22 de febrero de 2010

Más que estudiarlo a fondo

Mucha gente comienza a hacerse también una pregunta: ¿sería bueno aprender árabe? Para Castilla, sería positivo: "Más que estudiarlo a fondo, lo que sí sería necesario es una asignatura que fuese un compendio de lengua, historia y cultura, sólo para comprender parte de nuestra historia y de nosotros mismos".
---Jesús Arias, "Un libro desvela las claves de la convivencia con el Magreb", El Día de Córdoba, 22.02.2010.

13 de febrero de 2010

El vulgo y no vulgo

El vulgo, y no vulgo, dice con frecuencia, pues lo he oído más de una vez, que un Fulano habla divinamente el árabe, cuando puede asegurarse que lo chapurrará mejor o peor; me admira siempre oir esto: ¿cómo el que no conoce el árabe, dice de otro que lo habla divinamente? Podrá asegurar que lo habla, o dice que lo habla, pero que lo hace divinamente siempre es una aseveración gratuita y exagerada, aun en el caso, poco probable, de que lo hable bien.
---Francisco Codera, "Las traducciones de documentos árabes (algo de historia)", Boletín de la Real Academia de la Historia, 62 (1913), 435-56 (445-6).
Hoy he visitado el recinto del templo —الحرم الشريف— con el Director del Museo, y varios orientalistas, uno ruso y otro alemán, que a pesar de ser «profesor numerario» de árabe en Greifswald y llevar aquí tiempo, no habla una palabra; así que a su lado me he lucido hablando —chapurreando de mala manera— con el رئيس القضاة.
---Emilio García Gómez, Viaje a Egipto, Palestina y Siria. (1927-1928): Cartas a Don Miguel Asín Palacios, Madrid, 2007, p. 79.

10 de febrero de 2010

Tyrkjaránið

Combien que les Islandois ne pensoient avoir des autres ennemis que la pauvreté, & la glace, dont l'une leur est perpetuelle, & l'autre leur dure huict mois par an; neantmoins l'Alger leur convoita, par son avarice detestable, le bien de la liberté qu'ils possedoient seul, sans envie d'aucune Nation du monde.
---Emanuel d'Aranda, "Relation XLIII. La pitié impieuse d'un Esclave Islandois", Relation de la captivité et liberté du sieur Emanuel d'Aranda, Bruxelas, 1662, p. 368.

7 de febrero de 2010

L-ilsien Għarbi? לא, gracias (El-Shidiac y el árabe en Malta)

Al hilo del tema anterior, he pensado que varios fragmentos de la obra que Ahmad Faris El-Shidiac (أحمد فارس الشدياق) dedicó a Malta (الواسطة في معرفة أحوال مالطة), publicada en Túnez en 1283 H. (1866-7), pueden resultar muy ilustrativos (p. 57-8, ed. Estambul, 1881):
Más extraño resulta aún que los malteses desdeñen aprender el árabe por la similitud entre éste y su lengua, cuando es esto mismo lo que debería forzarles a ello, al no tener, visto lo visto, dificultades ni problemas en su aprendizaje. Y aunque son muchos entre ellos los que tratan a árabes, y más aún los que residen en sus países, ninguno se molesta en aprender a leer y escribir en árabe, mientras que en todos los países de Europa hay individuos que la estudian con esmero.
Algunos, prosigue El-Shidiac, dicen que el maltés es una lengua púnica, y otros que etiópica, pero en definitiva, dice, "no cabe duda de que la lengua maltesa es árabe", y añade (p. 58-9):
Hay malteses que afirman que su lengua no es ni púnica ni etiópica, pero difícilmente que es una rama del árabe, por pura obstinación y terquedad. [...] Son los malteses tan intolerantes con los árabes y los demonizan de tal manera que el peor insulto entre ellos es decir "árabe". Los ingleses y el resto de los europeos tienen generalmente más facilidad que ellos para aprender el idioma, por más que tengan una base enorme, puesto que el maltés, obcecado, cuando escucha en árabe la voz خرج, por ejemplo, si desde que aprendió a hablar tiene la costumbre de decir حرج, no ve en ello gran diferencia ni entiende que un pequeño punto enderece o tuerza el sentido, al contrario que quien aprende desde el principio a decir la palabra correctamente. Cuando me escuchaban hablando con un amigo decían, refiriéndose a nosotros, que no había mucha diferencia entre ambos idiomas, salvo por los extranjerismos del suyo.
Este desprecio hacia lo árabe parece llegar incluso a la sintaxis, a tenor de lo que observa El-Shidiac tras hacer un repaso de la fonología local (p. 61):
Lo curioso aquí es que si el sujeto del vocativo es eminente e importante le anteponen la partícula del italiano y dicen أو مولاي [Oh, señor mío], y si es despreciable le anteponen la del árabe y dicen يا تفاح يا عنب [Eh, manzana; eh, uva].
Aunque, a pesar de su actitud hacia el árabe maltés, cargada también de cierto desdén, el autor encuentra en el fondo un motivo de satisfacción (p. 66): "La pervivencia de la lengua árabe en la isla de Malta, aunque desfigurada al no haber sido recogida en los libros, es una prueba de su fuerza y arraigo entre los pueblos a los que se extiende".

