Carregant vídeo...
"Ja l'àrab planteja problemes. El problema és que ni el doctor Samsó ni jo sabem àrab, ni cap del món". Lo decía Juan Vernet, catedrático de Lengua y Literatura Árabe de la Universidad de Barcelona, fallecido el pasado 23 de julio, en el minuto 12:12 de esta entrevista grabada en febrero, y como ejemplo ponía la dificultad de unos traductores para enfrentarse al "llenguatge tècnic de la història de la ciència" en un curso impartido por él en el Institut du Monde Arabe de París, refiriéndose un poco más adelante a la suya propia para seguir un discurso de Gadafi (القذافي) en la televisión. "Era prou curiós", reflexiona a partir del minuto 13:10. "No l'entenia i l'entenia, perquè ell parlava àrab clàssic, però [...] passava a l'àrab dialectal, i en comptes de التي deia اللي i altres coses per l'estil".
El caso de Vernet, traductor al español del Corán y Las mil y una noches, es el de otras figuras indiscutibles del arabismo español, cuya actitud, cuando menos esquiva, hacia un problema que obviamente no plantea la lengua en sí, sino la forma de abordarla, tanto sorprende a la luz de sus méritos y desmerece, creo, de ellos. En Vernet, además, se da la circunstancia de que George Sarton, al que se tiene por fundador de la Historia de la Ciencia, su especialidad, fue al mismo tiempo un adelantado a su tiempo por sus "Remarks on the Study and the Teaching of Arabic", publicados en The MacDonald Presentation Volume (Princeton, 1933, p. 333-347), un Festschrift en homenaje al arabista norteamericano Duncan Black MacDonald. A Vernet, de hecho, que es autor de una interesante "advertencia" inicial, dedica Thomas F. Glick su George Sarton i la història de la ciència a Espanya (Barcelona, 1990), y en 1991 se le concedió la medalla que lleva su nombre (aunque no conste así en el sitio de la History of Science Society).
Entre las muchas perlas que engarza Sarton, una tras otra, en sus observaciones sobre el estudio y la enseñanza del árabe, entresacaré sólo éstas a modo de muestra (p. 344-5):
"Aprovechó muy bien su estancia", dice Mariano Arribas Palau, "para profundizar sus conocimientos de árabe literal. En aquella época aparecía siempre con una voluminosa cartera, lo que fue motivo de que le llamáramos Yahyà el-Carterawi" ("Juan Vernet: su presencia en Marruecos y Madrid", Anthropos, 117, 1991, p. 44). Pero su percepción de la lengua y su aprendizaje se aparta de nuevo, diametralmente, de la de Sarton, partidario absoluto del estudio de lo que él denomina dārij, el árabe dialectal, en contra de la tendencia de los "western orientalists" a despreciarlo (p. 337) y a representarlo (p. 340) por desconocimiento en términos irreales:
Lo que resulta aún más llamativo si se tiene en cuenta que, a partir de 1954, ocuparía una cátedra de lengua árabe y... árabe vulgar; o el tipo de enseñanza que se recibía (y que, con algunos lavados de cara, hemos seguido recibiendo otros muchos después), descrito por el propio Vernet ("Don Emilio García Gómez, en la enseñanza del árabe en Barcelona", Revista del Instituto Egipcio de Estudios Islámicos, 28, 1996, 143-145, p. 144):
Explicar por qué un traductor y especialista de la talla de Vernet era capaz de afirmar que nadie sabe árabe y quedarse tan ancho resulta delicado, pero no difícil. El sofisma, si puede llamarse así, forma parte de la panoplia tautológica de la Escuela: "L'arabe on l'étudie toujours, on ne le sait jamais" es el aforismo (cf. Arabismo y traducción, p. 59) que García Gómez atribuía a William Marçais, "el hombre", en su opinión, "que mejor ha conocido el árabe en nuestro siglo", y que varía sensiblemente del que gustaba de repetir el hijo de éste, arabista también (y próximo, por cierto, a la extrema derecha), a imitación suya: "On ne connaît pas l'arabe, on ne connaît que de l'arabe" (Mélanges à la mémoire de Philippe Marçais, París, 1985, p. x). Pero aseveraciones como éstas, ni que decir tiene, no son más que fintas sobre la base de que saber árabe es ser un diccionario andante e infalible que registre todo el léxico generado en dicho idioma desde el siglo VI d.C. (y parte del que no ha generado aún), y no, simple y llanamente, un usuario competente de él: cosa que el sofista, de ordinario, no es.
