20 de diciembre de 2013

La tergiversación del pasado

A propósito de lecturas recomendables pero en un orden de cosas distinto al de la última entrada (o, bien mirado, quizá no tanto), hace varios días que comencé a devorar también, gracias a un buen amigo que ha tenido el detalle de regalármelo, un libro de ésos que, por desgracia, había que escribir y que, por fortuna, ha habido quien ha escrito: me refiero a La conquista islámica de la península Ibérica y la tergiversación del pasado (Madrid, 2013), de Alejandro García Sanjuán, profesor de Historia Medieval de la Universidad de Huelva, en el que revisa y refuta impecablemente los sofismas ("razón o argumento aparente", dice el DRAE, "con que se quiere defender o persuadir lo que es falso") de quienes niegan la conquista del 711 y todo cuanto, antes o después, la rodea.

No es éste, la historia de Al-Andalus en general y la conquista del territorio en particular, un tema del que yo sepa gran cosa, pero no es menos cierto que, si bien una refutación en regla como ésta sólo puede acometerla un especialista, cualquiera que haya estudiado una carrera (con más motivo si es Filología Árabe) debería estar capacitado para reconocer el fraude y denunciarlo, sobre todo porque no hay negacionista, ni grande ni pequeño, que pueda pasar por historiador y, mucho menos, por uno especializado, como yo mismo he podido comprobar repetidamente en el caso de González Ferrín, tanto si se trata de "tayikos", de Juan Damasceno, de numismática, de frescos palaciegos, crónicas chinas o de enterramientos en decúbito lateral derecho; todo ello, dicho sea de paso, antes de que aquel "animado grupo de Facebook" del que hablaba a mediados de año, Arabistas por el mundo, barómetro de un arabismo en ciernes y de otro tal vez perdido, comenzara a no registrar apenas más que bajas presiones.

La contundencia y exhaustividad con que García Sanjuán va desarmando las fabulaciones de Olagüe y González Ferrín deberían hacer del todo innecesaria cualquier impugnación adicional y, a este respecto, sólo cabe desear que sean muchas las inteligencias que se dejen apelar por La conquista islámica de la península Ibérica y la tergiversación del pasado, sobre todo entre quienes, por falta de criterio y exceso de credulidad, han venido dando pábulo a esta forma de negacionismo. Qué menos que desearlo, aunque en el fondo uno opine lo que el propio autor, cuando confiesa saber que "en buena medida [...] constituye una tarea vana" (p. 23) y tener "pocas esperanzas, o ninguna" de que su estudio sirva para erradicarlo (p. 25); y es que si por una parte "resulta imposible sustraerse a la inquietante sensación de lo fácil que puede ser engañar a algunos periodistas" (p. 109 —y a muchos otros que no lo son, añadiría yo—), tanto como "grave y preocupante resulta constatar que el principal promotor actual del fraude encuentre acogida en significadas instancias y foros académicos" (p. 125) o aleccione "a través de su actividad docente" a "decenas o cientos de futuros arabistas" (p. 127 —cosa que debe hacer, en efecto, a juzgar por la cantidad de admiradores que tiene entre ellos—); por otra resulta inevitable preguntarse cómo es todo esto posible: cómo lo es, p. ej., que González Ferrín dirija desde 2009, tres años después de la publicación de su Historia General, una "Cátedra al-Andalus" creada y patrocinada por una fundación pública. Porque, en principio, no debería ser necesario que "en España existiese una gestión verdaderamente seria y rigurosa de la investigación" que excluyese a "quienes incurren en estas conductas anticientíficas [...] de los medios académicos" (p. 252). Debería haberla, opino yo, de la docencia, por razones obvias, pero de la mala praxis científica debería bastar con no hacer aprecio o con reseñarla por los cauces habituales, para que no quede rastro.

El "notable éxito", como dice Eduardo Manzano ("Algunas reflexiones sobre el 711", Awraq, 3, 2011, p. 10), el eco y la atención que obtienen negacionistas consagrados como Olagüe y González Ferrín, al igual que sucede, inexplicablemente en apariencia, con algunos colegas mediocres e incompetentes a más no poder, se debe tanto a la existencia de un determinado caldo de cultivo (llámese españolismo, andalucismo, maurofobia, etc., en el caso que nos ocupa) e intereses creados, como a sus habilidades y activos sociales.

Evitables en cambio, quiero creer, por más que comprensibles, son ciertos juicios de intenciones, como en los que incurre García Sanjuán no ya al hablar de "ventajistas y tramposos" difícilmente anónimos, sino al atribuirles de plano, sin mayor explicación ni muestra de conocimiento de causa, la voluntad de "medrar, obtener prebendas, satisfacer egos desmedidos o defender determinados proyectos ideológicos, parapetados en la credibilidad que otorga el marchamo académico". Si se trata, como parece, de una sospecha motivada por la "indignación" (p. 25), más que de una certeza, convendría haberla presentado como tal o haber dejado, incluso, que se insinuara en el lector por sí sola.

