Dice la 1ª edición del Diccionario panhispánico de dudas (DPD) de la Real Academia Española, de octubre de 2005, s.v. 'q', que
Es curioso lo de la cu, porque los griegos la tomaron de los fenicios (para los que tenía probablemente el mismo valor que la 'q'/ق árabe de 'Iraq' o 'Qatar' —el de una oclusiva uvular—) en forma de ϙόππα (Ϙ) pero no tardaron en desprenderse de ella en favor de κάππα (K), no sin que antes la heredaran los etruscos, y de éstos, los romanos, que al igual que los anteriores la habrían empleado, seguida de 'u', para representar la consonante labiovelar /kʷ/. Curioso, insisto, porque se diría que es una letra condenada a no serlo nunca del todo. Incluso en el griego, después de desaparecer como letra, se mantuvo como cifra (equivalente a 90).
Hace unos días decía Guillermo Unzetabarrenetxea en la sección de opinión de El País (10.11.2010) que
La regla parece ser sencilla: salvo que exista una forma tradicional (Londres, Túnez, Amberes, Padua, etc.), y a veces ni eso, los topónimos se mantienen tal cual siempre que el idioma del lugar se escriba en caracteres latinos, pero el resto (con excepciones) se escribe como nos parezca a nosotros, aunque los lugareños ya hayan escogido una forma latina. El idioma oficial de Burkina Faso es, como en Francia, el francés. Sin embargo, para el DPD la capital del país es Uagadugú, y no Ouagadougou. ¿Por qué no emplear entonces 'Tulús' (ya que no se quiere confundir con la Tolosa española) en lugar de Toulouse?
Es lo que sucede con los nombres propios árabes, en cuyo caso, aconseja la Fundéu (Fundación del Español Urgente), han de evitarse las transcripciones inglesas y francesas. Poco importa que los interesados, como sucede en todo el Norte de África, ya dispongan de una versión latina oficial de su nombre y apellido, inspirada en la ortografía del francés. Si Zinedine Zidane, el futbolista, hubiera nacido en Argelia como sus padres y no en Francia, para muchos medios españoles sería Zinedín Zidán, del mismo modo que el apellido del atleta marroquí Saïd Aouita (سعيد عويطة) se convierte en "Auita" en las páginas El País. Por alguna extraña razón, no basta con años y años de colonización francesa (hasta 130 en el caso de Argelia) para que las inscripciones de los registros civiles del Magreb tengan la misma validez que las de los franceses. Nada tiene que ver cuál sea la lengua oficial, porque en Senegal lo es también el francés, como en Burkina Faso, y sin embargo el nombre de su presidente, Abdoulaye, se convierte en "Abdulaye" (aunque lo coherente sería más bien Abdulay), tal vez por el hecho de que tiene su origen en el árabe عبد الله (AFI: /ʕabdulˤlˤaːhi/). Del mismo modo, el de su primer ministro, Souleymane (del árabe سليمان; /sulajmaːn/), oscila entre su forma original y adaptaciones más o menos afortunadas, incluso en un mismo texto. Algo parecido ocurre con el segundo nombre (middle name) de Barack Obama, Hussein (del árabe حسين; /ħusajn/), que, siendo el mismo que el del padre de "Sadam Husein" (صدام حسين; /sˤaddaːm ħusajn/), conserva la doble ese de la transcripción original, mientras que a este último se le quita, como se hace con la doble de que lleva el suyo propio (Saddam > Sadam). Más lejos aún va la Fundéu, añadiéndole al nombre (que es también el del anterior rey de Jordania) una tilde sobre la i que lo convierte innecesariamente en trisilábico (Hu-se-ín), sin serlo en árabe (cf. Bahréin, del árabe البحرين; /ʔalbaħrajn/); aunque también es verdad que por un lado recomiendan no confundir países árabes y musulmanes, y por otro parecen caer ellos mismos en el error: que Juzestán (خوزستان) y algunas de sus ciudades sean parte del mundo árabe (entendido como l'arabophonie) tiene un pase, pero Jorasán (خراسان), que está en la otra punta de Irán, ¿también?