Como tampoco, volviendo a la idea anterior, parece difícil entender por qué la mera revelación, y no digamos ya la crítica y discusión, del problema resulta tan comprometida y embarazosa: porque, aun cuando se hunda en el pasado y se extienda más allá de nuestras aulas, entraña un reproche del que pocos en el gremio pueden, al menos con razón, sentirse a salvo. Tildar aun la denuncia más ecuánime de esta situación de irrespetuosa, irreverente, etc., es un modo de reivindicar el error, pero, ante todo, de reivindicarse a uno mismo (y de hacer, de paso, un flaco favor al futuro); y otro tanto puede decirse de quien documenta esta deficiencia, pero circunscribiéndola a un pretérito perfecto simple (que ya no incomoda a nadie) y buscándole por lo común disculpa en el sino de los tiempos, cosa que aun así se hace lo más recatadamente posible, con visos de rigor y distancia al objeto de estudio.
Quienes sean proclives a no argumentar más que ad verecundiam han de saber que denuncias de esta carencia, aunque singulares e inusuales, las hay tan venerables (Sarton formula la suya desde Estambul en mayo de 1932) como puedan parecerlo las recusaciones y huidas hacia delante de los maestros, y más autorizadas:
Que Vernet negara la mayor en este punto, y no es casual que a propósito de las "noves especialitats" que "van sorgint a poc a poc", no es óbice para adherirse a quienes admiran la variedad, cantidad y calidad de su producción, que motiva el apelativo de "arabista total" que le aplica el obituario publicado en El País (26.07.2011). Y a la inversa, ni este reconocimiento ni el respeto que comporta deberían ser excusa para dejar de contradecir un punto de vista tan desafortunado.
"A Juan Vernet", dice Isabel Ramos en La Vanguardia (26.07.2011), "no le dolían prendas en reconocer sus errores", y sería de lamentar que haya quien herede éste acerca del árabe y los problemas que plantea, máxime cuando lleva siglos dilucidado: "Consideret vestra sapientia", dirá Roger Bacon a finales del XIII, "quod in linguarum cognitiones sunt tria". Conocer una lengua tan bien como para traducirla es difícil, prosigue el franciscano, pero no tanto como algunos creen; lo que es verdaderamente difícil es hablar la ajena como la propia, y enseñar, predicar y perorar en ella como en la materna.
El caso de Vernet, traductor al español del Corán y Las mil y una noches, es el de otras figuras indiscutibles del arabismo español, cuya actitud, cuando menos esquiva, hacia un problema que obviamente no plantea la lengua en sí, sino la forma de abordarla, tanto sorprende a la luz de sus méritos y desmerece, creo, de ellos. En Vernet, además, se da la circunstancia de que George Sarton, al que se tiene por fundador de la Historia de la Ciencia, su especialidad, fue al mismo tiempo un adelantado a su tiempo por sus "Remarks on the Study and the Teaching of Arabic", publicados en The MacDonald Presentation Volume (Princeton, 1933, p. 333-347), un Festschrift en homenaje al arabista norteamericano Duncan Black MacDonald. A Vernet, de hecho, que es autor de una interesante "advertencia" inicial, dedica Thomas F. Glick su George Sarton i la història de la ciència a Espanya (Barcelona, 1990), y en 1991 se le concedió la medalla que lleva su nombre (aunque no conste así en el sitio de la History of Science Society).
Entre las muchas perlas que engarza Sarton, una tras otra, en sus observaciones sobre el estudio y la enseñanza del árabe, entresacaré sólo éstas a modo de muestra (p. 344-5):
The reading knowledge of a language is but a very imperfect and insufficient knowledge of it, however good and deep it may seem to be (and by the way it is very easy to fool oneself on the subject). One cannot have a very accurate knowledge of a language which one does not write, nor a fluent one of a language which one does not speak.Aunque baste, para retratar al personaje, con decir que a Asín Palacios, García Gómez, Millás y González Palencia les escribía en árabe, que en esos momentos estaba estudiando en Marruecos y el Líbano, durante un año sabático, y que retomaría después de la mano de Charles H. Malik (otro motivo para recordarle, aparte de por ser tío de un tal Edward Said...). "Els corresponsals de Sarton", comenta Glick, "restaren sorpresos en general per aquesta habilitat d'escritura, i pocs d'ells foren capaços de contestar de la mateixa manera" (p. 25), remitiendo, p. ej., a una respuesta de Asín (p. 48):
[...] The Arabic language is a living language which is spoken and written to this day by many millions of people scattered over a considerable part of the world. A living language should be known not only passively but actively, in a funcional and living way. A dead knowledge of a live thing is a falsification of it.
