La entrada de hoy se inspira en un mensaje que he recibido hace poco de un conocido, con este texto:
[Asunto:] para vuestros alumnos y para que os riais [sic] un ratoY acompañado de este enlace a un vídeo de Youtube protagonizado por un Saad Hariri (سعد الدين الحريري) que no hace más que atrancarse al pronunciar un discurso en árabe fus'ha (اللغة العربية الفصحى) ante la cámara de representantes de su país, e intercalado con varias escenas de la comedia egipcia Los chicos se han hecho mayores (العيال كبرت), en las que uno de los personajes, atascado en un dual mientras lee una carta, pregunta si está en árabe, y al responderle otro que sí, replica: "Yo soy de cultura alemana" (أنا ثقافتي ألمانية). Y para demostrarlo espeta: "Give me hamburger!" (tratando de darle un tono alemán).
[Cuerpo del mensaje:] para que vean ¡¡que hasta un primer ministro árabe tiene problemas con el fusha!!
Lamento ser aguafiestas y susceptible, pero es curioso que si uno lee por encima los comentarios al vídeo, la mayoría en árabe, difícilmente encontrará alguno parecido al del mensaje. Lo que se apunta, en general, es la falta de formación o de capacidad intelectual del primer ministro (como sucede con el personaje de la comedia), pero no la dificultad intrínseca de la lengua. De hecho todos estamos acostumbrados a que la televisión, de vez en cuando, nos entretenga con lapsus de mal orador como éstos, tan habituales en eso que llaman "la clase política", pero no por ello determinamos que el problema se deba al registro lingüístico empleado, que es, además, el esperado. Me viene a la memoria, p. ej., cómo hace tiempo se le reprochaba a cierto ministro, saudí si mal no recuerdo, que en una comparecencia ante los medios hubiera utilizado en masculino la palabra حرب ('guerra', que en árabe es femenina como en español pero no lleva marca morfológica alguna que lo indique).
Ya en una entrada anterior abordé el tópico de que "ni los árabes saben su lengua", tan del gusto de algunos colegas, a los que el menor error o desliz en el uso de este árabe por parte de un nativo (o pseudonativo, si tenemos en cuenta que este árabe normativo en realidad no es la lengua nativa de ningún arabo-parlante) les provoca una satisfacción malsana, por cuanto ven en ello una justificación o atenuación de su propia incompetencia en todo aquello que implica un manejo efectivo de la lengua, es decir, más allá de ese cierto conocimiento hiperteórico, libresco y taxonómico, que adquirieron en sus años de estudio. Víctimas propicias de esta vendetta didáctica son, p. ej., los llamados "estudiantes de herencia" (heritage learners), cada vez más numerosos en las aulas, aunque ese recelo hacia el hablante nativo viene de lejos y llega a traducirse en una especie de antagonismo:
No negamos la utilidad de los «arabófonos» y hasta los deseamos entre nosotros; pero, por esencia y voluntad, no somos «arabófonos», sino «arabistas españoles».---Nota de la redacción, "Primer centenario del nacimiento de don Julián Ribera Tarragó", Al-Andalus, 23 (1958), 207-209, 209.
Huelga decir que, en efecto, es cierto que los propios arabo-parlantes tienen dificultades con el árabe fus'ha (y más aún con lo que Mustafa Mughazy denomina "super fus'ha"), como en general los tiene cualquier hablante, más o menos, en la medida en que su idiolecto difiere de la norma lingüística que impera en su sociedad, con el agravante de que la diferencia en el caso del árabe es tal que nos encontramos realmente ante lenguas distintas. Si a ello se le añaden unas elevadas tasas de analfabetismo, los resultados son más que previsibles. Es más, hay quien considera que esa diferencia entre la lengua cotidiana y la norma tiene un efecto negativo en el proceso mismo de alfabetización, ya que éste se lleva a cabo en la segunda. En otros casos, sin embargo, la falta de competencia se debe a una escolarización en otro idioma:
For a relative latecomer to the classical idiom such as myself —someone who did not learn it as part of a specifically Islamic training, or in the national Arab (as opposed to colonial) school system— I still have to think consciously about putting a classical sentence together correctly and clearly, with not always elegant results, to put it mildly.---Edward Said, "Living in Arabic", Al-Ahram Weekly, 667 (2004).
Pero en definitiva y aunque pueda resultar una perogrullada, uno tiene problemas con el fus'ha en la medida en que no lo ha aprendido bien, o lo ha aprendido pero no está habituado a utilizarlo, tanto si se es árabe y primer ministro como si se es español y arabista. Para bien o para mal, hablar un idioma y ser un buen orador son cosas diferentes, y el árabe coloquial de Hariri cuando dice al final del vídeo que se ha acabado el agua (خلصت المي), o el de Nabih Berri (نبيه بري) preguntándole si quiere que alguien termine en su lugar, no sólo también es árabe, sino muy práctico. Y aquí es a donde quería ir a parar: si los errores que cometen los árabes o su ignorancia de la norma justifican una competencia raquítica en árabe fus'ha, común entre los arabistas, ¿qué es lo que justifica la ignorancia del otro árabe, el dialectal, mucho más extendida? O dicho de otro modo, ¿por qué quienes más insisten en que "ese árabe no lo hablan, escriben, etc., ni los árabes" suelen ser, precisamente, quienes no hablan ni uno ni otro? (La pregunta es retórica, pero se admiten respuestas.)
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