Dice Luis Molina, investigador y vicedirector de la Escuela de Estudios Árabes de Granada (CSIC), en "El arabista español ante las fuentes históricas" (Al-Qantara, 13, 1992, p. 446) que hay (y creo que la extensión de la cita está sobradamente justificada):
Años después Molina sostendrá (errando de nuevo, a mi modo de ver) que fue el "elogiable afán por homologarse con el arabismo internacional" lo que "trajo asociado un atisbo de rechazo hacia los estudios andalusíes, reacción un tanto desmesurada a la innegable dictadura de lo andalusí" (véase "El espíritu filológico. El arabismo y su relación con otras disciplinas", Al-Andalus/España. Historiografías en contraste. Siglos XVIII-XXI, Madrid, 2009, p. 248), pero admitiendo ya, al mismo tiempo, que se trataba de una "rebelión contra el poder establecido"; una revuelta cuyos "inevitables excesos" (ibídem):
María Jesús Viguera ha descrito muy bien cómo "durante los años 70 todo fue cambiando en el arabismo y aquella anterior averiguación esencial hispano-árabe fue dejando paso a otras orientaciones sustentadas por otras generaciones, intereses, métodos y fuentes" (véase "Al-Andalus y España. Sobre el esencialismo de los Beni Codera", ídem, p. 67), poniendo como ejemplo la transición de la revista Al-Andalus (1933-1978) a su sucesora, Al-Qantara (1980-), que sus protagonistas (Vallvé, Cabanelas, Ocaña, Terés, Vernet y Arribas) atribuirán a la "falla" o "boquete" que "por razones cronológicas y sociológicas —metafóricamente diríamos geológicas— se ha producido en nuestro terreno" (cf. p. 69).
Sin embargo, una veintena de años después, ya en la década de los 90, el estudio de Al-Ándalus aún podía parecerle rancio, mortecino y antipático a un estudiante de 2º o 3º de Filología Árabe como yo, y ello pese a que "las líneas de trabajo del arabismo español clásico" no tenían un "excesivo predominio" ni en los planes de estudio ni entre el profesorado de la carrera, de modo que si algo podía haber de empacho, tanto o más lo había de tasto o resabio a eso que yo llamo nacionalarabismo, con sus raras servidumbres, su peculiar discurso sobre Al-Ándalus o al-andalusología, y, cómo no, un mal disimulado desafecto por el árabe y buena parte de sus hablantes, con excepciones del todo honrosas, por supuesto.
De esa identificación y de este largo preámbulo se podrá colegir fácilmente que el estudio de Al-Ándalus nunca fue (ni ha sido) lo mío, y quizá también que las probabilidades de reconducir semejante indisposición por mi parte eran muy pocas, al menos en el seno de un arabismo acomodadizo y poco o nada rupturista con el pasado, en la medida, opino yo, en que la "solución de continuidad" de la que habla el Consejo de Redacción de Al-Qantara resultará verdaderamente más cronológica y sociológica que ideológica o incluso metodológica: no puede ser casual que "el cambio de perspectiva generalizado", como dice Viguera, se consagre "a través del libro de Guichard, Al-Andalus, estructura antropológica de una sociedad islámica en Occidente", publicado en español en 1976, y no en torno a ninguna obra ni figura del arabismo local. Mención aparte merece "la nueva vega a la que asoma Federico Corriente", a decir de García Gómez, con la publicación en 1977 de A Grammatical Sketch of the Spanish Arabic Dialect Bundle, "la de la pura filología" (p. x), reivindicada como propia en un primer momento. No en balde es el "fin que prácticamente tuvo en 1492", añade García Gómez, el llamado "árabe hispánico" o "hispano-árabe" lo que "incluye nuestro tema entre los que son fundamentales del arabismo español y más específicamente entre los de nuestra escuela" (p. xi), en cuya "lista ya secular [...] o precisando más ahora que los tiempos hacen brotar arabistas hasta debajo de las piedras, dentro de la genealogía de los «Beni Codera»" se ve "inscrito así con brillante rapidez" (p. x) el autor de la obra... al menos hasta nueva orden, coincidiendo con su abandono de la "hipótesis métrica hispánica" del propio García Gómez y más en profundidad, supongo, con la transición de lo hispano-árabe y lo hispano-musulmán ("dos denominaciones ideológicamente deformadas y deformantes que repugnan a la imparcialidad inseparable de la auténtica ciencia", recordará Corriente en 1998) a lo andalusí a partir de la segunda mitad de los 80.
