"The posts for which such knowledge will fit you are few, and, for the most part, poorly endowed, neither can you hope to obtain them till you have worked and waited for many years. And from the Government you must look for nothing, for it has long shown, and still continues to show, an increasing indisposition to offer the slightest encouragement to the study of Eastern languages."
A rare piece of good fortune has in my case falsified a prediction of which Dr. Wright himself, though I knew it not till long afterwards, did all in his power to avert the accomplishment; but in general it still holds true, and I write these words, not for myself, but for those young English Orientalists whose disappointments, struggles, and unfulfilled, though legitimate, hopes I have so often been compelled to watch with keen but impotent sorrow and sympathy.
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Edward G. Browne, A Year Amongst the Persians, 1893, p.3 (trad. al español de José Ramón Gallo y Joaquín Rodríguez Vargas:
Un año entre los persas, Barcelona, 2004).
Aunque la entrada de hoy lleve por título el de un libro, no se trata de una reseña. No podría serlo en modo alguno, porque pocos habrá menos indicados que yo para hacerla. La publicación de esta
Gramática general del persa moderno (Almuzara, 2011) es la excusa perfecta para rendir desde aquí un modesto homenaje personal a su autor, Joaquín Rodríguez Vargas, entrevistado
ayer mismo en el Diario de Sevilla, y que fue quien me introdujo en el aprendizaje del persa, hace ya más de tres lustros, pero sobre todo quien, con
su ejemplo antitético, había de inspirar muchas de mis primeras reflexiones sobre la situación de la enseñanza del árabe en la universidad. A poco que se conozca esta última, no habrá de sorprender la impresión que me causó Joaquín (خواكين para los amigos) cuando asistí por primera vez, hace ahora 17 años, a una de las clases particulares de persa que le daba a un compañero mío de estudios. Joaquín no sólo dominaba la lengua, la historia y la literatura persas como muy pocos arabistas españoles o extranjeros las árabes, sino que además lo había conseguido de manera autodidacta: primero, a través del contacto con iraníes residentes en España (cuando yo lo conocí, de hecho, sólo había estado una vez en Irán y apenas por espacio de unos meses) y, a medida que avanzaba con el idioma, merced a su interés y dedicación personal, sin contar con título alguno (aunque a la vuelta de un año obtendría el de intérprete jurado y a la postre el de ldo. en
Filología Árabe) ni más
crédito que el suyo propio.