Pensando en este criterio de equidad para con judíos y musulmanes, y en cómo se avivan los rescoldos de la historia, no he podido dejar de recordar a don Emilio, ya saben, ma bête noire, que en eso de repartir a unos y otros por igual, fue todo un precursor, comenzando por el quinto centenario de la toma de Granada y la expulsión de los judíos:
Desde que existen los calendarios, quizás no haya habido un año como el de 1492, en que ocurrieran tantas cosas sensacionales en la larguísima, variada y fascinadora historia de España. En ese año, sin contar asuntos de menor monta, los españoles ganamos Granada, completando la unidad nacional, descubrimos un Nuevo Mundo, redondeando la tierra, expulsamos a los judíos, a la zaga de otras naciones, se publicó la Gramática de Nebrija que consagró nuestra famosísima lengua en un código de amplitud ecuménica, ¡qué se yo! [...]---Emilio García Gómez, "Las cenizas de la historia", Elcultural.es, 02.06.2005.
No he querido intervenir en las conmemoraciones judías, porque, sin ser en modo alguno antisemita, no creo [...] que dentro de la España medieval coincidieran "tres culturas", sino sólo "dos", con una tercera "visitante".
Y siguiendo con la expulsión de los moriscos, o de "los moros" a secas, como refiere a Asín Palacios en una carta que ya he citado al menos en una ocasión:
Por mucho que nos entristezca la lectura de las relaciones de expulsión de los moriscos de España, hay que pensar que, una vez hecho, ha sido la medida política más sabia del mundo. [p. 47]---Emilio García Gómez, Viaje a Egipto, Palestina y Siria. (1927-1928): Cartas a Don Miguel Asín Palacios, Madrid, 2007.
Yo solo europeo entre centenares de esta gentuza [...]. No lo puedo remediar. Los que expulsaron los moros de España me parecen ahora más sabios que Salomón. [p. 68]
Debe hacerse una manifestación efusiva y dinámica, cualidades de las que indudablemente, aquí y ahora, casi carece en absoluto, y dejar de ser casi en exclusividad una rígida forma escolástica, si no quiere quedar reducido, y rápidamente, a una especie de guetto intelectual o dilettante.Esta tendencia, "rigurosamente filo-árabe" en la expresión de García Gómez, representa sin duda la verdadera seña de identidad de esta nueva etapa, por encima del descubrimiento del mundo árabe contemporáneo o de su literatura, ya que éste había tenido lugar con anterioridad ("es un terreno", prosigue el veterano arabista, "en el que muchos hemos intervenido y aún plantado más de un arbusto"), y puesto que dicha arabofilia se observará también, a la larga, en otros ámbitos de interés, como en éste que nos ocupa de los moriscos, o en el de Al-Ándalus en general. El arabista, tanto si se ocupa del siglo XX como del XIII o del IX, se involucra y manifiesta hacia el objeto de estudio bastante más simpatía y empatía que sus antecesores; lo cual, sin embargo, no se traduce necesariamente en un cambio radical de actitud hacia los árabes de carne y hueso, en persona (بلحمهم ودمهم), y de ahí que haya escogido a propósito el término 'arabofilia' en lugar del de 'maurofilia'. En muchos casos, tengo la impresión, la adhesión más o menos sincera a un sinfín de causas árabes, de cara a la galería, podría no ser más que un intento de contrarrestar una disonancia cognitiva, a la manera descrita por Inbar, Donitsa-Schmidt y Shohamy:
Dissonance theory reasons that any unfavorable aspects of the chosen alternative provide cognitions that are dissonant with the initial cognition of the individual which led him/her to choose the way s/he did. To reduce the resulting dissonance pressure, the individual exaggerates the favorable features of the chosen alternative and plays down its unfavorable aspects.O dicho de modo más gráfico: el arabista ha de convencer a la sociedad, y de paso tal vez a sí mismo, de que los árabes merecen verdaderamente la atención que dice brindarles.
