poetas", el egipcio Ahmad Shawqi (أحمد شوقي), que discrepar no es cosa que eche (o que deba echar) a perder el afecto («اختلاف الرأي لا يفسد للود قضية»), y no ha de extrañar por tanto que yo disienta, como suelo hacer, de aquella forma de enseñar y guarde al mismo tiempo un cariñoso recuerdo de Eugenia. No sólo me inspiró mucho ánimo en aquel primer año de carrera, cuando me preguntaba con cierta inquietud si la Filología Árabe tenía futuro (y si lo tendría yo en ella), sino que además siempre fue muy considerada conmigo, como el resto, todo hay que decirlo, de sus compañeros.
Dada la triste coincidencia, uno se ve tentado de caer en una comparación facilona, entre el fin de curso o de carrera y el fin de esa otra carrera que es la vida, donde también hay exámenes parciales y, en la creencia de muchos, hasta uno final en convocatoria única; salvo que yo la muerte, tal vez por deformación profesional, la imagino más parecida al adiós del profesor, lleno de certeza, que a la despedida del alumno, llena de incertidumbre. Y es que, por más que en muchas lenguas (entre ellas el árabe) se asocie la partida a la muerte, no es el difunto, sospecho, el que se va, sino más bien el que se queda o, mejor dicho, el que vuelve ("Ir y quedarse, y con quedar partirse", que diría Lope de Vega). Es fácil de entender si uno piensa en términos temporales más que espaciales.
Alumnos que se marchan al futuro y profesores que vuelven al pasado. Sic transit gloria mundi... et almae matris.
El fin de curso este año ha coincidido con una noticia luctuosa: la del fallecimiento, el pasado día 6, de Eugenia Gálvez, que fue mi profesora de Lengua árabe en 1º de Filología, y de Gramática y lexicografía árabe en 4º. El recuerdo que mejor conservo de ella es tal vez el de la primera conversación que mantuvimos: me preguntó, al ver mi letra, si había estudiado árabe antes. "Algo por mi cuenta", le respondí, "y ahora que estoy en el Instituto de Idiomas". Entonces me sugirió que hiciera la especialidad de Filología Árabe, y le dije que ésa era mi intención desde un primer momento, lo cual pareció sorprenderle. Sería ella misma quien me aconsejara más tarde, poco antes del verano, matricularme en un curso intensivo que organizaba el entonces Centro Cultural Español, hoy Instituto Cervantes, de Tetuán. Eugenia, que había sido alumna de García Gómez, era consciente de haber inaugurado, junto con otros arabistas de su generación, una nueva etapa en el arabismo español:
Ahora la mayoría de los estudiantes, a lo largo de su licenciatura, tienen la facilidad de entrar en contacto con las distintas sociedades arabófonas. En mis tiempos, puede decirse que fuimos pioneros en ese aspecto, y lo que ahora los jóvenes pueden estudiar en los libros y constatar por sí mismos, para nosotros era una especie de aventura cuyo final no se sabía a ciencia cierta cuál iba a ser.---Eugenia Gálvez Vázquez, El Cairo de Mahmud Taymur (Personajes literarios), Sevilla, 2ª ed., 1991, p. 7.
En estos momentos, con la perspectiva de los años, con la experiencia acumulada y el mejor conocimiento de la lengua árabe, yo no me haría los mismos planteamientos. He vuelto varias veces a Egipto; me son familiares sus gentes, su idiosincrasia, sus contrastes y sus contradicciones. Ahora me interesa más y más profundizar en su lengua. [...] Cada vez soy más consciente de nuestra misión de filólogos, de la necesidad de desentrañar los misterios de esta apasionante lengua.
Con especial agrado recuerdo sus clases de Gramática y lexicografía árabe I, que en la práctica consistían en traducir y comentar algunas azoras del Corán, con la ayuda de Penrice. Eran, si mal no recuerdo, a primera hora de la tarde, y entre el claroscuro del aula, iluminada por unos grandes ventanales translúcidos, y el sopor que arrastrábamos, no era difícil sentirse trasladado a una escuela coránica mientras leíamos la azora de turno, aleya tras aleya, y su traducción en voz alta. Bastante menos grata, en cambio, era la tarea de entregar a final de curso 200 o 300 fichas que contenían una exégesis o tafsir (تفسير) de las azoras estudiadas y su correspondiente traducción al español; sobre todo si uno se tomaba, como yo, que ya era dado a teclear en árabe, la molestia de pasarlas a máquina, una Erika 50/60 que me había traído de Marruecos.
