Toca despedir, una vez más, un año ميلادي (natalicio, de la era cristiana) y dar la bienvenida a otro, y Anís del moro lo hace, como no podía ser menos, deseando a sus lectores, como suele hacerse en árabe, que "cada año que pase estén bien", como se lee (gracias a Photoshop) en el maletero del taxi que aparece en la imagen.
Este año-taxi que se va no ha sido muy fecundo para el blog, siguiendo una sucesión anual decreciente que, de confirmarse, me llevaría a no publicar ni una sola entrada en todo 2014. Quiero creer, no obstante, que no tiene por qué ser así: si bien la inspiración o los temas pueden faltar, como apuntaba ya a comienzos del verano con motivo de otra felicitación, raro sería que dieran en hacerlo durante tanto tiempo. Lo que a nadie debería extrañar, en cambio, es que siga repitiéndome cual ajo porro como hasta ahora, para azote de colegas biempensantes. Decía una reseña publicada en las páginas de la desaparecida mediateca de Casa Árabe que en este blog un servidor "reflexiona en voz alta sobre lo que a su modo de ver es o tiene que ser el arabismo o la enseñanza del árabe" (con la esperanza, me gustaría añadir, de hacer reflexionar a otros) y lo cierto es que pocas novedades cabe esperar a este respecto, pues pocas son asimismo las que observo y, de éstas, menos aún las que mueven al optimismo. En el caso de la enseñanza del árabe, p. ej., y me refiero ahora a una cuestión que no he llegado a tratar aquí y agotada ya, espero, es desolador, por más que ande uno curado de espanto, asistir a la promoción, en buena medida publicitaria, de fórmulas pretenciosas, extravagantes y ajenas al verdadero problema del sector: una formación y selección del profesorado más que deficientes. Desolador, decía, pero ante todo sintomático, y es que dicha actividad didáctica, lejos de normalizarse efectivamente, parece condenada a la improvisación, en consonancia con la idea, más o menos encubierta pero cardinal, de que el arabismo es una disciplina a título propio y capaz de contender, lo que es más grave, con las ciencias humanas y sociales convencionales. El riesgo, para más inri, de salir mal parado de dicha contienda cuando se libra en un terreno como el de la enseñanza del árabe, recóndito para propios y extraños, es aún menor que en otros, fronterizos y más concurridos, como el de la historia, la ciencia política o la sociología; y sin embargo, ninguno de estos últimos merece como el primero, en mi opinión, la consideración de piedra de toque del arabismo.
Echada la perorata de turno y ante la nueva, inminente y figurada bajada de bandera, sólo me queda desear a todos, también a los que preferirían no estar leyéndome, un plácido y cómodo trayecto hasta su próximo destino.
Este año-taxi que se va no ha sido muy fecundo para el blog, siguiendo una sucesión anual decreciente que, de confirmarse, me llevaría a no publicar ni una sola entrada en todo 2014. Quiero creer, no obstante, que no tiene por qué ser así: si bien la inspiración o los temas pueden faltar, como apuntaba ya a comienzos del verano con motivo de otra felicitación, raro sería que dieran en hacerlo durante tanto tiempo. Lo que a nadie debería extrañar, en cambio, es que siga repitiéndome cual ajo porro como hasta ahora, para azote de colegas biempensantes. Decía una reseña publicada en las páginas de la desaparecida mediateca de Casa Árabe que en este blog un servidor "reflexiona en voz alta sobre lo que a su modo de ver es o tiene que ser el arabismo o la enseñanza del árabe" (con la esperanza, me gustaría añadir, de hacer reflexionar a otros) y lo cierto es que pocas novedades cabe esperar a este respecto, pues pocas son asimismo las que observo y, de éstas, menos aún las que mueven al optimismo. En el caso de la enseñanza del árabe, p. ej., y me refiero ahora a una cuestión que no he llegado a tratar aquí y agotada ya, espero, es desolador, por más que ande uno curado de espanto, asistir a la promoción, en buena medida publicitaria, de fórmulas pretenciosas, extravagantes y ajenas al verdadero problema del sector: una formación y selección del profesorado más que deficientes. Desolador, decía, pero ante todo sintomático, y es que dicha actividad didáctica, lejos de normalizarse efectivamente, parece condenada a la improvisación, en consonancia con la idea, más o menos encubierta pero cardinal, de que el arabismo es una disciplina a título propio y capaz de contender, lo que es más grave, con las ciencias humanas y sociales convencionales. El riesgo, para más inri, de salir mal parado de dicha contienda cuando se libra en un terreno como el de la enseñanza del árabe, recóndito para propios y extraños, es aún menor que en otros, fronterizos y más concurridos, como el de la historia, la ciencia política o la sociología; y sin embargo, ninguno de estos últimos merece como el primero, en mi opinión, la consideración de piedra de toque del arabismo.
Echada la perorata de turno y ante la nueva, inminente y figurada bajada de bandera, sólo me queda desear a todos, también a los que preferirían no estar leyéndome, un plácido y cómodo trayecto hasta su próximo destino.
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