El-Shidiac (lit. 'subdiácono'), maronita convertido primero al protestantismo y más tarde al islam, fue profesor de árabe en Malta entre 1838 y 1848, sucediendo a fray Ġużeppi Grassi, que había ocupado el puesto desde 1807, quizá a su vuelta de Túnez, donde John Ball, primer gobernador británico de la isla, le había enviado "perché [...] si perfezioni sempre più nel possedimento di tale lingua, e vi acquisti pure il dialetto di Barberia", como dice Ball en una carta al cardenal Consalvi, al tiempo que le recuerda que la enseñanza del árabe "oltre l’essere utile per la religione cristiana cattolica, è anche molto vantaggiosa per il commercio", único medio de subsistencia de la isla (véase para más detalle el artículo de Anthony Cremona, "L’Antica Fondazione della Scuola di Lingua Araba in Malta", Journal of the Malta Historical Society, I, 2-4, 1953-5).

5 de febrero de 2010

L-ilsien Għarbi? לא, gracias

כמא יג'יב / كما يجب / comme-il-faut

El Estado de Israel, dice Alon Fragman en su artículo sobre la (complicada) integración de profesores de árabe nativos en las escuelas hebreas (Annual of Language & Politics and Politics of Identity, 3, 2009, p. 4), es probablemente "the most interesting and important location in the world in the field of study of the Arabic language", ya que es parte integral del currículo del Ministerio de Educación. Yo diría, sin embargo, que dicho interés no reside tanto en que sea parte de los planes educativos: también lo es en Irán, por ejemplo, y lo fue en Malta bajo la presidencia del laborista Dom (Duminku) Mintoff, aunque la medida nunca llego a cuajar y en 1987 se convirtió en asignatura optativa.

2 de febrero de 2010

Estudios árabes... ¿e islámicos?

Siempre me he preguntado por qué los departamentos o áreas de árabe y hebreo no lo son de Filología Árabe o Hebrea (como lo son los de inglés, francés, alemán o italiano, a partir del nombre de sus respectivas titulaciones), sino de "Estudios Árabes e Islámicos" o "Estudios Hebreos y Arameos".

La docencia en la Universidad española se organiza en departamentos y áreas de conocimiento. La de Estudios Árabes e Islámicos, como la mayor parte de las que integran (o desintegran, según se mire) nuestras universidades, se estableció en virtud del Real Decreto 1888/1984, de 26 de Septiembre, publicado en el BOE nº 257 de 26 de octubre de 1984. Según el artículo 2.2 del mismo:
Se entenderá por área de conocimiento aquellos campos del saber caracterizados por la homogeneidad de su objeto de conocimiento, una común tradición histórica y la existencia de comunidades de investigadores, nacionales o internacionales.
En el caso que nos ocupa, a juzgar por el cóctel de lengua, filología, arte, literatura, historia y religión que iba a parar a la nueva denominación (Árabe vulgar, Arte Musulmán, Historia de la literatura árabe clásica y literatura arábiga española, Historia del arte musulmán, Historia del Islam, Lengua Árabe, Literatura Arábiga y Filología árabe, etc.), no cabe duda de que esa "común tradición histórica" (la del orientalismo en general y el arabismo español en particular) va a primar sobre cualquier consideración de "homogeneidad", a menos que se tenga por dicho "objeto de conocimiento" todo lo que suene o huela a musulmán o islámico. Basta sólo con sustituir 'árabes' por 'latinos' e 'islámicos' por 'cristianos' para hacerse una idea: imaginemos un área de "Estudios Latinos y Cristianos" cuyo objeto de conocimiento fuera todo lo relacionado con el latín y el cristianismo, entendidos en su sentido más amplio posible, y con el argumento de que el latín es una de las grandes lenguas de la cristiandad y el cristianismo explica, por sí solo, cualquier fenómeno histórico o sociológico que afecte o haya afectado a los países cristianos. En un área como ésta podríamos encontrar latinistas, pero también helenistas y expertos en fonética rumana, "sociología del mundo latino y cristiano", literatura colombiana, luteranismo, arte románico, filología francesa, etc. Impensable, ¿verdad? Pues, a poco que se piense, es este mismo tipo de esencialismo el que anima una denominación como "Estudios árabes e islámicos" y sin embargo ahí está: en inglés, en francés y... ¡hasta en árabe! (una imitación, como en español,  por mucho que el estudio de la lengua haya estado siempre unido al del Corán y las ciencias islámicas).