Volviendo a mi caso, será una vez terminada la carrera y embarcado en la traducción, por encargo, de la Agricultura y poblamiento rural en Sevilla durante la época abbadí (Sevilla, 2001) del profesor Ahmed Tahiri (أحمد الطاهري), cuando vuelva a pisar Al-Ándalus, valga la expresión, en un viaje del árabe al español no exento de placer y de un cierto "espíritu filológico", algo más auxiliar que el que predica Molina, pero remunerado y circunstancial al fin y al cabo, como lo será la beca de la Fundación El legado andalusí que obtuve a finales de 2002 para trabajar con Jorge Lirola y José Miguel Puerta en su Diccionario de autores y obras andalusíes, y que me depararía la ocasión de ser testigo de lo que, en mi opinión, ha sido un episodio muy reseñable de transición hacia una democracia de lo andalusí, y a la vez, paradójicamente, digno de la atmósfera en que Codera alumbró su Bibliotheca Arabico-Hispana:
Me refiero naturalmente a la reanudación de esa labor inicial a través de la Fundación Ibn Tufayl, y a la publicación de los últimos volúmenes de la Biblioteca de al-Andalus, primera entrega de una ambiciosa Enciclopedia de la Cultura Andalusí.
Aunque no es a mí, por descontado, a quien cabe hacer una valoración de la obra; no ya por mi escasa y muy modesta participación en ella, sino porque, como ya adelantaba, Al-Ándalus nunca ha sido lo mío; todo lo cual no me impide apreciar el espíritu que los responsables han deseado imprimir a la obra y, en particular, el énfasis en el cotejo y el aprovechamiento de las fuentes árabes en su idioma original, junto a una querencia por este último (manifiesta, p. ej., en el vídeo de presentación más arriba) inusual, por extraño que parezca, en el gremio; tanto, tal vez, como el igualitarismo editorial de la obra: "todos somos necesarios pero ninguno imprescindible", o algo parecido, le he escuchado a Jorge Lirola más de una vez, aunque no cabe duda de que él mismo lo ha sido, vital, para este proyecto.
Ojalá, en fin, que cunda ese espíritu, tan constructivo como el que defiende Lirola en otros ámbitos (no sin kafkianas consecuencias para él) y tan "rigurosamente filo-árabe" como "ese respetable y respetado arabismo, útil, atractivo y legítimo", en palabras de García Gómez, de nuevo, que abunda en los 70 y "se interesa por la lengua, la literatura y la política de los árabes «actuales»" pero "no es tan entrañablemente nuestro como el que estudia el complicadísimo pasado medieval ibérico" (p. xi-xii), "filoárabe" también, si se quiere, pero al modo de Codera, que "no era, como Simonet, antiárabe", sino que coincidía "con la orientación de la apologética católica modernísima", y cuya "manera de enfocar la civilización islámica procedía [...] de la firmeza con que practicaba la cristiana y principalísima virtud [...] de la justicia", según dice García Gómez (1950, p. 127); si no a la manera de este último:
Habrá quien considere que esa dicotomía estéril entre un arabismo de lo propio y un arabismo de lo ajeno se superó hace ya tiempo, si no en los 70, inmediatamente después, o incluso antes, de la mano del propio García Gómez en los 50; y habrá quien considere, como yo al leer a Molina y al observar a mi alrededor, que sigue latente. Para Bernabé López García, que en "30 años de arabismo español: el fin de la almogavaría científica (1967-1997)" (Awraq, 18, 1997, p. 11-48) habla de "ensimismamiento andalusista" (p. 11) y considera "superado el viejo conflicto que en 1965-70 oponía los «andalusistas» a los «modernistas»", lo que "sigue subsistiendo, fomentado por cuantos no saben compartir proyectos, ideas y descubrimientos sino privatizar la ignorancia", es un "espíritu «nacionalista» y gremial" (pasaje este ausente en la versión electrónica del artículo, que difiere en algunos otros de la impresa), en