A la inconsistencia y la arbitrariedad (en ocasiones criptocolonial, diría yo) con que se adaptan o no topónimos y antropónimos, se añade un afán de evitar a toda costa las transcripciones inglesas o francesas, que contrasta fuertemente con la existencia, en cambio, de un buen número de préstamos de estas lenguas en nuestro idioma que no han sido adaptados (boutique, software, sprint, etc.), e imagino que no por falta de ganas, sino porque el uso se ha impuesto al españolismo de los puristas. Pero si hay algo de hacer pagar a justos por pecadores (a las colonias por las metrópolis), también lo hay, creo, de prurito y honrilla de especialista, que explica que unas lenguas reciban más atención que otras; porque en definitiva, a la hora de adaptar, se necesita un adaptador. De ahí tal vez la insistencia en que se trata, ante todo, de facilitar una pronunciación lo más cercana posible a la nativa, aunque el criterio haga aguas de vez en cuando, como en el caso de "Mahmud Abás" (محمود عباس; /maħmuːd ʕabbaːs/), donde sin duda sería preferible una doble be ('Abbás'), como en el caso de 'Saddam'. Otro ejemplo interesante es el del líder palestino "George Habash" (جورج حبش), fallecido en 2008, cuyo nombre, imagino que por ser de origen europeo, no se adapta (¿Yorch?) por más que se escriba en caracteres árabes, mientras que el Γεώργιος griego se convierte en "Yorgos". Y qué decir de este artículo de El País en el que coexisten formas aparentemente contradictorias como "Hassan", "Azulay" (por Azoulay), "Yussufi" (por Youssoufi, manteniendo la doble ese pero eliminando la 'ou'), "Driss Jettu" (ídem, con la diferencia de que en el apellido, además, la jota no se ha sustituido por la i griega —que ahora la RAE quiere convertir en 'ye'—) o "walis" (en lugar de valíes) frente a "Ualalu" (pero no 'Walalu', por Oualalou). A veces, incluso, por más empeño que ponga el periodista-adaptador, la transcripción original convive con la españolizada y sale a flote, incluso, en el mismo artículo. Y es que, ¿no es pedir demasiado, digo yo, que un periodista que no sabe árabe ejerza constantemente de filtro ortográfico al tiempo que tira de teletipo?
Huelga decir que, en este sentido, el hispanohablante medio pronunciaría exactamente igual 'Irac' que Iraq o Irak (العراق; /ʔalʕiraːq/), y lo mismo 'Cátar' que 'Qátar' (قطر; /qatˤar/); y que no se trata en modo alguno de comenzar a admitir grafías como 'Qurán' en lugar de 'Corán' o el obsoleto 'Alcorán' (القرآن; /ʔalqurʔaːn/), sino de mantener unas formas ya en uso, y no sólo por parte de iraquíes y cataríes, sino también de la ONU, la Unión Europea, el estándar ISO 3166-1, etc.
Mi interés en esta cuestión de la transcripción y adaptación de palabras de origen árabe, por cierto, viene de lejos, y desde ya pido disculpas por repetir una vez más, al cabo de tanto tiempo, prácticamente los mismos argumentos y ejemplos. Más allá de la conveniencia de emplear una forma u otra en los medios de comunicación, o de que hoy la RAE diga esto o aquello y mañana se desdiga (hasta la 21ª edición del DRAE, de 1992 —cuando García Gómez, dicho sea de paso, aún ocupaba el sillón V— las dos únicas acepciones de 'iraquí' mencionaban "Irak" y no "Iraq", que se introdujo en la 22ª de 2001), creo que nunca está de más hacer una lectura crítica del discurso que subyace a todos estos vaivenes. ¿Será casualidad, por ejemplo, que el "Iraq" de la RAE (2001-2010) coincida casi a la perfección con el Iraq de la ocupación norteamericana (2001-2010)? No lo parece, desde luego, el hecho de que no hubiera ni cataríes ni mención alguna a Qatar en el diccionario antes de que saltara a la palestra el canal Al Jazeera (الجزيرة), o "Al Yazira", como transcriben, aunque no siempre de manera consistente, algunos medios.