Visto desde la perspectiva de la tradición orientalista no es de extrañar que el catálogo de áreas de conocimiento reserve la denominación "Filología..." a las lenguas europeas (alemán, catalán, lenguas eslavas, francés, griego, inglés, italiano, latín, lenguas románicas, vasco, gallego y portugués), mientras que la de "Estudios..." lo esté para el resto (árabe, hebreo y lenguas de Asia oriental), aunque existan titulaciones como Filología Árabe o Hebrea. ¿No resulta, cuando menos, sospechoso?

No dudo que existen argumentos muy elaborados a favor de esta manera de definir objetos de conocimiento, pero aún no sé de ninguno que haya superado el discurso orientalista, por mucho que éste pretenda últimamente encajar en los llamados estudios regionales (area studies): una cosa es la interdisciplinariedad y otra muy distinta reducir a objeto de una sola disciplina lo que puede serlo de muchas, so pretexto de disponer de un conocimiento clave de la lengua, la cultura o la religión de la zona, que a menudo consiste, más bien, en una jerigonza de segunda mano: un savoir-dire libresco, adquirido en las aulas y sin verificar sobre el terreno. Tal vez el ejemplo más evidente de ello sea la escasa atención que, paradójicamente, han dedicado hasta ahora estas mismas áreas tanto a la enseñanza del árabe (la lengua) como al estudio del islam (la religión).

Cuenta Julio Caro Baroja en el prólogo a la edición de 1990 de sus Estudios saharianos que, antes de viajar al antiguo Sahara español a realizar su célebre estudio, a comienzos de los años 50, acudió a un arabista para que éste le orientara en el estudio del habla del país (la "hasanía"), pero el consultado le afirmó rotundamente que en árabe no había dialectos. No es de extrañar, así pues, que ya en la introducción a la edición original, de 1955, se despachara con el gremio a gusto y con gusto (p. x):
Con gusto hubiéramos cedido la vez a un etnólogo o antropólogo social arabista, de haber existido éste en nuestro país. Pero no a un arabista a secas, o a un filólogo. Porque es necesario decirlo: la preparación lingüística es muy importante para todo investigador de temas antropológicos y etnológicos, pero es más esencial aún tenerla fuerte en su propia disciplina, y creer (como algunos creen) que ésta es fácil de improvisar es igual, ni más ni menos, que juzgar que teniendo a mano un diccionario se puede traducir del inglés o del alemán. Improvisar un arabista es difícil, pero no lo es menos improvisar un etnólogo, aunque sea mediocre.
A eso lo llamo yo poner el dedo en la llaga... y apretar.

1 de febrero de 2010

Vexilología aplicada

Los responsables de un sitio web oficial me han encargado la traducción al árabe de una serie de contenidos informativos que han de acompañar a otros tantos en sendos idiomas estratégicos, a los cuales se podrá acceder, por lo visto, haciendo clic en las consabidas banderitas nacionales: una decisión bastante discutible que me obliga a señalar una apropiada para el árabe.

En el caso de este idioma, varias son las elecciones más habituales:

  1. Que el sitio web pertenezca a un país determinado y se emplee la bandera de dicho país para indicar el idioma.
  2. Utilizar la bandera de Arabia Saudí, considerando, entiendo yo, que es la cuna de la lengua árabe (como se utiliza la Union Jack para el inglés).
  3. Usar una bandera panárabe como la de la revuelta contra el Imperio otomano durante la I Guerra Mundial.
Lo que no recuerdo haber visto nunca es emplear la bandera de la Liga Árabe, que tiene una doble ventaja: por una parte engloba a todos los países donde el árabe es lengua oficial (con excepción de Malta, aunque ésa es otra historia), cosa que no hace la panárabe; y por otra, recuerda bastante a la de Arabia Saudí (a la derecha), hasta el punto de que, convertidas en iconos y teniendo en cuenta que el tono de verde empleado a veces varía en uno y otro caso, apenas se apreciaría la diferencia:


