18 de febrero de 2012

Veinticuatro punzones

En 1909, con un artículo titulado "Nueva tipografía árabe", publicado en el nº 15 de la revista Cultura española (p. 759-764), el arabista Julián Ribera y el ingeniero Antonio Prieto y Vives anunciaban la patente (registrada con el nº 42.259) de un "nuevo sistema tipográfico" árabe, invención suya, que consistía en una fundición obtenida con tan sólo veinticuatro punzones y una caja simplificada "en tal forma, que se economiza más de la mitad del tiempo en la composición, corrección y distribución", y que permitía "poner en una página doble número de líneas que en los tipos antiguos" (p. 764).


Fuera del espécimen que acompaña al artículo (véase arriba), estos tipos sólo parecen haber llegado a utilizarse dos años más tarde, por primera y única vez, en la edición que hace Roque Chabás de la Doctrina cristiana en lengua arábiga y castellana para la instrucción de los moriscos del Ilustrísimo Sr. D. Martín de Ayala (Valencia, 1911), según explica el propio Ribera en el prólogo de la obra (p. xii-xiii):
Los tipos árabes empleados constituyen el primer ensayo de un sistema nuevo que, a excitaciones nuestras, ha inventado el docto numismático y agudísimo ingeniero español D. Antonio Prieto y Vives. [...]
Como primer ensayo que es, se han podido apreciar algunos defectillos que se subsanarán en fundiciones sucesivas que ahora se están haciendo. El Sr. Chabás ha querido que la publicación de esta Doctrina fuese la que inaugurase el tipo nuevamente inventado.
Extraña, por tanto, que Miguel Asín Palacios afirmara en 1928 que "desde esa fecha" (1909) "todos los textos árabes que en España han visto la luz pública han sido impresos ya con esa caja, propiedad de la escuela", quizá refiriéndose más bien a una de esas fundaciones sucesivas: probablemente la que aparece en la edición y traducción que hace Ribera de la Historia de los jueces de Córdoba por Aljoxaní, o en la obra del propio Asín Abenmasarra y su escuela, publicadas ambas en la imprenta de Estanislao Maestre en 1914: "A fairly rare type-face", dice Geoffrey Roper; "[a] simplified and modernised (but quite hard to read) version of the Maghribi-Andalusian script".

"La tipografía árabe usual era y es complicada", dice Ribera (1911, p. xii), "por el prurito de remedar la forma cursiva de la escritura". Su ensayo, dice, "tiende a simplificarlo, a la manera como se simplificó desde sus principios la tipografía europea: cada letra no tiene más que un tipo en la caja", lo que conduce, p. ej., a que un mismo tipo se utilice para rematar al final de palabra letras tan dispares como las que se aprecian en la ilustración. Aparte de que ninguna escritura europea es obligatoriamente cursiva, como la árabe en cualquiera de sus estilos, justo es sin embargo reconocer que, por más que Ribera insiste una y otra vez en las desventajas de "imitar servilmente las múltiples combinaciones producidas por la pluma", o en los inconvenientes "de la excesiva imitación de la letra manuscrita, presentando enlaces que no se encuentran en las inscripciones" (1909, p. 760), obviando cualquier consideración estética y algunas históricas, con todo el arabista aspira a respetar la ética de la escritura árabe (ibídem):
No es esto suponer que, como han propuesto algunos, sea posible en árabe deshacer los enlaces y adoptar un alfabeto con letras aisladas, pues este alfabeto sería completamente convencional, bueno solamente para uso de los orientalistas europeos, pero inaceptable para el público musulmán.
Proponiendo así una fundición inspirada en la epigrafía cúfica, en la que ha de buscarse, añade, "la tendencia de toda mejora de la tipografía árabe", y que a partir de aquel primer ensayo adquiere rasgos típicamente magrebíes, quizá a imitación, como hace Titus Nemeth con su Aisha y Franck Jalleau con su Maghrébin, del "Arabe Maghrébin" de Marcellin Legrand (sobre diseños de Antoine Paulin Pihan), de mediados del XIX, empleado en 1855 en la impresión del Précis de jurisprudence musulmane suivant le rite malékite (مختصر في الفقه على مذهب الإمام مالك بن أنس).

