En un artículo titulado "Arabistas en España: un asunto de familia" (Al-Qantara, 13, 1992, p. 379-393), Manuela Marín ponía de manifiesto cómo "en España, como en el resto de Europa, se entraba en el arabismo a través de una transmisión maestro/discípulo y de un núcleo de relaciones personales muy importantes" (p. 384): lo que A. Hourani denomina silsila (سلسلة) en su Islam in European Thought. Tal vez el mejor ejemplo de ello en el caso español se encuentra en el relato que hace Ángel González Palencia de cómo lo captó su maestro, Asín Palacios, llegando a convencerlo de que le interesaba el árabe y era apto para su estudio sin él mismo haberse dado cuenta. González Palencia, "confuso y anonadado", se tomó sin embargo "como un verdadero aviso de la Providencia esta indicación de Don Miguel" y resolvió, añade, entregarse "por completo a su voluntad". Esta escena, en que el maestro infunde la vocación del arabismo al discípulo, se repite con frecuencia:
Hasta el punto de convertirse, con los necesarios ajustes, en un tópico:
Y, lo que es más interesante, hasta el punto de que una vocación no inducida (una verdadera vocación, diría yo) parezca poco menos que imposible:
Sin la presencia y el estímulo del inductor, deliberado o no:
Como en el artículo de Marín, la silsila ha permitido explicar de qué modo se organizaba y se reproducía aquel arabismo, pero nadie se ha planteado, que yo sepa, cuáles pueden haber sido sus efectos, p. ej., sobre la actitud y la motivación de los captados con respecto al objeto de su especialidad. Para empezar, da la impresión de que ninguno de los miembros de la Escuela se incorporaba a ella motivado por un interés genuino en el objeto del arabismo, es decir, previo al contacto con el maestro de turno, sino por mediación de éste. Es el sujeto, por así decirlo, quien fascina, no el objeto, que si fascina de algún modo es a través del primero. O por decirlo de otro modo: es el arabista el que cautiva, no lo árabe.
Actualización (16.04.2019)
Actualización (13.11.2019)
[García Gómez ] nunca pensó asistir a las clases de Árabe, aunque era asignatura obligatoria, pero contaba con los apuntes que le proporcionaba un compañero —el infortunado Duque de Canalejas asesinado en 1936—, pero como le resultaban ininteligibles, decidió asistir a las clases de Asín Palacios en noviembre de 1923 y quedó fascinado.---Joaquín Vallvé, "El arabismo en la Universidad Complutense en el siglo XX", Catedráticos en la Academia, Académicos en la Universidad, 1995, p. 120.
Hasta el punto de convertirse, con los necesarios ajustes, en un tópico:
Me matriculé en árabe, como era tan frecuente, por huir del griego, aunque en esta última lengua, como luego comprobé, los conocimientos de la mayoría eran tan escasos como los míos. Inconsciencia juvenil: mi intención era hacer Clásicas, ya que el latín era mi fuerte y, creía, mi segura vocación. Me incorporé con retraso a la clase de don Emilio y apenas aprendidos, a solas y sin más alifatos que el borroso de la Crestomatía de Asín, los grafemas árabes. Ayuno de morfología, un buen día no supe contestar a una sencillísima pregunta del maestro. La justa y seca observación de éste me picó de tal manera que de ahí arrancó nada menos que mi vocación para los estudios semíticos.---José María Fórneas, "Desde Granada y al hilo del recuerdo", Revista del Instituto Egipcio de Estudios Islámicos, 1996, p. 33-48 (p. 44).
Y, lo que es más interesante, hasta el punto de que una vocación no inducida (una verdadera vocación, diría yo) parezca poco menos que imposible:
Mi primera vocación no era la de ser arabista ni muchísimo menos; creo que es muy difícil que la primera vocación de un muchacho que llega a la universidad sea la del arabismo.---Pedro Martínez Montávez, en Mercedes del Amo y María Isabel Lázaro, "El intelectual y su memoria: Pedro Martínez Montávez", Miscelánea de Estudios Árabes y Hebraicos, 52 (2003), 229-254, p. 233.
