3 de enero de 2014

Antes púnico que árabe

L. de Mármol y Carvajal, Historia del rebelión y castigo de los moriscos del Reyno de Granada, Málaga, 1600, fº 40
Memorial de Fco. Núñez Muley, BNE, ms. 6176, fº 325v
En lo que toca al capítulo de la dicha premática que habla en la lengua aráviga: que ay en ella munchos enconvinientes, y se a de quitar:—a esto digo con mi prove juyzio que ningún enconviniente ay en que quede la lengua aráviga, por dos cosas. La una e prençipal; no toca la lengua en la seta ni contra ella, porque, como tengo arriba dicho, que los cristianos católicos de la santa casa de Jerusalén e todo nuestro rreyno de cristianos hablan en lengua aráviga, y escriben sus libros de evangelios y leyes y todo lo que toca a la cristiandad, [...] diré más cerca de la ysla de Malta donde ay los católicos cristianos y hijos de algo: ansimismo hablan arávigo y escriben arávigo lo que toca a la santa fe católica y lo demás de cristianos; y creo que dizen las misas, ansý en las partes susodichas como en la ysla, en arávigo.
---Kenneth Garrad, "The Original Memorial of Don Francisco Nuñez Muley", Atlante, 1954, 2:4, p. 198-226, 221.

Sabido es que, durante largo tiempo, a la lengua maltesa se le quiso atribuir un origen púnico, en un intento desesperado por obviar su condición de árabe, y ello debido a la tradicional asociación de este idioma con el islam, contra la que ya, por cierto, en la España del XVI y XVII habían elevado sus voces moriscos como el jesuita Ignacio de las Casas o el notable Francisco Núñez Muley (véase, p. ej., M. García-Arenal y F. Rodríguez Mediano, Un Oriente español, Madrid, 2010, p. 57 y ss.). Será el testimonio del ceptí al-Himyari (الحميري) en su Jardín perfumado para noticia de los países (الروض المعطار في خبر الأقطار), contando cómo la isla quedó asolada y deshabitada («خربة غير آهلة») tras su conquista, hasta ser repoblada más tarde por musulmanes, el que, una vez exhumado por Joseph Brincat, pondrá término definitivamente, como recuerda Martine Vanhove ("La langue maltaise: un carrefour linguistique", Revue des Mondes Musulmans et de la Méditerranée, 1994, 71, p. 167-183, 167), a todas las especulaciones:
[...] Qui eurent cours jusqu'au XIXe siècle dans le milieu des grammairiens quant à une origine phénicienne, punique ou "cananéenne" de la langue maltaise, et qui a encore aujourd'hui les faveurs d'une grande partie de la population maltaise, tant les préjuges contre tout ce qui peut avoir un lien avec la religion musulmane sont forts dans ce pays profondément catholique.
"There is no philological evidence", había concluido ya de cualquier modo Paul Grech, tres décadas antes, "that any traces of Punic remain in modern Maltese" (Journal of Maltese Studies, 1961, 1, p. 130-138, 137-138).

Especulación o fe púnica es también la de González Ferrín, como subrayaba hace poco aquí Alejandro García Sanjuán y denuncia en su última obra (La conquista islámica de la península Ibérica y la tergiversación del pasado, Madrid, 2013, p. 355-356), cuando el arabista habla de un "sustrato previo púnico" que habría pervivido en Hispania hasta el s. VIII, o afirma que "Taric" (طارق بن زياد) "desde luego, hablaba latín tardío preñado de púnico y griego —lo mismo que se hablaba en el sur de Hispania—" (Historia general de Al Ándalus, Córdoba, 2006, p. 67). Por un instante uno cree estar leyendo a Gottfried Hensel (1687-1767), para el que hasta el español de su época abundaba en palabras púnicas "ob Maurorum incursionem" (es decir, debido a la incursión de los moros); pero no, se trata de una obra reciente, del siglo XXI, aunque no por ello nos es dado saber sobre qué indicio de los existentes acerca de la supervivencia tardía del púnico, ninguno relativo a la Península o siquiera al Magreb occidental, sustenta el arabista su trueque. Si es siguiendo a Stanislav Segert, para el que "the Punic language survived until the 6th century C.E." en algunas áreas del Norte de África, la península ibérica, Malta, Sicilia, Cerdeña y Baleares ("Phoenician and Punic Morphology", en Alan S. Kaye, Morphologies of Asia and Africa, 2007, p. 75), no está de más advertir, como hace Robert M. Kerr (Latino-Punic Epigraphy: A Descriptive Study of the Inscriptions, Tubinga, 2010, p. 24), que Segert "gives no elucidation" al respecto, como no la hay en el propio González Ferrín y tampoco, satisfactoria al menos, en quienes siguen tratando de buscar un origen púnico al árabe dialectal, como es el caso reciente de Abdou Elimam ("Du Punique au Maghribi: Trajectoires d'une langue sémito-méditerranéenne", Synergies Tunisie, 1, 2009, p. 25-38), cuya teoría queda suficientemente desarmada en la entrada que le dedica Lameen Souag (الأمين سواق) en su blog «الأصول التأريخية للدارجة الجزائرية»: ni una sola palabra, concluye Souag, de las que Elimam propone en su lista de presuntos étimos, consigue demostrar siquiera que el púnico influyó en ese magrebí. ¿Cómo convencernos, entonces, de que está en su origen? Es, sentencia por fin este colega, como pretender que el francés viene del galo.

