31 de diciembre de 2011

Tres o cuatro años

Para despedir el 2011 y recibir el nuevo año, con mis mejores deseos para quienes disfrutan de este anís moruno, una cita de hace 400 años:
[...] Por más que digan y encarezcan los aficionados a esta lengua que en espacio de tres o cuatro años se aprenderá consumadamente, parece imposible que los cristianos la podamos estudiar con tanta facilidad: pues como confiesan los mismos que esforzaban esta causa: de setenta años a esta parte, no ha habido uno bastantemente docto en esta lengua, en las letras sagradas, habiendo muchos gallardos ingenios y varones muy letrados procurado de veras el estudiarla: y Nicolao Clenardo, el que compuso el arte griega, que se inclinó a esto, con ser tan fácil en el estudio de las lenguas, le costó esta mucho trabajo y peregrinaciones, y gastó en ello la vida, sin que pudiese coger el fruto de su trabajo, pues de su tierra vino a Granada, para estudiarla de veras, y confutar esta malvada secta, y no hallando maestros a su gusto, pasó a África, y la estudió en Fez, y volviendo ya bastantemente instruido en ella, murió en la Alhambra de Granada. Pues, si para que este varón tuviese noticia de esta lengua fue necesario gastar en ello buena parte de su vida, y habiendo pasado ya tantos años no hallaba maestros idóneos; ¿cómo se estudiaría ahora con la facilidad que se representa? El P. Ignacio de las Casas, de la compañía de Jesús, que desde niño supo la lengua vulgar arábiga por el comercio que tuvo con los moros de Granada, y después toda la vida le duró el estudio y la afición a esta lengua por el grande celo que tuvo del bien de estas almas, y después la estudió en el Oriente, adonde fue por orden de la Sede Apostólica; con todo confiesa de sí que no llegaba su saber a poder escribir en esta lengua. ¿Pues cómo será posible aprenderla los demás en tres años, sino fuese ya muy bárbara y rústicamente?
---Damián Fonseca, Iusta expulsión de los moriscos de España, Roma, 1612, p. 457.

Ytemolojia arauica

Y hay así esta diferencia: que la arábiga fue lengua vulgar en España; más no fue vulgar de España, y la latina sí.
---R. Selden Rose, "The «España defendida» by don Francisco de Quevedo (Conclusión)", BRAH, 69 (1916), p. 158.

Descubro gracias a un twit de Alfonso de Zamora (reencarnado en Jesús de Prado) el artículo de , y a través de éste que Quevedo (sí, el mismo que decía que la arábiga es "lengua de perros") disponía en su biblioteca privada de una Ytemolojia arauica, que no es sino el Liber secundus grammatices arabicae, sive Etymologia arabica de Peter Kirsten (Breslavia, 1610), al que Thomas Erpenius (él mismo de natural, al parecer, algo quevedesco) tenía por un payaso (nugator) ignorante, hasta el punto de considerar que tanto esta segunda parte como la tercera que completaba la obra, y que contenía una traducción de la Jurrumía (الآجرومية), no merecían, en una palabra, ser leídas, según decía en una carta suya dirigida a Isaac Casaubon en 1611:
Petrus autem Kirstenius nuper reliquos duos Grammaticae suae libros evulgavit; qui quales sint, vis uno verbo dicam? Non merentur legi. O inscitiam homines et audaciam! ne نص quidem conjugare scit, nec Alcoranum unquam legit, (quod certe scio) et tamen Grammaticam Arabicam audet edere.
---Isaac Causabon, Epistolae, Rotterdam, 1709, p. 662.