Arthur Christian, Débuts de l'imprimerie en France, París, 1905, p. 78.
Por la misma época en que Asín Palacios mostraba su entusiasmo hacia "el invento, que de tal debe ser calificado" (en J. Ribera, Disertaciones y opúsculos, Madrid, 1928, I, p. cxiii-cxiv) y lamentaba "su falta de divulgación en Oriente", hacía al menos seis años que el tipógrafo Carlos (Carl) Winkow había grabado varios tipos árabes convencionales para la misma casa Richard Gans en que se habían fundido los de Prieto y Ribera: algunos bastante más elegantes; otros siguiendo, como era habitual, el llamado "árabe de los Cuatro Evangelios" de Granjon, como se echa de ver en este muestrario de 1922:

Pero no sería la competencia de los tipos convencionales, sino el fuego, quien acabara con la "nueva tipografía árabe" de Prieto y Ribera. Una noticia publicada en 1945 en la revista Al-Andalus (10:2), donde hasta entonces había sido habitual su uso, dice así (p. 487):
En los primeros días de septiembre de 1945 un devastador incendio, provocado por la imprudencia de un operario, destruyó casi por completo los talleres de la imprenta de la viuda de Estanislao Maestre, donde esta Revista se imprime. En el siniestro han desaparecido casi todas las obras árabes que allí estaban depositadas [...] y, sobre todo, la caja árabe que veníamos empleando. [...]
Esta grave contrariedad ha sido causa del retraso en la aparición de este fascículo de la Revista y de algunas deficiencias que en él se observan, sobre todo, la ausencia de textos impresos en caracteres árabes.
Diez años más tarde, curiosamente, una patente registrada en España (y previamente en el Protectorado francés en Marruecos) por un ciudadano de Casablanca, con el nº 225353 y bajo el título "Perfeccionamientos en los caracteres de imprenta de escritura árabe", hará suya la idea del ingeniero y el arabista: "La presente invención", dice la patente, "está esencialmente basada en la muy neta diferencia que existe entre el cuerpo de cada letra árabe, su trazo de unión y su apéndice", coincidiendo, si no al pie de la letra sí en el resto de su anatomía, con la propuesta de los españoles, tal y como se aprecia en unas láminas anexas.

Forzándose de nuevo el remate de letras muy dispares con un mismo tipo-apéndice que acaba desfigurándolas, como sucede en la figura 3 con س y ح (que parece más bien una م):

"Si la gente fuera justa, el juez descansaría"

Es difícil conjeturar si "don Lakhdar Ahmed" (أحمد الأخضر غزال), que así se llama el inventor marroquí, conocía o no el precedente de Prieto y Ribera, por más que en algunos puntos la memoria descriptiva recogida en la patente concuerde estrechamente con los argumentos expuestos en 1909. Director del Institut des Études et des Recherches pour l'Arabisation (معهد الدراسات والأبحاث للتعريب), Lakhdar-Ghazal, fallecido en 2008, es recordado entre otros motivos por sus aportaciones en el terreno de la mecanografía, la tipografía y la informatización del árabe. "The greatest achievement of the LAKHDAR project", señala Yannis Haralambous refiriéndose no a esta patente sino a las últimas fases del proceso ("Simplification of the Arabic Script: Two Different Approaches and their Implementations", en Electronic Publishing, Artistic Imaging, and Digital Typography, 1998, pp. 138-156), "is that this abstraction has been obtained by respecting at the same time typographical esthetics". Algunos lectores, de hecho, reconocerán en su ASV Codar la tipografía empleada en muchas señales de localización en Marruecos.

La idea de que pueda haber alguna relación entre la "nueva tipografía árabe" de Prieto y Ribera, y la elegante fundición de Ahmed Lakhdar-Ghazal, diseminada hoy por todo el país, resulta inquietante, pero quizá complacería a Asín Palacios, que lamentaba, como se ha adelantado, ver el invento "reducido dentro de España a meros servicios eruditos", y que tal vez, quién sabe, habría vislumbrado en la "fértil fantasía" y "personal inventiva" del marroquí un trasunto del "sencillo pero solemne y severo cuadro" que habían trazado sus colegas (cf. La escatología musulmana en la Divina Comedia, Madrid, 1919, p. 353).

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