Sin la presencia y el estímulo del inductor, deliberado o no:
El profesor García Gómez, don Emilio, fue sin duda alguna el que más me impresionó de todos, quien fijó mi vocación, titubeante hasta entonces y parejamente atraída por varias disciplinas. [...] No era don Emilio precisamente un profesor proselitista y preocupado por captar abundantes discípulos y seguidores, de alentar cuantiosas vocaciones.---Pedro Martínez Montávez, "Evocación de un inolvidable maestro universitario", Revista del Instituto Egipcio de Estudios Islámicos, 1996, p. 101-109 (p. 106-7).
Como en el artículo de Marín, la silsila ha permitido explicar de qué modo se organizaba y se reproducía aquel arabismo, pero nadie se ha planteado, que yo sepa, cuáles pueden haber sido sus efectos, p. ej., sobre la actitud y la motivación de los captados con respecto al objeto de su especialidad. Para empezar, da la impresión de que ninguno de los miembros de la Escuela se incorporaba a ella motivado por un interés genuino en el objeto del arabismo, es decir, previo al contacto con el maestro de turno, sino por mediación de éste. Es el sujeto, por así decirlo, quien fascina, no el objeto, que si fascina de algún modo es a través del primero. O por decirlo de otro modo: es el arabista el que cautiva, no lo árabe.
Actualización (16.04.2019)
Un poco al azar, al tener que escoger entre árabe o griego, escogí árabe.---Soledad Gibert, "Homenaje a don Emilio", Revista del Instituto Egipcio de Estudios Islámicos, 28, 1996, p. 57.
En el segundo año, García Gómez huía de la masa. En los comunes, la gente, escapando del griego, se iba a árabe. García Gómez se fijaba en dos o tres que destacaban y prescindía del resto.
---Juan Pablo Arias, Manuel C. Feria y Salvador Peña, "José María Fórneas Besteiro. Entrevista realizada en su domicilio particular de Granada en mayo de 1999", Arabismo y traducción, Madrid, 2003, p. 35.
¿Puede contarnos qué razones le indujeron a estudiar árabe? [...] Según correspondía con mi formación previa a la Universidad yo tenía que haber cursado en primero Griego, pero dada mi escasa formación en esta lengua y huyendo de una célebre profesora, conocida en esa universidad por su dureza, acabé eligiendo árabe.---Juan Pablo Arias, Manuel C. Feria y Salvador Peña, "Mª Luisa Serrano Moreno. Entrevista realizada en Málaga en noviembre de 2000", Arabismo y traducción, Madrid, 2003, p. 165.
Era bueno en matemáticas, pero aquello no me gustaba. Me pasé a Filosofía y Letras y escogí árabe porque, como había hecho el bachiller de Ciencias, no tenía idea de griego.---Charo F. Cotta, "Rafael Valencia. Arabista. «En Córdoba hay una catedral emblemática, que es la Mezquita», Diario de Sevilla, 24.10.2010.
Empecé a estudiar filosofía hispánica, donde se podía elegir entre estudiar griego o árabe. Como yo no había estudiado griego antes y no tenía base, escogí árabe. Y me gustó. Y a partir de ahí decidí estudiar Filología Árabe e Islam.---Irene Hdez. Velasco, "Pilar González Casado: «El Corán tiene versículos que se pueden interpretar con sentido violento», El Mundo, 13.04.2019.
Actualización (13.11.2019)
Yo empecé a dedicarme al arabismo como por casualidad, debido principalmente a las enseñanzas de mi maestro Asín Palacios, que había sido alumno, a su vez, de Julián Ribera, el continuador de la escuela de Codera.---Eduardo Castro, "«La falta de autonomía de las escuelas de estudios árabes constituye un freno para la investigación». Entrevista con el profesor Emilio García Gómez", El País, 13.10.1978.