referencia a quienes todavía no han aceptado que "el mundo árabe no es coto cerrado de arabistas" y que no hay, más aún, "orientalismo, ni arabismo, ni sinología, etc., sino disciplinas científicas [...] que deben acercarse a los diversos pueblos, entre ellos el árabe" (p. 46-7). En este sentido, la verdadera superación pasa por dejar al descubierto las coincidencias entre ambos arabismos y por admitir que, fuera de la filología y la lingüística aplicada, el arabismo sólo puede ser "almogavaría científica", expresión acuñada por Julián Ribera en 1902, pero no ya en alusión al "voluntarismo individualista", la falta de "protecciones oficiales" o "la sensación de vivir en medio hostil", que en opinión de López García (p. 11-3) "ha prevalecido largo tiempo hasta los ochenta" (y todo lo cual podría caracterizar hoy aún a una iniciativa como la Biblioteca de al-Andalus), sino más bien en el sentido de "hacer entradas y correrías" en tierra ajena ("de enemigos", dice el DRAE). Por más que "la época andalusí se incorpore a los planes de estudio de las facultades de historia", como desearía José María Ridao, por más "que la historia del derecho no olvide la producción jurídica islámica en la península" o "la literatura medieval que se estudie en las facultades de letras preste la atención que se merece a los escritores árabes de al-Andalus" ("Reflexión sobre el arabismo español", Quimera, 157, 1997, p. 60), aún serán necesarios filólogos, traductores y, en definitiva, profesionales del árabe, como los hay de otros idiomas, además de obras como la que ahora se completa.
[...] Una faceta de los estudios árabes que concita sobre sí el desprecio de diversas tribus de arabistas: por ser Historia de acontecimientos, por ser medieval y por ser andalusí. Las críticas a esta forma de enfocar los estudios árabes tienen orígenes muy diversos, desde la postura honrada y seria de los que, por voluntad propia, han elegido otras áreas y reaccionan contra un excesivo predominio de las líneas de trabajo del arabismo español clásico —aunque este predominio ya es historia—, hasta los que no poseen el necesario manejo del árabe para utilizar con soltura las fuentes en su idioma original, los que necesitan tener siempre un punto de referencia ubicado en el extranjero o los que, debido a una especie de misantropía interesada, rehuyen los lugares más frecuentados por sus colegas para, a solas y en la oscuridad, convencerse a sí mismos que [sic] no hay nadie que domine como ellos esa recóndita parcela, parcela que, en cuanto empieza a verse poblada por los inevitables imitadores, abandonan sigilosamente para abrir nuevas sendas. Ni que decir tiene que, aunque alguna de estas tribus practique una estricta endogamia, no es infrecuente hallar especímenes que son resultado de cruces, con un padre que pertenece a los ignorantes del árabe y una madre originaria de los "misántropos".Y me pregunto si la faceta que concita ese desprecio (o "desdén", dice más adelante —rechazo, diría yo—) es el estudio de Al-Ándalus per se o más bien ciertas actitudes y convicciones identificables a su alrededor: para empezar, con respecto a ese "necesario manejo del árabe para utilizar con soltura las fuentes en su idioma original" que Molina, en mi opinión, blande torpe y extrañamente al pretender que en su tribu no caben "los ignorantes del árabe" que habría en otras, pero sobre todo al perder de vista la genealogía de dicha ignorancia, que es sin duda la del propio arabismo y atañe, por tanto, al linaje de los fundadores antes que a cualquier otro. A mí además me cuesta creer, sinceramente, que haya habido o pueda haber arabista que se quede fuera de la tribu por carecer de dicho manejo y soltura. Antes habrá, si se me permite el sarcasmo, quien lo haya hecho por tenerlos: o más o distintos.