C'est vraiment un tour d'adresse, que j'admire [d']autant plus que je suis incapable de faire la même chose, parce que le travail de traduire l'arabe —la seule chose que je connais un peu— est tout à fait différent de celui d'écrire qui le présuppose.Vernet, como es sabido, había ido con Millás a Marruecos en 1945, en viaje de fin de curso, y ocupado una plaza de profesor de instituto en Alcazarquivir (القصر الكبير) durante el año académico 1946-1947, asistiendo además regularmente a una escuela primaria:
Assitia a classes d'àrab en una escola primària, amb estudiants musulmans de 10 anys, on també assistia un sergent de regulars. Parlar àrab clàssic era, per als marroquins, una manifestació nacionalista, perquè els espanyols ocupants només en coneixien el dialecte. Per aquest motiu, tot i el perill que m'acusessin de confraternització, em vaig moure en ambients nacionalistes i llegia butlletins independentistes. Val a dir que vaig retrobar 20 anys més tard el meu professor a l'escola primària, després de la independència del Marroc. Llavors em va parlar, no en àrab clàssic, sinó en àrab dialectal.---A. Roca y J. Samsó, "Joan Vernet. La passió per entendre el món àrab", L'Avenç, 265 (2002), 51-6 (52).
"Aprovechó muy bien su estancia", dice Mariano Arribas Palau, "para profundizar sus conocimientos de árabe literal. En aquella época aparecía siempre con una voluminosa cartera, lo que fue motivo de que le llamáramos Yahyà el-Carterawi" ("Juan Vernet: su presencia en Marruecos y Madrid", Anthropos, 117, 1991, p. 44). Pero su percepción de la lengua y su aprendizaje se aparta de nuevo, diametralmente, de la de Sarton, partidario absoluto del estudio de lo que él denomina dārij, el árabe dialectal, en contra de la tendencia de los "western orientalists" a despreciarlo (p. 337) y a representarlo (p. 340) por desconocimiento en términos irreales:
En esa época cursar árabe era duro para los futuros arabistas españoles. El árabe medieval se aprendía, con un buen maestro, de modo relativamente fácil. Pero en el transcurso de los diez años que ocupan nuestra Guerra Civil y la Mundial, el desarrollo técnico se hizo patente a los ojos de todos. En 1942 necesitábamos tres días desde el norte de España para llegar a la zona del Protectorado español de Marruecos e intentar sumergirnos en la lengua clásica hablada pero, al llegar allí, teníamos que subrayar a los africanistas (partidarios del árabe dialectal) que lo que nosotros pretendíamos era hablar el árabe literal o de los periódicos y la radio, como entonces lo llamábamos. La diferencia entre ambos es sencilla: el primero no se escribe y el segundo sí, de modo parecido a como hoy sucede con las variantes dialectales de cualquier idioma y la lengua normativa oficial. A nuestra llegada debíamos insistir en que nos intentábamos relacionar con los medios cultos de la población como eran los escritores, profesores y personas de cultura similar. Era pues difícil, dado lo largo del viaje y lo corto de nuestras economías, que consiguiéramos permanecer con nuestros amigos marroquíes mucho tiempo.---Fernando de la Granja y Juan Vernet, Precedentes y reminiscencias de la literatura y el folklore árabes en nuestro Siglo de Oro, Madrid, 1996, p. 48.
El primero que se daba cuenta de que este déficit podía pesar como una losa sobre los futuros arabistas era, cómo no, Don Emilio García Gómez, quien alrededor del año cincuenta consiguió cuatro becas para otros tantos futuros arabistas españoles y mandarlos a Beirut. Granja se contaba entre ellos. Pero una malhadada intervención dejó el proyecto al garete. Años más tarde Granja tendría la oportunidad de ir a El Cairo y volver con su buen árabe hablado (literal, por supuesto).
