Une fourmi de dix-huit mètres
Avec un chapeau sur la tête
Ça n'existe pas ça n'existe pas
Une fourmi traînant un char
Plein de pingouins et de canards
Ça n'existe pas ça n'existe pas
Une fourmi parlant français
Parlant latin et javanais
Ça n'existe pas ça n'existe pas
Et pourquoi pas ?
---Robert Desnos, "La fourmi", Chantefables et Chantefleurs, París, 1955.
Quienes no estén muy al tanto de la actualidad franco-tunecina ignorarán probablemente quién es Boris Boillon, embajador de Francia en el país norteafricano hasta el pasado 26 de agosto. Nombrado por Sarkozy, su mentor, un mes después de la huida de Ben Ali, "pour redresser l'image de la France, devenue catastrophique en raison du soutien affiché pendant longtemps par Paris à Tunis", dice Le Monde, el diplomático, según Le nouvel Observateur, "avait commis de sérieuses gaffes dès son entrée en fonction", la primera de ellas recogida en este vídeo, en que Boillon demuestra ante un grupo de periodistas locales qué entiende él por "ouvrir une nouvelle page" y por adoptar "un autre style et une autre approche" en las relaciones bilaterales entre ambos países, tanto en árabe como en francés:
Recuerdo ahora, con motivo de su éviction, que al ver en su día este vídeo me quedé un rato preguntándome si era la suficiencia de este diplomático la que hacía de su árabe algo repelente, o si dicha exhibición de arabismo (Boillon ha estudiado en el INALCO, el DEAC de El Cairo y el IFEAD de Damasco) no era también, en sí, un ingrediente más de dicha suficiencia... y repelencia. Poco importaba, en realidad, el orden de los factores, como de poco le sirvió a Boillon aparecer, más adelante, disculpándose en la televisión tunecina, de nuevo, en árabe. Lo cierto y seguro es que, para caer en gracia, no basta con hacer (o escenificar) el esfuerzo de dirigirse a alguien en su idioma, y ni siquiera con reírse sin motivo, como hace Boillon a partir del minuto 4:28, en respuesta a una pregunta (si su designación es un intento de Sarkozy por corregir los errores de su postura de cara a Túnez) de la que sólo parece haber entendido el final, cuando la periodista alude a su cercanía al presidente y al afecto especial que éste le profesa, o ni eso. "Ce n'est pas parce que tu parles arabe que tu nous comprends", le espeta alguien en Twitter. "Boillon parle arabe", comenta Senda Baccar. "Un vrai exploit. Et moi je parle français, latin, et javanais, comme la fourmi de Desnos et j'impressionne ma mère". Aunque más cruel aún se muestra la humorista Sophia Aram, antigua compañera suya en Langues O' (denominación con que se conoce habitualmente al INALCO), en su crónica para France Inter: "C'est pas parce qu'il parle trois mots d'arabe que devient le candidat idéal, parce que franchement le premier vendeur de kebab qui a la double nationalité serait plus adapté pour le poste".
El fuste que se le da en círculos académicos e institucionales occidentales a alcanzar una cierta competencia en árabe, del que no es fácil sustraerse, como sucede con tantas otras vanidades, choca por un lado con la poliglotía de tantos y tantos árabes, para los que dominar una lengua extranjera (y no sólo europea: hace poco he oído hablar de tenderos marroquíes, establecidos en Murcia, que atienden a sus clientes en wolof o guaraní), no es nada del otro jueves; pero choca también, por otro, con la naturalidad con que otras personas aprenden y emplean el árabe, fuera de dichos círculos y sin presunción alguna, como puede ser el caso, p. ej., de Alexandra Zuluaga, la colombiana protagonista de este programa del canal 2M, الخيط الأبيض (El hilo blanco, de la expresión «دخل بين... و... بخيط أبيض» —mediar de buena fe entre dos partes—, una especie de Diario de Patricia a la marroquí) emitido el pasado 23 de abril:
Descartando que dicha facilidad de los árabes para los idiomas se deba a un don colectivo, como sería difícil mantener, sino más bien a la expansión colonial europea (el desinterés de los árabes de otras épocas por el resto de las lenguas ha llegado a ser proverbial) y sus consecuencias, uno llega enseguida a la conclusión de que la dificultad de los occidentales con el árabe tampoco se debe, así pues, a una dureza de oído colectiva, sino a ese mismo contexto histórico. Sólo así cabe explicar una asimetría que está claramente por encima de las capacidades y gustos individuales en materia de aprendizaje de idiomas.
