Hojeando en Google Libros un artículo de
Eduardo Manzano Moreno, investigador del CSIC, titulado
"Desde el Sinaí de su arábiga erudición" (Una reflexión sobre el medievalismo y al arabismo recientes), me topo con lo siguiente:
Algunas disciplinas tienen la saludable costumbre de plantearse con cierta frecuencia cuestiones sobre sus tendencias y orientaciones, discusiones sobre sus ámbitos de estudio, o reflexiones, en fin, sobre sus relaciones con otras disciplinas afines o al menos cercanas. Tal es el caso del arabismo, una disciplina que siempre se ha caracterizado por albergar un discurso subyacente bastante autocrítico, no sólo en nuestro país, sino también fuera de él. [p. 213]
Sin embargo, yo creo que sí existe una seña de identidad dentro del arabismo español que sus más conspicuos cultivadores, por muy distintas que sean sus tendencias o sus intereses, han defendido con una gran tenacidad desde los tiempos de Francisco Codera: me estoy refiriendo a la insistencia filológica en la importancia del dato preciso y exacto, algo que incluso tiene su justificación en la propia morfología de la lengua árabe, tantas veces comparada con un mecanismo de relojería de alta precisión. [p. 226]
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Eduardo Manzano Moreno, "Desde el Sinaí de su arábiga erudición", Al-Andalus/España. Historiografías en contraste. Siglos XVIII-XXI, Madrid, 2009, 213-30 (213, 226).
Y francamente no salgo de mi asombro. ¿"Un discurso subyacente bastante autocrítico"? Desde luego no en el ámbito filológico, que es tanto como rebatir, de paso, eso de "la insistencia... en la importancia del dato preciso", aunque es difícil argumentar puesto que Manzano no da ejemplos, ni de lo primero ni de lo segundo. Yo por mi parte citaré
un artículo del propio autor, publicado hace nueve años (p. 34-5):
En vano se buscará en el naciente arabismo español figuras punteras en la investigación filológica como pudieron ser Lane-Pool, Dozy, o el propio Brockelmann. En vano se buscará en la producción arabista del siglo pasado o de comienzos del presente grandes obras de investigación filológica [...] comparables a las que contemporáneamente estaban viendo la luz en Europa. [...] De hecho, la incorporación de nuestro país a lo que suelen ser consideradas grandes empresas del trabajo filológico en el campo de los estudios árabes sólo se ha producido en las últimas décadas y, como bien es sabido, ha sido el fruto de esfuerzos individuales que tienen nombres y apellidos propios.
Y al que es en mi opinión el único arabista
verdaderamente crítico con el gremio, y sin duda el más autorizado en lo relativo a cuestiones lingüísticas:
Conocemos las anécdotas de la frustración de prestigiosos arabistas, españoles y extranjeros, incapaces de comunicarse oralmente con arabófonos, y sospechamos que su reacción fuera, en algunos casos, la de condenar explícita o implícitamente toda salida de la torre ebúrnea de la filología medieval, que se limitaba a editar, traducir y estudiar los textos, de un modo un tanto artesanal y que hace aguas más a menudo de lo que se reconoce, por falta de base lingüística y sens de langue.
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Federico Corriente, Las etimologías árabes en la obra de Joan Coromines", L’obra de Joan Coromines, Sabadell, 1999, pp. 67-88 (69).
Nos encontramos con el hecho sorprendente de una escuela de arabistas desinteresada de la enseñanza del árabe, al menos en la medida reflejada por una casi total ausencia de buenas gramáticas, crestomatías y diccionarios y una considerable despreocupación por la competencia comunicativa y la exactitud de las ediciones y traducciones, con pocas aunque honrosas excepciones.
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Federico Corriente, "La lexicografía árabe en España: pasado, presente y futuro", en M. Hernando de Larramendi y G. Fernández, Pensamiento y circulación de las ideas en el Mediterráneo: el papel de la traducción, Cuenca, 1997, p. 133-147, (139).
Además de remitirme a una de mis entradas anteriores,
"Sens du burnous", dedicada al terreno de la traducción. Creo, además, que es bastante significativo que la mayor parte de los pocos atisbos de autocrítica que se están viendo provengan de arabistas que trabajan en este campo. Pienso, p. ej., (وليس على سبيل الحصر) en esa
carga de profundidad que es la selección de entrevistas
Arabismo y traducción, de
Juan Pablo Arias,
Manuel Feria y
Salvador Peña, o en la labor de los dos primeros en la recuperación y revalorización de ese
otro arabismo que fue el llamado africanismo, tan denostado en su momento por Codera y alguno de sus seguidores.
Por otro lado es muy interesante que Manzano asocie esa pretendida "auto-exigencia de rigor filológico", exasperante pero justificada y acertada, con "la propia morfología de la lengua árabe, tantas veces comparada con un mecanismo de relojería de alta precisión", como hacen, efectivamente, arabistas españoles y extranjeros:
Asín, perfeccionando el método de Codera, había reducido la enseñanza del Árabe clásico a una especie de matemática lingüística, a la que se presta señaladamente la peculiar naturaleza de los idiomas semíticos. Una vez clarísimamente expuesto en unos minutos un problema de morfología, y reducido sobre la pizarra a fórmulas casi algebraicas, donde los caracteres eran sustituidos por rayitas, todos abríamos la Crestomatía francesa de Derenbourg y Spiro. —Página tal, línea tal, palabra cual. Y había que buscarla y analizarla, reduciéndola a las fórmulas abstractas. Era ciencia, y ciencia apasionante.