Ya saben: la cu sin la u, caca (salvo en francés, donde el mismo nombre de la letra ya resulta indecente).
La q puede aparecer como letra independiente en la transcripción de nombres árabes, ya que es la grafía que debe usarse, según las normas de transcripción del alfabeto árabe al español, para representar la letra árabe llamada qāf: Iraq [irák], Qatar [katár].De hecho 'Qatar' (sin tilde) era hasta ahora, según la misma edición, la "grafía recomendada para el nombre de este emirato situado en la península de Arabia", que corresponde al árabe قطر y que es, de hecho, la empleada por las autoridades de dicho país; al igual que lo era 'Iraq' (العراق), ídem. Pero a partir de la publicación de la nueva edición de la Ortografía de la lengua española, prevista para diciembre, lo correcto desde el punto de vista de la RAE será escribir Catar e Irak (y no 'Irac' o 'Iraque', como tal vez cabría esperar, o los castizos 'Aliraque' o 'Alireque' de los moriscos). El argumento es que el uso de la letra 'q' en palabras como éstas es incongruente con el habitual en español, en el que, en realidad, más que una letra lo que tenemos es un dígrafo (qu).
Es curioso lo de la cu, porque los griegos la tomaron de los fenicios (para los que tenía probablemente el mismo valor que la 'q'/ق árabe de 'Iraq' o 'Qatar' —el de una oclusiva uvular—) en forma de ϙόππα (Ϙ) pero no tardaron en desprenderse de ella en favor de κάππα (K), no sin que antes la heredaran los etruscos, y de éstos, los romanos, que al igual que los anteriores la habrían empleado, seguida de 'u', para representar la consonante labiovelar /kʷ/. Curioso, insisto, porque se diría que es una letra condenada a no serlo nunca del todo. Incluso en el griego, después de desaparecer como letra, se mantuvo como cifra (equivalente a 90).
Hace unos días decía Guillermo Unzetabarrenetxea en la sección de opinión de El País (10.11.2010) que
La RAE ha decidido que no merece la pena consultar a arabistas para fijar la ortografía castellana de los nombres árabes. Y que los qataríes no merecen el respeto de conservar la grafía oficial que usan para transcribir el nombre de su país al alfabeto latino.Lo primero, la verdad, lo ignoro. Desde luego, Federico Corriente, cuyas propuestas en cuestión de etimologías árabes son las que sigue el DRAE "básicamente", suele emplear en sus diccionarios bilingües las formas "Qátar" (con tilde) e "Iraq", siendo además esta última, "la que usan", según el DPD, "filólogos y arabistas de la talla de Ramón Menéndez Pidal, Miguel Asín Palacios y Emilio García Gómez" (que fue embajador allí). Lo que sí parece indiscutible es que hay muchos otros topónimos en uso, igual de incongruentes que Qatar o Iraq, y que, sin embargo, o sólo se han españolizado a medias, como Múnich o Marrakech ("ya que la ch en posición final es ajena al sistema español", dice el DPD, a pesar de 'sándwich') o nada en absoluto, como es el caso de Washington, Bonn, Liechtenstein, Amsterdam, etc., que da lugar a que Unzetabarrenetxea ironice con la posibilidad de adaptaciones como "Cambrich" (que sin embargo continuarían siendo, paradójicamente, ajenas al "sistema español" —lo suyo sería "Cambriche"—). Y ello por no hablar de la cantidad de entradas del DRAE que vulneran de algún modo la grafotáctica del español, como 'náhuatl' y muchas de las voces heredadas de este idioma, como 'tlacote', 'quetzal', etc.; o de verdaderas contradicciones, como admitir 'kibutz' (del hebreo קיבוץ) pero no un posible plural con '-s', ya que "conformaría una secuencia impronunciable en español" (-tzs), como si el singular no la contuviera.
