De Francisco Javier Simonet (1829-1897) decía Antonio Almagro Cárdenas que "entusiasta admirador, durante su juventud, de la cultura arábiga, modificó luego estas ideas", granjeándose la fama de "antiárabe" (la expresión es de García Gómez) con que ha pasado a la historia del arabismo español. La tesis que domina la obra de Simonet es, como sintetiza Manuela Manzanares de Cirre, que "los árabes eran bárbaros, y si algo hicieron lo deben a los españoles" (Arabistas españoles del siglo XIX, Madrid, 1972, p. 157). Para el malagueño, que "fue católico antes que arabista, antes que profesor y antes que nada" a decir de Manzanares (p. 133), no podía ser de otro modo:
Es por ello, tal vez, por lo que más sorprende el Escrito árabe de alabanza a D. Manuel José Quintana en su coronación que apareció originalmente en la Corona poética publicada por José Marco (Madrid, 1855, p. 134-5) y que figura en la colección digital de la Biblioteca Nacional de España con una dedicatoria, de puño y letra de Simonet, "al Excmo. Sr. D. S. E. Calderón", arabista también, paisano y maestro suyo, aunque con "esta primicia de sus trabajos árabes" podría referirse más bien el artículo que Simonet había publicado ese mismo año en el nº 44 de El semanario pintoresco español (28.10.1855, p. 348-350), bajo el título "Poetas famosos. Antar ó Antara Ebn Xeedad, el Absita" (عنترة بن شداد العبسي), y que se acompañaba tal vez en forma de separata.
En aquella época el arabista contaba con 26 años de edad y, como refiere Antonio Almagro (Biografía del doctor D. Francisco Javier Simonet, Granada, 1904, p. 21-2), trabajaba en la Dirección General de Correos y acababa de matricularse en la carrera de Filosofía y Letras. Estébanez Calderón, el Solitario, había comenzado a enseñarle el árabe hacia 1848, y en 1851, según Almagro, "los conocimientos arábigos del joven malagueño eran ya tan sólidos, que el mismo Estébanez [...] comisionó a su aventajado discípulo, en 20 de agosto de aquel año, para que pasara a la Real Biblioteca del Escorial, con el fin de tomar datos sobre dicho asunto, de los manuscritos árabes que allí existen" (p. 19-20). Sin embargo, el Escrito árabe de Simonet con motivo de la coronación de Quintana, celebrada en Madrid el 25 de marzo de aquel año de 1855, parece desdecir a Almagro: más que evidenciar la solidez de esos conocimientos, deja entrever justo lo contrario.
El joven arabista, p. ej., demuestra una particular dificultad a la hora de formar el llamado estado constructo (الاضافة), con errores como «القصايد شعراءهم المشهورين» ("los escritos de sus grandes poetas") o «السرير شمس وشعبي» ("la cuna del sol y la de mi pueblo"), o de hacer que concuerden sustantivo y adjetivo («هيكل المادي», que traduce "templo material"). Igualmente ignora el funcionamiento de la ele de finalidad (لام التعليل) en solecismos como «ليتعاكظون» ("para celebrar justas literarias") o «ليكللون» ("para coronar"); el pronombre de referencia (العائد), sumado a una errata, en «هذا البلد الذي افتتاح العرب» ("este país, conquista de mis gloriosos antepasados"), amén de diversos defectos de estilo, como en «في الجنات الحمراء التي مرة عدن العرب الأندلسيين» ("en los jardines de la Alhambra, Edén de mis mayores"), y de léxico, p. ej., «ذريتي المعدومة», que Simonet traduce por "mi raza aniquilada", etc.
Con todo, no es la calidad de su expresión en árabe, y ni siquiera el hecho de que el joven se aventurase en una destreza que jamás ha despertado gran interés entre los arabistas y sí cierta prevención, lo que llama la atención aquí: junto a él lo hace, y con parecida fortuna, el también arabista Manuel Malo de Molina, que dedica a Quintana una "Prosa rimada árabe" (v. José Marco, Corona poética, 1855, p. 120-3), en lo que debía ser una exhibición de cortesía puesta en boga a mediados del XVIII por Ignacio López de Ayala, que en 1765 publica, entre otros, un epitalamio o «قصيدة في افراح كرلوس البربوني مع ابنت عمه الست لويسة» (Poema sobre las bodas de Carlos el Borbón con su prima la señora Luisa), y un epicedio, al año siguiente, con motivo de la muerte de Isabel («اليشبع») de Farnesio, también en un árabe macarrónico.
