Hace poco hablaba aquí de motivación y estudio del árabe en España y se me ocurre que quienes nos interesamos por estas cosas y tenemos experiencia propia de ellas (porque hemos sido cocineros antes que frailes) tenemos una particular forma de donar nuestro cuerpo a la ciencia, que es entregarnos al ejercicio de la introspección. Qué mejor manera de indagar por qué se estudia árabe en España que comenzar por preguntarse a uno mismo, porque en el peor de los casos (que uno resulte poco o nada representativo) al menos puede hacerse una idea de lo que le supone a otros contestar a la misma pregunta. Yo comenzaré por apuntar cuándo y cómo me dio por estudiar árabe, qué relación había tenido hasta entonces con la lengua o sus hablantes, y por qué lo he seguido estudiando.
El árabe comenzó a interesarme vagamente, que yo recuerde, a finales de la EGB, que es cuando me dio, no sé a santo de qué, por ir apuntando las etimologías de los arabismos que aparecían en el Diccionario enciclopédico Salvat Universal, que traía en su primer volumen una tabla con todos los caracteres árabes y hebreos, seguidos de su transliteración de acuerdo con las revistas Al-Andalus y Sefarad. Pero no fue hasta 1º de BUP, es decir, con unos 14 años, cuando me compré una Guía de conversación YALE español-árabe. Mis intentos por aprender (siquiera a leer) con aquella guía, por cierto, me han recordado después a los de Nicolaus Clenardus por hacer otro tanto a partir del salterio políglota de A. Giustiniani (1516); y me han convencido de que en el caso del árabe "el maestro de quien no tiene maestro es el demonio" (من لا شيخ له شيخه الشيطان), como dicen los sufíes. De ahí que, cuando entré en la universidad, fue como si empezara de cero. Interesado como estaba en el idioma y puesto que en el bachillerato había escogido la opción de Letras y el inglés (la única lengua extranjera que había estudiado hasta la fecha) no se me daba mal, no es de extrañar que acabara matriculándome en Filología Árabe, que en mi inocencia sonaba al equivalente exacto, en árabe, de Filología Inglesa. Que lo hiciera al mismo tiempo en los cursos que impartía (e imparte) Kadhim Alshameary (كاظم الشمري) en el Instituto de Idiomas de mi universidad me parece ahora una premonición, pero en su momento debió ser pura coherencia: si uno quiere estudiar un idioma, cuanto más, mejor.
El árabe comenzó a interesarme vagamente, que yo recuerde, a finales de la EGB, que es cuando me dio, no sé a santo de qué, por ir apuntando las etimologías de los arabismos que aparecían en el Diccionario enciclopédico Salvat Universal, que traía en su primer volumen una tabla con todos los caracteres árabes y hebreos, seguidos de su transliteración de acuerdo con las revistas Al-Andalus y Sefarad. Pero no fue hasta 1º de BUP, es decir, con unos 14 años, cuando me compré una Guía de conversación YALE español-árabe. Mis intentos por aprender (siquiera a leer) con aquella guía, por cierto, me han recordado después a los de Nicolaus Clenardus por hacer otro tanto a partir del salterio políglota de A. Giustiniani (1516); y me han convencido de que en el caso del árabe "el maestro de quien no tiene maestro es el demonio" (من لا شيخ له شيخه الشيطان), como dicen los sufíes. De ahí que, cuando entré en la universidad, fue como si empezara de cero. Interesado como estaba en el idioma y puesto que en el bachillerato había escogido la opción de Letras y el inglés (la única lengua extranjera que había estudiado hasta la fecha) no se me daba mal, no es de extrañar que acabara matriculándome en Filología Árabe, que en mi inocencia sonaba al equivalente exacto, en árabe, de Filología Inglesa. Que lo hiciera al mismo tiempo en los cursos que impartía (e imparte) Kadhim Alshameary (كاظم الشمري) en el Instituto de Idiomas de mi universidad me parece ahora una premonición, pero en su momento debió ser pura coherencia: si uno quiere estudiar un idioma, cuanto más, mejor.