Años después Molina sostendrá (errando de nuevo, a mi modo de ver) que fue el "elogiable afán por homologarse con el arabismo internacional" lo que "trajo asociado un atisbo de rechazo hacia los estudios andalusíes, reacción un tanto desmesurada a la innegable dictadura de lo andalusí" (véase "El espíritu filológico. El arabismo y su relación con otras disciplinas", Al-Andalus/España. Historiografías en contraste. Siglos XVIII-XXI, Madrid, 2009, p. 248), pero admitiendo ya, al mismo tiempo, que se trataba de una "rebelión contra el poder establecido"; una revuelta cuyos "inevitables excesos" (ibídem):
[...] Nos llevaban a los que entonces nos iniciábamos en estas lides a rechazar como rancio y anticuado todo lo que oliera a andalusí o a trabajar en ese campo casi en la clandestinidad y con el desasosiego de un sentimiento de culpa.Que es tanto como decir que la oposición al franquismo, en aquella misma época, se debía a un afán de homologarse con las democracias occidentales (y no, ante todo, a una repulsa de la propia naturaleza del régimen), para a continuación dejarse traicionar por las palabras, porque no hay "dictadura", tampoco la de lo andalusí ("innegable", y la expresión es de Molina), sin dictadores y excesos; como no la hay, tal vez, que no deje tras de sí secuelas y nostálgicos.
María Jesús Viguera ha descrito muy bien cómo "durante los años 70 todo fue cambiando en el arabismo y aquella anterior averiguación esencial hispano-árabe fue dejando paso a otras orientaciones sustentadas por otras generaciones, intereses, métodos y fuentes" (véase "Al-Andalus y España. Sobre el esencialismo de los Beni Codera", ídem, p. 67), poniendo como ejemplo la transición de la revista Al-Andalus (1933-1978) a su sucesora, Al-Qantara (1980-), que sus protagonistas (Vallvé, Cabanelas, Ocaña, Terés, Vernet y Arribas) atribuirán a la "falla" o "boquete" que "por razones cronológicas y sociológicas —metafóricamente diríamos geológicas— se ha producido en nuestro terreno" (cf. p. 69).
Sin embargo, una veintena de años después, ya en la década de los 90, el estudio de Al-Ándalus aún podía parecerle rancio, mortecino y antipático a un estudiante de 2º o 3º de Filología Árabe como yo, y ello pese a que "las líneas de trabajo del arabismo español clásico" no tenían un "excesivo predominio" ni en los planes de estudio ni entre el profesorado de la carrera, de modo que si algo podía haber de empacho, tanto o más lo había de tasto o resabio a eso que yo llamo nacionalarabismo, con sus raras servidumbres, su peculiar discurso sobre Al-Ándalus o al-andalusología, y, cómo no, un mal disimulado desafecto por el árabe y buena parte de sus hablantes, con excepciones del todo honrosas, por supuesto.
De esa identificación y de este largo preámbulo se podrá colegir fácilmente que el estudio de Al-Ándalus nunca fue (ni ha sido) lo mío, y quizá también que las probabilidades de reconducir semejante indisposición por mi parte eran muy pocas, al menos en el seno de un arabismo acomodadizo y poco o nada rupturista con el pasado, en la medida, opino yo, en que la "solución de continuidad" de la que habla el Consejo de Redacción de Al-Qantara resultará verdaderamente más cronológica y sociológica que ideológica o incluso metodológica: no puede ser casual que "el cambio de perspectiva generalizado", como dice Viguera, se consagre "a través del libro de Guichard, Al-Andalus, estructura antropológica de una sociedad islámica en Occidente", publicado en español en 1976, y no en torno a ninguna obra ni figura del arabismo local. Mención aparte merece "la nueva vega a la que asoma Federico Corriente", a decir de García Gómez, con la publicación en 1977 de A Grammatical Sketch of the Spanish Arabic Dialect Bundle, "la de la pura filología" (p. x), reivindicada como propia en un primer momento. No en balde es el "fin que prácticamente tuvo en 1492", añade García Gómez, el llamado "árabe hispánico" o "hispano-árabe" lo que "incluye nuestro tema entre los que son fundamentales del arabismo español y más específicamente entre los de nuestra escuela" (p. xi), en cuya "lista ya secular [...] o precisando más ahora que los tiempos hacen brotar arabistas hasta debajo de las piedras, dentro de la genealogía de los «Beni Codera»" se ve "inscrito así con brillante rapidez" (p. x) el autor de la obra... al menos hasta nueva orden, coincidiendo con su abandono de la "hipótesis métrica hispánica" del propio García Gómez y más en profundidad, supongo, con la transición de lo hispano-árabe y lo hispano-musulmán ("dos denominaciones ideológicamente deformadas y deformantes que repugnan a la imparcialidad inseparable de la auténtica ciencia", recordará Corriente en 1998) a lo andalusí a partir de la segunda mitad de los 80.