Por otro lado, a quienes las distingan pero desconozcan la primera, que pueden ser muchos, no les resultará difícil identificar el idioma a partir de la media luna, que viene a desdecir en cierto modo ese prurito tan característico con que leídos y escribidos nos empeñamos en dejar bien claro que una cosa son los árabes y otra los musulmanes, y que nunca está de más, sin duda, sobre todo si se alude también a la ambigüedad autóctona y a sus muchas implicaciones. Me viene ahora a la cabeza un curso de "Civilización árabe" que di hace tres años y cómo machacaba a mis pobres alumnos en este sentido; primero, tratando de que asimilaran perfectamente la teoría (un árabe lo es por lo que habla, un musulmán por lo que cree) y, después, pretendiendo que entendieran la práctica... Para ejercitarlos un poco en esto de las identidades les pedí un día que me dijeran qué hace que los españoles (de origen, como la mayoría de ellos) seamos españoles sin haberlo elegido: descartando el idioma y la religión, casi todos curiosamente llegaron a la conclusión de que bastaba con haber nacido en España, y sin embargo no es así: en realidad, depende de tus padres, de manera que la nacionalidad española no es tanto un accidente geográfico como familiar, al igual que ser árabe no lo es sólo o sencillamente lingüístico. Tiene mucho también de hereditario, como nacer musulmán o ser ojizarco, pero no por ello hay que confundir los términos, ¿no?

Dimes y diretes egipcios

Ya hablé en su día de la novela que me estoy leyendo últimamente. Hoy traigo de nuevo un par de fragmentos curiosos, traducidos también a vuela pluma (del original, aunque ya existe traducción al inglés, por si le interesa a alguien). El primero podría titularse perfectamente "Dime a quién escuchabas y te diré quién eras" (p. 101):

Una vez instaurada la ofensiva wahhabí sobre tierras de Egipto, por medio de las multitudes de maestros, médicos, empleados e incluso obreros que habían trabajado durante largas temporadas en Arabia Saudí y vuelto después, el estilo de vida egipcio cambió mucho. Prácticamente dejamos de oír la hermosa y maravillosa recitación coránica de Abdelbasit Abdessamad (عبد الباسط عبد الصمد), Muhammad Rifaat (محمد رفعت), Muhammad Siddiq El Minshawi (محمد صديق المنشاوي), etc., y el gusto del público, echado a perder, comenzó a inclinarse por voces impostadas: las de al-Huzayfi (الحزيفي) [sic; ¿Al-Hudhayfi?], as-Sudaysi (السديسي) [¿As-Sudays?], al-Thumayni (الثميني) [¿Al-Thubayti?], etc. Nos pusimos a escuchar estridencias del Golfo y echamos en el olvido a Abdelhalim (عبد الحليم), a Umm Kulthum (أم كلثوم), a Nagat...
Y el segundo podría titularse "Dime en qué hablas y te diré para qué" y requiere una explicación adicional. El protagonista y narrador, Mustafa (مصطفى), se encuentra ante el que fue su amigo de infancia y juventud, Ahmad (أحمد), entonces un militante izquierdista y en la actualidad un extremista religioso, a ruegos del padre de éste, para tratar de convencerlo de que no cambie su trabajo como ingeniero en una compañía estatal, que él considera en mano de infieles, por el de vendedor callejero de basbusa (بسبوسة) y kunafa (كنافة). En un momento de la mediación, Ahmad, entre irónico y desafiante, salta de repente del árabe egipcio al estándar o normativo, el llamado árabe clásico, y Mustafa comenta al lector (p. 126):
El árabe es mi profesión y lo adoro, pero no así a quienes lo hablan de este modo, deseando hacernos retroceder decenas de siglos.
Diciéndose más adelante entusiasmado al ver que Ahmad, incapaz de provocarlo, vuelve enseguida al egipcio (¿y al presente?); todo ello en lo que resulta una fina pero densa veta para el sociolingüista aficionado. Es de retrógrados, da a entender el narrador, hablar en árabe clásico como lo hace Ahmad, y sin embargo éste no emplea un estilo o vocabulario diferentes de los de la propia novela, ni particularmente arcaico u obsoleto. He aquí la transición (ibídem):
قاطعه أحمد ساخراً وهو يحدق في: وده يزعلك في إيه يا أخ مصطفى؟ ألا تريد الخير لي؟ أم جئت تنصحني بأن أعمل معكم في تزوير الحقائق والتدليس على الناس.
Por lo tanto se diría que en opinión del protagonista lo reaccionario, sencillamente, es hablarlo. Pero, ¿y fuera de la diégesis? Es decir, ¿qué piensa el autor de la obra, Mekkawi Said (مكاوي سعيد), que a fin de cuentas escribe en ese mismo árabe clásico, por más que lo aderece con voces y diálogos en egipcio? Imagino que algo parecido a lo que opina su álter ego, y que tan bien resume lo que es el fenómeno de la diglosia, en este caso literaria y narratológica: que una cosa es hablar... y otra muy distinta escribir.