Lo que resulta aún más llamativo si se tiene en cuenta que, a partir de 1954, ocuparía una cátedra de lengua árabe y... árabe vulgar; o el tipo de enseñanza que se recibía (y que, con algunos lavados de cara, hemos seguido recibiendo otros muchos después), descrito por el propio Vernet ("Don Emilio García Gómez, en la enseñanza del árabe en Barcelona", Revista del Instituto Egipcio de Estudios Islámicos, 28, 1996, 143-145, p. 144):
Hacia fines de 1950 existía un «ciclo» más o menos didáctico entre los profesores de árabe: en primero se traducían textos sencillos de la Crestomatía de Asín que tienen la ventaja de estar vocalizados; en segundo, la Antología de don Emilio (excepto el capítulo de El collar ya mencionado); en tercero, se leía este último y se iniciaba la Crestomatía de Lerchundi, con la que se seguía en cuarto. La grave, gravísima falta de los estudiantes de Barcelona, era que no aprendíamos a traducir poesía árabe.A lo que se añadían, ya en ese último curso, traducciones de prensa árabe (cf. Arias, Feria y Peña, Arabismo y traducción, Madrid, 2003, p. 105, quienes aprecian además —p. 30— un atisbo de método directo en ello, así como en las estancias en países árabes).
Explicar por qué un traductor y especialista de la talla de Vernet era capaz de afirmar que nadie sabe árabe y quedarse tan ancho resulta delicado, pero no difícil. El sofisma, si puede llamarse así, forma parte de la panoplia tautológica de la Escuela: "L'arabe on l'étudie toujours, on ne le sait jamais" es el aforismo (cf. Arabismo y traducción, p. 59) que García Gómez atribuía a William Marçais, "el hombre", en su opinión, "que mejor ha conocido el árabe en nuestro siglo", y que varía sensiblemente del que gustaba de repetir el hijo de éste, arabista también (y próximo, por cierto, a la extrema derecha), a imitación suya: "On ne connaît pas l'arabe, on ne connaît que de l'arabe" (Mélanges à la mémoire de Philippe Marçais, París, 1985, p. x). Pero aseveraciones como éstas, ni que decir tiene, no son más que fintas sobre la base de que saber árabe es ser un diccionario andante e infalible que registre todo el léxico generado en dicho idioma desde el siglo VI d.C. (y parte del que no ha generado aún), y no, simple y llanamente, un usuario competente de él: cosa que el sofista, de ordinario, no es.
Como tampoco, volviendo a la idea anterior, parece difícil entender por qué la mera revelación, y no digamos ya la crítica y discusión, del problema resulta tan comprometida y embarazosa: porque, aun cuando se hunda en el pasado y se extienda más allá de nuestras aulas, entraña un reproche del que pocos en el gremio pueden, al menos con razón, sentirse a salvo. Tildar aun la denuncia más ecuánime de esta situación de irrespetuosa, irreverente, etc., es un modo de reivindicar el error, pero, ante todo, de reivindicarse a uno mismo (y de hacer, de paso, un flaco favor al futuro); y otro tanto puede decirse de quien documenta esta deficiencia, pero circunscribiéndola a un pretérito perfecto simple (que ya no incomoda a nadie) y buscándole por lo común disculpa en el sino de los tiempos, cosa que aun así se hace lo más recatadamente posible, con visos de rigor y distancia al objeto de estudio.
Quienes sean proclives a no argumentar más que ad verecundiam han de saber que denuncias de esta carencia, aunque singulares e inusuales, las hay tan venerables (Sarton formula la suya desde Estambul en mayo de 1932) como puedan parecerlo las recusaciones y huidas hacia delante de los maestros, y más autorizadas:
Creemos conveniente que se conozca estas circunstancias, pues no son mera maledicencia trasnochada, sino que han influido en la trayectoria de los estudios árabes en España y parece que van a seguir haciéndolo, a falta de un examen de conciencia y penitencia por el pecado de no haber querido en bastantes casos, pudiendo, en casi todos, poner coto a esta grave deficiencia estructural, el insuficiente conocimiento de la lengua.---Federico Corriente, "Las etimologías árabes en la obra de Joan Coromines", L’obra de Joan Coromines, Sabadell, 1999, pp. 67-88 (86).