Hojeo el programa de Lengua árabe I, que aún conservo junto a mis apuntes y dos exámenes parciales, y tanto los contenidos (4 lecciones de fonética y 16 de morfosintaxis) como los objetivos ("lograr la comprensión de los textos" y el "manejo de los útiles necesarios para la traducción") están claramente inspirados en el método al uso, aunque una vez en clase, por lo que recuerdo y revelan algunos de mis apuntes, tanta gramática se hacía bastante llevadera, tal vez porque entre explicación y explicación se dejaban entreoír, de tanto en tanto, los ecos de aquella estancia de Eugenia en el Egipto de finales de los 50 y comienzos de los 60, o de sus visitas posteriores. No en balde ella misma bromeaba a veces a propósito de algunos ejemplos que nos ponía, de ésos tan habituales en el estudio de la gramática a palo seco, típicamente irrelevantes y en ocasiones absurdos, que suponían, p. ej., que "los musulmanes" y "las musulmanas de la ciudad" entraran y salieran de "la mezquita" sin parar, en aras de la concordancia sujeto-verbo.
De lo anterior se comprenderá que Eugenia, en lo relativo a la didáctica del árabe, pertenecía aún a la vieja escuela, aunque en justicia hay que decir que, el que más y el que menos, todos cargamos de algún modo con ese lastre, nos pese o no; y más aún: que no son pocos los colegas de generaciones mucho más recientes varados no ya en ese tiempo pasado, sino en un pretérito anterior (por no decir pluscuamimperfecto), con veinte o treinta años de docencia por delante que sumar a las siete décadas de caducidad, como poco, que arrastra ya dicho método:
By the 1940's Grammar Translation was irretrievably discredited in the drive to teach language as behavior and not as an assembly of abstractions.---Louis G. Kelly, 25 centuries of language teaching, 1969, p. 54.
En árabe suele decirse, citando fuera de contexto al "príncipe de los poetas", el egipcio Ahmad Shawqi (أحمد شوقي), que discrepar no es cosa que eche (o que deba echar) a perder el afecto («اختلاف الرأي لا يفسد للود قضية»), y no ha de extrañar por tanto que yo disienta, como suelo hacer, de aquella forma de enseñar y guarde al mismo tiempo un cariñoso recuerdo de Eugenia. No sólo me inspiró mucho ánimo en aquel primer año de carrera, cuando me preguntaba con cierta inquietud si la Filología Árabe tenía futuro (y si lo tendría yo en ella), sino que además siempre fue muy considerada conmigo, como el resto, todo hay que decirlo, de sus compañeros.
Dada la triste coincidencia, uno se ve tentado de caer en una comparación facilona, entre el fin de curso o de carrera y el fin de esa otra carrera que es la vida, donde también hay exámenes parciales y, en la creencia de muchos, hasta uno final en convocatoria única; salvo que yo la muerte, tal vez por deformación profesional, la imagino más parecida al adiós del profesor, lleno de certeza, que a la despedida del alumno, llena de incertidumbre. Y es que, por más que en muchas lenguas (entre ellas el árabe) se asocie la partida a la muerte, no es el difunto, sospecho, el que se va, sino más bien el que se queda o, mejor dicho, el que vuelve ("Ir y quedarse, y con quedar partirse", que diría Lope de Vega). Es fácil de entender si uno piensa en términos temporales más que espaciales.
Alumnos que se marchan al futuro y profesores que vuelven al pasado. Sic transit gloria mundi... et almae matris.
1 comentarios :
Afirma la profesora Carmen Ruiz Bravo-Villasante ("Creación, vida y desaparición del Seminario de Literatura y Pensamiento Árabes Contemporáneos del Instituto Hispano-Árabe de Cultura 1964-1981. 2", Cuadernos de CantArabia, 6, 2016), a propósito de esta entrada, que decir que "Eugenia, que había sido alumna de García Gómez, era consciente de haber inaugurado, junto con otros arabistas de su generación, una nueva etapa en el arabismo español" es "expresarse con cierta precipitación" (p. 13). A juzgar por el resto de su artículo, la precipitación consiste en no darle a Pedro Martínez Montávez, uno de esos arabistas, el debido protagonismo (aunque sí lo tiene en otras entradas del blog -tampoco, sospecho, del gusto de la autora-).
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