Dice César Vidal, conocido
histeriador y comentarista, a propósito de un artículo publicado en
The New York Times (
"In Troubled Spain, Boom Times for Foreign Languages"), que "en la Universidad [española] —que debería dar ejemplo— los profesores políglotas brillan por su ausencia", a diferencia de él, que
según El Mundo "habla ocho idiomas y traduce 16" (me pregunto si aparte o contando los ocho primeros y, en cualquiera de los casos,
qué ha de entenderse en él por hablar y
traducir); y para rematar añade, volviéndose a los arabistas, que conoce a "más de uno que más allá de la
Alianza de civilizaciones no sabe nada de nada". Y lo decía ayer, primero de abril, en que distintos países (y algún que otro espabilado) celebraban su día de los Inocentes, como los anglosajones, p. ej., el llamado
April Fools' day.
Hipérboles aparte, acierta el comentarista, y al César lo que es del César, al insinuar que
hay arabistas que no saben árabe, es decir, hablarlo, que es como haber estudiado solfeo, saberse cuántas teclas tiene un piano y a qué nota corresponde cada una, pero no pasar de tocar en él los compases iniciales del
Para Elisa de Beethoven, y aun eso con el tempo cambiado. Fácilmente se comprenderá que un
pianista así puede estar en condiciones de escribir una biografía del compositor alemán o de editar una partitura suya desconocida, y que está en su derecho de amar a
Satie o detestarlo, pero que en ningún caso debería dar un concierto (cosa que, si es mínimamente cuerdo, se guardará de hacer) y, sobre todo, ser profesor de piano en un conservatorio, como sí sucede sin embargo en el caso del árabe, sin que nadie (en apariencia) eche en falta
la música o sea tildado de
indocente.