Coincidiendo así, no en la forma pero sí en el fondo, con la crítica moderna de J. Fück (Die Arabischen Studien in Europa bis in den Anfang des 20. Jahrhunderts, Leipzig, 1995, p. 58-9):
Er blieb ein Dilettant, welcher die knapp bemessenen Mußestunden, die sein Beruf ihm ließ, den arabischen Studien widmete, ohne daß seine Begeisterung imstande gewesen wäre, die Unzulänglichkeiten seiner wissenschaftlichen Ausrüstung wettzumachen. Seine Arbeiten leiden daher an schweren Mängeln; in seiner Grammatik sind z. B. fast alle Zahlwörter falsch angegeben.
También Quevedo, que "estudió, demás de la latina, la lengua griega, la italiana, la hebrea, la francesa y la arábiga" según el abad don Pablo Antonio de Tarsia (Vida de don Francisco de Quevedo Villegas, Madrid, 1792 —ed. príncipe de 1663—, p. 23), pasa por ser un diletante cuando dice, p. ej., que:
Ala, voz con que se nombran plumas o brazos de las aves, es del hebreo הלך que significa encima; y de ahí Alá en arábigo Dios, y de ahí ala en en castellano, o porque lleva a lo alto, o porque ella está encima; o se dice del mismo halac que es andar, porque con ellas andan los pájaros, que es el volar suyo.
---R. Selden Rose, "The «España defendida» by don Francisco de Quevedo (Conclusión)", BRAH, 69 (1916), p. 146.

Con lo que autor, lector y obra quedan algo parejos.

La razón por la que Quevedo sólo contaba en su biblioteca con el segundo volumen de la obra podría hallarse en lo que parece una nota manuscrita suya, hallada en la llamada Colección Gayangos:
La nota apareció doblada a modo de marcador de página en el manuscrito RAH, Col. Gayangos, MS XL, vol. 7, que forma parte de un diccionario arábigo-latín y arábigo-español en 13 volúmenes apaisados, posiblemente del siglo XVII y según Gayangos, de "autor anónimo, aunque probablemente frayle español en Tierra Santa". Es difícil saber si la nota guarda relación con el material donde se encontró o si quedó depositada allí por casualidad. Figura en primer lugar la dirección del destinatario: "Para el Sr. Dn. Francisco Gómez de Quevedo, calle Segovia, frente (?) del Consejo de Guerra, en el mismo cuarto donde vivió el Sr. Gálvez". A continuación y de otra mano, consta "Mi Dueño y Sr., yo me equivoqué porque siendo el Primer Tomo el que me falta pedí el 2º y es aquel el que necesito. Perdone Vd. y mande a su amigo. Franco. Gomez de Quevedo".
---Cristina Álvarez Millán, "El Fondo Oriental de la Real Academia de la Historia: datos sobre su formación y noticia de algunos hallazgos", En la España Medieval, 32 (2009), 359-388, 359.

No es ésta la única ocasión en que un autógrafo de Quevedo aparece junto a un texto árabe: el manuscrito XIV.E.46 de la Biblioteca Nacional de Nápoles, que incluye varias de sus composiciones poéticas, pudiendo ser él mismo uno de los copistas, contiene también "uno scritto in lingua araba" en varios folios. Quevedo había residido en Italia entre 1613 y 1619, coincidiendo, quién sabe si con Diego de Urrea, "secretario de cartas africanas y asiáticas en lengua arábiga, turquesca y pérsica del gran Sultán de España" (كاتب السر للسلطان الأعظم سلطان إسبانية في مسايل إفريقية وآسية باللسان العربي والتركي والفارسي) y antiguo catedrático de árabe en Alcalá, que pasó en Nápoles sus últimos años de vida (aunque a su muerte, probablemente en 1615, Quevedo aún estaba en Sicilia).

Cuándo y en qué circunstancias estudió árabe Quevedo, si es que lo hizo tal y como dicen sus biógrafos siguiendo a Pablo Antonio de Tarsia (que fue como él —y quizá como el propio Urrea— académico ocioso de Nápoles), es un misterio.

4 de diciembre de 2011

Dilo tú y sucederate lo mismo

En un cruce de mensajes electrónicos, hace unos días, el profesor Federico Corriente me daba a conocer, cosa que le agradezco, esta burla de Quevedo, que forma parte de una serie de consejos reunidos bajo una primera y sencilla recomendación:
Si quieres saber todas las lenguas, háblalas entre los que no las entienden; y está probado. [...]

La arábiga no es menester más que ladrar, que es lengua de perros, y te entenderán al punto.
---Francisco de Quevedo, "Libro de todas las cosas y otras muchas más", Obras de don Francisco de Quevedo, Amberes, 1699, p. 464.