El riesgo de que un arabista, ya sea consumado o en ciernes, viera su árabe censurado públicamente debía ser, con cierta seguridad, tan improbable como hoy. Durante el curso 1859-60, sin ir más lejos, Simonet impartirá en el Ateneo de Madrid un curso de "árabe vulgar de Marruecos", lengua y país con los que probablemente no tuvo mayor relación que la suya propia, de amistad y colaboración, con fray José Lerchundi, entablada casi veinte años después en Granada, y que le llevó a visitar al franciscano en Tánger hacia 1885 o 1886; así como a través de la traducción de documentos oficiales marroquíes, labor que continuó desempeñando como catedrático en Granada. De ese modo, "es más que probable", opina Bernabé López ("Dos artículos de Francisco Codera sobre el «árabe vulgar»", Revista de Estudios Internacionales Mediterráneos, 5, 2008), "que Simonet se limitara a explicar el árabe clásico con algunas nociones aprendidas a partir del Compendio gramatical para aprender la lengua arábiga, así sabia como vulgar, de Manuel Bacas Merino" (Madrid, 1807). No en balde, prosigue López:
Si en la España muslímica brotaron algunas flores de pureza y decoro, es porque el sol del Evangelio había iluminado copiosamente esta región occidental. Mas no es razonable el dejarse deslumbrar por ciertos frutos de su cultura, que brillan por algún tiempo en las sociedades prevaricadoras, desgajadas del árbol divino de la Iglesia.---F. J. Simonet, Memoria presentada al IX congreso internacional de orientalistas, Granada, 1891?, p. 32.
Es por ello, tal vez, por lo que más sorprende el Escrito árabe de alabanza a D. Manuel José Quintana en su coronación que apareció originalmente en la Corona poética publicada por José Marco (Madrid, 1855, p. 134-5) y que figura en la colección digital de la Biblioteca Nacional de España con una dedicatoria, de puño y letra de Simonet, "al Excmo. Sr. D. S. E. Calderón", arabista también, paisano y maestro suyo, aunque con "esta primicia de sus trabajos árabes" podría referirse más bien el artículo que Simonet había publicado ese mismo año en el nº 44 de El semanario pintoresco español (28.10.1855, p. 348-350), bajo el título "Poetas famosos. Antar ó Antara Ebn Xeedad, el Absita" (عنترة بن شداد العبسي), y que se acompañaba tal vez en forma de separata.
En aquella época el arabista contaba con 26 años de edad y, como refiere Antonio Almagro (Biografía del doctor D. Francisco Javier Simonet, Granada, 1904, p. 21-2), trabajaba en la Dirección General de Correos y acababa de matricularse en la carrera de Filosofía y Letras. Estébanez Calderón, el Solitario, había comenzado a enseñarle el árabe hacia 1848, y en 1851, según Almagro, "los conocimientos arábigos del joven malagueño eran ya tan sólidos, que el mismo Estébanez [...] comisionó a su aventajado discípulo, en 20 de agosto de aquel año, para que pasara a la Real Biblioteca del Escorial, con el fin de tomar datos sobre dicho asunto, de los manuscritos árabes que allí existen" (p. 19-20). Sin embargo, el Escrito árabe de Simonet con motivo de la coronación de Quintana, celebrada en Madrid el 25 de marzo de aquel año de 1855, parece desdecir a Almagro: más que evidenciar la solidez de esos conocimientos, deja entrever justo lo contrario.
El joven arabista, p. ej., demuestra una particular dificultad a la hora de formar el llamado estado constructo (الاضافة), con errores como «القصايد شعراءهم المشهورين» ("los escritos de sus grandes poetas") o «السرير شمس وشعبي» ("la cuna del sol y la de mi pueblo"), o de hacer que concuerden sustantivo y adjetivo («هيكل المادي», que traduce "templo material"). Igualmente ignora el funcionamiento de la ele de finalidad (لام التعليل) en solecismos como «ليتعاكظون» ("para celebrar justas literarias") o «ليكللون» ("para coronar"); el pronombre de referencia (العائد), sumado a una errata, en «هذا البلد الذي افتتاح العرب» ("este país, conquista de mis gloriosos antepasados"), amén de diversos defectos de estilo, como en «في الجنات الحمراء التي مرة عدن العرب الأندلسيين» ("en los jardines de la Alhambra, Edén de mis mayores"), y de léxico, p. ej., «ذريتي المعدومة», que Simonet traduce por "mi raza aniquilada", etc.