La regla parece ser sencilla: salvo que exista una forma tradicional (Londres, Túnez, Amberes, Padua, etc.), y a veces ni eso, los topónimos se mantienen tal cual siempre que el idioma del lugar se escriba en caracteres latinos, pero el resto (con excepciones) se escribe como nos parezca a nosotros, aunque los lugareños ya hayan escogido una forma latina. El idioma oficial de Burkina Faso es, como en Francia, el francés. Sin embargo, para el DPD la capital del país es Uagadugú, y no Ouagadougou. ¿Por qué no emplear entonces 'Tulús' (ya que no se quiere confundir con la Tolosa española) en lugar de Toulouse?
Es lo que sucede con los nombres propios árabes, en cuyo caso, aconseja la Fundéu (Fundación del Español Urgente), han de evitarse las transcripciones inglesas y francesas. Poco importa que los interesados, como sucede en todo el Norte de África, ya dispongan de una versión latina oficial de su nombre y apellido, inspirada en la ortografía del francés. Si Zinedine Zidane, el futbolista, hubiera nacido en Argelia como sus padres y no en Francia, para muchos medios españoles sería Zinedín Zidán, del mismo modo que el apellido del atleta marroquí Saïd Aouita (سعيد عويطة) se convierte en "Auita" en las páginas El País. Por alguna extraña razón, no basta con años y años de colonización francesa (hasta 130 en el caso de Argelia) para que las inscripciones de los registros civiles del Magreb tengan la misma validez que las de los franceses. Nada tiene que ver cuál sea la lengua oficial, porque en Senegal lo es también el francés, como en Burkina Faso, y sin embargo el nombre de su presidente, Abdoulaye, se convierte en "Abdulaye" (aunque lo coherente sería más bien Abdulay), tal vez por el hecho de que tiene su origen en el árabe عبد الله (AFI: /ʕabdulˤlˤaːhi/). Del mismo modo, el de su primer ministro, Souleymane (del árabe سليمان; /sulajmaːn/), oscila entre su forma original y adaptaciones más o menos afortunadas, incluso en un mismo texto. Algo parecido ocurre con el segundo nombre (middle name) de Barack Obama, Hussein (del árabe حسين; /ħusajn/), que, siendo el mismo que el del padre de "Sadam Husein" (صدام حسين; /sˤaddaːm ħusajn/), conserva la doble ese de la transcripción original, mientras que a este último se le quita, como se hace con la doble de que lleva el suyo propio (Saddam > Sadam). Más lejos aún va la Fundéu, añadiéndole al nombre (que es también el del anterior rey de Jordania) una tilde sobre la i que lo convierte innecesariamente en trisilábico (Hu-se-ín), sin serlo en árabe (cf. Bahréin, del árabe البحرين; /ʔalbaħrajn/); aunque también es verdad que por un lado recomiendan no confundir países árabes y musulmanes, y por otro parecen caer ellos mismos en el error: que Juzestán (خوزستان) y algunas de sus ciudades sean parte del mundo árabe (entendido como l'arabophonie) tiene un pase, pero Jorasán (خراسان), que está en la otra punta de Irán, ¿también?