Al menos en el caso de González Ferrín, en el que "asistimos", reafirma el medievalista, "a una clara improvisación oportunista, destinada a satisfacer inconfesables ambiciones personales" (p. 121), yo que he polemizado al respecto con él, en público y en privado, no me atrevería a poner la mano en el fuego, aunque en mis adentros pueda ser tan malpensado como el que más. Sí tengo la impresión, no obstante, de que si detrás de sus "tiempos convulsos", de sus "consecuencias tomadas como causas" y "decantaciones", etc., hay un proyecto ideológico, éste es de una sinuosidad y sofistería que lo hacen inaprensible, incluso para sus adeptos. Por lo demás, su evolución posterior, de epígono cada vez menos entusiasta de Olagüe a pretendido apóstol en España de ese revisionismo académico que según García Sanjuán ignoraba en 2006 (p. 119), tendría tanto de consecuente (cf. p. 256 y ss.) como podría tenerlo de ardid para mantenerse en el candelero, pero también de desvelo, me atrevería a decir, ante la indiferencia o rechazo de quienes, en el fondo, considera competentes y autorizados. No es que arribismo y amor propio estén reñidos, pero en según qué dosis terminan siendo contraproducentes.

Salvo que se intuyan ideológicas, vengo a decir, en cuyo caso poseen una relevancia evidente, las intenciones aquí (también las de García Sanjuán, que ideológicas no son —y en eso sí que pongo la mano en el fuego—) son lo de menos.

9 comentarios :

Alejandro García Sanjuán dijo...

Antonio, te agradezco mucho que hayas dado cabida en tu blog al libro sobre la conquista, así como todos tus comentarios al respecto. Me gustaría dedicar este comentario a explicar lo que calificas como 'juicios de intenciones'.
Ciertamente, la diferencia entre el error y la mentira es, a veces, pequeña, pero existe. En mi opinión, cuando la ignorancia alcanza ciertos límites deja de serlo y se convierte en algo distinto. Aquí radica el problema de los negacionistas académicos. Sus barbaridades son tan enormes que resulta imposible que sean producto del descuido o la ignorancia. Olagüe no era arabista ni historiador, sino un simple aficionado. Sus disparates pueden atribuirse a su ignorancia, aunque, aún así, me parece que sería demasiado ingenuo considerarlo un simple indocumentado.
Más difícil, en cambio, resultar aplicar este mismo argumento a los apologistas académicos del negacionismo. Imagino que para el arabismo profesional debe resultar sumamente inquietante que haya colegas que se dediquen a la docencia del árabe y que sostengan disparates tales como la imposibilidad de la llegada de árabes a la Península en 711 debido a que ‘el primer gramático árabe acababa de nacer por entonces’, que un supuesto sustrato púnico sea determinante en la arabización de la Península y que el idioma de Tariq fuese ‘el latín tardío preñado de púnico y griego’ (Glez. Ferrín dixit). Discúlpame que sea tan directo, pero creo que las pamplinas de los negacionistas sobre la arabización de la Península habrían merecido algún comentario específico en el blog.
No sé cómo se pueden explicar tales disparates cuando se formulan desde el arabismo profesional, salvo apelando a una evidente intención tergiversadora. Si es así, parece también obvio que ello se hace con algún objetivo, pues tal exhibición pública de ignorancia a cambio de nada no parece muy rentable. Sabemos que esos disparates tienen su público, complacen a muchos. Y a la vista está que resultan rentables.
No se trata, por lo tanto, de ‘juicios de intenciones’, sino de realidades bastante evidentes.

Anís del moro dijo...

No hay nada que agradecer, Alejandro. El tema había surgido aquí alguna vez y, de cualquier modo, tu libro merece sobradamente toda la atención que pueda dársele.

Si relees mi entrada verás que en ningún momento he aludido al descuido o a la ignorancia como posibles orígenes del negacionismo, ni en el caso de Olagüe ni en el de Emilio, pero es que, además, descuido e ignorancia difícilmente pueden considerarse intenciones como sí lo son, en cambio, "medrar, obtener prebendas, satisfacer egos desmedidos", etc. La cuestión respecto a dichas intenciones, y es a lo que iba, es si donde unos podemos tener sospechas, tú, en cambio, tienes certezas, porque de ser así convendría, sin duda, haber ilustrado al lector con argumentos de peso acerca de esas "realidades bastante evidentes", máxime cuando éste, con cierta seguridad, se ha quedado además preguntándose si González Ferrín es finalmente un españolista a lo Olagüe o un andalucista a lo Pimentel (cosa que ya de por sí suena peregrina). Yo opino que en este terreno de las intenciones hay que ser prudente, y si uno sospecha pero no puede demostrar o argumentar más allá del "qué podría ser si no", conviene no afirmar taxativamente, so pena de caer, en cierto modo, en parte de lo que se critica. Si quieres interpretar esta opinión mía como un intento por mi parte de dispensar en algo a Emilio, eres libre de hacerlo, pero como intención (de nuevo) casa bastante mal con la actitud que he mantenido hasta ahora hacia su deriva.