Que Vernet negara la mayor en este punto, y no es casual que a propósito de las "noves especialitats" que "van sorgint a poc a poc", no es óbice para adherirse a quienes admiran la variedad, cantidad y calidad de su producción, que motiva el apelativo de "arabista total" que le aplica el obituario publicado en El País (26.07.2011). Y a la inversa, ni este reconocimiento ni el respeto que comporta deberían ser excusa para dejar de contradecir un punto de vista tan desafortunado.
"A Juan Vernet", dice Isabel Ramos en La Vanguardia (26.07.2011), "no le dolían prendas en reconocer sus errores", y sería de lamentar que haya quien herede éste acerca del árabe y los problemas que plantea, máxime cuando lleva siglos dilucidado: "Consideret vestra sapientia", dirá Roger Bacon a finales del XIII, "quod in linguarum cognitiones sunt tria". Conocer una lengua tan bien como para traducirla es difícil, prosigue el franciscano, pero no tanto como algunos creen; lo que es verdaderamente difícil es hablar la ajena como la propia, y enseñar, predicar y perorar en ella como en la materna.
5 comentarios :
Como siempre, una entrada muy interesante. El quid de la cuestión parece estar en la actitud de los estudiosos, unos pro-dariya, otros que prefieren la lengua clásica; y por supuesto los medios con los que cuentan. La actitud y opiniones heredadas también parecen tener un gran peso.
A veces tengo la impresión de que los estudiantes quieren - o queremos - tener un conocimiento muy académico y enciclopédico de un idioma, en vez de centrarnos en el aspecto más útil y que agiliza el aprendizaje muchísimo: la lengua hablada.
Y nos hace mucha falta "tirarnos a la piscina", creo que empezar con inmersión desde el principio ayudaría mucho a tener un conocimiento más eficaz del lengua, más ameno, y que nos haría tener más confianza en nosotros mismos además de darnos una base muy buena.
El árabe no creo que tenga una dificultad mayor que otra lengua, pero nos hace falta deshacernos de los prejuicios sobre su conocimiento e intentar buscar métodos de enseñanza que vayan más allá de aprender el árabe como si fuera latín. Por lo que vas poniendo en tu blog, veo que se está avanzando mucho en ese aspecto y que hay gente como tú muy comprometidas con "la causa".
Gracias, Renata. En realidad, en el terreno del arabismo, y a diferencia de los debates que suscitan la diglosia y la arabización en las sociedades árabes, más que أنصار الدارجة frente a أنصار الفصحى, lo que hay son partidarios (no sé cuántos, pero muy pocos) de aprender el árabe para utilizarlo frente a partidarios de utilizarlo sin aprenderlo, que son legión.
Cada estudiante tiene su estilo de aprendizaje: los hay, por simplificar, que piden más gramática y otros que piden más conversación, pero tarde o temprano tienen que enfrentarse a la cara de la moneda que menos les gusta; al menos en teoría: en la práctica, y sobre todo en el caso del árabe, no cabe duda de que predominan los enfoques numismáticos: la moneda se cataloga, pero no se usa.
Que mis peroratas no te engañen: si algún avance se produce es porque somos como esos niños que se empeñan en bajar por una escalera mecánica que sube: a veces cejamos y nos sube con ella, pero seguimos yendo de espaldas.
Pero cada vez menos de espaldas, profesor, o eso me gusta creer...
¿sabes? hace unos días, repasando el foro que utilizamos en clase en la EOI de Málaga para conversar en dariya http://www.voxopop.com/group/fae52ffe-4fb8-406f-87b7-588fa953cca1 en el que has participado alguna vez, oíamos intervenciones tuyas y de algunos nativos de hace un año. Y, no sabes la sorpresa que nos llevamos cuando vimos que entendíamos las intervenciones enteras, cuando antes no entendíamos nada. Y para mi sorpresa, algunos compañeros, partidarios de la otra cara de la moneda, se convirtieron a la causa jeje, así que la escalera, con los años, yo creo que cambiara su sentido.
De frente o de espaldas, lo importante es que la escalera siga subiendo... Eso me recuerda, por cierto, que os debo una larga contestación, que tengo pendiente.
Publicar un comentario
No se permiten comentarios anónimos. El autor del blog se reserva el derecho a rechazar cualquier comentario que considere inadecuado, aunque no por ello se hace responsable de las opiniones vertidas por terceros en los admitidos y publicados.
Si lo desea, también puede dejar su comentario en la página del blog en Facebook.