---Emilio Garcia Gómez, "En la jubilación de don Miguel Asín",
Al-Andalus, 6 (1941), 2, 266-270.
To the Western student unfamiliar with the schematic morphological structure of Semitic languages, the first experience with Arabic suggests an idea of almost mathematical abstraction. The perfect system of the three radical consonants, the derived verbal forms with their basic meanings, the precise formation of the verbal noun, of the participles—everything is clarity, logic, system, and abstraction. The language is like a mathematical formula. This is, of course, a first notion but it also is the ultimate truth. In between there lies the great body of the language: rich and various, with its pitfalls and puzzles, but what impresses itself upon the mind is the abstract idea.
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Jaroslav Stetkevych, The modern Arabic literary language: lexical and stylistic developments, Georgetown University Press, 2006 (1970), p. 2.
Comparación, sin embargo, cuya validez queda en entredicho cuando llega el momento crucial de
poner el mecanismo en marcha, como señalaba Julián Ribera en un párrafo memorable:
El árabe es una lengua de estructura gramatical muy regular; las piezas de su esqueleto tienen sencillez casi matemática y apenas han sufrido sensibles desgastes por el uso; su escritura, taquigráfica y breve, se aprende en pocas horas; pero... pero... ocurre con esa lengua lo que con el habla de los niños que empiezan a balbucir: los entiende su madre.
---Julián Ribera,
Disertaciones y opúsculos, II, 1928, 466.
Y lo que es más relevante: no sólo a la hora de la comunicación oral, como podría desprenderse del comentario, sino a la de traducir, llamando poderosamente la atención cómo el discípulo de Codera vislumbra incluso (p. 399) alguno de los riesgos que se derivan de una competencia lingüística insuficiente:
Al comenzar el estudio de la lengua, encuentran [los propios arabistas] dificultades en los textos más sencillos, y a fuerza de idas y venidas al diccionario y de hipótesis y cavilaciones para interpretar la más rudimentaria idea, llegan a creer que la lengua árabe tiene misteriosas sugestiones [...]. Luego, a medida que se familiarizan, se van condensando las etéreas y vagas concepciones, y acaban por cristalizarse en desdén de la civilización musulmana y en odio a todo lo árabe.
Teniendo todo esto en cuenta, uno se pregunta si Manzano, que reconoce transitar "por la calle de en medio", entre medievalismo y arabismo, no habrá interpretado como exceso de celo filológico un curioso vicio de nuestro colectivo que consiste en ver la paja lingüística en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Me viene a la mente, p. ej., ese retintín despectivo con que algunos colegas dejan caer que la formación
lingüística de tal historiador o arqueólogo, interesado en Al-Ándalus,
se reduce a un curso de verano en el
Instituto Bourguiba, como si la del arabista español medio fuera sensiblemente superior (a pesar, en no pocos casos, de estancias mucho más largas en el mundo árabe, lo cual, sin entrar en más detalles, nos sitúa ya en una posición bastante más comprometida).
De esta falta general de competencia lingüística, y de autocrítica al respecto, debería tener sobrado conocimiento Manzano, puesto que no sólo es un secreto a voces dentro y fuera del gremio, sino que además fue el tema de mi intervención en un congreso organizado por la
ALECSO y celebrado en SOAS el año pasado sobre
el estudio del mundo árabe en las universidades occidentales, que contó con su valiosa presencia. Ésa es sin duda la parcela que yo mejor conozco, pero tengo la impresión de que tampoco en el resto abunda la autocrítica, que además no es tanto, entiendo yo, criticar los vicios de quienes nos antecedieron, sino ante todo los nuestros, algunos de los cuales, por desgracia, siguen siendo los mismos. A este respecto es curioso observar cómo tanto el epónimo de la tribu, Codera (que "por lo tardío de su vocación y por el desierto de buenos antecedentes españoles inmediatos",
según García Gómez, "no llegó a poseer con total perfección la lengua árabe") como su discípulo Ribera e incluso Asín Palacios, cada cual a su manera, abordaron en algún momento lo que yo llamo
el problema de la lengua; y cómo éste, a continuación, desaparece prácticamente de la
introspección arabista de la mano de García Gómez (y no, obviamente, porque se hubiera resuelto de la noche a la mañana), hasta que lo recupera Federico Corriente.
Ante esto cabe preguntarse si lo conveniente, en lugar de hablar de "rigor filológico", no sería por el contrario revelar este
secreto, que ya lo es a voces, y dar paso a otro rigor, crítico, que nos haga más creíbles.
P.S.- Envío el enlace de la entrada al interesado por si tuviera interés en ejercer su derecho de réplica.