Si hay algo de sospechoso en estas especulaciones es que, en general, como sucedía con el maltés, son realmente más antiárabes, o antiarabo-musulmanas, para ser más precisos, que filopúnicas: antes púnico, podría formularse, que árabe.

Un buen ejemplo de lo anterior lo ofrece el británico William Willcocks (1852-1932), ingeniero de riego al servicio del gobierno egipcio y ardiente partidario de reemplazar el árabe normativo por el nativo local, aunque "rather than being driven by scholarly linguistic motives", advierte Daniel L. Newman, si es que puede haberlos a favor o en contra, "Willcocks was possessed with a firebrand missionary zeal [...] for converting Muslims in Egypt" (Daniel L. Newman, "The Arabic Literary Language. The Nahda (and beyond)", J. Owens (ed.), The Oxford Handbook of Arabic Linguistics, 2013, p. 486). Como explica Marwa S. Elshakry ("Knowledge in Motion. The Cultural Politics of Modern Science Translations in Arabic", Isis, 2008, 99, 701-730, p. 723):
In 1892 he presented a paper entitled "Why Do the Egyptians No Longer Have the Power of Invention?" in which he argued that progress would never be achieved in Egypt so long as it continued to use an immutable literary language. Only by replacing classical with colloquial Arabic, he insisted, would Egyptians be able to recover the "power of invention" and begin to advance in the sciences. (Perhaps not coincidentally, he also regarded colloquial Egyptian as the key to a Christianized Egypt; he would later translate the New Testament and the "Teachings of Christ" into colloquial Egyptian Arabic.) 
Pero es que, además, continúa Elshakry, "Willcocks also espoused a theory of the Punic origins of Egyptian Arabic"; aunque la suya, en realidad, era algo más ambiciosa, como indica el título del artículo en que la expone: "Syria, Egypt, North Africa and Malta speak Punic, not Arabic" (Bulletin de l'Institut d'Égypte, 1926, 8, p. 99-115): "All the languages spoken from Aleppo to Morocco (including Malta)", pontifica el ingeniero, "are the ancient spoken Phoenician or Punic or Canaanitish language, and [...] they certainly are not Arabic. These Punic languages are older than Arabic" (p. 105); y para ello no duda en recurrir a argumentos de peso como el siguiente: "As a Punic language, Egyptian is full to the brim of sharp crisp words and short, effective expressions. All these words and expressions literary Arabic avoids as though they were poison" (p. 111). Refiriéndose a la Malta islámica, p. ej., Willcocks haría las delicias de un González Ferrín al distinguir entre árabes y sarracenos, a los que más adelante identifica como "Moslem Syrians" (p. 109), señores de la isla entre 870 y 1070: "In these thousand years, it has only been for 200 years under sea faring Saracens, not Arabs, how can its language be Arabic?" (p. 104).

Si el caso de Willcocks es interesante, sin duda, es porque en él este afán por barnizar de púnico lo árabe no sólo coincide con una probable segunda intención ideológica, sino que ambos a su vez coinciden, y cuesta creer que casualmente, con su empeño en otro cambalache: el de sustituir aquel árabe literario, el normativo, por un egipcio a secas que ya no es ni árabe.

Actualización (07.01.2014)
Ayer descubrí que de William Willcocks, su ánimo de reemplazar el árabe normativo por una lengua vernácula a la que atribuye un origen púnico, y su posible motivación religiosa, habla también Yasir Suleiman, al que he citado varias veces recientemente, en su Arabic, Self and Identity. A Study in Conflict and Displacement (Oxford University Press, 2011, p. 109, n. 33):
Willcocks's enthusiasm for the Egyptian colloquial may, in fact, be linked with his work as an evangelist who believed in taking his message to the people in the vernacular to counter the link between the fusha and the Qur'an. This may help to understand why Willcocks spent quite a bit of his energy and his personal resources to translate the Bible into Egyptian Arabic.
Y lo hace en un capítulo que dedica a investigar el vínculo existente entre lengua y ego a través de la obra de cuatro autores residentes como él, durante la mayor parte de sus vidas, fuera del mundo árabe, del que recomiendo en particular el apartado "Out of place, between languages" (p. 77-95), en que analiza con intuición y afecto evidentes las memorias de Edward Said y su artículo póstumo, "Living in Arabic" (Al-Ahram Weekly, 667, 2004). La mención de Willcocks se produce al hilo de otro de estos apartados, cuya protagonista es la profesora de Teología Leila Ahmed, "a campaigner against the classical language" contra la que carga Said en dicho artículo y que Suleiman, cuyas simpatías y antipatías en este punto son manifiestas (aunque en ningún momento, opino, en menoscabo de su análisis), convierte de algún modo en antagonista del autor de Orientalism.