De Boillon, cuyo árabe puede sorprender en un embajador occidental (no así en uno más oriental), aunque no sea necesariamente el que podría esperarse en alguien de su trayectoria y formación, se subraya sin embargo su condición de arabisant y, lo que es más llamativo, se le agradece incluso, como si fuera una molestia innecesaria en quien ya se ha tomado la de estudiar ciencias políticas. Véase, sin ir más lejos, esta entrevista suya (con chuleta, a lo que se ve, como en otras) en el canal France24:
Y al margen del cumplido final del periodista, agradeciendo al diplomático, "también, por supuesto", su grandilocuencia (فصاحة) y dominio del árabe, compárese con esta otra a Leslie McLoughlin, intérprete oficial durante 26 años de la monarquía y el gobierno británicos, en el programa "Un invitado y una cuestión" (ضيف وقضية) de Al Jazeera (27.01.1999):
Hay quienes como Zuluaga, la colombiana residente en Marruecos, o McLoughlin, recurren con absoluta naturalidad al árabe que han aprendido; y quienes lo hacen, da la impresión, con la petulancia del que se sabe (o se cree, más bien) rara avis. Más de uno, y en más de una ocasión, habremos caído en esa vanidad, los más imprudentes (o con el filtro afectivo más bajo) ante hablantes nativos resabiados o poco impresionables; pero más raro es hacerlo ante un país entero: lo que gusta en Iraq, destino previo de Boillon, no tiene por qué gustar en Túnez, donde además buena parte de la población habla el francés mejor que él su "arabe oriental laborieux"; aunque sin duda es vanidad mayor figurar de arabista quien, sin ser más que eso, que no es ser mucho, carece además de la competencia en árabe que exhibe ufano este "Sarko boy au langage cru".
Pero entonces, y siempre en términos de aprendizaje de la lengua, ¿importa realmente mantener una actitud más o menos humilde, cuando salta a la vista que ser un vantard no es óbice para alcanzar un nivel aceptable? Yo diría que sí: intuyo que el árabe de Boillon, con ser aceptable, podría ser más que aceptable. La vanidad, de algún modo, estanca, lo que no significa, no obstante, que nos estanque a todos en el mismo punto.
Ignoro si el joven embajador habrá aprovechado su misión para aprender algo de tunecino, tan cercano al árabe que debió escuchar, y según él aprendió, en la niñez, que pasó junto a sus padres, pieds-rouges, en la Cabilia (que no entre "beduinos", como deja interpretar a la iraquí que lo entrevista para el canal Al Fayhaa —الفيحاء—) y, más aún, durante sus veraneos en Túnez. De lo que no cabe duda es de que su actitud no parece la más idónea a tal fin.
En el caso del árabe como lengua extranjera, cuyo conocimiento luce y se alaba mucho por limitado que sea, dada la "asimetría" a la que hacía referencia más arriba, encarnada, p. ej., en la fama de inasequible al aprendizaje que rodea a este idioma, convertida a menudo en excusa, no es difícil engañarse y confundir "saber más que otros" con "saber lo suficiente". Raro es el curso en que no tengo en clase a algún alumno cuyo nivel está por encima del resto porque ha estudiado árabe previamente, y más de uno, sospecho, se duerme en los laureles, si no arrullado por cantos de sirenas. A todo ello contribuye el hecho de que el árabe continúe desmarcado, enseñándose de espaldas a una serie de estándares profesionales y evaluándose a ojo de buen cubero, sin que existan aún criterios y procedimientos de acreditación fidedignos, como los hay para otras lenguas. Abocados a estimar su árabe en términos harto relativos, a menudo entre la adulación del nativo ("¡Hablas árabe muy bien!") y la admiración del profano ("Guau, ¡yo no podría!") por una parte, y unas expectativas desmedidas, por otra, fundadas habitualmente en ideas preconcebidas acerca de la lengua y su aprendizaje, no es extraño que muchos estudiantes de árabe alternen frustración y euforia con más intensidad que los de otros idiomas, aunque no necesariamente a partes iguales. Fuerza es admitir, además, que la indulgencia de algunos profesores, de sobresaliente fácil, empeora las cosas: "Teachers, stop babying and rewarding students for the slightest effort", reclamaba el autor del blog Al-Haraka (الحركة), anónimo, en su crítica del sistema norteamericano de enseñanza del árabe, que ya he citado en más de una ocasión.