Actualización (01.04.2021)
Yo había hecho el bachillerato de Ciencias y por tanto no había estudiado griego. En los dos primeros años de estudios comunes debía escoger obligatoriamente entre estudiar griego o árabe. En ambos casos yo partía de cero, pero mis compañeros, caso de estudiar griego, me llevaban tres años de adelanto en su estudio. Y lógicamente opté por el árabe, donde todos empezábamos por el alifato.
3 comentarios :
Para su colección:
«¿Por qué elegí la especialidad de Semíticas? La respuesta más directa es porque
en Comunes, en los dos primeros años de estudios comunes, la asignatura de lengua
árabe me absorbió. Yo tuve la suerte, en esos dos primeros cursos de comunes, de
encontrarme con dos profesores magníficos. Primero, Soledad Gibert Fenech (en al-
gunas de las fotos que se están proyectando, aparecerá su imagen) y segundo, Pedro
Martínez Montávez (y también aparecerá en algunas, como en la foto que estamos).
Ambos profesores me condujeron hacia esta especialidad, espléndida, porque abre
a unos mundos que naturalmente son complementarios de los nuestros, y esto en cul-
tura es muy enriquecedor. “Busca tu complementario” dice Machado.
Entonces me pareció, verdaderamente, una especialidad interesantísima. La elegí
en el año 1965, y a lo largo de todos estos años, esta especialidad ha ido ganando
interés, y tensión y utilidad para nuestro país, para Europa. Ha ido ganando atención.
Estoy muy contenta de haber tenido esos dos primeros profesores que me llevaron
hacia su estudio. Quiero decir más cosas, no sé si me estoy pasando, pero resulta que
yo pensaba optar por Historia del Arte. Entonces, el haber hecho una elección no
premeditada y seguir por Filología Semítica, yo creo que es una prueba más del inte-
rés que puede remover esta especialidad.
También debo decir que yo tenía un precedente enorme en mi propia madre Mª
Jesús Molins Marquesán, que había estudiado Semíticas, a principios de los años 40,
en la Universidad Complutense, aunque no llegó a terminar, porque, en 1944, se casó
y dejó inconclusa su especialidad. Ella me transmitió la devoción por estos estudios,
y de ella he recibido en herencia tres o cuatro cosas esenciales: la predisposición
psicológica, la simpatía, el sin pathos: esa predisposición que facilita tanto la apertu-
ra intelectual hacia determinada rama. También me entregó su Diccionario Belot
Árabe-Francés y su ejemplar de la Crestomatía de Árabe Literal por Asín Palacios;
y de ella recibí como otro legado fundamental la sobre-valoración, la inmensa valo-
ración positiva sobre lo que es la Universidad. Todo con mayúsculas. Todos compar-
tís conmigo ese respeto, esa valoración sobre lo que significa ser universitario y lo
que significa la Universidad.
[…]
Lo primero que nosotros sentíamos, mis compañeros de por aquel entonces y
yo misma, los licenciados que nos íbamos acumulando y que íbamos saliendo, yo
creo que lo que primero que sentíamos eran dos cosas: unas enormes ansias por en-
contrar un puesto institucional, un puesto docente o investigador en algunas de las
escasas Instituciones que entonces había, y, como consecuencia de eso, una enorme
competitividad, con todo lo bueno y lo malo que tiene esto segundo. Sentir la compe-
titividad, es bueno y es malo.»
CALERO, Mª Isabel; CASTILLO, Concepción. «El intelectual y su memoria: Mª Jesús Viguera Molins». Miscelánea de estuios árabes y hebraicos. Sección Árabe-Islam. Vol. 57 (2008), págs. 451-470.
Gracias por la aportación, don Jesús. Tomo nota (el inventario es mucho más amplio, pero no quería abrumar). Los saltos de línea, a propósito, imagino que se deben al hecho de haber copiado y pegado el texto desde el PDF.
Ahora recuerdo, por cierto, que hace ya años mis padres conocieron a Mª Jesús Molins en un viaje por Turquía y que les dijo, efectivamente, que su hija era profesora de árabe en la Complutense.
Sí, sí, fue un momento de «gossera» copia-pega... Mea culpa.
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