29 de mayo de 2010

Cual racimo

Todos los años sucede lo mismo. ¿El lugar? Una clase de Lengua C-III (Árabe) de la licenciatura en Traducción e Interpretación. ¿El motivo? Todo un clásico: un poema de Nizar Qabbani (نزار قباني) titulado "La adivina de la taza (قارئة الفنجان), interpretado por Abdel Halim Hafez (عبد الحليم حافظ), y para ser más precisos el verso que dice:
فمها مرسوم كالعنقود
Y que podría traducirse, siguiendo a los anteriores, como "cuya boca se dibuja (o perfila, o traza) cual racimo (de uvas)": símil que a mí, la verdad sea dicha, nunca me ha llamado la atención especialmente, ni me ha parecido atrevido, difícil, etc., y llegados al cual, sin embargo, todos mis alumnos se plantan año tras año, sistemáticamente, como si hubiera algo en él que no va, que son incapaces de digerir. Y el caso es que, a juzgar, p. ej., por esta libérrima traducción al inglés, no parecen ser los únicos.

¿Una boca como un racimo? Primero les pregunto si han visto alguna vez un racimo de uvas como el de la foto (que hice yo mismo hace dos años con una Exilim Z57, como la de más abajo) y se han parado a contemplarlo con un mínimo detenimiento, y luego les pido que imaginen los labios de una mujer cuya risa, además, es música y rosas («ضحكتها موسيقى وورود»), o melodías y rosas («أنغام وورود») en la versión del cantante. Pero es en vano...

Entonces me viene a la mente la que fue, seguramente, la primera vez que escuché la palabra 'racimo' (عنقود), también con motivo de una canción: la ineludible "Dame la flauta y canta" (أعطيني الناي وغنّي), basada en el poema de Gibran Khalil Gibran (جبران خليل جبران), y en la voz de Fairuz (فيروز), cuando dice:
والعناقيد تدلت كثريات الذهب
Que podría traducirse: "Mientras los racimos pendían como pléyades de oro". Aunque si la recuerdo aquí es porque, tratándose de canciones, pocas habrá que se hayan escuchado tanto en las clases de árabe: a mí me la pusieron hace poco menos de veinte años en un curso de verano que hice en Tetuán (el primero y penúltimo), y alguien, he pensado siempre, debió traérsela a España, si no de éste, de cualquier otro curso de verano, porque durante algún tiempo (cuando la red no era aún lo que es hoy) prácticamente no se escuchaba otra. Se diría que algunos profesores, no niego que con la mejor voluntad, veían en ella una especie de elixir, capaz de convertir la clase de toda la vida, con su buena dosis de gramática, vocalización y traducción (aplicadas a la letra de Gibran), en una clase moderna. Era uno de esos materiales auténticos, como algunos textos que traducíamos, que, en nuestra maledicencia de alumnos, el profesor sólo era capaz de entender porque contaba de antemano con las soluciones, como si de un crucigrama se tratase; y no porque su competencia lingüística se lo permitiera realmente. De ahí, imagino, que no hubiera glosa, excurso ni contexto posibles, y mucho menos en árabe. Maledicentes como digo que éramos (y somos todavía algunos, pensará más de uno), teníamos la sospecha de que muchos maestros no eran nadie sin sus librillos, y de que, en definitiva, muchos serían incapaces (tal vez casi tanto como nosotros, sus alumnos) de repentizar una pieza que no estuviera incluida en el programa.

Ahora es servidor el que pone a los alumnos canciones, algunas de las cuales (confío en que no todas), como ésta de "El moreno ruiseñor" (العندليب الأسمر), de 1976, han de parecerles antediluvianas, con ese órgano Hammond plañidero, que entonces hacía furor, de fondo. Y es que, como sucede con tantos otros clásicos, hay versiones más recientes, lo sé, pero a menudo la opción no merece realmente la pena, o la merece, pero desde otro punto de vista, como ésta en clave de qat (قات), que no tiene desperdicio... En cualquier caso, de lo que se trata, en primer lugar, es de explotar didácticamente las letras de la canciones y, en segundo, de acercar a los alumnos a la cultura árabe contemporánea en general, y a la música en particular, con la esperanza de que se interesen por ella y de que ese interés revierta en un aprendizaje más sólido de la lengua. "Sobre gustos", como suele decirse, "no hay nada escrito", pero ya que las canciones son un recurso didáctico formidable del que se puede hacer un uso muy amplio, y en especial de forma autodidacta, cuando el gusto no surge espontáneamente, nunca está de más tratar de cultivarlo. A veces consiste en dar una segunda oportunidad; otras, en buscar alternativas; y en definitiva, creo, en ser todo lo receptivo y permeable posible, que es una de las claves, si no la primera, del éxito en el aprendizaje de una lengua extranjera.

El primer casete de música árabe que yo me compré, también durante aquel verano en Tetuán, contenía una sola canción (como casi todos los de Umm Kulthum —أم كلثوم— y otros cantantes de la época, algo que siempre choca —y asusta, a veces— a los alumnos): la titulada "A quién voy a acudir" (أروح لمين), de 1958. Yo acababa de terminar 1º de Filología Árabe, y aquello estaba en egipcio, de manera que todavía recuerdo la de vueltas que le di ya sólo a ese لمين del título, Corriente en mano, para acabar acudiendo, nunca mejor dicho, a alguno de los profesores del curso. Hoy en cambio, gracias a Internet, tanto la canción, por descontado, como la letra y su traducción están al alcance de cualquiera, pero las "bocas dibujadas cual racimos" siguen siendo un obstáculo, como lo es aún, p. ej., el árabe egipcio para el traductor automático de Google, con el cual Umm Kulthum habría acabado en Maine, en la costa noreste de EE.UU.

Si para aprender árabe, o cualquier otra lengua extranjera, conviene ser permeable (no sé si también al alcohol, como sugerían en 1972 Alexander Z. Guiora y sus colegas, por más que la cosa vaya de uvas); creo que para traducir, también: permeable a lo diferente, a lo insólito.

Se me dirá tal vez, y con motivo, que sin embargo hay buenos traductores a los que cuesta concederles el beneficio de la duda. Es cierto: son la prueba de que la permeabilidad no lo es todo, pero también de que nadie es perfecto.

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