Con todo, no es la calidad de su expresión en árabe, y ni siquiera el hecho de que el joven se aventurase en una destreza que jamás ha despertado gran interés entre los arabistas y sí cierta prevención, lo que llama la atención aquí: junto a él lo hace, y con parecida fortuna, el también arabista Manuel Malo de Molina, que dedica a Quintana una "Prosa rimada árabe" (v. José Marco, Corona poética, 1855, p. 120-3), en lo que debía ser una exhibición de cortesía puesta en boga a mediados del XVIII por Ignacio López de Ayala, que en 1765 publica, entre otros, un epitalamio o «قصيدة في افراح كرلوس البربوني مع ابنت عمه الست لويسة» (Poema sobre las bodas de Carlos el Borbón con su prima la señora Luisa), y un epicedio, al año siguiente, con motivo de la muerte de Isabel («اليشبع») de Farnesio, también en un árabe macarrónico.
El riesgo de que un arabista, ya sea consumado o en ciernes, viera su árabe censurado públicamente debía ser, con cierta seguridad, tan improbable como hoy. Durante el curso 1859-60, sin ir más lejos, Simonet impartirá en el Ateneo de Madrid un curso de "árabe vulgar de Marruecos", lengua y país con los que probablemente no tuvo mayor relación que la suya propia, de amistad y colaboración, con fray José Lerchundi, entablada casi veinte años después en Granada, y que le llevó a visitar al franciscano en Tánger hacia 1885 o 1886; así como a través de la traducción de documentos oficiales marroquíes, labor que continuó desempeñando como catedrático en Granada. De ese modo, "es más que probable", opina Bernabé López ("Dos artículos de Francisco Codera sobre el «árabe vulgar»", Revista de Estudios Internacionales Mediterráneos, 5, 2008), "que Simonet se limitara a explicar el árabe clásico con algunas nociones aprendidas a partir del Compendio gramatical para aprender la lengua arábiga, así sabia como vulgar, de Manuel Bacas Merino" (Madrid, 1807). No en balde, prosigue López:
Hasta entonces, ningún arabista de la Universidad española había visitado Marruecos, fuera de Pascual de Gayangos que había realizado un viaje a Tánger, Tetuán y Larache en 1847 y de Emilio Lafuente Alcántara que viajó a Tetuán en plena guerra de África para localizar manuscritos.Lo llamativo en el Escrito árabe de alabanza es descubrir al Simonet que tributaba a la lengua y literatura árabes "loores excesivos, inspirados por la admiración juvenil", según dice de sí mismo en El cardenal Ximenez de Cisneros y los manuscritos arábigo-granadinos (Granada, 1885, p. 34), y en el que aún no había obrado el cambio que José Antonio González Alcantud ha situado entre 1862 y 1863 ("El mito fallido sacromontano y su perdurabilidad local a la luz del mozarabismo maurófobo de F. J. Simonet", Al-Qantara, 24:2, 2003, p. 551-2):
En un breve período de tiempo y coincidiendo con su traslado a Granada, comienza a cambiar su percepción de la cultura árabe, pasando de una inicial admiración paralela al orientalismo, en la que parece no interferir excesivamente la guerra de Tetuán, a un rechazo de su importancia «espiritual» y de su relativa superioridad «material», hasta arribar a sus conocidas posiciones de rechazo a todo lo que significase arabidad.Es, en fin, y por más que se trate de un divertimento, un Simonet que llama a "los árabes del desierto, mis progenitores", y para el que España, donde sobrevive a su "raza aniquilada" es conquista de sus "gloriosos antepasados", como los jardines de la Alhambra son el edén de sus mayores. Un Simonet que abre su alabanza con el encabezamiento musulmán por excelencia (البسملة) y la cierra con la expectativa de "partir a buscar en el Oriente la cuna del sol" y de su pueblo, pero asimismo con una data de lo más elocuente: «في مدينة مجريط سنة ١٨٥٥ المسيحية» ("Madrid y año de 1855 de la era cristiana").
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