El arabismo experimentará así una transición paralela a la que vive el país: un cambio de rumbo marcado por las condiciones de la embarcación y sus tripulantes, que, como era de esperar, no satisface a todos. Es el caso del diplomático José María Ridao ("Reflexión sobre el arabismo español", Quimera, 157, 1997, p. 60):
Lamentarse del atropello colonial o tomar partido por la causa palestina no constituyen resortes capaces de transformar la deficiente escuela tradicional. A pesar de la espectacularidad del cambio de rumbo llevado a cabo en la década de los setenta, no es difícil destacar la continuidad inquebrantable de los estudios árabes en España. Hablar de escuela renovadora es una forma de entenderse porque, al igual que el arabismo tradicional, parte de un error de principio: el de creer, en contra de una idea comúnmente admitida desde Kant, que es el objeto de estudio y no el método lo que da lugar a una ciencia.La reflexión de Ridao, opina Bernabé López García en sus "30 años de arabismo español: el fin de la almogavaría científica (1967-1997)" (p. 43), es una "verdadera ocasión perdida para hacer una radiografía más certera del arabismo actual" y excusa para "algún ajuste personal de cuentas", pero contiene, no obstante, "alguna observación pertinente", como, en mi opinión, su referencia al "estudio de la lengua árabe en correcto castellano" (ibídem) y a la inconsistencia de considerar los estudios árabes e islámicos ("Árabe e Islam", dice él) una especialidad. De "alucinada propuesta" tilda en cambio Nieves Paradela la desaparición de los departamentos que llevan tal nombre "o, quién sabe, si la del arabismo en su conjunto"; y la reacción es comprensible, tanto más cuanto que este filo-arabismo aspira a convertirse en un intermediario ineludible entre árabes y españoles:
No debe el arabista dejar para los demás el análisis de todo aquello que toque a la política, sociedad y economía, máxime cuando los planteamientos dominantes están teñidos de colonialismo o se acompañan con una debilidad de conocimiento de la historia y la lengua árabes y la producción generada en ella.---Carmen Ruíz Bravo-Villasante, "Arabismo español y anticolonialismo", en Pedro Martínez Montávez, Pretensiones occidentales, carencias árabes, Madrid, 2008, p. iii.
Sin embargo, hay algo en lo que Ridao, por su alusión a la enseñanza del árabe en español, y los filo-arabistas parecen coincidir: el arabista, prosigue C. Ruíz, "no puede dejar de leer y dialogar con los árabes en su propia lengua", ni debe aceptar un papel de "politólogo a secas, displicente —y por ello hostil— para con la lengua y la literatura árabes, en el que se sitúan muchos, entre ellos ciertos arabistas". Y aquí es adonde quería yo llegar: ¿puede trazarse un vínculo entre arabofilia y dominio efectivo del árabe?
Yo diría que no. Lo hay, pienso, en el caso de la maurofilia, si se entiende por tal (como yo he querido hacer) una disposición favorable al trato cotidiano con árabes de carne y hueso, pero no si por arabofilia entendemos una simpatía hacia un mundo árabe abstracto, presente o pasado, pero a una distancia prudente, y concebido en cualquiera de los casos a imagen y semejanza del arabista. Dicho de un modo mucho más gráfico: ¿no resulta paradójico que muchos arabistas, siempre dispuestos a solidarizarse con los descendientes de los moriscos o con las víctimas del colonialismo israelí, no muestren la menor disposición a relacionarse con ellos en su idioma?
Estoy convencido de que los mayores representantes de ese filo-arabismo coincidirían conmigo en que lo es, y sin embargo, es curioso, este "cambio de rumbo" no pasará a los anales del arabismo español por su interés en la didáctica del árabe como lengua extranjera, y ni siquiera por denunciar sin ambages la escasa atención que recibe. Si hay alguien a quien mencionar al respecto, ése es, sin duda alguna, Federico Corriente, que a mi modo de ver constituye él solo un rumbo aparte.
Hoy, por cierto, la Universidad de El Cairo ha homenajeado a Martínez Montávez, con motivo del vigésimo quinto aniversario de la apertura de su departamento de español, y me gustaría terminar con unas palabras suyas, de una entrevista publicada en el volumen Arabismo y traducción (Madrid, 2003, p. 149-50), que ya he citado en alguna ocasión:
Yo he sido arabista y seguiré siendo arabista. En ese sentido soy como los moriscos emigrados a Túnez: seguiré reivindicando mi condición. [...]En fin, no me hagan mucho caso en lo demás, pero, si es el suyo, no dejen que lo de la disonancia cognitiva les impida adherirse a la candidatura.
Los arabistas siempre hemos sido un gremio, como dicen algunos, con muy poca predisposición a la concesión, y a la sinceridad, y me parece que, en contra de algunas apariencias, la cosa se ha agravado. El cierre en algunos campos del arabismo es ahora mayor de lo que fue en los años cuarenta y cincuenta. [...] El panorama del arabismo español es un poco desolador. Hay menos trasvase, bastante menos, de lo que tendría que haber.
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