Actualización (14.04.2019)
Más sobre Willcocks:
Sameh Hannah, "The British Civil Engineer who made Jesus speak like an Egyptian: William Willcocks and al-Khabar al-Ṭayyib bitāʿ Yasūʿ al-Masīḥ", Biblia Arabica, s.d.

3 comentarios :

Unknown dijo...

No encuentro mejores palabras para definir esta actitud que las de Juan Goytisolo en su Presentación de Orientalismo de Eduard Said (2008, 11) dice:
“Fundándose en premisas vagas e inciertas, forjó una avasalladora masa de documentos que, copiándose unos en otros, apoyándose unos a otros, adquirieron con el tiempo un indiscutido –pero discutible- valor científico. Una cáfila de clisés etnocentristas, acumulados durante los siglos de lucha de la cristiandad contra el islam, orientaron así la labor escrita de viajeros, letrados, comerciantes y diplomáticos: su visión subjetiva, embebida de prejuicios, teñía sus observaciones de tal modo que, enfrentados a una realidad compleja e indomesticable, preferían soslayarla a favor de la “verdad” abrumadora del “testimonio” ya escrito”.
El sujeto elíptico en este párrafo es “el orientalismo”, padre, sin duda alguna, del arabismo. La situación que imperaba en aquellos tiempos (S. XIX-XX) ha variado, y ya no existe esa necesidad de que la referida Institución, “con su nueva o vieja apariencia” (Eduard Said: 2008, 20), asuma la misma función y juegue el mismo papel para el que fue creada; sin embargo cuesta deshacerse del legado que dejaron los padres de la misma, dentro del cual se puede encuadrar el hecho de no considerar de vital importancia un buen dominio del árabe, en este caso, mientras se conozcan la cultura, las costumbres, la mentalidad, las creencias y otros aspectos del mundo árabe, como una parte importante de “Oriente”.
Los que reivindican la normalización de un dialecto o que este sustituya al árabe clásico y los que los patrocinan no hacen más que repetir la misma frase “antes púnico que árabe” con otras palabras “antes dialecto (الدارجة) que árabe clásico (العربية الفصحى )”, pero, seguramente, con las mismas intenciones, porque si esto último se llevara a cabo, en pocos años, el acceso al patrimonio cultural, histórico, literario, científico, al Corán, al hadiz…etc. que están escritos en al-‛arabiyya al-fushà, será difícil, si no decimos imposible, que es lo que se busca en realidad, puesto que el vínculo que une a los musulmanes con la lengua del Corán es tan fuerte que el orientalista francés Jack Burke (1910/1995) se atrevió a declarar que "la fuerza más poderosa que ha resistido frente al colonialismo francés en Marruecos es el árabe, me refiero a la lengua árabe clásica en particular, es la que impidió la fusión de Marruecos en Francia, el árabe clásico es el que cristalizó la originalidad argelina, el árabe clásico ha sido un factor importante en la supervivencia de los pueblos árabes".
Gracias Antonio por este espacio de estudio y debate. No hace mucho que lo he descubierto pero ya me aficioné a su lectura.

Anís del moro dijo...

Gracias a ti por tu comentario y por seguir el blog, Hanaa.

El propio Suleiman, al que cito al final de la entrada, realiza unas páginas más adelante (115-120) una interesante prospectiva, cuya lectura aconsejo vivamente, de las dificultades que encontraría y las consecuencias que tendría la oficialización del árabe vernáculo, entre ellas, por supuesto, un olvido paulatino del acervo clásico, como sucedió en Turquía y como tú misma apuntas.

Refiriéndose al vínculo entre la lengua فصحى y el Corán, p. ej., advierte de algo más que evidente (aunque haya quien ni a eso alcance) y en la línea de la cita de Jacques Bercque que traes a colación: "It is, in fact, the rank-and-file Muslims in the Arabic-speaking world who police this link, rather than the ruling elite. And if it appears that the ruling elites are preserving this linguistic status quo in their societies [...], they are most probably doing so not out of despotism, although they are or may be despots, but because of their keen awareness that challenging this status quo would lead to social and political upheaval, rather than to religious enlightenment, political freedom and democracy" (p. 116).

Anís del moro dijo...

Y antes arameo que árabe. (De ser cierto que Taleb se contradice, como sostiene Lameen Souag, y demuestra lo contrario de lo que se propone —yo diría que ni eso—, estaríamos ante una excepción a la ley de Brandolini: por una vez la cantidad de energía necesaria para refutar una chorrada sería prácticamente la misma que la empleada en soltarla.

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