Volviendo a mi caso, será una vez terminada la carrera y embarcado en la traducción, por encargo, de la Agricultura y poblamiento rural en Sevilla durante la época abbadí (Sevilla, 2001) del profesor Ahmed Tahiri (أحمد الطاهري), cuando vuelva a pisar Al-Ándalus, valga la expresión, en un viaje del árabe al español no exento de placer y de un cierto "espíritu filológico", algo más auxiliar que el que predica Molina, pero remunerado y circunstancial al fin y al cabo, como lo será la beca de la Fundación El legado andalusí que obtuve a finales de 2002 para trabajar con Jorge Lirola y José Miguel Puerta en su Diccionario de autores y obras andalusíes, y que me depararía la ocasión de ser testigo de lo que, en mi opinión, ha sido un episodio muy reseñable de transición hacia una democracia de lo andalusí, y a la vez, paradójicamente, digno de la atmósfera en que Codera alumbró su Bibliotheca Arabico-Hispana:
Hasta que el robusto hombro de Ribera apoyó la mole de los últimos tomos, los primeros los imprimió Codera solo, convirtiendo su propia casa en oficina tipográfica, donde los cajistas, que eran los alumnos universitarios, pagados del bolsillo del profesor, pasaban al plomo cientos y cientos de biografías directamente sobre los códices del Escorial. Una suscripción a 100 ejemplares del Ministerio de Ultramar era todo el apoyo oficial a la hazaña. Sólo pensar en ello pone los pelos de punta.---E. García Gómez, "Homenaje a don Francisco Codera (1836-1917)", Argensola, 2 (1950), 123-132, p. 129.
Me refiero naturalmente a la reanudación de esa labor inicial a través de la Fundación Ibn Tufayl, y a la publicación de los últimos volúmenes de la Biblioteca de al-Andalus, primera entrega de una ambiciosa Enciclopedia de la Cultura Andalusí.
Aunque no es a mí, por descontado, a quien cabe hacer una valoración de la obra; no ya por mi escasa y muy modesta participación en ella, sino porque, como ya adelantaba, Al-Ándalus nunca ha sido lo mío; todo lo cual no me impide apreciar el espíritu que los responsables han deseado imprimir a la obra y, en particular, el énfasis en el cotejo y el aprovechamiento de las fuentes árabes en su idioma original, junto a una querencia por este último (manifiesta, p. ej., en el vídeo de presentación más arriba) inusual, por extraño que parezca, en el gremio; tanto, tal vez, como el igualitarismo editorial de la obra: "todos somos necesarios pero ninguno imprescindible", o algo parecido, le he escuchado a Jorge Lirola más de una vez, aunque no cabe duda de que él mismo lo ha sido, vital, para este proyecto.
Ojalá, en fin, que cunda ese espíritu, tan constructivo como el que defiende Lirola en otros ámbitos (no sin kafkianas consecuencias para él) y tan "rigurosamente filo-árabe" como "ese respetable y respetado arabismo, útil, atractivo y legítimo", en palabras de García Gómez, de nuevo, que abunda en los 70 y "se interesa por la lengua, la literatura y la política de los árabes «actuales»" pero "no es tan entrañablemente nuestro como el que estudia el complicadísimo pasado medieval ibérico" (p. xi-xii), "filoárabe" también, si se quiere, pero al modo de Codera, que "no era, como Simonet, antiárabe", sino que coincidía "con la orientación de la apologética católica modernísima", y cuya "manera de enfocar la civilización islámica procedía [...] de la firmeza con que practicaba la cristiana y principalísima virtud [...] de la justicia", según dice García Gómez (1950, p. 127); si no a la manera de este último:
Dice Jaime bromeando en las líneas que me dedica, y que le agradezco en lo que valen, que «no se me ocurra musulmanizarme». No hay cuidado. Hay mucho de verdad en lo que V. me ha dicho siempre de la desilusión que se sufre al venir a Oriente. Por bajo de la cáscara brillante y exótica, no hay más que fanatismo y una sociedad absurda donde no hay mujeres, donde un hijo no habla ni se trata con su madre. La religión vulgar —¡no la de los grandes teólogos, claro!— es algo estrambótico. La oración en común parece una clase de gimnasia sueca, y es un espectáculo desagradable ver a todo el mundo descalzarse a la puerta de las mezquitas y andar siempre con las patas al aire y con las chancletas al retortero. ¡Qué alegría la de sentirse cristiano!---E. García Gómez, Viaje a Egipto, Palestina y Siria (1927-1928). Cartas a Don Miguel Asín Palacios, Madrid, 2008, p. 47.