Yo difícilmente podría pasar por portavoz del gremio, Alejandro, pero sí puedo recordarte algo que tú sabes tan bien como yo: a la luz de las escasas críticas que ha suscitado en el mismo la apología académica del negacionismo, el arabismo profesional dista mucho de parecer "sumamente inquieto" ante ésas u otras pamplinas... Puestos a rasgarse las vestiduras, habría que comenzar por una evidencia mayor, muchísimo más grave y que no hago más que denunciar en este blog: que hay mucho "profesional del arabismo", bastantes más de los que el gran público podría imaginar, que, por no saber, no sabe ni árabe. Ante eso, que un arabista confunda (o quiera confundir) gramaticalización con arabización o se saque de la manga un sustrato púnico, como tanto se ha hecho en Malta para obviar el origen de su lengua nacional, no es cosa, afortunadamente, que sólo otro arabista pueda descubrir y denunciar, como muy bien has demostrado.

Por lo demás, "no hay negacionista", decía en la entrada, "ni grande ni pequeño, que pueda pasar por historiador", pero sí los hay que pueden pasar por arabistas, porque, en mi opinión, el arabismo no es realmente una disciplina (lo es la lingüística, la filología, etc., y al DRAE me remito) ni puede por tanto compararse a la historiografía.

Alejandro García Sanjuán dijo...

Antonio, me consta sin lugar a dudas que has mostrado siempre una actitud muy clara hacia el fenómeno del negacionismo, y así, de hecho, has dejado constancia de ello en el blog. En ningún caso creo que hayas pretendido dispensar a nadie de nada. Soy seguidor habitual del blog y conozco tu actitud crítica hacia tu propio gremio, la cual considero muy sana y necesaria, como en cualquier otra disciplina académica.
Por lo demás, me reafirmo en lo que sostengo. No creo en la inocencia del negacionismo, se trata de un fraude basado en la tergiversación consciente de los testimonios históricos. Quienes lo promueven en la actualidad desde el mundo académico lo saben, pero les compensa hacerlo porque, adoptando la cómoda posición de víctimas perseguidas por la 'historia oficial', encuentran cálida acogida en determinados medios.
En mi comentario anterior he querido indicar que, a mi juicio, se echa en falta una reacción firme y clara desde el arabismo profesional hacia un aspecto concreto, las barbaridades de los negacionistas en relación con una cuestión tan importante como la arabización de la Península a partir de 711. Me parece muy serio que esos disparates se hayan publicado en revistas académicas de referencia dentro de la disciplina en España.
Y permíteme acabar reiterando mi sincero agradecimiento por el interés hacia el libro en el blog.

Anís del moro dijo...

No podemos, entonces, estar más de acuerdo: el negacionismo es, también en mi opinión, un fraude, una tergiversación deliberada y, por tanto, en absoluto inocente. De eso no me cabe duda. En lo que discordamos, insisto, es en el tratamiento de lo que para mí son sospechas, legítimas y fundadas, pero no evidencias. Mi objeción, en cualquier caso, no es gratuita ni, como ya he dicho, un cable que le tiendo a Emilio: probablemente es mucho pedirle a una obra de la urgencia de ésta, pero, puesto que realmente no queda muy claro al final qué proyecto ideológico puede ser el suyo, la cuestión de los móviles, tanto de los ideológicos como de los prosaicos, porque de ambos podría haber, requería en mi opinión bien un aplazamiento, bien algo más de detalle.

También yo echo en falta esa "reacción firme y clara desde el arabismo profesional", pero no es la primera ni la más necesaria que cabría esperar y no se produce. "Perro", dice el refrán, "no come perro", y en el gremio, por lo que yo vengo observando, si se tarasca a alguien es por querellas personales más que profesionales, y cuando es por lo segundo se malinterpreta adrede para desautorizar la crítica. Pero es que, además, la única entidad que aspira a representar a los arabistas españoles, la SEEA, se encuentra entre esos "foros académicos" que, como bien decías, acogen a Emilio (aunque dudo que haya socio alguno que comparta sus ideas).

Gracias a ti, finalmente, por enriquecer el blog con tus comentarios.

Jesús dijo...

Benedixitque eis, dicens : 'Crescite, et multiplicamini', v.gr. http://www.revistadelibros.com/articulos/del-simulacro-al-laberinto

Anís del moro dijo...

"Et replete aquas maris: avesque multiplicentur super terram"... ("Tesis 2: Es hora de denunciar los enfoques pseudoacadémicos en cuanto tales", Segovia dixit.)

Anís del moro dijo...

Et pour cause:
http://www.revistadelibros.com/vitrinas/reescribir-el-islam

Anís del moro dijo...

http://www.revistadelibros.com/articulos/la-conquista-islamica

Anís del moro dijo...

http://www.revistadelibros.com/discusion/la-tergiversacion-del-pasado-y-la-funcion-social-del-conocimiento-historico

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