Camisa talismán de Murad III, en Hülya Tezcan, Tılsımlı Gömlekler, 2011 |
Hipérboles aparte, acierta el comentarista, y al César lo que es del César, al insinuar que hay arabistas que no saben árabe, es decir, hablarlo, que es como haber estudiado solfeo, saberse cuántas teclas tiene un piano y a qué nota corresponde cada una, pero no pasar de tocar en él los compases iniciales del Para Elisa de Beethoven, y aun eso con el tempo cambiado. Fácilmente se comprenderá que un pianista así puede estar en condiciones de escribir una biografía del compositor alemán o de editar una partitura suya desconocida, y que está en su derecho de amar a Satie o detestarlo, pero que en ningún caso debería dar un concierto (cosa que, si es mínimamente cuerdo, se guardará de hacer) y, sobre todo, ser profesor de piano en un conservatorio, como sí sucede sin embargo en el caso del árabe, sin que nadie (en apariencia) eche en falta la música o sea tildado de indocente.
Pero en lo demás, en asociar dicha falta de competencia lingüística con una adscripción política determinada (con la que casualmente no simpatiza) y en insinuar que esa ignorancia es baldón de algunos y no de muchos, yerra el pariodista de parte a parte. Si por un lado resulta indiscutible que "ejercer sin saber" no tiene disculpa, que buena parte de un gremio lo haga, por otro, no puede deberse sencillamente al azar. En la relación de cualquier profesional con (la que debería ser) su herramienta de trabajo hay mucho de personal, qué duda cabe, pero también lo hay de gregario, de corporativo; y es ahí, al grupo, adonde debería mirar don César, no a los individuos a los que por cuestiones de agenda le interesa ridiculizar. Quizá, si extendiera la vista, se llevaría una sorpresa, aunque aún necesitaría algún tipo de artefacto, cámara o espejo, para alcanzar a mirarse el cogote. Porque "el grupo" en primera instancia es el arabismo español, pero en última es la sociedad española, y si parte de la afasia del arabista coincide con la de tantos y tantos españoles en otros idiomas, el resto se debe, sospecho, a factores hereditarios y episodios nacionales de los que no por ser arabista se está más o menos a salvo. Y es que, en definitiva, muy obtuso hay que ser para creer que tamaña endemia de mutismo y dureza de oído es casual o puede cifrarse en una coincidencia de ineptitudes.
De lo anterior, sin embargo, no debería inferirse que nadie es responsable de la situación que vive la enseñanza del árabe en España porque todos lo somos, o porque quienes la toleran hoy la padecieron ayer. En absoluto. De hecho, son claramente decisiones personales, tomadas a solas o en grupo, las que contribuyen a renovar o a enrarecer aún más un ambiente en ocasiones irrespirable. Y ni que decir tiene que son personas con nombres y apellidos quienes sostienen la creencia, interesadamente ingenua, de que el problema es puramente didáctico, cuando no la lengua misma (piano a veces, clavicémbalo otras); como lo son quienes lo minimizan o niegan de plano su existencia, y como lo serán quienes promuevan la adopción y cumplimiento de un decálogo profesional razonable, del que hoy por hoy estamos a años luz, y que debería garantizar algo que hasta la fecha pasa por ser irrelevante o, en el mejor de los casos, accesorio: que los docentes sepan tocar y enseñar a otros cómo hacerlo.
Cada vez que no sucede así, y son muchas, dándose la circunstancia de ser un aspirante afásico el que accede a la docencia, la solución del problema se ve catapultada 30 o 35 años hacia el futuro, los que pase en activo, y varios cientos de alumnos otros tantos hacia el pasado; tres décadas contando con que en el ínterin no aúpe a la enseñanza a otros de su misma cuerda, y siempre que una reforma, con o sin motivo, no dé al traste con la presencia misma del árabe en la enseñanza pública, o que las generaciones venideras, entre las que habrá un buen número de estudiantes de ascendencia magrebí, no protesten enérgicamente (torres más altas están cayendo...).
Pero con la enseñanza del árabe en España ocurre aún lo que en El traje nuevo del emperador (Kejserens nye Klæder), el cuento de Andersen, o en su antecedente, el ejemplo XXXIIº de El conde Lucanor: que por conveniencia, o por no querer significarse, casi nadie admite en voz alta que el protagonista va desnudo, no faltando incluso quien pasa de fingir que ve el paño a describirlo a "la manera como dizían aquellos maestros", los burladores, que "era fecho", y a "a dezir maravillas de cuánto bueno et cuánto maravilloso era".
Sirva este exemplo, en definitiva, para ponderar, como dirá Gracián en su Agudeza y arte de ingenio (discurso XXVII):
Lo que se mantiene a veces un engaño común, y cómo todos van contra su sentir, por seguir la opinión de los otros, alaban lo que los otros celebran sin entenderlo, por no parecer de menos ingenio, o peor gusto; pero al cabo viene a caer la mentira, y prevalece la poderosa verdad.Actualización (12.05.2011)
Several factors correlate with English ability. Wealthy countries do better overall. But smaller wealthy countries do better still: the larger the number of speakers of a country's main language, the worse that country tends to be at English. This is one reason Scandinavians do so well: what use is Swedish outside Sweden? It may also explain why Spain was the worst performer in western Europe, and why Latin America was the worst-performing region: Spanish's role as an international language in a big region dampens incentives to learn English.---R.L.G., "Who speaks English?", The Economist, 5.5.2011.
0 comentarios :
Publicar un comentario
No se permiten comentarios anónimos. El autor del blog se reserva el derecho a rechazar cualquier comentario que considere inadecuado, aunque no por ello se hace responsable de las opiniones vertidas por terceros en los admitidos y publicados.
Si lo desea, también puede dejar su comentario en la página del blog en Facebook.