Habrá quien considere que esa dicotomía estéril entre un arabismo de lo propio y un arabismo de lo ajeno se superó hace ya tiempo, si no en los 70, inmediatamente después, o incluso antes, de la mano del propio García Gómez en los 50; y habrá quien considere, como yo al leer a Molina y al observar a mi alrededor, que sigue latente. Para Bernabé López García, que en "30 años de arabismo español: el fin de la almogavaría científica (1967-1997)" (Awraq, 18, 1997, p. 11-48) habla de "ensimismamiento andalusista" (p. 11) y considera "superado el viejo conflicto que en 1965-70 oponía los «andalusistas» a los «modernistas»", lo que "sigue subsistiendo, fomentado por cuantos no saben compartir proyectos, ideas y descubrimientos sino privatizar la ignorancia", es un "espíritu «nacionalista» y gremial" (pasaje este ausente en la versión electrónica del artículo, que difiere en algunos otros de la impresa), en referencia a quienes todavía no han aceptado que "el mundo árabe no es coto cerrado de arabistas" y que no hay, más aún, "orientalismo, ni arabismo, ni sinología, etc., sino disciplinas científicas [...] que deben acercarse a los diversos pueblos, entre ellos el árabe" (p. 46-7). En este sentido, la verdadera superación pasa por dejar al descubierto las coincidencias entre ambos arabismos y por admitir que, fuera de la filología y la lingüística aplicada, el arabismo sólo puede ser "almogavaría científica", expresión acuñada por Julián Ribera en 1902, pero no ya en alusión al "voluntarismo individualista", la falta de "protecciones oficiales" o "la sensación de vivir en medio hostil", que en opinión de López García (p. 11-3) "ha prevalecido largo tiempo hasta los ochenta" (y todo lo cual podría caracterizar hoy aún a una iniciativa como la Biblioteca de al-Andalus), sino más bien en el sentido de "hacer entradas y correrías" en tierra ajena ("de enemigos", dice el DRAE). Por más que "la época andalusí se incorpore a los planes de estudio de las facultades de historia", como desearía José María Ridao, por más "que la historia del derecho no olvide la producción jurídica islámica en la península" o "la literatura medieval que se estudie en las facultades de letras preste la atención que se merece a los escritores árabes de al-Andalus" ("Reflexión sobre el arabismo español", Quimera, 157, 1997, p. 60), aún serán necesarios filólogos, traductores y, en definitiva, profesionales del árabe, como los hay de otros idiomas, además de obras como la que ahora se completa.
1 comentarios :
Llevaba tiempo sin comentar nada en la red, seriamente, o no ligado a tonterías o al trabajo. Esta entrada de blog me produce muchos sentimientos encontrados : la emoción al recordar cómo disfrute con la lectura de los números de Al-Andalus, la prosa de E.G. G. en esa revista que, pese a todo y contra mis propios sentimientos, es genial, mi etapa de pseudo-defensor de Corriente, no sin razón contra arabistas e hispanistas en una tesis frustrada que me ahogó en las tinieblas de la patada en el c. desde la Universidad de Ginebra y de la que nunca me recuperaré realmente, la emoción ahora por lo andalusí visto todo desde Marrakech, y por supuesto, la culpabilidad por haberme hecho el sueco todos estos años con Jorge Lirola, sin querer mojarme por lo que le ha pasado, un calvario sin vergüenza de la Universidad y de los colegas.
En fin, que una entrada así me obliga a existir, a decir, leo, luego existo.
Gracias, shukran, tahalla frasek.
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