El sucesor de Boillon, François Gouyette, es también arabisant (INALCO, ESIT) y, según la prensa, arabophile. No sé si será esto último, o la entrevista que concedió a France24 en 2010, siendo embajador en Libia, pero algo me dice que Gouyette va a hacer del árabe un uso más discreto y natural que su antecesor. Aunque para discreción, algo me dice también, la nuestra.
7 comentarios :
Interesante entrada. Los embajadores francés y americano también publicitaron mucho saber turco, pero luego no parecen ser capaces de hacer intervenciones formales en el idioma (sobre todo el francés). Me imagino que entre el ambiente aislado en el que viven, y que con cierto nivel es suficiente para sorprender positivamente a los nativos, no hacen más esfuerzo por progresar.
Creo que a todos nos gusta que nos feliciten cuando empezamos a hablar bien el idioma, pero en vez de dormirse en los laureles hay que seguir esforzándose por mejorar. Y también saber que cuando a uno le dicen "hablas como un turco/árabe/x" aunque es una alabanza que sube la moral a cualquiera, también es eso, un cumplido.
Para la motivación, en efecto, son muy convenientes estas pequeñas recompensas, y convencerse, de algún modo, de que se está en el buen camino. Lo que sucede con idiomas comúnmente menos enseñados como éstos, creo yo, es que es más fácil perderse entre espejismos que en otros. A un turco que aprende alemán o a un marroquí que aprende español raramente se le encomia el esfuerzo, y lo mismo a un hispanohablante que aprende inglés; probablemente por el mismo motivo por el que nadie ve anormal que un europeo resida años y años en un país árabe sin llegar a dominar el idioma. Glotofagia pura.
"[...] Dans ses tête-à-tête avec des responsables tunisiens francophones, le nouvel ambassadeur persiste à parler l'arabe moyen-oriental qu'il utilisait à Bagdad, malgré les conseils de plusieurs diplomates. «Il s'est révélé très arrogant», comment Daniel Contenay, en poste à Tunis de 1999 à 2002. «Comme s'il ne savait pas qu'en parlant arabe à des Tunisiens francophones, il risquait de les vexer.»" (Lénaïg Bredoux y Mathieu Magnaudeix, Tunis Connection. Enquête sur les réseaux franco-tunisiens sous Ben Ali, París, 2012, p. 25.)
Pues yo, dejando de lado la pedantería del personaje en cuestión. La verdad que me alegro de que los representantes diplomáticos empiecen a hablar árabe. Es verdad que podía dedicarse a progresar en el árabe que se habla en su país de destino. Y no simplemente a presumir...
Pero por lo menos sabe algo de árabe. A mi en la última reunión que tuve con una representante diplomática en nuestro consulado en Tetúan (donde esta funcionria llevaba tres años). Llego a decirme que no aprendía árabe porque "es muy difícil". "No tiene vocales". y los marroquíes también tienen la culpa por "saber idiomas extranjeros y comunicarse en frances". También me preguntaba que como podía adoptar una religión discriminatoria para las mujeres. Que no creía que un español pudiera ser musulmán...
Todo esto lo digo como critica hacía los funcionarios y representantes consulares de nuestro país en países árabes. Puede que este caso fuese excepcional (que no creo). Pero, por lo menos, parece que la diplomacia francesa tiene algo de mejor conocimiento cultural y lingüísticos de los países de destino.
No te falta razón, Isaac. A ello me refería en el blog de Yves Gonzalez-Quijano, que ha tenido el detalle de hacerse eco de esta entrada: si no he hablado de los diplomáticos españoles es porque sólo conozco a uno que hable árabe, musulmán converso para más señas, cosa que escandalizaría a nuestra representante en Tetuán (que, por lo que cuentas, tanto daría que nos representara, cantando, en Eurovisión). He tratado de averiguar si hay más, buscando, p. ej., entrevistas con medios árabes, como las dan los franceses, pero en balde, con lo que a discreción, al menos, no nos ganan...
Aquí, según José Antonio Yturriaga, que fue embajador en Iraq, "basta que el funcionario [...] hable árabe o ruso para que sea destinado a un país hispano o germano-parlante".
Hedy Belhassine, "Le nouveau résident de France en Tunisie", HYB, 21.02.2011.
"L'ex-diplomate Boris Boillon condamné pour « blanchiment de fraude fiscale »", Le Monde, 07.07.2017.
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