Eran otros tiempos, pero casi un siglo antes (Quevedo publica esta obra jocosa en 1631) decir que se sabía árabe, al menos en grado suficiente como para enseñarlo en una universidad, todavía requería una demostración práctica:
AUSA, 13, p. 473-4
E abrieron por una parte en el dicho libro, e le cupo por suerte según allí se dijo el evangelio de San Juan en el capítulo segundo, en el cual libro para ver si era así el dicho señor rector puso una rúbrica; e Alonso Méndez e Bartolomé Gasco consiliarios pusieron ciertas señales en él, porque el dicho evangelio de San Juan era escrito en arábigo e le mandaron al dicho comendador lo tradujese en latín. E una carta en romance para que la tradujese en arábigo. E le dieron hoy domingo en todo el día estando encerrado en el claustro de arriba. E lo que ansí dio los dichos señores rector e consiliarios lo enviaron a la ciudad de Granada por el bachiller Alonso Méndez, consiliario, para que lo trajese interpretado de personas doctas para ver si era persona bastante para leer dicha cátedra. [...]

Este dicho día, mes y año [6 de mayo 1543] los dichos señores rector e consiliarios dieron todo su poder cumplido bastante según que en tal caso se requiere como rector e consiliarios del dicho Estudio al dicho Alonso Méndez, consiliario que presente estaba especial y expresamente para ir a la ciudad de Granada con unos pareceres que dio el comendador de la Vera Cruz a se informar de los arábigos e intérpretes de la lengua arábiga e ante ellos e ante cualquier de ellos pueda presentar una fe firmada de mí el infraescrito notario y sellada con el sello de la dicha Universidad; la cual dicha fe ante ellos e cualquier de ellos la pueda abrir para que los tales arábigo o arábigos o intérprete o intérpretes de la lengua latina en arábiga vean si el capítulo segundo del evangelio de San Juan contenido en la dicha fe e involtorio cerrado y sellado con el dicho sello si está bien interpretado de latín en arábigo; e para que se informe de ellos si será la tal persona bastante para lo enseñar la que lo interpretó públicamente la dicha lengua arábiga en las escuelas según por el dicho capítulo colegieren. E ansí mismo un pedazo de carta que dentro va de romance vuelta en arábigo.
---Vicente Beltrán de Heredia, Cartulario de la Universidad de Salamanca (1218-1600), Salamanca, 1972, II, 597-598.

Demostración que podía consistir incluso en un careo entre los opositores, como se desprende de esta acta de claustro del 27 de noviembre de 1511:
AUSA, 5, p. 778
El señor maestro fray Alonso de Valdivieso, eso mismo diputado, dijo que él no sabe lenguas hebraica y caldea ni griega ni arábigo [...]. Y cerca del Comendador, que bien puede él saber las lenguas que se dice saber, pero que en ninguna de ellas habla, y de lo que el dicho señor maestro no ve, no puede juzgar. Y que él, no perjudicando a nadie, dice que Alonso de Zamora ha dado noticia y conocimiento de su verdad, y el señor Comendador bien puede saber todo eso, pero no lo ha mostrado. Y porque él no le haga injusticia al señor Comendador, suplica y requiere al señor rector mande que se junten los señores diputados y el señor Comendador y Alonso de Zamora, y allí se hablen y delante todo el claustro, porque aquellos señores vean lo que deban hacer.
---Miscelánea Beltrán de Heredia, Salamanca, 1972, I, p. 456.

Si bien la escasez de expertos, que al ser la cátedra trilingüe habían de probarse tanto en árabe como en hebreo y siriaco, daría lugar probablemente a más de un caso como el de José Fajardo, p. ej., que al ser consultado en 1588 sobre el célebre pergamino de la Torre Turpiana, "se excusó por no tener suficientes conocimientos de árabe", pese a haber leído "una lección de arábigo" (es decir, haber sido profesor de este idioma) en Salamanca entre 1569 y 1579. Parece evidente que catedráticos como Diego de Urrea, que lo fue en Alcalá de Henares, no debía haber muchos.

Poco a poco, con el paso de los años, el árabe no haría falta ya ni ladrarlo, como sucedía en opinión de Quevedo con el griego o el hebreo, en cuyo caso, "como todos los que lo saben lo saben sobre su palabra, por sólo que ellos dicen que lo saben: dilo tú", concluye, "y sucederate lo mismo". Y así hasta hoy.