Hace poco más de un año me preguntaba un alumno cuál era mi opinión sobre unas declaraciones a la prensa de Cesáreo Gutiérrez Espada, catedrático de la Universidad de Murcia, en relación con su artículo "¿Alianza de civilizaciones?", publicado en la revista Carthaginensia (vol. 24, nº 46, 2008, p. 379-391) del Instituto Teológico de Murcia, OFM.
La alianza de civilizaciones y el plan de Zapatero, venía a decir Gutiérrez Espada en su artículo, hoy por hoy son imposibles, ya que "son demasiadas las diferencias esenciales, innegociables por decirlo así, religiosas, sociales y culturales, políticas... que tienen", opina el catedrático, "la civilización occidental o, para dejar las cosas más claras desde ya, judeo-cristiana y la musulmana" (p. 386); añadiendo, para redundar en la idea, que "la civilización musulmana está formada por Estados con una concepción teocrática del gobierno, e integrado por élites refractarias o al menos reticentes al progreso científico y tecnológico y desde luego a la separación entre el poder político y el religioso" (p. 387-8), al contrario que Occidente e incluyendo "al moderno Israel", como vuelve a hacer el autor al sostener que "las concepciones básicas" de los países islámicos
generan, como es lógico, limitaciones en el ejercicio del principio democrático y en la plena aplicación de los derechos y libertades fundamentales del ser humano, sea hombre o mujer, adulto o niño, que en Occidente se consideran intolerables, incluyendo también el Estado de Israel en este punto.
Con estos mimbres no es de extrañar que "
Yihad (o Guerra Santa), Derecho Internacional y Alianza de Civilizaciones" sea el título del
"proyecto científico" que dirige Gutiérrez Espada,
financiado por la Fundación Séneca, y que celebra estos días una
reunión, igualmente "científica", en torno a la cuestión del "terrorismo internacional, fundamentalmente de origen islámico", y a "la legítima defensa" y "otros enfoques a más largo plazo" como respuesta al mismo (el título de la última sesión, en la que participa incluso un inspector del Cuerpo Nacional de Policía, habla ya directamente de "terrorismo islámico").
Porque si al plan en sí, tanto en su dimensión internacional como nacional, ya cuesta darle crédito y no verlo como otra
danza de los siete velos, qué decir de quienes se lo dan, siquiera momentáneamente, para tildarlo al instante de iluso o ilustrar con él su particular bestiario islámico. Se diría que tan ingenuo es tragarse a pie juntillas la presunta
islamofilia de la iniciativa, como perverso hacerlo, también presuntamente, para criticarla. Es obvio que un proyecto semejante, entre cuyas
"actuaciones destinadas a favorecer el conocimiento mutuo y el aprecio de la diversidad" se contaba sin ir más lejos un "plan de formación de arabistas españoles" (que en el momento de su anuncio despertó las suspicacias del gremio), admite muchas lecturas críticas. Lo interesante es que
ninguna de las más sonadas vaya más allá de pontificar que, con los musulmanes, cualquier alianza es imposible, por más que las veamos establecerse a diario, aunque
con fines bastante más prosaicos (económicos, estratégicos, etc.) que el
"de superar la brecha que se está abriendo entre el mundo occidental y el mundo árabe y musulmán" (como si la brecha no llevara ya siglos abierta).
Vivimos, en definitiva, en un mundo donde abundan las buenas y las medias palabras. A mí las de Gutiérrez Espada, le dije a mi alumno si mal no recuerdo, no me parecían muy novedosas (apenas unas semanas antes había fallecido
Samuel P. Huntington) y, por tanto, no les veía el menor interés, aunque sí pueda tenerlo el fenómeno del que creo que forman parte: cómo actuamos todos (unos con más fortuna que otros) de
repetidores ideológicos, de modo que ciertas ideas lleguen y se aclimaten a rincones para los que, tal vez, no han sido pensadas.
La observación puede que no fuera muy cortés, pero era sincera.
La
yihadología, una 'disciplina'
inspirada en la sovietología de la Guerra Fría (como se echa de ver en el ejemplo de los Pipes,
padre e
hijo), y que
algunos ven abocada al fracaso por culpa de un grupo de "left-wing academics who regard
Edward Said as their intellectual hero" y
otros blandengues, ha desembarcado en la Universidad de Murcia, donde tan faltos de ella (y de izquierdistas fanáticos de Said y otros melindrosos) se ve que andamos.