A la inconsistencia y la arbitrariedad (en ocasiones criptocolonial, diría yo) con que se adaptan o no topónimos y antropónimos, se añade un afán de evitar a toda costa las transcripciones inglesas o francesas, que contrasta fuertemente con la existencia, en cambio, de un buen número de préstamos de estas lenguas en nuestro idioma que no han sido adaptados (boutique, software, sprint, etc.), e imagino que no por falta de ganas, sino porque el uso se ha impuesto al españolismo de los puristas. Pero si hay algo de hacer pagar a justos por pecadores (a las colonias por las metrópolis), también lo hay, creo, de prurito y honrilla de especialista, que explica que unas lenguas reciban más atención que otras; porque en definitiva, a la hora de adaptar, se necesita un adaptador. De ahí tal vez la insistencia en que se trata, ante todo, de facilitar una pronunciación lo más cercana posible a la nativa, aunque el criterio haga aguas de vez en cuando, como en el caso de "Mahmud Abás" (محمود عباس; /maħmuːd ʕabbaːs/), donde sin duda sería preferible una doble be ('Abbás'), como en el caso de 'Saddam'. Otro ejemplo interesante es el del líder palestino "George Habash" (جورج حبش), fallecido en 2008, cuyo nombre, imagino que por ser de origen europeo, no se adapta (¿Yorch?) por más que se escriba en caracteres árabes, mientras que el Γεώργιος griego se convierte en "Yorgos". Y qué decir de este artículo de El País en el que coexisten formas aparentemente contradictorias como "Hassan", "Azulay" (por Azoulay), "Yussufi" (por Youssoufi, manteniendo la doble ese pero eliminando la 'ou'), "Driss Jettu" (ídem, con la diferencia de que en el apellido, además, la jota no se ha sustituido por la i griega —que ahora la RAE quiere convertir en 'ye'—) o "walis" (en lugar de valíes) frente a "Ualalu" (pero no 'Walalu', por Oualalou). A veces, incluso, por más empeño que ponga el periodista-adaptador, la transcripción original convive con la españolizada y sale a flote, incluso, en el mismo artículo. Y es que, ¿no es pedir demasiado, digo yo, que un periodista que no sabe árabe ejerza constantemente de filtro ortográfico al tiempo que tira de teletipo?
Huelga decir que, en este sentido, el hispanohablante medio pronunciaría exactamente igual 'Irac' que Iraq o Irak (العراق; /ʔalʕiraːq/), y lo mismo 'Cátar' que 'Qátar' (قطر; /qatˤar/); y que no se trata en modo alguno de comenzar a admitir grafías como 'Qurán' en lugar de 'Corán' o el obsoleto 'Alcorán' (القرآن; /ʔalqurʔaːn/), sino de mantener unas formas ya en uso, y no sólo por parte de iraquíes y cataríes, sino también de la ONU, la Unión Europea, el estándar ISO 3166-1, etc.
Mi interés en esta cuestión de la transcripción y adaptación de palabras de origen árabe, por cierto, viene de lejos, y desde ya pido disculpas por repetir una vez más, al cabo de tanto tiempo, prácticamente los mismos argumentos y ejemplos. Más allá de la conveniencia de emplear una forma u otra en los medios de comunicación, o de que hoy la RAE diga esto o aquello y mañana se desdiga (hasta la 21ª edición del DRAE, de 1992 —cuando García Gómez, dicho sea de paso, aún ocupaba el sillón V— las dos únicas acepciones de 'iraquí' mencionaban "Irak" y no "Iraq", que se introdujo en la 22ª de 2001), creo que nunca está de más hacer una lectura crítica del discurso que subyace a todos estos vaivenes. ¿Será casualidad, por ejemplo, que el "Iraq" de la RAE (2001-2010) coincida casi a la perfección con el Iraq de la ocupación norteamericana (2001-2010)? No lo parece, desde luego, el hecho de que no hubiera ni cataríes ni mención alguna a Qatar en el diccionario antes de que saltara a la palestra el canal Al Jazeera (الجزيرة), o "Al Yazira", como transcriben, aunque no siempre de manera consistente, algunos medios.
Ya saben: la cu sin la u, caca (salvo en francés, donde el mismo nombre de la letra ya resulta indecente).
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